Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

31 julio 2012

En el pueblo -hoy no tanto- (IX)

"¿Por qué estos indígenas no han intentado rebelarse?, había preguntado durante la cena el botánico Walter Folk. Y añadió: "Es verdad que no tienen armas de fuego. Pero son muchos, podrían alzarse y, aunque murieran algunos, dominar a sus verdugos por el número". Roger le respondió que no era tan simple. No se rebelaban por las mismas razones que tampoco en el África lo habían hecho los congoleses. Ocurría sólo excepcionalmente, en casos localizados y esporádicos, actos de suicidio de un individuo o un pequeño grupo. Porque, cuando el sistema de explotación era tan extremo, destruía espíritus antes todavía que los cuerpos. La violencia de que eran víctimas aniquilaba la voluntad de resistencia, el instinto por sobrevivir, convertía a los indígenas en autómatas paralizados por la confusión y el terror. Muchos no entendían lo que les ocurría como una consecuencia de la maldad de hombres concretos y específicos, sino como un cataclismo mítico, una maldición de los dioses, un castigo divino contra el que no tenía escapatoria". 


El sueño del celta, don Mario Vargas Llosa.



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Footing a 37º, una sesión nada ligera de abdominales, cuando llega el turno de las flexiones podría decirse que ya no sé ni cómo me llamo...pero casi todo lo recupera una buena ducha. Hoy, por cierto, escribo desde León. Tenía la imperiosa necesidad de ver a mi peluquera (entre nosotros, una sosa). La mujer se fue a Cuba de vacaciones. Y hoy había gran inquietud entre sus clientes habituales por saber cómo la había ido. Cuando pregunto qué le parecieron los músicos, me dice: qué músicos; cuando me intereso por saber si estuvo en Santiago, me despacha con un exiguo, ¡y casi borde!, no; cuando sigo perseverando, en un ejercicio de obstinación difícil de igualar, y siento notar mi curiosidad por averiguar si fue a Tropicana, me responde: ¡eso es un cabaret, hombre! Y yo: ¡vaya! El cliente que venía después se trajo a sus mascotitas consigo y las metió en la peluquería (ante mi total asombro y principio de enojo). Y, mientras, la peluquera siguió lacónica conmigo: en tanto que respondía profusamente a las estupideces, melonadas varias y una sarta nada pequeña de obviedades que le subrayaba el resto de la iluminada concurrencia. Con lo que terminado el servicio, pagué silente, y me marché a casa totalmente incomprendido. 

30 julio 2012

En el pueblo (VIII)

Me hallo en la terracita de la casa del pueblo. Corre una brisa fresca, suave, maravillosa. No saben qué inefable placer da escribir el post a la intemperie del aire rural. El wifi, sea ionizante o no, sean sus ondas electromagnéticas perniciosas o totalmente inocuas, se agradece cual visión de piernas de muchacha (mucho mejor depiladas). Mi madre, sin atisbo de indulgencia, acaba de arrancar una hortensia. Al parecer, se estropeó este año durante el invierno cuando le cayeron encima las hojas del nogal que le da sombra. Es curioso. A mí este árbol me encanta. Su porte es alargado, bello, robusto. El color de sus hojas es de un verde que evoca paisajes aún salvajes e inexplorados. Y su fruto, cuando toca, es prolijo en propiedades sumamente beneficiosas para el cerebro. Pero, como para todo ha de haber pega, en el norte existe una extraña superstición. Dicen que su sombra es maligna. Siempre se lo había escuchado a mis padres y abuelos. Pero también lo he leído En la madre naturaleza, de la Pardo Bazán. Aunque, en honor a la verdad, yo nunca me he sentido especialmente influenciado. Mi sobrino está soltando anacolutos bastante desagradables. La juventud, ya se sabe. Y en la presa que pasa cerca de la casa, se han juntado unos cuantos agricultores soltando espumarajos viperinos contra otros compañeros del gremio. El sistema de riego es el que es: para que rieguen unos se tienen que fastidiar otros, y como aún no han ideado el abstruso sistema de turnos que han adoptado felizmente en las carnicerías, lo solucionan vituperándose, visto desde la distancia, con términos nada jocosos...

