Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

31 agosto 2009

Días felices

Hoy es el último día de Agosto. Lo que supone en el pensamiento de mucha gente que no piensa, y en el de mucha otra que lo hace demasiado, que el verano, esa época maravillosa para el amor de quita y pon, las coca colas lights y los tangas de señora en la calle y puta en la cama, toca a su fin, o sea. Siendo el fin de un verano en el que la comidilla de las mesas de plástico ha sido esta crisis que nadie sabe cómo ha llegado, ni mucho menos cómo va a marcharse. Que es, realmente, lo que preocupa al señor y a la señora españoles. A los hijos no, todavía. Porque ya saben ustedes que hoy el nene y la nena de treinta años viven en casa con papi y con mami. Y tienen propina hasta los cuarenta. Y se aprovechan del coche, la casa e incluso de la cama de los progenitores, cual alegres sanguijuelas, hasta que su prosapia queda exangüe y sus cuentas corrientes secas como la mojama. Que es la juventud un divino tesoro; pero para quien la vive, que no para quien la sufre. Me dicen.

Ahora bien, no todo van a ser caras largas y tristes bolsillos. Ustedes, ¡qué se pensaban! Porque, a fin de cuentas, el fin de la época estival también trae consigo al ciudadano, al habitante de nuestras ciudades. Más morenos, más delgados, con cara de aún más mala receptividad. Pero en fin, nos los devuelve. Sanos y salvos. Que eso es lo importante. No me digan. Qué sería de los Otoños sin esa gente que nos cuenta alegre y desinteresadamente sus veranos. Sin haberla preguntado antes por ellos, que ya es desinterés. Y nos los narran con todo lujo de detalles. Engordando, como quien no quiere, pero, en fin, qué se le va a hacer, un poquito de aquí, y también otro poquito de allá.

¿Que comen un día en un bar de tapas unas croquetas frías y un bocata de calamares sin calamares?

Joe, Pepe, ¡no sabes qué mariscada nos metimos en la costa!

¿Que duermen en un hostal cuyo catre no cambiaría un cerdito por el suyo en la porqueriza?

Menudo Hotel, Pepe. Un seis estrellas.

¿Tantas?

O más.

En cualquier caso, y volviendo a lo serio, lo peor de la vuelta de vacaciones son los morenos. Sí, y me explico. En el super, en el banco, en el recorte inglés, allá donde quiera que usted vaya se encontrará un moreno, o incluso una morena. Pero muy morenos, muy negritos, como muy tostados.

Pero qué morena vienes, Cuquina

Ay, Pilina, no sabes qué días de calor pillamos

¿En verano?

En verano, en verano

Pero les decía, por no estar callado, que es precisamente la vuelta de todo este ganado, que conforma nuestros censos electorales, nuestras colas de lo que quieran e incluso la lista de nuestros conocidos, esos grandes desconocidos, lo que a mí me hace verdaderamente feliz. Y me hace feliz porque para mi la persona es un personaje literario. Cada una, uno. Así que, ¡fíjense si hay personajes!

Hoy, por ejemplo, que salí a dar una vuelta como quien sale a ver muchachas, vi a unos cuantos que aún no se habían enterado de que ya no estaban en la playa: los despistaos. Había mucha gente con los pantalones muy cortos, y las piernas, pero vaya por Dios, como muy largas. Muchas de estas personas, que llegan con la misma poca vergüenza con la que se marcharon, llevaban chancletas, que son como las chanclas, pero mucho más cutres. Y las llevaban con calcetines, claro. Calcetines, además, negros, sedosos, como muy estirados. Y es entonces cuando uno levanta la vista. Y se da cuenta de que el conjunto aún lo completa una camiseta con o sin tirantes, marcando en la zona abdominal las buenas tapitas del bar, e insinuando, sugiriendo pero nunca mostrando, un incipiente pecho peludo cual oso de las estepas (aunque, ¿a ver si ahora no va a haber osos en las estepas?).

En fin, todo esto, a mi distorsionado entender, conforma un cuadro digno del instrumento de Dalí. Y por esa razón rezo día sí y día también para que bajen de una vez las temperaturas, y la gente de bien, personas todas muy juiciosas, tire a la basura esos fútiles complementos estacionales y, por supuesto, esos horribles bañadores cual biquini de vicepresidenta. Ejem, ejem.

