Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
Mi foto
Nombre:
Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

29 abril 2010

Conejos, democracia, algo de Historia

Lecciones de historia, por Pedro Trapiello: “Cuando llegaron fenicios y griegos a las costas poco pobladas del culo del Mediterráneo, que era entonces el Levante español, vieron que su litoral era tierra muy poblada de conejos, spanos , y llamaron a todo esto Spán, primero, Spania, después, y rodando el tiempo romano o godo, Hispania (y nosotros, España, así, porque sí, qué pasa)”.


.


La degeneración de la democracia, por el viejo, y siempre lúcido, Umberto Eco: “Desde luego no hemos reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que hemos llegado al final de la democracia representativa. Cuando en Estados Unidos vota sólo el 50% de los ciudadanos, y uno debe elegir entre dos candidatos, es elegido con el 25%. Candidatos que no son elegidos por el pueblo, sino por la organización interna. ¿A quién representa este candidato? ¿A cuántos ciudadanos representa? ¿Cuál es la diferencia con el sistema soviético, en el que el Sóviet Supremo elegía tres candidatos, luego discutían y elegían a uno? Que en Estados Unidos existe el control de la sociedad civil, los lobbies, las organizaciones culturales y religiosas, industriales, hay una serie de poderes que controla el poder central, y que en la Rusia estalinista no existía. Pero no es una democracia representativa. Estamos llegando a una crisis trágica de la democracia: seguimos simulando que existe la democracia representativa y que soy yo, el ciudadano, el que elige a mis representantes, pero no es cierto”.


.


Se ha dicho que esta crisis está acabando con las clases medias en España (y lo que no es España, claro). Dado que en dicha clase se puede englobar una amplia mayoría de los españoles, no sería descabellado afirmar que, en realidad, con lo que se está terminando es con su paciencia, con el contenido de sus bolsillos y con el grueso de todas sus esperanzas. Esto no es baladí, por supuesto. Hubo una época, en Europa, en que este “estamento” o no existía o lo hacía en condiciones extremadamente precarias. Había una clase alta, adinerada, acomodada y con un poder sobre objetos y sujetos absolutamente desproporcionado, que se encargó de regir el destino de individuos y sociedades durante siglos. Y el resto de personas (sin mención deliberada al clero), simplemente, no eran consideradas tales. No tenían derechos, pero si obligaciones y cargas que les aniquilaban cuerpo y alma. Equiparar a estos seres humanos con cosas, en muchos casos, era un verdadero lujo. No vivían en la pobreza, sino en la más profunda y desdichada de las miserias. Y como es lógico, esa situación desembocó en una oleada de protestas que dio origen a las revoluciones del siglo XVIII, de cuyos logros, en forma de derechos reflejados positivamente en las Constituciones que surgieron, somos directamente beneficiarios. Todo esto que hoy desdeñamos, como nos decía a sus alumnos el profesor Sosa Wagner en clase, costó ríos de sangre y siglos de dolores y penurias.

Por otra parte, en la literatura del XIX, estos sucesos han tenido un notable reflejo: Víctor Hugo, Alexandre Dumas o el propio Dickens dieron buena cuenta de los mismos en sus sobresalientes creaciones. La última que leí en estas navidades, a modo de ejemplo, Historia de dos ciudades, narraba los prolegómenos de la Revolución Francesa. Y lo hacía contrastando la situación que se vivía en las capitales de dos países vecinos, reflejo de vicios y costumbres en toda Europa, como son y eran París y Londres. No sé a ustedes, pero a mí siempre me había intrigado por qué no habrían prendido los ardores de la Revolución Francesa de la misma manera o de un modo parecido en Inglaterra. Dado que, desde luego, la nobleza inglesa contempló impertérrita los acontecimientos en la nación vecina, sin atisbo de preocupación, sin tener en cuenta aquello de las barbas del vecino, manteniendo sus privilegios y, lo que era, es y será siempre más importante, conservando el pescuezo en su sitio natural, suerte que, como es sabido, no corrieron sus vecinos.

Puede haber varias explicaciones que mi juventud, mi ignorancia y mi falta de estudio y de lecturas aún desconoce. Pero en cualquier caso, entiendo que el hambre fue sin duda un detonante perfectamente válido. Y les pongo un botón, a modo de muestra. En una ocasión leí en un artículo de Arcadi Espada, una famosa anécdota en la que se detallaba como estando el campesinado agolpado a las puertas de Versalles, furioso, agresivo y sumamente impaciente, pedían desesperadamente a los Reyes Franceses alimentos: el pueblo se estaba muriendo de hambre, la situación era trágica y delicada, y el tumulto gritaba y exigía soluciones. Al parecer, el Mayordomo Real, con bastante apuro, se vio obligado a alterar la quietud y reposo de doña María Antonieta de Habsburgo, y le tuvo que decir a ésta, nunca mejor dicho, cómo estaba el patio. Fue entonces cuando la reina, algo molesta por la interrupción, pero comprensiva con los disgustos del pueblo, pronunció aquella célebre frase que recoge Jean-Jacques Rousseau en su autobiografía, y que dice: “¡Que les tiren croissants!”. Aunque en esta entrada de Wikipedia, sin embargo, el alimento mencionado sea el brioche.

