Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

27 junio 2007

El opositor.

El opositor es un modo de vida, pero no uno cualquiera. Hay tantos modos de vida como vidas mismas. Lo que diferencia unos de otros, son minucias, nimiedades, bagatelas, pequeñeces insignificantes e inapreciables.

Pero la condición de opositor, a diferencia de otras condiciones, no se tiene por gusto. No se alcanza tras ingentes esfuerzos. No se persigue como a una muchacha de braga pública. No se desea como la trucha al trucho. No se anhela como la bella a la bestia. No se requiere como la verga a la almeja. La condición de opositor, es un remedio irremediado a los problemas irresolutos.

El opositor es aquel que vive sin vivir en él, lo cual es normal hasta cierto punto. Vivir con uno mismo es harto complicado. Vivir de uno mismo, necesario. Vivir en uno mismo es, improbable, pero posible. El opositor se ve obligado a dialogar, razonar y elucubrar con su indomeñable ego de continuo y, claro, termina por confundirse con tanta pregunta muchas veces sin respuesta.

La gente al verle se pregunta si esta aquí, entre nosotros, o vive en un mundo paralelo. La verdad es que vivir en otro mundo, de vez en cuando, no tiene nada de malo, pero claro, tampoco sabemos si eso es del todo bueno. Dado que dedica o, debería, gran parte de su tiempo a lo que se viene llamando estudio -lo cual se podría llamar de muchas otras maneras sin dejar de ser lo mismo-, por derecho natural, le corresponde dedicar menos tiempo a otras cosas.

El opositor no tiene aficiones, vive por y para estudiar. No realiza actividad deportiva alguna, pues la misma, puede provocar deslizamientos de las ideas tan firmemente consolidadas, si acaso, deporte de pesca sin licencia, anzuelo o río donde pescar, con lo que así, mal va, pues de todos es sabido que el opositor no pesca, en el mejor de los casos le pescan, si se deja, claro.

Cuando el opositor ya tiene arraigo, caché y estatus, le crece la barriga. Esto son condicionantes de la condición, claro está. Al muñeco de madera mentirosón le crecía el ñarigón y, al opositor que se refocila, le crecerá tanto la barriga, que no se verá la pilila. Diréis que últimamente no frecuento la poesía y, diréis bien.

El despiste, muchas veces sobrecargado, del opositor, le proporciona una visión fantasmagórica de la realidad que, es su realidad, la que él ve y con la que él vive. Muchos no le comprenderán, ni lo intentarán. Otros se extrañarán. Algunos le ignorarán. Pero él seguirá su sino angosto e indefinido, sin mirar atrás a diferencia de la mujer de Lot, sin vacilar en su empeño como Edmond Dantés en el castillo de If, sin cuestionarse la naturaleza de sus pasos como Jean Baljean y con la misma mágica fortaleza con la que el coronel Aureliano Buendía llevo a buen puerto sus entusiastas anhelos.

Estamos de nuevo y como cada semana, principiando la despedida de otro nuevo comienzo y, como tal, hasta aquí llegaron hoy nuestros pasos. Ser buen@s. A veces, “dormir es distraerse del mundo” –Borges dixit- a ello voy.

20 junio 2007

Decadencia comunicativa.

Siglo XXI. Suena bien ¿verdad? Suena a una sociedad cada vez más educada. Pero eso es mentira, todos lo sabemos. Suena a una sociedad cada vez más pacífica, pero eso, desgraciadamente, también es mentira. Suena a muchas cosas que, o son mentira o, lo serán. El caso, es que esta sociedad que principia el siglo, sonido tiene. Distinto es lo que escuche cada cual. Porque esta sociedad que es todo oídos, no oye, no escucha, no comprende y, muchos dirán, que ni falta hace.

Hemos pasado de no tener intimidad alguna, a guardar celosamente la misma. Antaño en los pueblos, lo secreto no existía. Sólo en el confesionario del señor cura, tenían cabida asuntos que no eran del común. Supongo yo, que referidos a pecadillos y minucias sin importancia. El cura de pueblo era un ser privilegiado con trato de don independientemente de su merecimiento, pues éste era inherente a la condición de cura. Al cura, tras su etapa de seminarista más o menos alargada, se le entregaba su sotana, su crucifijo, sus zapatitos negros –pues un cura sin zapatitos negros, podría decirse que era un cura descalzo, vamos, un cura sin zapatos- su don en un sobre lacrado desde la sede episcopal de turno y, hala, a repartir hostias y bendiciones.