La vida, instrucciones de uso: “cuando veo a mi hija correr por la playa y cubrir de arena a los que toman el sol me hace mucha gracia. Pero si otro niño corre cerca de mi y me echa arena, no me hace gracia alguna, con lo que se demuestra que mi hija es mucho más graciosa que los demás niños”. Jaume Perich.

30 agosto 2009

Ciegos y sordos, según


Dando por supuesta la conocida objetividad e imparcialidad de don Antonio Fraguas, quiero hacerle justicia a su ambigua viñeta, y explicársela con ejemplos palpables, a algún amable lector que se detenga, aun momentáneamente, en mi humilde bitácora:


Tramas en las telenovelas sólo, gracias. (Prescripción de la corrupción, ¿un año?)

Cercar, un término, sin duda, obstinadamente deliberado.

¿Dimitir?, a mi que me registren, por favor. (Vale, esta tampoco era muy fresca)

Huy, salpicar, dicen: ¿y quién habrá sido?


Es de suponer, y todo el mundo sabe lo que es un suponer, que Forges, se refería a esto precisamente.

27 agosto 2009

“Uno de los mayores riesgos a que se enfrenta, especialmente en verano, un viajero aficionado a la buena mesa son los niños asilvestrados. Aunque se ven todavía algunos casos de familias civilizadas y reunidas en torno a una mesa de restaurante, son más frecuentes los niños que, carentes de las más elemental urbanidad, corretean entre las mesas y gritan y saltan y convierten en ruidoso caos lo que, en puridad, debiera ser un acto litúrgico de convivencia”. Martín Ferrand, en su almirez de mediados de Agosto, dando fe de lo que hay que aguantar.


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En el crepúsculo de una de esas maravillosas tardes en el pueblo, ilustrativas todas ellas, por cierto, y sabiendo, supongo que al igual que ustedes, que el abono es cosa buena en la fertilización de la tierra, cuna de futuros gozos alimenticios, tuve ocasión de escuchar, pues estoy dotado, entre otras cosas, de unos oídos finísimos, palabras de una profundidad extraordinaria, asombrosa, ciertamente inefable:

-abuelitaaaaa, ¡aquí huele a mierda!
-te habrás cagao tú, no te digo…

Me retiré desconsolado. Mi sensibilidad había tocado fondo.


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Después de años de muchísima observación minuciosa, y no mucho menos estudio del serio, un día llegué a la seria conclusión de que la única razón por la que las personas van de compras en pareja es, yocreísmo puro, verse mutuamente el trasero en ese momento tan delicado, en que la prenda, sin sonrojo, trata a nuestro cuerpo como a un desconocido. Pues todos sabemos que de un dependiente macho, o hembra, o mixto, uno no se puede fiar. Porque él está ahí para vender, y nosotros, para que nos tienten. Y así uno acude al establecimiento, a parte de con dinero, con un amigo, un familiar, o en su defecto un vecino. Que siempre son encontrados en buena disposición para este tipo de menesteres. Pero la sociedad, que es prodiga en resolver necesidades que previamente ha creado, ha dado con la solución a todos nuestros problemas. O al menos, al que nos acucia, y a mí particularmente, en las líneas que nos ocupan. La marca de vaqueros Jeanswest, debe de odiar que los clientes se pregunten en sus tiendas, a la vista de todos, y sin previo aviso, que a ver si el pantalón va a hacer mal culo al nene, a la nena o al caballero. Y ante la disyuntiva de dar la razón a quien en estos casos siempre la tiene, y ser un alma noble y decir francamente que de donde no hay va a ser asunto complicado que algo pueda sacarse, han optado por la conocida salida Poncio Pilatos, siempre tan socorrida. Instalando en el interior de los probadores unos monitores muy chulos, muy cuadrados, y como muy finos que, si bien no le dicen directamente que con ese culo mejor se ponga una falda, al menos le sugieren que mire por usted mismo, y compruebe, que a partir de ahora ya tiene total libertad para dar al gasto destinado en cojines un uso como más comedido. ¡Hay que fuckyourself!


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Esta es, probablemente, una de las imágenes del día.

Y esta, con toda seguridad, la más acertada cogitación al respecto.


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La evocadora e indeleble magia de Las mil y una noches, a pesar de su incesante manoseo por tipos cultivados y como muy leídos, sigue tocándonos obscenamente la fibra.