Otra explicación, hija de la anterior, pudo ser la infelicidad de la clase media. Que, en realidad, es donde nos encontramos en la actualidad: pues hacerla desaparecer sería una tarea verdaderamente asombrosa, mayúscula, cuando no sencillamente imposible. Ayer, sumergido en la lectura de La vida de Samuel Johnson, quizá el mejor libro que he leído hasta la fecha, me topé con un párrafo que les reproduzco, y que aunque no viene del todo a cuento de lo dicho, si manifiesta, ya en vísperas del estallido revolucionario, una sincera preocupación por la existencia de distancias insuperables en el bienestar de las distintas clases francesas. Es hilarante e ingenioso, como todo lo que salía de la pluma y de la boca de este gran hombre de letras. Sobre todo, si nos imaginamos al típico inglés, educado, puntual y extraordinariamente estirado, que aún hoy hace las delicias imaginativas de buena parte de mundo. Annus domini 1775:

“Los grandes de Francia viven con mucha magnificencia, aunque el resto de la población vive postrado en la miseria. No hay una clase media feliz, como en Inglaterra. Las tiendas de París son sórdidas, la carne de los mercados en Inglaterra difícilmente se enviaría para su consumo en una prisión; la señora Thrale ha observado con justeza que la cocina francesa ha sido algo impuesto por la necesidad, pues no era posible comer la carne a menos que la sazonaran de algún modo y le dieran sabor. Los franceses son indelicados; escupen en cualquier sitio. En casa de madame X, una dama literata de talento, el lacayo tomó el azucarillo con sus propios dedos antes de ponérmelo en el café. Iba a dejar a un lado la taza, pero al tener conocimiento de que lo habían preparado ex profeso para mí, tuve que probar el sabor de los dedos del criado. La misma dama quiso preparar un té especial. El caño de la tetera estaba obstruido, e indicó al criado que lo desatascase a soplidos...”

En este párrafo, anecdótico y costumbrista, el doctor Samuel Johnson, de visita en Francia, ya observaba ciertos males enquistados en la sociedad que fueron esenciales en el discurrir de los años inmediatamente posteriores. La situación europea y mundial, a día de hoy, evidentemente, está a años luz de lo que se vivió entonces. Y es altamente improbable que la ciudadanía en su conjunto adopte posturas revolucionarias de ningún tipo, aun moderadas. Pero nuestros políticos deberían tomar buena nota de la historia. Y de que determinadas circunstancias pueden influir en los acontecimientos y en el hasta ahora aletargado carácter de la sociedad. Los problemas requieren soluciones, no nuevos problemas. Y si quien está llamado a solucionarlos, esto es, nuestra clase política, no es capaz de hacerlo, la gente puede comenzar a pensar que nuestros dirigentes son parte del problema. O, tal vez, el único problema. La historia, como la vida, es cíclica.

28 abril 2010

Historias de ayer, de hoy y de siempre

De jueces narcisistas, sindicatos gregarios y ciudadanía notablemente confundida. Proliferan las manifestaciones de cinismo, ahítas de protagonismo no correspondido. La falta de información siempre ha servido de alimento a la ignorancia, atrevida y apasionada. Un juez es el mejor conocedor de sus límites: sobrepasarlos, tiene por costumbre un precio. No debe ser él, pues, el ingenuamente sorprendido. Sus partidarios se aúnan con fines propagandísticos de dudosa eficacia: consignas guerracivilistas, ideologías extremistas partidarias de un rancio inconformismo y una desacostumbrada participación ciudadana en problemas que no la atañen. La discordia está sembrada: el olvido, se ha demostrado receta meramente paliativa.


.


Con empaque jactancioso y resolución soberbia el caballero acomoda sus pasos al ritmo de una interpretación manifiestamente mejorable. Agarra a su señora con seguridad, destreza y un pudibundo decoro. Observándoles, la gente comenta su garbo, su gracia, su inmejorable compostura. Ellos se sienten dignos centros de atención, obligados por miradas y comentarios a destacar entre una muchedumbre pasiva, acomodada y extraordinariamente desabrida. Dan vueltas y vueltas sin acudir a ellos los inevitables mareos. Su baile es un ejercicio de memoria, un examen de convivencia, una muestra de reconocimiento. Hoy la vida escatima este tipo de presentaciones. Pero hubo un tiempo en el que las historias de amor comenzaban al compás de un pasodoble.

27 abril 2010

A favor y en contra

“..el laicismo es democráticamente exigible en las instituciones públicas, como las educativas, pero no en las personas individuales. Al contrario, las instituciones deben ser escrupulosamente laicas para que las personas puedan profesar la religión que prefieran o rechazarlas todas. No es lo mismo que presida el aula un crucifijo que ver una crucecita o una medalla de la Virgen al cuello de un alumno”, Fernando Savater, en su artículo de hoy.

“Creo que hay que prohibir el velo y el burka: atentan contra la dignidad de la mujer. Y pienso que el respeto a las creencias religiosas no nos impide reforzar el carácter laico de la sociedad civil”, Rosa Montero, en su columna de los martes.

Razonable divergencia y sana pluralidad, ¡en el mismo periódico!, como hoy señalaba Arcadi Espada. Aunque, debido a su vivísima imaginación, es probable que su atención se la llevase íntegramente la imagen de las piernas de doña Rosa.

Alguna lo llamará machista, para regocijo suyo.