Pero en fin, el tema no son los curas, ni lo merecen. El asunto es la perdida de confianza y de comunicación a la que nos dirigimos ineluctablemente. Un servidor, que no pertenece a la generación de las nuevas tecnologías, es decir, ni móvil, ni Play, ni anillos vibradores que valgan, se asombra de algunos hábitos de reciente implantación.

El fenómeno del Messenger, que tiene ciertas cosas buenas, lo considero una verdadera lacra, peste, cáncer. Es la auténtica plaga de nuestro siglo y, desgraciadamente, su cura no saldrá de un laboratorio. La gente, da la impresión de no saber lo que se está perdiendo.

Mi hermano es un adolescente de 17 años. Alto, delgado, él dice que guapo, con un nuevo peinado cada día, tiene una patología alérgica a los cintos cuyos efectos inmediatos se reflejan en la caída de los pantalones hasta las rodillas…le gusta leer a Dickens, Balzac…tranquilos, era coña. Lo curioso es que el chico es muy sociable y, digo curioso, porque no tengo la menor idea de cómo lo hace. Hablo de mi hermano, pero podría hablar de cualquier chico de su edad. Ya sabéis que generalizar es la forma más fácil de equivocarse, pero es la única forma de entenderse –ésta bonita frase, la leí esta semana en alguno de los suplementos dominicales, pero no recuerdo ahora mismo en cual-. Los chicos de hoy se conocen a través del Chat. En mis tiempos nos conocíamos en clase, en el barrio, los más románticos en el parque, los más duros en la sala de juegos, los más frescos en la piscina…sólo después de mucho rodaje, llegábamos a la tierra prometida, a nuestro Reino de Fantasía, a nuestra Comarca Hobbittiana, a nuestro Oz particular, al gran Camelot que, no era otra cosa que la discoteca, un mundo de luz, color y sonido. Un mundo donde los padres dejaban a sus vástagos en una sesión sin droga, alcohol o tabaco y de la cual volvían bebidos, colocados y, en el mejor de los casos, habiendo tocado miembro ajeno.

Pero esto era sano, había contacto, relación, ganas de comunicarse. Desde luego no es lo mismo conocer a alguien in situ que, conocerlo a través de un Chat. No es lo mismo animarte a cortejar a una señorita –que educado estoy hoy, cualquiera que me lea…- en el acto, que hablar con ella a través del portátil. Para mí desde luego no y, seguramente que para casi todos los de mi generación tampoco, necesitamos el contacto visual, ambiental, carnal…pero estos chicos no, se conforman con mantener una conversación trivial con cualquier desconocido y, lo gracioso, es que llaman a esa relación amistad. Es una pena que las nuevas generaciones no lleguen a descubrir nunca que es verdaderamente un amigo o, bueno, quizá si, a su manera.

En fin, otra vez se me agota el tiempo de libre disposición. No sé cómo me comportaría de haber nacido en estos tiempos –de los que tampoco disto tanto-, pero a mi me parece impagable una velada con una señorita, una noche de timba con los amigos, una conversación amistosa y provechosa tomando un café en cualquier cafetería… todo esto que parece tan simple, tan de recibo, tan normal…se está perdiendo. La sociedad se está acomodando, las relaciones se están acomodando, el lenguaje se está acomodando…pero que por culpa de este acomodo se esté perdiendo la interacción personal, social y cultural del todo punto necesaria para nuestro crecimiento y desarrollo moral, intelectual y empático, es una pena, o más.

13 junio 2007

Mi primera duda.

La culpa la tienen los papas, esto que vaya por adelantado y, después, las mamas. Avisados quedáis. Cuando nacemos, todos somos iguales. Apenas se nos distingue el color del pelo, la forma de nuestra cabecita, el brillo de nuestros ojitos…evidentemente, ya de niños se ve o, se debería, si uno el día de mañana calzará slip o braguita, si para dar rienda suelta a nuestras perversiones sexuales más íntimas utilizaremos el dedito o, la manita. Pero la verdad es, que no hay mucha más diferencia. A temprana edad, al niño todavía no se le distingue si va a estar bien dotado o, si va a estar vacilando toda la vida de que la tiene chica pero juguetona –manera eufemística de decir que no te la encuentras ni palpando- y, a las niñas, a pesar de alguna habladuría mitológica viperina, no les crecen las tetas antes que los dientes, si acaso, la mala hostia.