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Stefanía Fernández. Uno bien sabe que se encuentra ante un quesito en cuanto lo ve:


“La belleza no es superior a otros conceptos, pero brilla ante los ojos, el más diáfano de nuestros sentidos, con mayor claridad que todas las demás imágenes a causa de su corporeidad”, lo dijo un filosofo griego hace más de 2.000 años, a quien llamaron Platón, por sus anchas espaldas.

26 agosto 2009

Hoy, hace cinco años, entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, nació mi sobrino. Y si han echado sus cuentas, habrán averiguado que es Virgo. Es decir, un chico pulcro, ordenado y muy crítico consigo mismo y con quien y con lo que le rodea. Estas cosas, como todo el mundo sabe, no son del papa, ni de la mama ni del abuelito. Estas cosas, casi exclusivamente, pertenecen al ámbito zodiacal. Arúspice de nuestra semana, nuestro mes e incluso nuestro año. Yo, for example, hace tiempo que no salgo de casa sin leer a priori si voy a conocer a la mujer de mi vida, si los astros me dan su permiso para que haga bien mi trabajo o incluso si es buena semana para perder los calzoncillos, Dios lo oiga, en la cama de alguna desconocida. Pero, mientras tanto, hay que seguir viviendo.

Acabo de llegar de probar la tarta del aniversario del nacimiento de la criatura. Era de chocolate y nata helada. Cuando llegué a casa de mi hermana, el chaval ya se disponía, cual lobo feroz, a apagar las cinco velitas. Y ya tenía en la boca, y en los dedos, y en su antes inmaculado polito lo que me parecieron vestigios de dicho postre. Muy elemental, por otra parte. Sus padres le regalaron una de esas espadas luminosas de la Guerra de las Galaxias que, además de hacer ruiditos, lucía como en mis tiempos sólo lo hacían los Gusiluces. Y mi hermano, otra criaturilla, le regaló un Hulk de juguete, grande y feo como el de los comics.

No tardé mucho en levantarme y despedirme. La vida de un opositor tiene en sus placeres múltiples limitaciones temporales. El que peor llevo, y quizá nunca me acostumbre, es el de privarme de las veladas, las sobremesas y las charletas de los cafeses que tanto abundan en mi familia. Un lujo plácido y reposado extraordinariamente benéfico para el espíritu.

Cuando ya estaba llegando a mi casa, observé a lo lejos, como quien avista un billete, una mujer con unas caderas formidables, hechas para la música salsa y el baile de sábanas. Viéndola pensé que era una pena que hoy los hombres ya no digan, porque ya no se atreven, o porque ya no saben, piropos a las mujeres. La sociedad se ha empeñado en quitarle a la vida colorido. Y hemos terminado viviendo en un mundo descafeinado. Muy previsto y muy probable. Pero siempre hay excepciones, claro, que no hacen más que confirmar lo sosos que hoy día somos los hombres. Pasaba un coche a cierta velocidad. Y su conductor vio a la mujer como yo la vi. Aminoró la marcha, bajó la ventanilla, le dio un uso prolongado a su claxon y dijo tres olés como tres soles, haciendo la señorita una reverencia cual torero al tendido. Me hizo mucha gracia. No siempre está todo perdido.

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En Estados Unidos tienen un modo muy peculiar de explicar a sus pequeños la crisis que nos asola. País, como saben, en el que sus estafadores besan muy bien. Casi profesionalmente. Y en el que, a pesar de su puritanismo, y la inexplicable reticencia de sus mujeres a bajarse las bragas antes del matrimonio, no se sabe o no se quiere dar a conocer que proliferen raros síndromes que, en cambio, si se dan entre nosotros. País, el nuestro, ciertamente fogoso, más por lo que nos corresponde como latinos, que por lo que nos toque por lo que nos pega el sol.

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En territorio Linx, siempre fresco, interesante y novedoso, echen un vistazo a este vídeo: la vida, esa adición de pequeños retazos.