26 abril 2010

El gimnasta impasible

Los termómetros, como los algodones, casi nunca engañan. Hoy por la tarde marcaban más de treinta grados en una zona en la que no daba el sol, pero tampoco la sombra. Estamos en primavera, terminando el mes de abril, y tengo la total seguridad de que en León, algún día de agosto, marcarán quince grados menos. Son las pequeñas cosas de la vida en las que uno se para a pensar cuando se pasa por debajo de ellas; siendo, pues, conveniente, rodearlas o pasar por encima, dado que a uno no le darían los días de sí entre tantos y tan elevados pensamientos. En cualquier caso, dar, da gusto pasear en esta época del año en que los capullos comienzan a abrir, y se observan por cualquier paraje, por recóndito, exótico o inexplorado que sea éste. Hasta el punto de llegar a la conclusión, dolorosa e inevitable, de que no hay más que capullos. Puedo asegurarles, por ejemplo, que hace un rato tuve a uno delante, frente a frente. Era orondo, de belleza distraída, le daba sombra una banqueta, algo desagradable, y poco o nada educado. Su aire desenfadado, tosco y desenvuelto, me hizo considerar, ya en un primer momento, que me encontraba ante un curioso y variopinto espécimen humano. Uno de esos que no se ha mirado al espejo en su vida, y en los que ninguna circunstancia externa me hace pensar que vaya a hacerlo próximamente. El sujeto, cosa extraordinaria, venía acompañado por una señorita todo delicadeza: rubia de bote, más esbelta que esmirriada, de movimientos ligeros pero distinguidos y alegre como un pajarillo alimentado. El tipo no parecía muy inteligente, aunque la vida enseña que no hay que fiarse de las apariencias, y que, probablemente, en cuanto a tontos, ya hace tiempo que se agotaron las existencias. La pareja, pues era tal el conjunto, traía consigo una cámara de fotos, como quien pasea a los hijos, a la abuela o a sus animales de compañía. Yo estaba estirando mi ya prácticamente recuperado peroné en unas máquinas plantadas en la orilla del río. Los aparatos en cuestión, son formidables. Después de cada sesión me dan ganas de correr, de saltar, de bailar como jovencillo arrabalero y adocenado; pero, sobre todo por precaución, me vuelvo a casa andando. Despacito. No vaya a ser. El caso es que la parejita, ya creciditos, por cierto, empezó una auténtica sesión de fotos. La chica hacía de modelo publicitaria, como sin darse importancia. Estaba buena, de acuerdo; pero no lo suficiente como para hacer el ganso sin causar sonrojo ajeno. Y el muchacho, en cuya camiseta se marcaban rigurosas y abundantes tapitas del bar, sacaba fotos a tan disparatadas posturitas. En un momento dado me miraron. Cuchichearon las estúpidas confidencias de rigor, que toda pareja se concede cuando creen que están enamorados, y se acercó el maromo. No me saludó, y de haberlo hecho, tengo que decir que habría estropeado el lustroso paisaje que de él me había formado. Se puso en el asiento de enfrente. Y comenzó el balanceo, tratando de impresionar a la señorita, de un modo brusco, arrogante y enérgico. Soltando un ¡cómo mola!, mayúsculo, que me provocó un sentido pésame intelectual por el muchachote y por lo desperdiciada que estaba la presunta dama. De todos modos, se cansó pronto. Y se levantó raudo, buscando con la mirada a su risueña golondrina, que miraba la escena admirada, entretenida, como sorprendida. Haciéndome recordar que el amor sin admiración es sólo amistad, que decía el poeta. Aunque, poco después, pude ver que se alejaban distraídos, con paso lento y solemne, sin tropiezos que provocasen posteriores contactos deliberados en forma de sujeciones accidentadas; y dándome a entender que al menos en uno de los dos, su sentido del tacto no sentía una excesiva curiosidad por las caricias del otro. En algunas ocasiones, como escribía ayer Fulgencio Fernández, pensar es llorar. Más vale no sacar conclusiones.

23 abril 2010

El monje

Creo que hoy es un buen día, quizá el mejor de todos, para colgarles ahí debajo un vídeo que me envía una amiga. Sobre el tema circulan dos vídeos en la red. Hace unos días leí en El País este artículo, y allí descubrí uno de ellos, del que les habla este post de Lynx. Para no redundar, dado el día que nos ocupa, y dándome la impresión de que esta otra perspectiva no ha tenido tanta acogida en la red, les ofrezco el otro, y me despido hasta el lunes (me marcho al pueblo), deseándoles que lo disfruten:

21 abril 2010

Saludable

El pasado lunes, en el programa Cara a cara de CNN+, entrevistaron a un eminente pediatra. A mí no me suelen gustar los médicos, conste por escrito. Ni su forma de ser, ni su forma de ejercer. Y sus pedanterías gremiales o clasistas, cuando topan con mi humilde alma, suelen derivar en un intercambio de sarcasmos e ironías en los que ellos no acostumbran salir muy bien parados ni yo muy bien atendido. Sin embargo, en los pediatras observo, como norma general, una humanidad mejor trabajada, una atención más sincera, una mayor preocupación por tranquilizar al paciente y a la familia del mismo. El reputado profesional era un tipo afable, sencillo, sonriente, aunque con poco pelo. En líneas generales podría encajar en lo que las mujeres llaman un encanto, que es el mismo adjetivo que utilizan para referirse a su peluche preferido, ciertamente inanimado pero tremendamente mono. Aunque lo curioso o llamativo del asunto, aun siéndome imposible terminar de ver la entrevista, fue escuchar una frase bastante chocante:

“O sea –decía Antonio San José- que debemos dejar que los niños prueben la tierra”.

Pero hombre, hombre, hombre. Máxime viviendo, como vivimos, en la sociedad de la preservación, de la higiene, del profiláctico, de la pulcritud llevada al extremo. Y sobre todo cuando nos referimos a los niños, claro. Y así se les lleva por la calle limpitos y relucientes; se les lava las manos como a pequeños Pilatos; se cuida de que sus alimentos estén completamente inmaculados. ¡Y, por supuesto, no se les deja probar la tierra!

Estas líneas pueden parecer absurdas, desde luego. Y así me lo parecerían a mí también de no ser porque esta mañana leí esta otra noticia en el periódico: ahora resulta que nuestros hábitos impolutos incrementan el riesgo de alergias porque al tomarnos la molestia de vivir sanos y comer alimentos aparentemente limpios disminuimos la eficacia de nuestro sistema inmunológico.

