Jam Session
Política, literatura, sociedad, música
Datos personales
- Nombre: Javi
- Lugar: León, Spain
En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...
23 abril 2009
22 abril 2009
20 abril 2009
16 abril 2009
Ahora bien, que tenga que ser un gabacho bajito, feo y, dada su diplomacia, compostura y envidiada reserva, dotado con una inteligencia que tampoco está precisamente para mostrarla en una feria de lumbreras quien lo diga... me hace exclamar, compungido: señor presidente francés, ¿por qué no se calla? Se creerá usted, con mis respetos al máximo, que tendría la señora que tiene si se dedicase a vender chapatas en mi barrio…
14 abril 2009
Cosas todas curiosas, oigan
Jueves, 9 de Abril. Día de Jueves Santo. En León, puede parecer curioso a riesgo de serlo, se celebra una festividad que no tiene absolutamente nada de santa. Es el día de Genarín, el borrachín, quien, miccionando al aire, fue atropellado por la Bonifacia. Y como es un día en que según vieja y buena costumbre la ciudad se queda chica para la ingente cantidad de dipsómanos de ciudades vecinas que, aprovechando la coyuntura, vienen a dar buena cuenta de las leonesas (van aviados, lo sabré yo, que me he hecho pasar por asturiano, gallego, madrileño e incluso andaluz), mis amigos y yo, nos fuimos a cenar a una bodega de fama y renombre por el buen yantar y soplar del que de alguna manera allí también se da cuenta, en el municipio de Valdevimbre, para hacer un poco más de tiempo hasta nuestra llegada a nuestra querida tierra. La cueva, digo la bodega, era enorme. Casi grande. Ya en su entrada, como para enfatizar el carácter rústico del paraje, se había dispuesto un banco de madera de los de toda la vida con la indiscutible función de que los turistas repijos de la city se hiciesen fotos en él, para gran deleite de parroquianos. Y nosotros, sobre todo por no faltar, nos sacamos unas cuantas. Fuimos, por unos instantes, la envidia silente de los lugareños. Y ya de estar allí, para qué nos vamos engañar, además entramos.
Quizá fueron los efectos del vino, pero yo juraría que las camareras no eran precisamente un dechado de todas esas virtudes que debe cosechar una señorita. Mis amigos, seres infinitamente despistado, no debieron percatarse del dato, porque en seguida cogieron confianza con ellas. Con todas. Ellos, jamás discriminan. Y ellas, claro, se reían joviales, risueñas e iban raudas por los pasillos con los platos, felices y contentas, porque hay que ver qué chicos tan majos y tan altos nos cría el pan. Los comensales de las mesas colindantes nos miraban con curiosidad científica inusitada. Y las hijas de estos comensales tan curiosos, aseguraría, a riesgo de equivocarme, que nos miraban aún con mayor curiosidad. También científica, desde luego.
Y ya de estar ahí, e incluso de haber entrado, nos dijimos que sería conveniente y hasta propio comer algo. Y a ello nos pusimos, claro. El primer inconveniente, aunque no propiamente dicho, llegó con los Entrantes de Embutido. Yo comprendo que para los turistas repijos de la city estará muy bien cualquier cosa que les pongan en esos entrantes; pero para nosotros, gente que tenemos y gozamos de pueblo, y de sus jóvenes y frescas muchachas, un entrante de embutido sin queso es como para armarles la Marimorena. Por suerte, éramos todos gente civilizada, de esos que leen filosofía o al menos saben de su existencia. Y como muy dignamente, en vez de exigirles que nos rellenasen el entrante con lo que faltaba, les pedimos que nos trajesen una Tabla de Quesos. Con muchos quesos, muy buenos, muy cremosos y como tirando a muy blancos todos ellos. Con un pequeño flan de membrillo en su centro, a modo de teta en el desierto.
La Ensalada, continuando por su orden, estaba realmente deliciosa. Si acaso pecaba un poco de osada por el leve sabor agridulce que le aportaban las numerosas uvas pasas que minaban la ensaladera cual ovejita, libre y espléndida, esparciendo sus caquitas en el verdor de las montañas. Y el Revuelto de Setas con Gambas que siguió, diría y digo que estaba no menos bueno que el revuelto de setas con gambas que, en extraordinaria coincidencia, se degustaba en la mesa de al lado. En la mesa de al lado, además, había muchachas: qué gran placer ver comer gambas a una señorita, no me digan.
