Por pedir, la locura del mundo, el despilfarro de la austeridad, este año no es un descubrimiento, de cuerda
Pasado el aniversario en que nuestra excelsa Carta Magna fue ratificada por el aún más eximio pueblo español, la gente se pregunta: ¿es necesaria una reforma de la misma? Es muy curioso. El Congreso está alumbrando bazofias legislativas cada poco, y el Ejecutivo, siguiendo una obvia misma línea, si se me admite el guiño a Samaniego, pare ratones normativos así que tiene oportunidad para ello. Leyes y decretos neonatos o ya creciditos son fiel reflejo de una clase política incapaz e inepta pero que, sin duda ninguna, nos tenemos más que merecida. ¿Y se cuestiona el mejor texto jurídico de la democracia? Venga, hombre. Mucho mejor, no me digan, y desde luego sería mucho más oportuno, estaría una reforma del Régimen Electoral. Se quejan a diestra y siniestra del incesante chalaneo presupuestario de todos los años, pero nadie pone medios, ni admite remedios, para solventar tan conspicuo dislate. A la cuenta la vieja, Izquierda Unida, con su casi millón de votos, debería ostentar (que no detentar, como algún escritorzuelo confunde y difunde en ocasiones) unos quince escaños. Por supuesto, me estoy refiriendo a la hipótesis de que la presencia parlamentaria fuese proporcional a los votos, y no injustamente dependiente de las circunscripciones. ¿Que los potenciales pactos tendrían una carga filocomunista? Bueno, al menos sería una carga filocomunista estatal: no una mera licitación de vecindario.
Los coptos asfixiados en Egipto. Las querencias territoriales marroquíes. ¿Por qué lo llaman antisemitismo cuando, realmente, quieren decir judeofobia?. La permisividad política, jurídica y económica internacional con el gigante chino: aunque eso sí, a precio de mercado. Las peligrosísimas intenciones iraníes. Esa eterna tensión en la dividida alma coreana. Los populismos en América del sur. La impertinente falta de tacto diplomático estadounidense. El terrorismo islámico. Los nuevos piratas que ya no son del Caribe.
¿Y nosotros quejándonos de Zapatero?
Algo de economía: ¿Le interesa a Ángela Merkel incitar el apetito de los aviesos especuladores?.
¿De veras es John Maynard Keynes la solución a todos nuestros males? Toxo y Méndez, un hombre llamado Barack Obama, y algún otro despistado más hace poco tiempo opinaban que sí, pero no está del todo claro que sigan pensando de la misma manera. E incluso hay quien cree que habría que colgar (metafóricamente, claro) de sus partes pudendas a los economistas que defienden un aumento del gasto público en las fases contractivas del ciclo económico. ¿Se pasan o, por el contrario, no llegan?
¿Es viable, y lo más inquietante, es posible una intervención cuasiconcursal de derecho sobre España? Bueno, yo creo que de hecho ya la estamos sufriendo. Y que para que nos rescaten, sencillamente, no hay dinero. Así que, nada: todos tranquilos. (No me negarán una abrumadora capacidad de síntesis, ¿no?)
Don Mario Vargas Llosa. El elegante caballero de la literatura sobresaliente, aguda, comprometida. El soberbio intelectual, el inefable prosista, el envidiado articulista. Cuando el sábado pasado hizo el saque de honor en el estadio Santiago Bernabéu, me acordé del bello dardo lanzado en su honor por don Ignacio Camacho. Decía el de Marchena que a todo aprendiz de escritor le gustaría parecerse, al menos un poco, al gran creador literario. Pero yo creo que el mejor columnista de España sólo quiso ser políticamente correcto con los de su gremio. Pues ya quisieran muchísimos escritores experimentados, consagrados y reconocidos llegarle sólo a la suela de los zapatos al escritor peruano. ¿Es, entonces, un reconocimiento al premiado o al que premia? Muchos ínclitos plumíferos se hicieron esa pregunta en los días inmediatamente posteriores. Y la respuesta, creo, es bastante obvia. El reconocimiento de Mario sólo hay que leerlo.
Sé que llego muy tarde a la cita, pero aún así: quede constancia de la modestísima felicitación del administrador de esta bitácora al padre de Pichulita Cuellar.