Les dejo, oigo una vocecilla ofreciéndome un helado.

28 julio 2012

En el pueblo (VII)

La llegada de más familia ha acabado con el silencio, la paz, y esa tranquilidad entrañable que hacía del pueblo un lugar idóneo para el estudio, la lectura, y una serena introspección. Aunque, todo hay que decirlo, ha sido a cambio de mucha más alegría; eso si: también a costa de comprobar que mi pequeño sobrino se ha convertido en un verdadero bicho. Creo que el vecino de enfrente tiene una mezcla de la ironía de Clarín, Pardo Bazán, Larra, Doyle y el mismísimo Dickens, aunque, en mi opinión, mucho más depurada. Mi padre, en cambio, piensa que sólo se trata de concha, lana, socarronería endémica. Tal vez, pues, los recursos estilísticos más reconocidos y considerados sean meramente un rasgo del carácter: dado que, como saben, quien escribe se describe. Ha habido tormentas. Cómo me relajan. Ya de pequeño me dormía plácidamente cuando oía rugir los cielos. Sé que hubo un tiempo pretérito de superstición y desconocimiento en el que el ser humano creía que se debía al enfado de los dioses. De ahí que se crearan distintas ceremonias y rituales, y se ofreciesen diferentes exvotos, para aplacar su presunta furia. Pero con esa fría definición de los físicos sobre el encontronazo de dos masas de aire de distinta temperatura con ocasional contenido de placas de hielo, hoy día parece que todo el mundo se ha dado más que por satisfecho, no haciendo ofrendas ya ni al patrón del pueblo. La empanada, deliciosa. El embutido algo pecador con el picante. El pan...no hay pan como en mi pueblo. El paseo nocturno también ha resultado de lo más agradable. Vimos a mi hermano, hace un rato, desfilar con otros muchachos, también de vacaciones: en sus brazos acunaba, como si sostuviese una linda criatura, parte del botellón que iba a ingerir en las fiestas de un pueblo próximo al nuestro. Hay que ver cómo está la juventud. Y hay que ver cómo se lo pasan. ¿Entonan el comamos y bebamos que mañana moriremos de Menandro? Tal vez sean depositarios de más sabiduría de la que les reconocemos.

27 julio 2012

En el pueblo (VI)

Paseo relajado al camping del pueblo. Fugaz encuentro con muchachos risueños que no se apean de sus bicis, ni de sus terminales con wasap; y que se olvidan, los pobres, de cumplimentar como es debido a las lindas muchachitas que hoy estrenaban modelito. Algún día recordarán que ponían su vista en el lugar equivocado. En lontananza amenazan nubes de tormenta, pero sería mucha casualidad que, por un día, el pronóstico del tiempo y el del sentido común coincidiesen, con lo que seguimos adelante con el plan (¡sí!, ¡planazo!). Hoy no hay corrillo en los lugares de costumbre, los bancos de lenocinio: no creo que haya habitante del pueblo que se libre del correspondiente chascarrillo. Por aquello de la unión al enemigo invencible: más vale resignarse y aprender a convivir con ello. El ambiente está algo más fresco. Lo cual es comentario recurrente en cuantos vecinos salen al paso. Hay algún veraneante con ínfulas de ministro. No tiene la mayor importancia, por lo demás: a ver si mi pueblo se iba a librar del promedio ordinario de tontos por metro cuadrado que adorna nuestro paisaje. Al llegar al camping tuvimos que elegir entre sentarnos en una terraza donde no había más que hembras lozanas, hermosas y radiantes en pantaloncitos cortos y ajustados, y otra donde predominaban los jubilados enfurruñados consigo mismos: creo que todo el mundo ha pasado en la vida por decisiones más complejas, la verdad. Pedimos un Nescafé Frappélatte. Oh, cosa maravillosa. Una deliciosa mezcla de café y helado con cuyo recuerdo aún salivo. Mientras lo tomaba, cosas del disfrute, emitía simpáticos ruiditos cual roedor engatusado con el más ruin de los quesos. Pero qué poco dura lo bueno, oigan. Apenas habíamos terminado el cafelito, comenzó a caer una lluvia fina e intermitente que, a las horas que les escribo, aún no ha cesado. Con lo que tocó, pues, estoico recogimiento. 