25 agosto 2009

Dicen que todo lo bueno se acaba, se agota, se consume. Y eso es, precisamente, lo que me ha pasado a mi con las vacaciones. Recién tomadas, como quien dice. Y como alguno más, ya estoy pensando en las siguientes. Me marché, en contra de mis buenas costumbres, sin despedirme. Se presentó la posibilidad de adelantarlas algún día, y, como ustedes comprenderán, no iba a ser yo quien se negase. El destino no era muy lejano: Llamas de la Ribera, lo llaman. Mi querido pueblo, que es mi retiro espiritual, mi edén autóctono, mi consuelo natural, psicológico, casi genético. Y allí, sinceramente, he pasado unos días estupendos, radiantes, necesarios como el agua que esperan el mes de la virgen. He dormido bien, comido mejor y observado, cual muchacho risueño, que las señoritas de mi pueblo han adoptado un aspecto semejante al de esas rosas de los más recónditos jardines, tan hermosas cuando están cubiertas por el manto del rocío, llanto con que nos obsequian los ángeles. Pero en fin. Algún día tenían que acabar. Y los días, que empiezan a tener ese aire tacaño de un incipiente Otoño, ya anuncian que vuelve la rutina, tiempo al que llamamos vida. A partir de mañana, pues, vuelvo a estar con todos ustedes. Habrá quien me haya echado en falta, pocos. Y habrá también, muchos más, quien haya pensado que ya era hora de que me cansase de decir paridas sin sentido, contar retazos de mi vida que a nadie interesan y, en fin, recordar que hay que ver cómo está el país y, extraordinariamente, lo bien que lo ven algunos. Pues lo siento por estos, porque, sinceramente, llego con cierto mono. Nada más. Les dejo hasta mañana. Me esperan mis maletas, cual gráciles doncellas. Y a ustedes, por la hora, probablemente la cena. Coman con moderación, critiquen sin precaución y, si gustan, léanme con satisfacción (vale, estas rimas las borda el gran Wyoming, pero qué quieren: es que yo no soy un intelectual).

10 agosto 2009

“Las damas (la que lo sea) también los prefieren rubios, aunque acaben casándose con los morenos (más que nada por dar la razón a Anita Loos y por dar salida a los muchos que hay)”. Rosa Belmonte, en su artículo de hoy. A esta mujer habría que hacerla un monumento.


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Dragó, que está como un chaval, nos narra sus correrías por los madriles. Dopado, sin previa necesidad. Y haciendo gala, sin galería, pero con galalantería de su entrepierna setentona.



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“Cristiano Ronaldo tiene un culo comestible”. Jesús Mariñas, poeta, y hombretón del norte.



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Ignacio Camacho, en su columna de hoy, con su habitual y ecuánime repartición de estopa, ¡incluso en verano!: “Si un dirigente del PP se queja de haber escuchado por la radio el contenido de sus conversaciones telefónicas privadas, está crispando a la opinión pública. Si otro denuncia que la vicepresidenta azuza a los fiscales como una jauría, es un ceñudo crispador obstruccionista de la justicia. Si a alguno le parece un exceso gratuito que paseen esposados a sus colegas como en una escena de «La hoguera de las vanidades», actúa como un airado plañidero partidista. La protesta es crispación, la disconformidad es crispación, la sospecha es crispación, la disidencia es crispación. Hasta la pregunta es crispación. El nasty party: un partido antipático, irritado, aguafiestas, desapacible, furioso.

Lo que no crispa, al parecer, es el paro, ni la crisis, ni la quiebra social, ni la ruina económica”



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“Hay dedos de pie que parecen percebes de roca” Juan Manuel de Prada, meditando sobre el verano, demasiado encima como para ignorarlo.

07 agosto 2009

"Observad –continuó el conde cogiendo a cada uno de los jóvenes por la mano-. Mirad, porque a fe mía es cosa curiosa. Allí tenéis un hombre que estaba resignado a su suerte, que marchaba al patíbulo, que iba a morir como un cobarde, es verdad, pero, después de todo, iba a morir sin blasfemar y sin resistirse, ¿y sabéis lo que le daba alguna fuerza? ¿Sabéis lo que le consolaba? ¿Sabéis lo que le hacía sufrir el suplicio con resignación…?, el que otro participaba de su angustia, que otro iba a morir como él, que otro iba a morir antes que él. Llevad dos carneros o dos bueyes al matadero, y haced comprender a uno de ellos que su compañero no morirá. El carnero balará de gozo y el buey mugirá de placer. Pero el hombre, el hombre que Dios ha creado a su imagen, el hombre a quien Dios impuso por primera, por única, por supremas ley, el amor al prójimo, el hombre a quien ha dado una voz para expresar su pensamiento, ¿cuál será su primer grito al saber que su compañero se ha salvado? Una blasfemia. ¡Oh!, ¡honor al hombre, a esa obra maestra de la naturaleza, a ese rey de la creación!" El conde de Montecristo, Alexandre Dumas. Grandes Clásicos Mondadori.