¡La misma explicación que daba el pediatra para lo de la tierra! Aunque éste no limitó su observación a los males alérgicos, sino a la posibilidad de incrementar las defensas que mantendrán vigorosa a esa personita el día de mañana, mediante la ingestión de cualquier porquería que se lleven a la boca de críos.

En fin, y resumiendo: cuidarse, perjudica seriamente la salud. Hay que tocarse.

20 abril 2010

Vivencias

Negocios sin explotar pero ya explorados. Un par de músicos amigos míos se fueron la semana pasada a Madrid. El motivo: vivir una experiencia singular. Llegaron con la intención de tocar en el metro. Por aquello del qué se siente y que de algo habrá que hablar este verano en las terrazas de León. No tienen mucha imaginación y pecan de una ingenuidad casi obscena. Pretendían ponerse a desplegar su arte en la parada de la Puerta del Sol. Que no es la menos frecuentada, precisamente. Al parecer, los músicos, los indigentes y los pedigüeños sin clasificar que ya ocupaban dicho espacio comenzaron a mirarles mal. Alguno, incluso les amenazó. Ustedes comprenderán que los artistas no están hechos para aguantar determinados tipos de presiones. Y los músicos, mucho menos. Con lo que optaron por largarse a otro sitio menos disputado. A mí me pasaba igual que a estos dos. Pero sólo con algunas mujeres. Me dicen que sacaron 45 euros. Tocando, ni mucho ni muy bien, de las 11:00 hasta las 14:00 horas. Es una cifra considerable, dado el esfuerzo utilizado y la calidad del trabajo ofrecido. Hasta el elevado punto de comprender a la gente que opta por vivir esta vida en apariencia marginal y poco halagüeña. Con el botín conseguido comieron en un Mc Donald´s y se volvieron para León. Supongo que orgullosos de la hazaña. Y completamente seguro de que la inocularán en los oídos de cuantas incautas se les acerquen demasiado en los meses venideros. En cualquier caso, el atrevimiento de estos pollos tiene su miga. Muchas veces pasamos al lado de estos músicos callejeros y nos inspiran verdadera lástima. Creemos que no tienen para comer. Y que quizá pasen la noche a la intemperie. Pero son pocos los que se paran a pensar que muchos de ellos no tienen necesidad de ningún tipo. Que están donde están porque quieren. E incluso es probable que a algunos les salga rentable el asunto. Escuchando esta anécdota me vino a la mente un artículo de Paulo Coelho que leí ya hace tiempo. Y me pregunto, tembloroso, cuantas veces habré pasado por delante de un músico de primerísima calidad, de un instrumentista superdotado, despreciando su talento, simplemente por no haberlo visto ataviado con el traje preceptivo y actuando ante el auditorio correspondiente. Decía Baltasar Gracián que las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Y no es poca la gente que valora y hasta se alimenta contemplando simplemente un envoltorio. Falaz, como la propia vida.

19 abril 2010

Recomendaciones

“El escritor israelí Amos Oz dijo que existían dos tipos de solución para el conflicto (entre israelíes y palestinos): la shakespeariana y la chejoviana. En las obras de Shakespeare acaba triunfando la justicia y resplandeciendo la verdad, pero no queda vivo nadie. En las obras de Chejov los protagonistas sobreviven, condenados a lamentar sus errores y a añorar lo perdido”

Enric González, en su nuevo blog, al que acudiré agradecido a diario. Un placer que no deben perderse.

.

Un buen amigo mío, aprovechando un exiguo y oportuno periodo vacacional que me he buscado, me ha dejado, nada menos, un libro titulado Todo Sherlock Holmes. En una edición de Cátedra, magnífica, que aglutina todas las obras de Arthur Conan Doyle que tienen como protagonistas al famoso, extraordinario, sarcástico e inigualable sabueso de Baker Street, y a su inseparable compañero de fatigas, el doctor John Watson. Voy aproximadamente por la mitad, y el volumen pesa algo más de 1.600 páginas. Las distintas aventuras están ordenadas según la edad del gran detective. Y, si algo tienen en común, es la ubérrima hilaridad que desprenden todas y cada una de ellas. No hay episodio que no arranque al menos una amplia sonrisa cuando no una sonora y saludable carcajada. Y eso que a mí, tal vez, me guste más el esquema, la trama, la seriedad donde se desenvuelve Poirot, una de las famosas criaturas de la gran dama del crimen. Sin embargo, creo que el personaje de Doyle es tan atractivo, tan emotivo y tan gigantesco que, sencillamente, lo convierten en una creación incomparable, imprescindible, impagable. Un gozo constante desde que se principia su lectura, incrementado a medida que avanzamos e inevitablemente nos encariñamos con el personaje. Un entretenimiento y enriquecimiento notable, justificado por el inexorable tedio que nos invade al contemplar la imperante mediocridad de textos y pantallas contemporáneos.

Lean, aprendan, disfruten, descubran el modo más eficaz para que les cunda mucho más la vida. Yo estoy y estaré siempre en ello.

Imagen

15 abril 2010

Estampa

A la vuelta de mi particular rehabilitación me he encontrado con todo un queso de esos blanditos, lechosos y cremosos. Cosa harto curiosa, no llevaba perrito ni semejante, y no pude agasajarla con el chistecito acostumbrado. Aunque, francamente, qué mujer, en los tiempos que corren, toma lo del perrito como una de tentativa de halago, como un principio de conversación, como un síntoma de caballerosidad ciertamente solapado. A decir de un observador apasionado podríamos afirmar que se trataba de una mujer morena, como esa señora que pintó Julio Romero de Torres; pero, desconozco si al igual que la otra señora del pasodoble, cuando bese, lo hará de verdad o, simplemente, actuará como todas. Llevaba, que diría Joaquín Sabina, una falda muy corta para unas piernas tan largas. Se movía con gracia, con soltura, con alegría, sabedora del valor de todo el conjunto. Su pelo era tan largo que la gente la miraba con la extrañeza de quien en primavera sigue llevando bufanda. Y sus ojos eran tan negros, tan grandes y tan expresivos que, con solo abrirlos, parecía provocar a toda la fauna ibérica cabría. Sus caderas evocaban una guitarra en plena rumba, ávidas de cazadores, de aventureros, de insensatos que ignoran estar explorando la peligrosa jungla. Y su boca, pequeña pero bien dibujada, deleitaba como el interior de la cueva de los cuarenta ladrones. Mientras se alejaba, la contemplaba cual muchacho feliz de haber tocado pecho de muchacha permisiva. Y me dije, es normal, Javier, estamos en primavera.

