Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

10 diciembre 2010

Por pedir, la locura del mundo, el despilfarro de la austeridad, este año no es un descubrimiento, de cuerda

Pasado el aniversario en que nuestra excelsa Carta Magna fue ratificada por el aún más eximio pueblo español, la gente se pregunta: ¿es necesaria una reforma de la misma? Es muy curioso. El Congreso está alumbrando bazofias legislativas cada poco, y el Ejecutivo, siguiendo una obvia misma línea, si se me admite el guiño a Samaniego, pare ratones normativos así que tiene oportunidad para ello. Leyes y decretos neonatos o ya creciditos son fiel reflejo de una clase política incapaz e inepta pero que, sin duda ninguna, nos tenemos más que merecida. ¿Y se cuestiona el mejor texto jurídico de la democracia? Venga, hombre. Mucho mejor, no me digan, y desde luego sería mucho más oportuno, estaría una reforma del Régimen Electoral. Se quejan a diestra y siniestra del incesante chalaneo presupuestario de todos los años, pero nadie pone medios, ni admite remedios, para solventar tan conspicuo dislate. A la cuenta la vieja, Izquierda Unida, con su casi millón de votos, debería ostentar (que no detentar, como algún escritorzuelo confunde y difunde en ocasiones) unos quince escaños. Por supuesto, me estoy refiriendo a la hipótesis de que la presencia parlamentaria fuese proporcional a los votos, y no injustamente dependiente de las circunscripciones. ¿Que los potenciales pactos tendrían una carga filocomunista? Bueno, al menos sería una carga filocomunista estatal: no una mera licitación de vecindario.


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Los coptos asfixiados en Egipto. Las querencias territoriales marroquíes. ¿Por qué lo llaman antisemitismo cuando, realmente, quieren decir judeofobia?. La permisividad política, jurídica y económica internacional con el gigante chino: aunque eso sí, a precio de mercado. Las peligrosísimas intenciones iraníes. Esa eterna tensión en la dividida alma coreana. Los populismos en América del sur. La impertinente falta de tacto diplomático estadounidense. El terrorismo islámico. Los nuevos piratas que ya no son del Caribe.

¿Y nosotros quejándonos de Zapatero?


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Algo de economía: ¿Le interesa a Ángela Merkel incitar el apetito de los aviesos especuladores?.

¿De veras es John Maynard Keynes la solución a todos nuestros males? Toxo y Méndez, un hombre llamado Barack Obama, y algún otro despistado más hace poco tiempo opinaban que sí, pero no está del todo claro que sigan pensando de la misma manera. E incluso hay quien cree que habría que colgar (metafóricamente, claro) de sus partes pudendas a los economistas que defienden un aumento del gasto público en las fases contractivas del ciclo económico. ¿Se pasan o, por el contrario, no llegan?

¿Es viable, y lo más inquietante, es posible una intervención cuasiconcursal de derecho sobre España? Bueno, yo creo que de hecho ya la estamos sufriendo. Y que para que nos rescaten, sencillamente, no hay dinero. Así que, nada: todos tranquilos. (No me negarán una abrumadora capacidad de síntesis, ¿no?)


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Don Mario Vargas Llosa. El elegante caballero de la literatura sobresaliente, aguda, comprometida. El soberbio intelectual, el inefable prosista, el envidiado articulista. Cuando el sábado pasado hizo el saque de honor en el estadio Santiago Bernabéu, me acordé del bello dardo lanzado en su honor por don Ignacio Camacho. Decía el de Marchena que a todo aprendiz de escritor le gustaría parecerse, al menos un poco, al gran creador literario. Pero yo creo que el mejor columnista de España sólo quiso ser políticamente correcto con los de su gremio. Pues ya quisieran muchísimos escritores experimentados, consagrados y reconocidos llegarle sólo a la suela de los zapatos al escritor peruano. ¿Es, entonces, un reconocimiento al premiado o al que premia? Muchos ínclitos plumíferos se hicieron esa pregunta en los días inmediatamente posteriores. Y la respuesta, creo, es bastante obvia. El reconocimiento de Mario sólo hay que leerlo.

Sé que llego muy tarde a la cita, pero aún así: quede constancia de la modestísima felicitación del administrador de esta bitácora al padre de Pichulita Cuellar.


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Camina con esa desacostumbrada delicadeza femenina de equilibrista experimentado. Su belleza sencilla no acapara miradas, no despierta lascivias inveteradas, no produce morbosos comentarios. Lleva su largo pelo negro, espeso y sedoso, atado con una sutil cinta colorada. No es alta, ni baja, ni firmaría los manidos tipos de las revistas trasnochadas. Pero tiene algo ese andar desinteresado que provoca, que despierta, que a casi todos deleita. Sus evidentes curvas puede que no sean muy portentosas, pero ningún buen músico, que de tal nombre se precie, osaría desdeñar acariciar las cuerdas de tan frágil, suave y adorable guitarra.

Puede que no esté dando un retrato fiel, exacto, pero sin duda habrá quien jamás escuche ni haya escuchado semejante sonido que producir pueda un instrumento tan rematadamente mal tocado.