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Este artículo de Enrique Rojas, que tenía vendimiado en Mis favoritos hacía tiempo.


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Y este otro, más fresco, de José Manuel Fajardo.

06 agosto 2009



Uno de los vídeos musicales más felices que tuve ocasión de ver el año pasado fue el de Destination Calabria. Conocido popular, e inexplicablemente, como el tema de las trompetas. Seguro que lo recordarán. Y digo inexplicable, porque a muy atrofiado que tenga uno el oído, lo único que se aprecia es un saxo. Un saxo tenor, para ser más exactos. Pero claro, hoy día todo tema tiene su puesta en escena mejor o peor trabajada. Y como ustedes comprenderán, ver a esas mozas con una trompetilla en la boca, siempre tan fálica, daba mucho, mucho más juego. Llegando mi pobre naturaleza a la razonable conclusión, de que a las discográficas que todo lo saben, las debió de llegar el exagerado rumor de lo salido que estaba el macho ibérico. Así como el francés, y el alemán e incluso el italiano. Casi como decía el chiste. A pesar de todo, hay que reconocer que el grupo de muchachas está extraordinariamente bien escogido. Yo mismo dudo sobre si habría sido capaz de hacerlo mejor. Y eso que me considero, llámenme creído, persona ciertamente capaz para este tipo de delicados asuntos.

Entre otras cosas llama la atención, no sé si poderosamente, la refulgente blancura de brazos y piernas de las chicas. Sobre todo porque contrastan escandalosamente con esos labios rojo putón. Y con esas chaquetillas verde-duendecilla del bosque tan monas que las pusieron. Ahora bien, el momento más delicioso del vídeo, coincidirán conmigo, llega en la parte de las palmas. Es un momento interesantísimo. Porque si uno se fija bien, cuando éste llega, las pobres criaturas tienen las manos ocupadas. Teniendo que subsanar semejante despropósito golpeándose ligeramente, a modo de cariñoso azote, en sus adorables nalguillas, dulces mazapanes, reclamo inevitable de atrevidos pichones. Dando unas ganas terribles, y nada juiciosas, por cierto, de correr a ayudarlas. Incluso con ambas manos, si menester fuera.

05 agosto 2009

Emborrachado del silencio de la tarde percibo que mi sobrino pequeño entra en casa. Con su natural inocencia. Y esa horrible fragancia de Nenuco que persigue a todos los críos desde la noche de los tiempos. Noto su andar ligero, alegre, despreocupado. Y pienso que es una pena que ya no me gusten los cuentos, pintura que tiñe la realidad de la infancia. Al entrar en la habitación se me queda mirando con esa deliciosa seriedad con que los niños se toman todas sus cosas. Sin pestañear, como esa mujer que pone el alcance de su éxito en la duración de su mirada. Me dice, con cierto interés, que si estoy estudiando. Y le digo que claro. Después me enseña, como si de un fabuloso tesoro se tratase, su nueva adquisición. Le pregunto, como es natural, que qué tiene en las manos. Y me dice que es un cubo de pedos. Como no doy crédito a mis oídos, hombre de poca fe, le digo que me lo demuestre. Y la criatura no se achanta, claro. Mete, a falta de uno, un par de dedos. Y casi a su vez, además de la carcajada del bicho, sale del bote un curiosísimo sonido de una semejanza extraordinaria al que escucho todas las mañanas al vecino de arriba. Aunque he de decir que menos prolongado. Y, también, menos ruidoso.

Moraleja: si es que dónde esté lo natural…

04 agosto 2009


No sé si a ustedes les pasa lo mismo. Quién sabe. Pero a mí me causa una gran sorpresa, una de esas fuertes, fuertes que se lo juro, cada vez que ficción y realidad tienden a mezclarse. Dándome una sensación muy similar a la que me causaría, probablemente, que un personaje de la televisión saliese de repente de su interior: con lo pequeños que hacen hoy día esos aparatos. Y pillándome ahí todo cómodo en el sofá de casa, con mi batín, mis zapatillas de paisano y esos pelos tan indisciplinados que se le ponen a uno por las mañanas.

