Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

28 septiembre 2007

El sujetador.

Anda la prensa moliente tan ocupada en Madeleines, quema de los antes ignífugos retratos de sus Majestades, la concreción del milagro de los panes y los peces en la chistera presupuestaria de Zapatero, la vuelta a las andadas de Euskadi Ta Askatasuna y, la prensa socialdemócrata, siempre tan actual y progresista, en la memoria histórica, la guerra de Irak y la necesaria alabanza a ZP por sus buenas relaciones con Micronesia y Mongolia que, muy a mi pesar, han dejado de lado, ignorado, marginado y despreciado un hecho de eximia importancia cotidiana. El aniversario del sujetador.

Se cumplen cien años de esta prenda sin parangón, al menos, en cuanto a tetas se refiere. Qué sería de ellas sin este amigo que las mima delicadamente, las abraza desinteresadamente, las mantiene firmes, sugerentes, respingonas, casi arrogantes.

El sujetador ha marcado, sin temor a duda, toda una época. ¿Acaso se imagina alguien a las féminas más prominentes del momento sin la prenda en cuestión? ¿Qué sería de los senos abizcochados de Charlize Theron? ¿Qué sería de los tulipanes maduros de Halle Berry? ¿Qué sería de los frescos y abundantes montículos de Salma Hayek? y, profanando materia de eruditos, ¿Qué sería de todos nosotros sin el porte caprichoso de las almibaradas frambuesas de Penélope Cruz?

Leyendo ya hace tiempo el blog de sexo de El Mundo, que es refugio de intelectuales, consuelo de entendidos y biblioteca de erótica púdica, como la Vaticana, hablaba de un estudio que aconsejaba a los varones contemplar, al menos durante unos minutos al día, unos pechos femeninos. La actividad sería tan saludable como ir media hora al gimnasio todos los días –entiendo que sin sumarle a esta ínclita actividad los igualmente beneficiosos –es un suponer- efectos de contemplar el tanga a la monitora mientras se ejercitan los músculos- y reduciría la prensión sanguínea, con lo que el riesgo de enfermedades cardiacas disminuiría –esto os lo pongo para que veáis que no me lo he sacado de la manga, que podría haberse dado el caso, no nos vamos a engañar a estas alturas-. Nada dice el estudio sobre lo que debe contemplar una señorita para obtener los mismos efectos, pero no creo que escape a la aguda inteligencia de mis lectores de qué se puede tratar ¿verdad?

Pero hablábamos del sujetador, del estímulo hecho prenda, de la estética preciosista de la mujer. Toda mujer que se precie y se aprecie, tiene gusto por el sujetador, por su color, por su textura, por su suavidad, por la conjuntación necesaria con esas braguitas tan feas que la regaló su novio o marido pero que, tanto los pone. El sujetador de una mujer define con precisión matemática su personalidad. Cosa y caso distinto es la relación del hombre con sus calzoncillos, tema delicado que, por su complejidad y extensión, trataré otro día.

El sujetador es una prenda que no ha perdido fulgor con el paso de los años, lo cual le brinda, si es que cabe, mayor reconocimiento. Nada hay más sugerente que una mujer en sujetador, nada afila tanto los dientes del hombre e incrementa proporcionalmente su baba como la contemplación de una mujer con el mismo, sean redondeados o geométricos, de colores sobrios o alegres estampados, de perfil opaco o de incipiente transparencia.

Con esta última mirada, en consideración, me voy a ir despidiendo. Lo sé –ejercicio de penitencia para la eventual lectora- soy un pecador, un machista y un pervertido, pero no puedo remediarlo, y, eso que hago lo que puedo.

La guinda: “la belleza no sirve para otra cosa que para el placer de contemplarla y, en contadas ocasiones, para la suerte de meterte en cama con ella” –frase encontrada en la columna de José Luis Alvite dedicada a Umbral, curioso ¿no?-.

21 septiembre 2007

Un puñado de frases.