14 abril 2010

Series, matices

Karabudjan. Me pregunta mi hermano por el nombre de la nueva serie. Buceo en mi memoria histórica, tan particular, como todas. Recuerdo de cuando era joven, más aún: un barco, Tintín, El cangrejo de las pinzas de oro. Busco en la wikipedia, ¡ya hay entrada al respecto!, y veo que coincide con la explicación dada. ¿Pretendían ser originales, exóticos, rebuscados, inteligentes? En cuanto a la serie. Hugo Silva es un chico bien, acomodado, siempre risueño: el dinero no procura un afeitado adecuado y el desaliño parece estar de moda. Las chicas de la serie son sexis y agresivas, pero dolorosamente predecibles. Argumento manido. Diálogos, manifiestamente mejorables. El coche del prota es ciertamente bonito. Sexo rápido, en caliente, sin compromisos: les habrá asesorado algún adolescente, aunque se gima más y mejor en cualquier anuncio de champú orgánico. Mi quiniela: ojo al padre del prota.


.


Misma tempestad, distinto barco

13 abril 2010

Cosas del amor, vistas por un escéptico

Hace ahora aproximadamente un año, escuchando el editorial de Carlos Alsina, en una de esas ocasiones en que La Brújula sale a dar paseos por las ciudades de España, oí al irónico locutor comenzar su disertación hablando de la vida en pareja. El editorial de Alsina es uno de los momentos más plácidos de que disfruto a lo largo de todo el día. Uniéndolo al dardo que media hora después lanzará Ignacio Camacho, y a la poesía desprendida del ingenio de Antonio García Barbeito, en torno a las 9:30 de la mañana, en lo de Carlos Herrera, conformarán mis tres momentos Coca Cola del día, trayendo a la memoria aquel anuncio de las señoritas de oficina babeando a través de los cristales mientras observaban a los fornidos y guapos modelos de los andamios.

En aquel editorial, quiero recordar, Alsina comparaba la relación de Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero con esa situación de amor-odio por la que pasan todos y cada uno de los enamorados. Al modo de esa recurrente cantinela que nos repetían los compañeros en el cole cuando sólo éramos unos muchachos: los que se pelean, se desean. Nos fastidiaba mucho, claro. Pero el aserto solía ser rigurosamente cierto. Solía dar en el clavo. Y de ese modo, con un notable sentido de la oportunidad, el periodista puso un par de acertados ejemplos con igual grado de agudeza e hilaridad; llevó a colación esos deliciosos e idílicos inicios en la vida de las parejas de enamorados con la sintonía que, al menos en apariencia, se desprendía de la relación entre esos dos conocidos políticos.

En primer lugar, hizo referencia al carácter de la mujer, tan especial, tan contradictorio, tan desbordante de pasión y afecto como de desprecio y de venganza. Y decía, en tono jocoso, que en un primer momento, el enamorado, encantado con las bondades y virtudes de su hembra, a la que pone ojitos, pucheritos y lo que haga falta, ante tal conjunto de contradicciones, previa exculpación de lo que nos aconseja la lectura semanal de los horóscopos, comenzaba diciendo un comprensivo y admirativo: ¡pero cómo es! (mi cuchi, cuchi). Claro está, C'est la Vie, al cabo de los años, de los roces, y, sobre todo, de los múltiples desgastes que afloran con la convivencia y el despertar de los yoes interesadamente latentes, el muchacho enamorado terminaba abriendo los ojos, y como viendo y comprendiendo por primera vez en su vida, ahora, lo que exclamaba era un exiguo, pero significativo, ¡pedazo de bruja!

Y no acababa aquí el feliz y pertinente cotejo del equipo de La Brújula, por supuesto. En aquella ocasión, fueron tan políticamente incorrectos, que incluso osaron meterse con los defectos físicos, esa tara impronunciable en ambientes educados, encopetados y sumamente restringidos, y más proclive, en cambio, a ser proferida en otros espacios más adocenados, soeces o abyectos, en los que cunde el ejemplo del asilvestramiento y las malas maneras. La escena narrada, hacía mención a ese pequeño quiste que afea los rostros más perfectos y adorables, que cuando uno está enamorado lo consideramos la imperfección más entrañable, la característica más encomiable de nuestra media naranja, y que cuando uno despierta de ese estado de sopor e imbecilidad pasajera, por el contrario, se exclama un mayúsculo: ¡cáspita, pero qué verruga!

Bromas aparte, y aprovechando que estamos en primavera, quería aportar mi particular percepción de estas cosas del amor: tan ciego, curiosamente, como la justicia.