02 diciembre 2010

Próximas lecturas


“No leáis La educación sentimental como los niños: por diversión; ni por instrucción, como los ambiciosos. No. Leedla para vivir.”

GUSTAVE FLAUBERT

01 diciembre 2010

Lo local, y lo universal

Nieva en la ciudad. Y, cosa curiosa, se pasea normalmente por sus aceras. Hay que dar las gracias, sobre todo, a los servicios municipales de limpieza. Y a quienes los dirigen y supervisan, por supuesto. No obstante, llama extraordinariamente la atención esa desacostumbrada diligencia. Pues en la última nevada había que desplazarse en esquís por los barrios. Los ancianos no salían de sus casas por miedo a caer y romperse las caderas. La gente se arremolinaba en torno a las ventanas para contemplar desde la distancia esos paisajes que tanto nos gustan de las postales. Y así durante varios días, oigan. Pero, en fin, ya digo que ahora sí que da gusto.

En los paseos junto al río, además de muchachas bonitas y perritos de complemento otoño-invierno, se observaba desde hacía mucho tiempo una pasarela que unía las dos orillas completamente en ruinas. La explicación técnica del despropósito se hallaba en las crecidas. Y la explicación humana de su deterioro y pleno abandono se encontraba en los crecidos. Ahora, los operarios municipales la han retirado. Y, salvo en el recuerdo, no han dejado vestigio alguno de posible negligencia. Ahora sí que da gusto, oigan.

El alcalde llevaba ya bastante tiempo sin dejarse caer por los barrios a desayunar con los vecinos y a hacerse alguna que otra foto. Más o menos, casi cuatro años. Oficialmente, este asombroso descuido se debía a que el señor alcalde tenía la agenda demasiado ocupada para atender a las sin duda importantísimas quejas que sus ciudadanos tenían que transmitirle. Pero ahora, cada semana, nuestro querido Paco se abraza con un vecindario distinto. Todos le quieren, le ríen las gracias y le dicen zalamerías por lo bajini al oído. Ahora sí que da gusto, oigan.

Cuando hace años la pandilla socialista tomó posesión del ayuntamiento leonés, aseguró que la ciudad tendría las fiestas que verdaderamente se merecía. Y efectivamente. Hay que reconocerlo. Pues cada año han sido peores. Sean las celebraciones de otoño, de primavera, de verano o de invierno. Un factor evidente, otros años, se apreciaba en las cutrísimas y obsoletas luces que adornaban las calles cuando llegaban las fechas de marras, y en la obscena dilación en la colocación de las mismas prácticamente en vísperas. La justificación del ayuntamiento era que dado el notable despilfarro del anterior equipo de gobierno había que ahorrar y apretarse el cinto: aunque por un lado la ciudad estuviese menos bonita, por el otro lo íbamos a notar favorablemente en nuestros bolsillos (je de je). Este año, en cambio, han puesto las luces (aunque sí, of course, aún no las han encendido) con más de un mes de antelación. Dando a entender que, en esta ocasión, no habrá demora en el encendido. Y, además, parecen razonablemente elegantes. Con lo que he observado a la gente leonesa como más feliz; aunque bueno, a lo mejor son sólo cosas mías. Ahora, sí que da gusto. Oigan.

Últimamente, los vecinos de esta ciudad tan risueña se habían quejado muy solemnemente al consistorio de que parecía que cada vez había menos aparcamientos en el centro, las zonas aledañas y los principales barrios. Y la rogativa se atendió, ¡faltaría más! Después de semanas de encierro del alcalde y todos sus concejales, sometidos a un régimen de concentración y reflexión sin parangón en la historia, e incluso perdiendo en tal lance alguno de sus miembros bastante pelo, llegaron a la novedosa y agudísima conclusión de que había que poner más parquímetros. A los vecinos mal pensados, pues hay de todo en la viña, que objetaron aquello del achuchamiento recaudatorio, se les contestó: ¿no querían más aparcamientos libres? Pues ahí los tienen, hombre. A nosotros… que nos registren. Ahora, sí que da gusto.

Desde luego, parece que hubiera elecciones cerca (salvo por esto último, claro).


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“Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a transformar mi biblioteca en un cibercafé. Con un libro electrónico, sea El Gatopardo o El perro de los Baskerville, no puedo anotar en sus márgenes, subrayar a lápiz, sobarlo con el uso, hacerlo envejecer a mi lado y entre mis manos, al ritmo de mi propia vida. No hay cuestas de Moyano, ni buquinistas del Sena, ni librerías como las de Luis Bardón, Guillermo Blázquez o Michele Polak donde los libros electrónicos puedan ocupar sus venerables estantes y cajones. Nada decora como un buen y viejo libro una casa, o una vida. Ninguna pantalla táctil huele como un Tofiño, un Laborde o un Quijote de la Academia, ni tampoco como un Tintín, un Astérix o un Corto Maltés al abrirlos por primera vez. Ninguna conserva la arena de la playa o la mancha de sangre que permiten evocar, años después, un momento de felicidad o un momento de horror que jalonaron tu vida. Y déjenme añadir algo. Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico sin complejos el privilegio de pertenecer a ella. Que se mueran los feos. Y los tontos. Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro”.

Arturo Pérez-Reverte. Perdón, don Arturo Pérez-Reverte.