Llega el momento en que lo que nos crece es la lengua y, con ello, el interés. Interés por todo lo que nos rodea. ¿Y esto qué es? ¿Y esto otro? Así, hasta que nuestro intelecto madura y desarrolla una serie de preguntas comprometidas de difícil escapatoria para nuestros queridísimos padres.

Claro, quizá las madres sean más proclives a explicarnos las cosas desde un principio y, no como los padres, que huyen despavoridos ante el cariz de determinadas preguntas al igual que en la primera vez que se les requiere para que limpien el culo a su retoño, porque claro, la caca del retoño, caca es. Pero las madres explican las cosas a su manera, con sus palabras…irradian tanto amor, ternura, cariño que, tienden a diminutizarlo todo. “Juega con el cochín”, “quédate sentadín”, “métete el pitín en el calzoncillín, no seas cochinín”, me explico ¿verdad?. La suma de todos estos factores, produce un conspicuo estado de confusión en la criatura que, hace que cuando salga de casa, tenga en su haber unos cuantos misterios sin resolver.

En mi casa, por ejemplo, las dudas no se preguntaban, y uno, que acababa de escuchar la palabra preservativo por primera vez, pues se queda con la duda hasta que llega a los 14 años y averigua para que sirven los preservativos recién mangados de la tienda de la esquina, que es, evidentemente, para hincharlos de aire y explotarlos o, llenarlos de agua y tirárselos a alguien a la cabeza ¡¡condón va!!. Mis amigos, más creciditos ellos, han encontrado otro uso al capirucho y, no es el que todos estáis pensando, que va. Mis amigos, que son unos fenómenos sociales, cambian condones por copas. Con lo que parafraseando el chiste, a veces llegamos a casa mamaos…y, borrachos.

Me voy a ir despidiendo, a pesar de que hoy no os he contado nada -nada que no sepáis, se entiende-. Ya sabéis, el tiempo apremia, el mío de esta semana por las diversas circunstancias se ha acabado y, prefería dejaros algo, que quedarme callado. Así pues, buena semana, mejor fin de la misma y hasta la próxima.

06 junio 2007

Antología cutre del cortejo.

Parece ser, que con el sol y el calor, le vienen a uno ganas de estudiar ciencias naturales de esta naturaleza nuestra. Realmente, en esta época del año, todo es más natural, espontáneo y sugerente. Todo tiene un color especial, todo es ribera del Guadalquivir. La gente, en lo personal, principia a ponerse del lado de la naturaleza como ella lo está del lado nuestro, aun sin que nos demos cuenta, pero eso al final, poco importa, o nada, que aún es menos.

Haciendo un esfuerzo memorístico no considerado como tal, uno recuerda esas colecciones de animales exóticos, salvajes y de cultura propia, plasmados en cromo blando, con cierta nostalgia. En cada época se ha hecho colección de todo lo clasificable, sistematizable o, simplemente, encajable en ese cajón de remendador de rotos y descosidos. Se han coleccionado desde mariquitas con patronímico castizo, hasta sellos oficiales de personajes no oficiosos. Actualmente, las criaturas ya no coleccionan nada, ya no se lleva, ya no mola, o sea, no es fetén. A la situación ha contribuido la prescindibilidad del Fosquito y el Bollicao.

De esta forma un tanto sinuosa, vamos a ir enfocando el post. Comenzábamos hablando de las ciencias de la naturaleza, de las que he tenido mayor toma de contacto a través de cromo o documental de cadena segundona, que de libros del asunto propiamente dicho y, es a través de estas estampas de animales, como uno se hace tal o cual.

Yendo por delante que uno no tiene ni la más remota idea de animales, dado que la observación de la naturaleza y el aprendizaje a través de ella, nos acerca a los mismos, tomemos nota. Fueron los filósofos griegos los que definieron al hombre como animal racional, es decir, actuamos como ellos, pero usando nuestro componente neuronal -mejor o peor aprovechado según los casos-. Dicho lo cual, para tomar un atajo a la entrada que ya se me alarga, hablemos un poco del cortejo.