Hay personas que nos gustan nada más observarlas. Es el llamado amor a primera vista, que ha sido manido objeto de canciones, series para gente mentalmente plana y demás basura que alumbra Hollywood con el atractivo envoltorio de comedia romántica. Este formato, no creo estar descubriendo nada, ha pervertido y distorsionado los puntos de vista de millones de personas en todo el mundo. Y así, cuando un hombre conoce a una mujer, ésta le interesa y quiere llamar su atención, no le basta con ser razonable, sincero y con no rebasar esa frágil y delgada línea que separa a los imbéciles de las personas normales, sino que tiene que cumplir con una serie de características estereotipadas por la gran pantalla. No es suficiente con ser simplemente educado. Ahora, ellas exigen a uno ser un caballero de modales exquisitos: dejar que ellas pasen primero, desplazarles hacia atrás la silla donde asentarán sus reales posaderas, si tienen frío hay que quitarse la chaqueta sin dilación y ponérsela sobre los hombros, fingirse más tonto que ellas (no vayamos a tener un disgusto) y, en fin, un cúmulo de actitudes ridículas, que ellas adoran, y que, como es lógico y natural, con el paso del tiempo terminan desapareciendo completamente. Luego, las pobres, dirán aquello, también sacado del cine, de: “no eres el hombre que conocí” (la versión cursi, es: “no eres el hombre del que me enamoré”. Que, como ustedes comprenderán, ya es el acabose).

Otras personas, en cambio, nos gustan después de conocerlas. Cuando su interior nos es mostrado o tenemos la suerte de descubrirlo. En mi opinión, este es el verdadero amor. Y de donde puede salir una relación provechosa, duradera y, sobre todo, razonable. Estas mujeres, y permítanme que utilice el punto de vista masculino, pero es el que me corresponde, y, además, si me lee una mujer (que no sea Aído, Bibi para los amigos) sólo tiene que cambiar el género… en una primera instancia no nos llaman la atención. Es decir, no nos atraen física o sexualmente. Cuando uno es joven, esa persona queda absolutamente descartada, por supuesto. No se comprende más que lo que superficialmente nos proporciona el sentido de la vista. Y al no haber pretensiones de buzo ni de arqueólogos en la naturaleza humana, solemos dejar pasar oportunidades que, pensadas fríamente y con posterioridad, verdaderamente nos habrían convenido. Y esto, válgame la obviedad, me parece clave. El otro día, precisamente, charlaba con un viejo amigo sobre la necesidad de que haya una coincidencia de afectos en el espacio y en el tiempo en que conocemos a esa persona. Le comentaba, en un inusitado ejercicio de sinceridad por mi parte (para ciertas cosas soy muy mío, aunque ustedes piensen que aquí les cuento toda mi vida), que a veces había dejado escapar un tren más que apetecible, habiendo estado en la estación esperando a que yo subiera, y, por no haberme dado cuenta a tiempo de que tenía los billetes en la mano, este terminaba partiendo. No sé si me explico. Pero la metáfora del tren que abandona la estación y no vuelve me parece de las más exactas y relativamente crueles que he visto utilizar en el mundo de la literatura.

En cualquier caso, algo está claro. Y es que ahí afuera, en el mundo, en sus sociedades, la cuestión de las parejas está algo descompensada. He conocido mujeres hermosas, inteligentes y buenas personas que desperdician su vida, su tiempo y sus facultades con absolutos botarates y majaderos de múltiples pelajes. Y ni siquiera pegan desde un punto de vista mínimamente estético. Esta situación se podría comprender antaño, en que abundaban los matrimonios de conveniencia o en que las mujeres necesitaban de un marido por aquello del sustento o las maledicencias propias de los ambientes rurales, identificando la soltería con la vestimenta de santos. Pero hogaño, creo que no se sostiene de ningún modo.

Ahora bien, no es que yo lo vea así, y que, claro, como mi vida se resume entre libros, partituras y leyes se dirá que qué voy a saber de estos lances interpersonales. Alguna peculiaridad tiene que tener, ¿no? Porque incluso desde los ayuntamientos, por la obra y gracia de las concejalías de juventud, ¡se imparten cursos de ligue! ¿Pero esto qué es? ¿Dónde hemos llegado? Y, disculpen mi ignorancia, y que crea que el dinero de nuestros impuestos se podría aprovechar con alternativas más juiciosas, pero, a estas alturas, desconozco si los mismos son impartidos directamente por los concejales o por personas de su entera confianza, previa acreditación de sus sobresalientes facultades nocturnas. Y, claro, estas cosas: ¿cómo se acreditan?; también, cómo no, ignoro qué tipo de actividades se imparten: miradas, temas de conversación, toqueteos (¿toqueteos?, ¡oh, cielos!)…

En fin, que no se sabe si el personal habrá leído a Jaime Gil de Biedma, pero cabe llegar a la lógica conclusión de que parece que averiguar que la vida va en serio, más de uno lo empieza a comprender más tarde.

No hay peor ciego, dicen: “la pareja constituida más o menos al modo tradicional encarna el mayor sujeto represor de nuestras vidas. Por nuestra pareja lo condicionamos casi todo. Por ella renunciamos, nos avenimos, condescendemos, dejamos de salir o de alternar, cambiamos de aficiones, horarios, músicas, ropas, amigos. Todo ello compensa o recompensa, pero no siempre viene a ser así, ni para siempre”. Vicente Verdú.

12 abril 2010

Sin competir, disculpas, y que esperaban, ella, Maaaambo

“Jamás podré presumir de haber conseguido algún objetivo gracias al esfuerzo hecho por lograrlo. Mis éxitos y mis fracasos han sido ambos la consecuencia de la misma clase de indiferencia, o el resultado de cierta desidia. Mi combatividad ha sido siempre algo relativo. He luchado por algunas cosas sólo hasta el momento en el que tenerlas al alcance de la mano me ha hecho dudar de la conveniencia de conseguirlas”, José Luis Alvite, impartiendo magisterio empírico, con la elegancia y nobleza acostumbradas.


.

“La victoria moral es un consuelo tonto inventado por los perdedores”, José María Carrascal: crudo, diáfano, certero.


.