Hoy no tengo tiempo, ese preciado y precioso bien que nos premia con su carencia, para escribir nada decente y, mi educación y creencias esotéricas, no me permiten induciros al despiporre mental con ningún escrito que os mueva al onanismo neuronal, lo cual, por otra parte, podría llevaros a caer, aunque de manera mórbida, en los oscuros abismos del averno. Así pues, os cuelgo unas frases sacadas del Best Seller de Zafón que, en mi modesta opinión, merecen la pena ser leídas aun fuera de contexto. Si saco este fin de semana tiempo para pasarme por aquí os dejaré algo de cosecha propia. Para los que sois de León “capital”, toco el Sábado por la noche –a partir de las 22:00- en lo que llaman el nuevo barrio de San Pedro –detrás de la Catedral- si os pasáis por allí os dedico un “Paquito chocolatero” -por lo menos-. Buen fin de semana:

- “Cada cual hace aquello para lo que sirve”.

- “Mientras se trabaja, uno no le mira a la vida a los ojos”.

- “Hay decepciones que honran a quienes las inspiran”.

- “El destino suele estar a la vuelta de la esquina, pero lo que no hace, es visitas a domicilio, hay que ir a por él”.

- “En el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre”.

- “No hay genio sin figura”.

- “La gente siempre tiene ojos para lo que no le importa”.

- “Quien quiere de verdad quiere en silencio, con hechos y nunca con palabras”.

- “Existimos mientras alguien nos recuerda”.

- “Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por mérito del que recibe”.

- “Un secreto vale lo que aquellos de quienes tenemos que guardarlo”.

14 septiembre 2007

Principiando la vida académica y, la otra.

Hola, me llamo Aitor. Tengo tres años y esta semana he comenzado a ir al colegio. Es injusto. Llevo apenas año y medio caminando por mis propios pasos, sin ayuda de mis padres, tíos, abuelos y algún que otro vecino hastiado de sus labores cotidianas y, ya tengo obligaciones, deberes, una conducta que forjar, unos hábitos por adquirir…qué suplicio, qué disgusto, qué falta de tacto, qué carencia de empatía conmiserativa.

Yo era una persona feliz, desde que comencé a dar mis primeros pasos tenía cierta independencia. Ya no necesitaba ayuda de nadie para acudir presto al tarro de las galletas, volcar con suma rapidez el enorme cubo de juguetes o contemplar con deleite el fluir del agua al activarse adecuadamente los aparatos destinados al uso.

En casa mandaba yo, eso quedó claro desde el primer día. Para que no hubiese lugar a confusión, marqué una pauta disciplinaria férrea, utilizaba distintos timbres de lloro. Lloraba en nivel A, para que hiciesen lo que yo quería; un nivel B, más elevado, si se despistaban y no actuaban con presteza y, un nivel C, todavía más elevado, irritado y molesto, cuando mis padres –hoy progenitores A y B- osaban cuestionar mi autoridad e ignoraban durante mínimos instantes mi inefable sufrimiento. Por supuesto, mis padres captaron el mensaje a la primera.

La vida de bebé, como iba diciendo, es harto complicada. Me hacen ingerir en el desayuno, comida, merienda y cena un preparado terrorífico que los adultos han tomado a bien en llamar, potitos. Los odio, mi joven temperamento explota cuando veo la cuchara, el potito, el babero y la sonrisa sardónica de mi madre profiriendo un “¿quién se va a comer este potito?”.

Como este Septiembre comenzaba el cole, mis padres me han encomendado una serie de tareas de suma complejidad durante el verano. Me han quitado los Dodotis, como lo oís, ¿cabe acaso infligir mayor losa sobre mis frágiles espaldas? El Dodotis era como una prolongación de mi cuerpo, un cojín adosado a mi culo que me acompañaba a todas partes sin quejarse, iba conmigo al parque, a pasear, a dormir y ahí mismo realizaba mis necesidades fisiológicas despreocupadamente. Pero mi madre se empeñó en quitármelo y decir que para ser mayor, ir al cole y comportarme como los demás niños, tenía que hacer pipi, popo y lo que se tercie en lo que eufemísticamente llamó el sillón del rey. Como podréis suponer, me negué rotundamente a poner mi lindo culo en ese monstruo, con lo que mi madre optó por ir poco a poco, para ello, compró una pequeña bacinilla a la que tenía más miedo – si cabe- que al sillón del rey, y me decía, repetía e insistía perseverantemente hasta la saciedad, que hiciera allí lo que antes hacía en mis queridísimos Dodotis, como yo no la hacía caso, me escapaba y mi madre me perseguía por toda la casa con la bacinilla en la mano, era muy divertido.
Los adultos son muy tontos, pronto se dieron cuenta de que no haría nada si no obtenía nada a cambio, quod pro quo, con lo que me concedieron un premio en forma de dulce, juguete o paseo al parque cada vez que hacía lo que me pedían. Pero un día se acabaron los premios y la bacinilla y los paseos al parque, y me sentaron en el sillón del rey, primero tuve miedo, pero luego le cogí el gusto y me paso ahí mucho tiempo, lo necesite o no.