Creo recordar que, es el gorila con su vello pecho bello, el que corteja a su futura con fuertes y resonantes golpes en el pecho -con sus también vellas manos-. La gorila, al ver como su pretendiente hace el mono, una de dos. Se puede quedar prendida del robusto macho que la poseerá fogosamente a la sombra de un banano, unión de la que saldrán gorilitas mamporreros por el axioma del palo y la astilla o, puede ignorarle y buscarse otro grandullón mas fashion, verbigracia, que se haya dejado las patillas alargadas y tome pastillas para el hálito de coco revenido. Los canarios –no me refiero a los votantes de López Aguilar-, deleitan a sus queridas con sus melifluos trinos, de los que se quedarán prendadas si no desafinan en demasía y, sin tardanza, intercambiarán caricias y demás carantoñas con sus picos. Cierta raza de animales –no me voy a mojar- sé que marcan el terreno de su hembra con orín de cosecha propia, cuanto menos reconocerme que es original ¿o no? y, ésta, queda encandilada por el suave y agradable aroma que la encalabrina.

Ahora vamos con la parte que nos toca por derecho natural. El ser humano. Gran palabra, ¿verdad? ¿Estamos a la altura? Es evidente que aquí, la observación de la naturaleza en cuanto al cortejo no vale o, no debería, pero en cuanto a las reacciones del receptor/ora eso es otro cantar. Como uno de estas cosas sabe más bien poco y, observa aún menos, pues contaré una anécdota de la cosecha que, por cierto, ni es buena, ni es abundante.

Una de las chicas que más me han gustado –cuyo nombre evidentemente no pienso desvelar aquí, aunque todo es negociable- me gustan y, me gustarán, tuvo el honor de asistir a mi cortejo más selecto.

Uno, cuando ve una mujer joven, guapa, que se gusta así misma y, lo disimula, no tiene más remedio que volver la vista –como poco- y quedarse con la cara de lo que acaba de ver. Cuando además de todo esto, es una chica lista, estudiada y, por estudiar, ejem, además de mirar se puede silbar, pero no se debe. Es aquí cuando a uno le sale el cazador que lleva dentro. Se despierta nuestro sentido más natural, original, ancestral, vital…más primigenio. Decía Pascal, que el corazón tiene razones que la razón no entiende, pero el sabio no aludió a otras partes de nuestro cuerpo de “mente más abierta”. Cuando uno se pone a pensar en cómo conquistar a semejante belleza -que quizá ese sea el problema, pensar-, pues vienen una serie de ideas “brillantes” que en frío resultarían un tanto ridículas. A pesar de las típicas películas con topicazos romanticones, nada de lo en ellas acaecido funciona en la realidad, empíricamente comprobado. Os narraré sucintamente mi particular cortejo.

Conseguí su teléfono –mal, mejor pedírselo a ella directamente-, quedé con ella a la luz del día –mal igualmente, se queda con ella por la noche en tal sitio o te encuentras con ella casualmente, en virtud de otro axioma, de noche todos los gatos son pardos-, la invité a tomar un café –también mal, se la invita a tomar algo, lo que sea, pero por Dios, no concretéis que la cagáis-, la llevé –mal, que sea ella la que os lleve, también donde sea, pero que sea ella- a una cafetería, digamos que con ambiente madurito tirando a pasado –la cosa cada vez pintaba peor, pero a esas horas ¿dónde la llevo?, eran las doce del mediodía, estaban durmiendo hasta los patos del parque, por lo menos nos pusieron unas pastas con el café-. Como uno es un caballero –o lo trata de aparentar lo mejor que puede- la señalé la mesa donde nos sentaríamos –uy, uy, uy-, ella accedió ya un poco mosca, la desplacé hacia atrás la silla donde se sentaría para indicarle que se sentara allí –aquí la señorita ya se estaba poniendo de mala hostia-. Supongo que pensaría algo así como “¿y éste de dónde ha salido?”, mirar que si la llego a apartar la silla…, como uno quiere todavía ser más caballero –si, si, todavía más- cuando se sentó la quité la chaqueta para ponérsela en el perchero, a lo que me espetó de muy mala leche “¡¡dónde vas con mi chaqueta!!”. En fin, que tanto la quise impresionar con mi sedicente caballerosidad, que casi me agrede. Os daría el más que típico tópico consejo de ser vosotros mismos, pero creerme, eso es mucho, mucho peor…ya os contaré. Por cierto, tampoco pienso desvelar como continuó la cita, uno tiene una reputación.

Un saludo a tod@s, ah, y una cosa más, esto que no salga de aquí.