Equipo de señoritos pijos, refinados y vagos pierde partido por desidia, ineficacia y falta de aptitudes. La afición echa la culpa al entrenador y al portero que, como saben, son los encargados de meter los goles. Resultado esperado, previsto y demasiado ajustado para la distancia que, verdaderamente, y a pesar del despilfarro, media entre ambos contendientes. Un equipo hecho a golpe de talonario, a capricho, a dedo, ridiculizado por una cantera venida a auténtica Armada Invencible (y no como otras). Los jugadores deberían entender que no sólo están practicando un deporte, inocuo y entretenido, sino que están jugando con las pasiones, las inquietudes y las esperanzas de todos sus aficionados. Tal vez comprenderían entonces que sus nombres sólo serán recordados ganando. Y me quedo con el final del Barbeitazo de hoy: “a veces, más vale ser argentino que Cristiano”. Y añado: porque, desde luego, no van a ganar los partidos rezando.


.

Viendo este fin de semana El pacto de los lobos, me encuentro con una bellísima Mónica Bellucci, musa de Reverte y el que suscribe, además de una mujer maravillosa, una persona extraordinaria, un ser humano increíble y un ejemplo para su raza, que diría el mejor Woody Allen.


.


Pérez Prado, a modo de ejemplo, en el campo donde destacó, se le reconoció, y por el que siempre será recordado. ¡Pero qué grandes músicos ha dado Cuba!, oigan: envidia y faro mayúsculo del gremio. El día en que la isla viva en libertad no sé donde va a meter el mundo tanto talento.

08 abril 2010

Cogitación, primavera

Creo, sinceramente, que hay que estar muy agradecido a la hija de Alejandro Gándara, por haber compartido con los lectores de su padre este fantástico vídeo, en el que se aglutinan una retahíla de sensaciones inefables, enfatizadas por una inmejorable fotografía, música excelente, y un mensaje elaborado, profundo y de exquisito sabor a poesía:



.


En la tranquilidad y frescura del asiento de su oficina, atiende llamadas, visitas y despliega sonrisas. Ajetreada por el incesante ritmo de la vida, se relaja cruzando sus largas y evocadoras piernas, dejando entrever un camino profano, pecaminoso y lleno de delicias. Calza unas sandalias negras que muestran unos piececillos pequeños, uniformes y revoltosos. Su suéter ceñido a rayas rojas y blancas, sugiere unos pechos firmes y golosos, coronados por unos pezoncillos puntiagudos que arañan la vista de los corazones intrépidos; su cuello de porcelana, frágil e inmaculado, pronostica un cuerpo bien proporcionado, envidia de amigas y vecinas, y anhelo furtivo de maridos meapilas. Cuando le hastía la rutina pasea sus encantos con encanto y alegría, despreciando el tenue rumor de no pocas lenguas viperinas. De pensamiento esporádico y mirada vacua, ladeando imperceptiblemente su testa helénica, entorna las pequeñas esmeraldas de su anguloso rostro para desasosiego crónico del mirón incauto. Seguramente un pobre diablo.

07 abril 2010

Búsqueda, endémico, acorralado, exactamente

En el suplemento cultural del ABC, encuentro esta joya de Gabriel Albiac: “Con fascinación y desasosiego iguales, escribía Pierre Bayle, en el inicio del siglo XVIII, que «podría compararse a la filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, roerían la carne viva y corroerían los huesos, horadándolos hasta los tuétanos». Quien quiera resultar grato que se dedique a otra cosa. «La filosofía refuta de entrada los errores, mas si no se la detiene en ese punto, ataca a las verdades, y cuando se la deja campar por sus respetos, va tan lejos que uno no sabe hasta dónde ha llegado, ni sabe ya cómo detenerse»”


.


En El País Semanal, el académico Javier Marías, después de despotricar contra el escaso o inexistente sentido del humor español, y contra su obscena estrechez de miras, circunstancia que hace entender la vida de un modo lineal y poco inteligente, huyendo de ironías, sarcasmos y demás anfibologías, recomienda un poemilla que encuentro en esta página, que les copio aquí abajo, y que dice mucho, y muy poco bueno, del ciudadano español, con independencia de donde haya tenido la fortuna o desgracia de echar raíces:

Regionalismo, Francisco Vighi:

“Para que te exaltes, castellano,
hombre seco, hombre de tierra.
Para que me odies, catalán,
más fenicio que de Grecia;
y tú, manchego retardado,
cazurro de alma plebeya;
isleño cursi y rastacuero,
balear ladrón, hijo de chueta;
leonés rencoroso y zafio;
montañes vano, hombre de cera;
y tú, aragonés que llamas
a la bestialidad franqueza;
para que me mates, levantino,
simulador de arte y de belleza;
vasco hipocrita y ambicioso,
insultame con tu pobre lengua;
asturiano traidor y falso;
gallego llorón, y sin vertebras;
murciano sucio, feo y torpe;
extremeño de las cavernas;
madrileño que de Real orden
eres tonto por dentro y por fuera.
Yo os desprecio, os maldigo y os odio,
gentes cobardes de mi tierra.
Y para ti, andaluz idiota,
¡culebra!, ¡culebra!, ¡culebra!”


.


Leyendo la Vida de Samuel Johnson, hallo, siempre bien acompañada, una anécdota preciosa que le narra el biógrafo, James Boswell, al biografiado: “Le referí que durante mi estancia en Italia había presenciado en varias ocasiones el experimento resultante de poner a un escorpión dentro de un círculo de carbones al rojo vivo; que el animal corría dando vueltas presa de un intensísimo dolor, y que al no hallar vía de escape se retiraba al centro del círculo y, cual filósofo verdaderamente estoico, se asestaba un aguijonazo en la cabeza, liberándose en el acto de sus males”. No me digan que no es una maravilla. Un verdadero acto de heroicidad: antes la muerte que caer vencido, rendido, humillado. Carácter épico cinematográfico. Auténtica nobleza. Inalcanzable altura. Y eso que se trata de un animal, digamos, con mala fama. Haciendo a uno recordar aquella frase, creo que atribuida a Lord Byron, que decía algo así: “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Cada vez pienso de un modo más parecido. Y eso que yo no tengo perro. Ni nada que se le asemeje.