Ya pensaba que era mayor del todo, que mis padres y mi entorno no me iban a molestar nunca más con ninguna otra bagatela, pero que equivocado estaba. Yo, que desde pequeño me he salido con la mía, me han dado lo que he querido, el mundo se ha movido a mi alrededor a mi gusto, no he compartido un solo juguete con ningún niño porque eran todos para mi, no he tenido amiguitos porque no los necesitaba, pues estaban mis padres detrás mío de continuo para que no me cayese, hiciese daño o me extraviase, yo, que era dueño y señor de mi reino, veo de repente como todo se desmorona, todo lo que había conseguido durante estos años se ha evaporado y me tengo que enfrentar a la dura y cruel realidad, el cole.

Este lunes fue mi primer día, no sabía a donde me llevaban pero, desde muy temprano, mi madre no obraba como de costumbre, esas costumbres que rutinariamente se repiten día tras día, hora tras hora y minuto tras minuto y, que los mayores, creen que no las percibimos, notamos o apreciamos, pero si, las tenemos almacenadas y memorizadas en nuestro pequeño software, y cuando observamos alguna alteración, por minúscula que sea, nos ponemos en guardia, ya que siempre suelen recaer los efectos de ésta en nosotros. Mis sospechas se hicieron realidad, me despertó antes que de costumbre, me dio el desayuno antes que de costumbre y me vistió con unos ropajes idénticos al de otros niños con los que me encontraría más tarde. Me llevaron mi papa y mi mama de la mano hasta el recinto en cuestión, allí nos introdujeron a todos los niños con nuestros padres de la mano en las clases y tuvimos clase durante una hora, con nuestros padres presentes.

Mi tío Javi dice que cuánto han cambiado los tiempos, que en su época la primera semana no era una horita al día para ir acostumbrándose a la nueva vida sino toda la mañana y, nada de estar presentes los padres. Me dijo –aunque no sé si creérmelo- que mi abu lo dejó allí con una monja con un grano en la nariz, cara de mala leche y una especie de sombrero que la tapaba el pelo llamada Vicenta y, que cuando vio que su madre no volvía, empezó a llorar, patalear y golpear a la monja con esmero y entusiasmo, a lo que la monja respondió con un sonoro bofetón en su cara que lo sosegó, calmó y tranquilizó para toda la mañana –mi tío dice que para toda su vida-.

El segundo día de cole fue otra historia, mis papis ya me dejaron solo con el resto de niños y la profe, que no era tan fea, tan mala ni tan monja como me decía mi tío. En el cole tenemos juguetes, aunque no son para mi solo, los tengo que compartir con más niños y niñas. Las niñas son tontas y malas, me quitan los juguetes, me pegan cuando las tiro del pelo y son unas mandonas – mi tío dice que hay cosas que no cambian en toda la vida, aunque por gracia o desgracia, las llegaré a ver con otros ojos en un momento dado-. Ya he estrenado el sillón del rey en el cole, la profe me dijo que fuera yo solo, pero cuando la llamé para que me limpiase el culo, me dijo que me lo limpiara yo solo, qué desconsiderada, la próxima vez me voy a hacer popo en clase para que sepa como me las gasto.

Mi tío me ha dicho que hoy me despida de vosotros hasta la próxima semana, que él no puede. Adiós, si ocurre algo importante le diré a mi tío que me deje contároslo.