Camina con esa desacostumbrada delicadeza femenina de equilibrista experimentado. Su belleza sencilla no acapara miradas, no despierta lascivias inveteradas, no produce morbosos comentarios. Lleva su largo pelo negro, espeso y sedoso, atado con una sutil cinta colorada. No es alta, ni baja, ni firmaría los manidos tipos de las revistas trasnochadas. Pero tiene algo ese andar desinteresado que provoca, que despierta, que a casi todos deleita. Sus evidentes curvas puede que no sean muy portentosas, pero ningún buen músico, que de tal nombre se precie, osaría desdeñar acariciar las cuerdas de tan frágil, suave y adorable guitarra.
Puede que no esté dando un retrato fiel, exacto, pero sin duda habrá quien jamás escuche ni haya escuchado semejante sonido que producir pueda un instrumento tan rematadamente mal tocado.
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Los coptos asfixiados en Egipto. Las querencias territoriales marroquíes. ¿Por qué lo llaman antisemitismo cuando, realmente, quieren decir judeofobia?. La permisividad política, jurídica y económica internacional con el gigante chino: aunque eso sí, a precio de mercado. Las peligrosísimas intenciones iraníes. Esa eterna tensión en la dividida alma coreana. Los populismos en América del sur. La impertinente falta de tacto diplomático estadounidense. El terrorismo islámico. Los nuevos piratas que ya no son del Caribe.
¿Y nosotros quejándonos de Zapatero?
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Algo de economía: ¿Le interesa a Ángela Merkel incitar el apetito de los aviesos especuladores?.
¿De veras es John Maynard Keynes la solución a todos nuestros males? Toxo y Méndez, un hombre llamado Barack Obama, y algún otro despistado más hace poco tiempo opinaban que sí, pero no está del todo claro que sigan pensando de la misma manera. E incluso hay quien cree que habría que colgar (metafóricamente, claro) de sus partes pudendas a los economistas que defienden un aumento del gasto público en las fases contractivas del ciclo económico. ¿Se pasan o, por el contrario, no llegan?
¿Es viable, y lo más inquietante, es posible una intervención cuasiconcursal de derecho sobre España? Bueno, yo creo que de hecho ya la estamos sufriendo. Y que para que nos rescaten, sencillamente, no hay dinero. Así que, nada: todos tranquilos. (No me negarán una abrumadora capacidad de síntesis, ¿no?)
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Don Mario Vargas Llosa. El elegante caballero de la literatura sobresaliente, aguda, comprometida. El soberbio intelectual, el inefable prosista, el envidiado articulista. Cuando el sábado pasado hizo el saque de honor en el estadio Santiago Bernabéu, me acordé del bello dardo lanzado en su honor por don Ignacio Camacho. Decía el de Marchena que a todo aprendiz de escritor le gustaría parecerse, al menos un poco, al gran creador literario. Pero yo creo que el mejor columnista de España sólo quiso ser políticamente correcto con los de su gremio. Pues ya quisieran muchísimos escritores experimentados, consagrados y reconocidos llegarle sólo a la suela de los zapatos al escritor peruano. ¿Es, entonces, un reconocimiento al premiado o al que premia? Muchos ínclitos plumíferos se hicieron esa pregunta en los días inmediatamente posteriores. Y la respuesta, creo, es bastante obvia. El reconocimiento de Mario sólo hay que leerlo.
Sé que llego muy tarde a la cita, pero aún así: quede constancia de la modestísima felicitación del administrador de esta bitácora al padre de Pichulita Cuellar.
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Camina con esa desacostumbrada delicadeza femenina de equilibrista experimentado. Su belleza sencilla no acapara miradas, no despierta lascivias inveteradas, no produce morbosos comentarios. Lleva su largo pelo negro, espeso y sedoso, atado con una sutil cinta colorada. No es alta, ni baja, ni firmaría los manidos tipos de las revistas trasnochadas. Pero tiene algo ese andar desinteresado que provoca, que despierta, que a casi todos deleita. Sus evidentes curvas puede que no sean muy portentosas, pero ningún buen músico, que de tal nombre se precie, osaría desdeñar acariciar las cuerdas de tan frágil, suave y adorable guitarra.
Puede que no esté dando un retrato fiel, exacto, pero sin duda habrá quien jamás escuche ni haya escuchado semejante sonido que producir pueda un instrumento tan rematadamente mal tocado.