.


“En la vida más vale tener suerte que talento” Woody Allen, Match Point.

Imagen

06 abril 2010

Lo que la verdad esconde, lecturas, pero qué barbaridad

Claves de una juventud sin ética, sin respeto, sin principios: “La banalización de la violencia, la mitificación de la competitividad, la exaltación mediática de la estupidez, la consagración de la abulia intelectual, la indiferencia por el mérito, la postergación del esfuerzo, el desarraigo familiar y la indiferencia paterna, el aislamiento juvenil en internet y las nuevas tecnologías, el naufragio educativo, el desentendimiento adulto, la ausencia de una estructura jerárquica de valores”. Ignacio Camacho, en su columna de hoy.

.


Hacer la maleta con el tiempo justo, cierto alboroto y la cabeza en otras cosas, no sé si provechosas, tiene sus desventajas. Entre otras, los inevitables olvidos. Algunos sin importancia, y otros verdaderamente molestos. Por ejemplo, La vida de Samuel Johnson, que se me quedó en casa con un par de revistas. Inconveniente que se acentuó al acompañarnos un tiempo de perros durante estos días de pudibunda Pasión. Pero no hay mal que por bien no venga, oigan. Y aproveché esas horas para leerme El club Dumas, de don Arturo Pérez-Reverte. A estas alturas de la vida ya se ha escrito mucho libro similar, aunque a alguno le parezca que el género lo inventase, en su día, Dan Brown y su best seller plagiado de otra criatura por el estilo. No tengo por costumbre este tipo de lecturas. Pero ésta, la verdad, me gustó mucho. Quizá por esa inexorable estima que uno no puede dejar de sentir por un tipo tan cojonudo (y discúlpenme el adjetivo, pero no pienso escribir un eufemismo en detrimento de la exactitud que al utilizado le corresponde) como el ínclito académico. Les copio un párrafo, para que lo paladeen:

“ya no hay lectores inocentes. Ante un texto, cada uno aplica su propia perversidad. Un lector es lo que antes ha leído, más el cine y la televisión que ha visto. A la información que le proporcione el autor, siempre añadirá la suya propia. Y ahí está el peligro: el exceso de referencias…"

.


De la prensa del día, con tanto levantamiento del secreto de sumario pululando, en mi opinión, sólo merece la pena destacar la foto de esta muchacha, modelo y deportista de ocasión, tocándose la nalga izquierda, así como con desidia:

Les dejo. Voy a acomodarme. Vamos a ver que hace hoy el equipo de Pep.

05 abril 2010

Sensaciones

Ansiedad que llega sólo con algunos finales: libros, películas, situaciones y. El transcurso es mero trámite del desenlace: calculado, imprevisto, eternamente deseado. El precio, se ajusta con precisión a lo esperado: equivalencia de lo renunciado. Mereciendo la pena cuando la disposición a pagarlo es ilimitada. Empero, la experiencia hace inevitable y amarga la confusión: tendencia a invertir valor y precio.


.


La tarde triste, húmeda y oscura declinaba ayudada por las inclemencias de un tiempo que no se esperaba demasiado favorable. Unas gotas de lluvia, que amenazaban desafiantes desde las primeras luces del alba, descendían lentamente como lágrimas no añoradas sobre la maquillada superficie de la pequeña plaza. La población del lugar, noble pero insuficiente, se congregaba en el interior del templo esperando a esos rayos de sol que anunciasen la viabilidad de la tradición, la salvación del rito. En el exterior, mientras un incipiente aire comenzaba suavemente las caricias de su danza, se oían quedos los rezos y demás murmuraciones de los feligreses. La brisa no remitía y comenzaba a ser incómoda, molesta, desagradable; pero la misma, como esa incesante ola que horada las rocas, fue empujando con descarado disimulo las nubes que cubrían el cielo lóbrego, plúmbeo como una cruz a cuestas de la vida. La desapacible tarde, por tanto, remitía paulatinamente. Y el agua que caía del cielo iba dejando paso a un frío fino y cortante que hacía de las ropas de abrigo una acumulación de peso inane, pero siempre vistosa, opulenta, ciertamente distinguida. Al abrir las puertas de la iglesia, fueron desfilando en riguroso orden los papones, las manolas, los humildes pasos. Y todos fueron ocupando sus posiciones. La gente, impaciente por el retrasado comienzo, se amontonaba en los alrededores. A la señal de una corneta, retumbaron los tambores. Y el pueblo entero se sumió en ese ritmo constante, solemne, y majestuoso. Algunos vecinos, colaboraban en la pujanza de los pasos; otros, acoplaban su voz a los rezos de la muchedumbre más provecta; y, había, incluso, en apariencia los menos ortodoxos, quienes contemplaban la escena desde la imprudente distancia de la indiferencia.

La vida, a veces, es un paisaje: pero otras veces, en cambio, sólo es parte de ese paisaje.

En cualquier caso, la concurrencia era partícipe de una emoción profunda, de un sentimiento silente, de una conducta notable, evocando un tiempo en que unos intereses comunes eran capaces de aunar las más distantes disparidades. Un tiempo en el que se prescindía de lo imprescindible; en el que se transigía; y, sobre todo, en el que se olvidaba la asidua disposición del hombre a someterse complacientemente a su propia naturaleza.