Y como todo en esta vida llega: la amistad, el amor, el sexo desenfrenado…llegó la carne. Una de las razones, si no la principal, de que acudiésemos a dicho paraje festoneado de bellas y alegres mozas. Pedimos, pues nos hizo el diente largo un amigo en el mus de la tarde, Solomillo de Potro. Yo añadiría, de potro retozón. Era cosa tierna, jugosa, exquisita. Dejaba en el paladar ese indeleble aroma a potro después de haber probado potra que tanto tira en las gentes de bien y de mejor. Y después, pequé. Qué quieren. Soy joven monaguillo en esta vida llena de gandules. Unté mi solomillo con Salsa de Queso Cabrales. Sí, como me dijo y reprochó mi amigo Julián: estropeé el sabor de la carne de ese potro juguetón, cual si hubiese echado coca cola a un Vega Sicilia Reserva Especial, que casi estoy oliendo mientras les tecleo estas líneas. ¿Y saben qué es lo peor de lo peor de todo?, que me encantó. Volvería a pecar. Cuando metí el primer bocado del para mí ya bautizado Potro Cabrales en la boca, a punto estuve de dar saltos de alegría, de besar en la boca a la camarera, a riesgo de encontrarme más potro en su interior, de decir, proferir, gritar como un alma libre y agradecida ¡sexo para todos!, invita la casa…
Los postres no contaron, no cuentan y, por tanto, no se los cuento. Se disfrutan, como es natural, en silencio. Que es la definición exacta de lo que significa Paz.
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No sé si habré leído alguna vez un artículo malo del señor Javier Marías. Personalmente considero un auténtico lujo tenerle todos los domingos, con las tostadas: “En el irreversible proceso de deterioro de la lengua hablada y escrita en España, se está ya alcanzando la fase más irritante y escandalosa, que es aquella en la que quienes hablan y escriben mal creen además hacerlo bien, y se permiten señalar como “incorrecciones” en otros lo que justamente sí es correcto”. Qué diplomático se muestra el académico esta semana, ¿verdad? Sólo insinuando que los que en realidad se están deteriorando son los españoles.
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Y aquí tenemos otro ejemplo excelente y radiante de buena literatura, del maese Juan Manuel de Prada, claro: “El gran Castellani establecía una clasificación de los tontos en cinco grupos, atendiendo al grado de conciencia que tenían sobre su cortedad de ingenio, que eran los siguientes: 1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 2) Simple; esto es, tonto que se sabe tonto. 3) Necio; esto es, tonto que no se sabe tonto. 4) Fatuo; esto es, tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. Y 5) Insensato; esto es, tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar (o hacer que gobierna) a otros". Pero yo insisto: ¿es que alguna vez han escuchado a un tonto quejarse de serlo?
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Leyendo al inverecundo Juan Abreu me entero de que el 6 de abril fue el día del pene. Mi primera reacción instintiva, es clara: no puede ser. Pero la inteligencia humana, para su propia gracia o desgracia, ha creado un poderoso instrumento destinado a escépticos: Google. Y así uno teclea y ve cosas curiosas, extraordinarias, muy manoseadas. Y llega a la conclusión de que efectivamente ahí afuera se viven momentos verdaderamente entrañables. En un mundo muy mal señalizado. O no tan bien como debería.
Buenas noches a todos. Gracias por leerme.
08 abril 2009
Echando un vistazo a los enlaces del post con el que Linx celebra su tercer aniversario, me encuentro con esta maravilla. Se trata de algo más que una mera anécdota: es una historia sencillamente deliciosa. Hay que decir, y no me callo, que si en esta vida uno no se pone en la situación de otras personas, en ocasiones se puede llegar a pensar que no se es prácticamente nadie, prácticamente nunca. Por eso mismo, y por otras razones que un caballero siempre omite, ni que decir tiene que me habría encantado estar en el lugar del marine. Aunque desconozco si habría tenido el valor suficiente, en esas circunstancias concretas, para besar a la preciosa enfermera. Y si por alguna circunstancia extraordinaria y extraordinariamente rara lo hubiese tenido, estoy convencido de que la señorita, a salvo de que la hubiese causado una honda impresión con mi beso, me habría corrido a tortas para gran deleite del público e incluso de mi propio padre por toda la avenida, larga y ancha como nuestra Castilla. En cualquier caso, afirmemos que eran otros tiempos. Confirmemos que hubo otros hombres. Y consolémonos, claro, con la certeza de que alguna vez existieron otras mujeres.