Otilita. Hija de las caprichosas mujeres de Flaubert, poco
dadas a la consolación del hombre; de esas hembras dueñas de sí mismas de
Tolstói, que lo mismo se arrojaban a un tren por despecho, como, en esa novela
que según Allen trata de Rusia y la guerra, mandaban con insolencia
aristocrática en los salones de época de San Petersburgo comportarse a los
hombres como caballeros; quizá con un poco de ese romanticismo rancio con el
que Clarín las dotaba; sin duda, como esa dama de Balzac, con esa crueldad
inmanente que encandilaba a incautos poetas de provincias para luego
despojarlos de dignidad y esperanza con el agravio del olvido; tal vez, incluso
un punto frágil y olvidadiza, como las deuteragonistas de Dumas; y, casi al
final, cuando uno está a punto, desde una perspectiva estrictamente literaria,
de mandar metafóricamente al carajo al género femenino, nos muestra el fervoroso
deseo de protección por su hombre, actitud que, hoy día, toda mujer desecha de
su prosaico libro de estilo, pero que en una heroína de la envergadura vital y
empírica a la que el maestro peruano da vida, constituye toda una sorpresa.
Travesuras de la niña mala es una gran historia. A lo largo
de sus páginas uno ríe, llora, se asusta, se endurece y se pone tierno, se
indigna y se asombra, pero, sobre todo, aprende. Aprende sobre la condición
humana, que es lo máximo a lo que puede aspirar a transmitir un libro. Una
realidad presentada desde todos los puntos de vista. Personajes con todas las
contradicciones que lastramos el hombre y la mujer desde la noche de los
tiempos. Un sobresaliente compendio de
sabiduría, escalón al que sólo se puede acceder acumulando años, experiencia,
un noble sentido de la realidad, y una plena disposición de todos nuestros
sentidos para fagocitar cuanto nos sugiere la vida. Dice Patricio Pron que MVL
ha hecho más por el Perú con sus libros de lo que habría hecho como presidente.
Yo, de lo único que estoy seguro, es de cuanto le tiene que agradecer la
literatura y el mundo de las letras a su exquisita presencia.
El libro tiene pasajes duros. Para ciertos lectores pueden
resultar demasiado crudas o explícitas las innumerables escenas de sexo que
acaecen en sus páginas. En algunas ocasiones, además, se ofrece esa visión de
debilidad, obediencia, sumisión o sometimiento en la mujer que tantos inanes
ríos de tinta ha hecho correr la mafia feminista desde que existe. Aunque dudo
si la progresía ampara determinadas prácticas que aun considerándose
parafilias, por el mero hecho de haber tomado la iniciativa la mujer ya están
purificadas de toda objeción contundente.
Sí: las mujeres son malas, o no tanto. Y los hombres somos
buenos o tontos, o tampoco tanto. O quizá incluso al revés. La vida, en verdad,
es complicada. Lo más absurdo, después de todo, es que tratemos de
explicárnosla. Esfuerzo baldío, y no precisamente pequeño. ¿Qué nos puede
llevar a querer, a querer contra toda lógica y razón, a una persona de un modo
tan descarnado y semejante? Esa duda flota a lo largo de todo el libro, y
seguro que, de algún modo y en distintas cantidades, flota en todas las
personas. Nos enamoramos. Queremos que nos quieran. No entendemos que no nos
entiendan. Y no consuela nada razonar sobre el desamparo, nuestra soledad, o el
poco entusiasmo con el que tantas veces es acogido la dubitativa expresión de
nuestro más íntimo anhelo.
En un momento de la novela el escritor afirma que sólo los
imbéciles son felices. Y tiene toda la razón. La fortuna no tiene padre, pero
al talento le salen demasiados hijos. Comprender, ver, escuchar, en sus
sentidos más nobles, es durísimo. Sería mucho más fácil vivir despojado de toda
razón y de todo conocimiento. La intrepidez, la valentía del ignorante, para sí
la quisiera el lúcido. Hasta en materia de amor, o sobre todo en ella, lo mejor
es no preguntar(se). Pues la frágil coincidencia del azar, del espacio y el
tiempo, y hasta de esa mutua, inevitable e irresistible atracción física, puede
durar muy poco. Demasiado poco para nuestros más abstrusos devaneos. La
incertidumbre es un hálito de vida. Supongo que, en cierto sentido, moriríamos
un poco queriendo resolverlo todo. Y quizá la mejor enseñanza que nos ofrece el
escrito es que, ante la pregunta de qué es el amor, tal vez no haya una sola
respuesta. O tal vez, o simplemente, no haya ninguna.