PD: He de investigar la ignota procedencia de alguna señorita cuyas señales de vida y frescura, hasta la fecha, aún no había percibido. Urge revisar mis sensores.

26 julio 2012

En el pueblo (V)

Al leer en distintos libros pasajes verdaderamente escabrosos sobre la crueldad humana, uno llega a preguntarse si se está describiendo la excepción o, por el contrario, la auténtica regla. Me ha pasado, sin ánimo de exhaustividad, leyendo a Victor Hugo, en sus Miserables, a Vasili Grossman, en su Vida y destino, a Pérez-Reverte, en su Día de cólera, y, en estos momentos, a Mario Vargas Llosa. La vida de Roger Casement es apasionante. Sus ideales son un ejemplo de coraje y firmeza difícil, por no decir imposible, de encontrar en los tiempos que corren. Pero la realidad que describe el escritor peruano sobre las vejaciones, agresiones, chicotazos y demás sevicias a que era sometida la población congoleña y del amazonas por los comerciantes de caucho (con el beneplácito o mandato directo de las potencias coloniales) pone los pelos de punta. Cómo es posible que el hombre sea capaz de hacer tanto daño a sus semejantes. ¿Necesidad?, ¿circunstancias?, ¿obligaciones incómodas?, ¿enfermedad? Ninguna raza animal sería la mitad de cruel con los suyos de lo que somos nosotros. Parece que gozamos o hayamos deleite en hacer daño al prójimo, que nos regocijamos con el mal ajeno, que tenemos un plus de legitimidad si alcanzamos una meta en la sociedad a costa de otros. Corren tiempos difíciles, sin duda. Y la moral, la ética, la deontología cívica, nunca han estado precisamente de moda. De ahí que me pregunte, y tiemble sólo de pensarlo, hasta dónde seríamos capaces de llegar para conseguir nuestros fines, cuál sería el límite infranqueable (si es que lo hay). Y creo que es de rigor rezar para que nunca hallemos la respuesta.

25 julio 2012

En el pueblo (IV)

La fama precede a las personas. Y qué difícil es zafarse de ella. Cuántas veces se ha de luchar no ya contra contra un comentario llano, aislado, y poco dañino, sino contra todo un torrente de acusaciones infundadas, y para el propio interesado incluso inverosímiles. El adagio afirma que una mentira mil veces repetidas se trueca en verdad. No creo en absoluto que, cuantitativamente, seamos tan exigentes. Al menos si cualitativamente es desfavorable. El peor juez del hombre es el hombre. El más injusto, el menos objetivo, el más parcial. En los juicios humanos no hay pruebas, postulación, ni un procedimiento claramente tasado. Pues el pleito ya se ha fallado antes de celebrarse. Los prejuicios nos consumen. Impiden que tengamos un grado de observación válido y veraz de cuanto nos rodea. Pero puede que sea inútil evadirse de ellos. Son parte de nosotros, aunque pongamos gran empeño en negar su existencia, primero, y minimizar su grado de influencia, después. Lo único que nos queda, pues, es tratar de no sucumbir a su llamada. Hacer caso omiso de la deprecación de la mendacidad. Y vivir ignorantes, ajenos, a como se ha de vivir. 

24 julio 2012

En el pueblo (III)

Entiendo que la falta de compañía cualificada hace extraños compañeros de cama. Por un lado, un carácter dulce, modesto, tranquilo, de natural observado y, en líneas generales, agradable e inteligente. Por el otro, un temperamento desbordante, impetuoso, demasiado enérgico para llegar a ser algún día elegante, un punto (al menos) dominante y, además, se observa grave carencia de tacto, sensibilidad o el más mínimo y elemental sentido de la oportunidad. La física ha conseguido llevar a su terreno a la naturaleza humana. Parece que, efectivamente, los polos opuestos se atraen. Y las dos mitades, las dos almas gemelas que, según la leyenda, deberían estar condenadas a encontrarse, muy por el contrario, se repelen.