Pues algo parecido he experimentado hace un rato viendo el programa Cara a cara, de mi querido Antonio San José. Esperaba encontrarme una de sus espléndidas entrevistas a algún escritor, político, actor o cantante. Pero en su lugar, me he encontrado a este hombre. Que además de lo que parece, es sacerdote. Su nombre es José Antonio Fortea. Y ha escrito un libro, que no pienso comprar, titulado Memorias de un exorcista.

Al leer un titulo semejante, uno puede llegar a la conclusión de que el artífice del libro está, como ustedes comprenderán, como una puñetera cabra. Pero luego uno lo ve, lo escucha, y se dice: “bueno, es, o mucho lo parece, un hombre ciertamente estudiado”. Y además se observa en él ese rostro de cansancio que sólo aparece después de muchos años de esfuerzo intelectual; esa ineluctable fatiga psíquica tan común en el semblante de personas verdaderamente eruditas; y entonces se opta, naturalmente, por esperar a ver qué es lo que habla.

Este siervo de Dios, dice en su libro que ha hecho muchos exorcismos; y todos ellos, además, muy curiosos. Por ejemplo, reconoce haberle practicado uno a una chica de unos once años, sin conocimiento previo de lenguas clásicas; y, en el transcurso del mismo, asegura haber formulado una pregunta compleja en latín, y, ¡contra todo pronostico!, haber respondido la criaturilla, supongo que habiéndosele quedado al buen hombre cara de pan (aunque a todo se acostumbra uno con los años), en un perfecto latín.

Y no paró aquí. Provocando, ya saben de mi naturaleza, que escuchase el resto de la entrevista con los ojos casi tapados.

Dijo que había tenido casos de personas que hablaban una lengua desconocida. Al menos para él. Gente que no hablaba con su voz natural, sino con la del espíritu que los había poseído Y que había habido otros, pues hay de todo en este mundo, que incluso habían osado escupirle. A él. Un hombre... tan serio. Aunque, eso sí, negó tajantemente, también contra todo pronóstico, haber visto un caso como el de la película en que la criatura fuese capaz de hacer el movimiento de rotación con su cabeza.

Pero qué mundo éste, Señor. Qué mundo.

03 agosto 2009

Lo mejor del comienzo de aquellas mañanas era el abrumador despliegue de imaginación del que algunos daban cuenta en aquellas tiernas edades. Era un motivo, tan noble como cualquier otro, por el que acudir a clase con extraordinaria puntualidad: virtud, como saben, de quien mucho se aburre. Y estando ya todos los polluelos en sus posiciones, preparados y listos, cada mañana principiaba una nueva oración, que en realidad era el comienzo de un nuevo castigo. Lo que en un principio se llegó a pintar por los alumnos como un ritual absolutamente innecesario por el que debíamos de pasar a diario, fatigosa tarea de juventud, insoslayable martirio de amaneceres, pronto, con la ayuda y gracia de Dios, se trocó en todo un festival de alegría, en una muestra exótica de procaz ingenio. Curiosidades que tiene el pasado, he de decir que cuando todo comenzó las monjas nada sospecharon de la buena disposición que, de la noche a la mañana, ahora mostraban sus muchachos en el manejo del devocionario. Y lo tomaron, santa ingenuidad, como el despertar de una vocación que les daría grandes alegrías en tiempos venideros, siempre tan prometedores de dicha y cosas muy buenas. Pero el tiempo, que es vida, da a unos la razón que a otros simplemente quita. Y así, a aquellas naturalezas desconfiadas que tenían la certeza de que nada bueno había tras la cara de buenos de sus discentes, el tiempo les dijo que a las cabras, si bien no siempre, las suele tirar su monte. Y como todo tiene su orden, recuerdo que tras la oración venía siempre la petición. Y con ella, a decir de las santas mujeres, nuestro pecado. Las había de todo pelaje. Cuestión por la que se llegó a asegurar que por no haber no había ni vergüenza. Todo un trimestre tardó la tutora, una monja con cara de vinagre y apodo de instrumento musical, en darse cuenta de que aquello era un cachondeo. Y ella un lince. Había peticiones verdaderamente obscenas para un colegio de religiosas, como aquella, aunque no recuerdo con exactitud el tenor literal del atrevimiento, que pedía a Dios una mujer con los pechos muy grandes para dar de comer a todos sus hijos. Pues el chico, un alma ciertamente noble, ya se debía de oler que, de Paris, la cigüeña nada traía. Hoy aquel muchacho es economista, pero qué iba a saber la monja cuando le expulsó y le dijo que no quería demonios en su clase. Algunas niñas, pues muchas había, de estas repipis, mandonas e insoporteibols, pedían, supongo que un alarde de peloterismo sin precedente en la Gran historia de las niñas, que Dios las ayudara a ser buenas monjas el día de mañana. Ni que decir tiene que, ante semejante petición, el avinagrado careto de la monja se volvía melifluo, pacífico, como de caramelo. Haciendo olvidar por un instante, eso sí, muy leve, aquel tono incandescente que había alcanzado con lo de los pechos alimenticios. Y yo, que también fui muchacho: yo sólo daba gracias por el nuevo día. Pero lo hice durante los nueve meses del curso. Y el último día de clase aquella mujer santa dijo a la concurrencia, padres, madres y alumnos todos, como con cierto desprecio, que algunos, y sin mirar a nadie, sólo habían sabido dar gracias por una cosa durante todo el año. Quisquillosa. La tía.

02 agosto 2009

Tardes de domingo

Si, Pachelbel levantara la cabeza…



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“Chicas tontas, arriba, no llega ni una”. Judit Mascó: torera, no te jode.


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Siempre es duro querer agradar a una mujer bonita y no conseguirlo. Pretender decirla que además de serlo está muy guapa en ese momento, y en cambio, no salir de la boca nada más que algo intrascendente, insulso y a veces desagradable. Querer ser educado y sumamente atento para la ocasión, y actuar, por el contrario, como un verdadero cretino. Pasando por ser un tipo pesado, sin sustancia, desatinado y como demasiado común. Querer sorprender, agradar el oído de la señorita, y sin embargo, sentir con gran pesar crecer esa leve angustia que se refleja incluso en los rostros más augustos cuando uno nota que la cosa se pone cada vez más fea, y no se tiene más remedio que reconocer que, para ciertas cosas en la vida, a uno aún le falta mucho mundo.


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Apaguen las luces. Suban el volumen. Y si notan que están flotando en el aire no se pongan en contacto con su médico de cabecera, es bastante probable que él no pueda ayudarles.

01 agosto 2009

Alafia

Pues aquí estamos. Ayer llegué lo suficientemente tarde como para no colgarles absolutamente nada. Y hoy, el estudio y otras obligaciones poco calurosas me reclaman. A pesar del manido adagio latino, excusatio non petita…, voy a pedirles disculpas por la más que segura irregularidad con la que seguramente el blog se verá actualizado hasta mediados de Septiembre. Ahora bien, se actualizará. Las disculpas son, simplemente, por si lo que les pongo les parece incoherente, falto de sentido, carente de ese marcado y superferolítico gracejo leonés o, incluso, se preguntan, pues sé de sus inquietudes, qué habrá sido de mi hipotaxis, en busca de la cual ya he mandado al señor Francisco Lobatón, tranquilícense. Aunque llegué algo cansado, y con cierto aire somnoliento, lo que sí hice fue leer los últimos post que les había colgado antes de marcharme a mi particular retiro espiritual. Y me encontré con alguna cosa curiosa como la de haber llamado al Periódico Global en Español, Diario Global en Español. Y lo peor de todo es que no fueron las prisas. Acudió a mí, cual perversidad de Freud, su antiguo nombre. Pues fueron tantas las mañanas independientes que nos ofreció aquel, entonces sí, diario…que se me había olvidado que además de acento ortográfico, en su novedosa revolución, de la que algunos aún no se han – y me incluyo- dado cuenta, habían puesto todo un sinónimo en su legendario lema. Supongo que producto de esa repentina manía que les ha entrado a los socialdemócratas por jugar con las palabras, sin que, por supuesto, hayan dejado de golpear con ellas. En cualquier caso, nada más. Me retiro al estudio feliz y contento, sin que, como dicen en mi barrio, haya encontrado una novia que me limpie el instrumento. No me miren así. Ya saben que soy músico.