23 julio 2012

En el pueblo (II)

Con la que está cayendo... y la gente aún se digna a montar en bici, leer y pasear. Parece que hay una clara consigna para que los medios de incomunicación de masas nos transmitan de un modo nítido el siguiente mensaje: preocúpese todo lo que pueda, y si aún no tiene motivos para ello, da igual, preocúpese de todos modos para cuando los tenga, porque los va a tener. El ambiente en las calles, incluso en las calles de un pueblo apacible y razonablemente silencioso, está asaz enrarecido. Mucha gente dice con la mirada todo aquello que no se atreve a pronunciar con la boca. Los gestos son si no de hostilidad cuando menos de desconfianza. Y esto es absolutamente sorprendente. ¿Cómo es posible que uno trate de huir por una pequeña temporada del mundanal ruido que ofrece la actualidad, e incluso en los parajes más remotos se respire ese clima apocalíptico, derrotista y tremendamente pesimista? Es que no hay respiro, oigan. La gente debería contentarse con tener salud y algo de dinero, porque ya saben que sería algo milagroso gozar de buenos políticos. Que a un dirigente pésimo lo convierta en regular uno malo es desesperante. Pero que desde los púlpitos de hostigamiento intelectual se trate de vender una mercancía sesgada, interesada y parcial como la única posible y verdadera, metiéndonos a todos cierto temor reverencial en el cuerpo si osamos levantarnos contra la verdad absoluta es verdaderamente inquietante. El miedo siempre ha sido un arma muy eficaz para las élites gobernantes. En el pasado, por ejemplo, la iglesia hizo un uso muy eficaz de dicho instrumento. Uno tenía miedo de ser un pecador y terminar en el infierno, porque se pregonaba de un modo muy persuasivo que la desobediencia y las conductas disolutas eran susceptibles de castigo divino. Así, las masas, allí donde el individuo pierde su identidad, se comportaban de un modo dócil y sumiso. Obedecer sin rechistar, es decir, sin cuestionar, siempre ha sido lo mejor para evitar problemas. Pero me inquieta enormemente qué decisiones puedan tomar nuestros dirigentes no teniendo delante de ellos una muchedumbre de ignorantes, incultos y analfabetos.

Y que mi intención fuese escribir crónicas veraniegas... hay que fuckyourself.

22 julio 2012

En el pueblo (I)

Lecturas varias, dispares, todas relajadas. Sorprendente final de El gran diseño. Al parecer, la gran cuestión se resuelve considerando el tiempo como dimensión espacial, manoseando el concepto de multiverso, y ¿aportando? que el universo se puede crear solo. Y todo ello, claro, aderezado con múltiples términos cuánticos. Qué quieren que les diga. Yo considero tan matemáticamente improbable nuestra existencia como especie, se tienen que dar tantas y tan ajustadas circunstancias químicas, físicas y ambientales, y, para rechazar teorías que defienden que surja algo de la nada, me aferro tanto al de donde no hay no se puede sacar, que a veces pienso que aceptar que seamos el producto de un ente inteligente, aunque no sea exactamente con el que se identifican las religiones, es más razonable que tomar en serio las más finas y exquisitas teorías científicas. ------------------- El ambiente rural es delicioso en verano. Sol, bicicletas, muchachas bronceadas ceñidas a su hermosura, corrillos en los bancos actualizando los chismes de los vecinos que han acontecido durante el año, el solemne o festivo tañido de las campanas, el deambular del cura en busca de una buena partida, el vago y el currante compartiendo escena en un viejo teatro...y, ahora, además, también hay wifi. ------------------- Oír, no es conocer: pero exime de acercamiento. --------------------------- Y la prima de riesgo superando los 600... Mejor no les cuento la única solución de carácter infinitamente práctico (e infinitamente asilvestrado) que parecen manejar por aquí.