Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

30 agosto 2007

El reloj.

León es una ciudad pequeña. Dicen de sus habitantes que somos como su clima, fríos, tempestuosos cuando la ocasión lo requiere, poco dados a las confianzas…León es una ciudad de bonitos paseos, lustrosos jardines y ambiente sosegado. Sus elegantes monumentos nos muestran implícitamente el carácter latente de la ciudad, la majestuosidad de la Pulchra Leonina, la austeridad de San Isidoro, el encanto de San Marcos. León es una ciudad con ínclitos honores históricos ganados por sus reyes, su situación geográfica y su relevancia en la España cristiana del siglo X cuando era capital del reino.

Una de las peculiaridades de León estriba en el único y común lugar de encuentro que parece ser, tenemos sus ciudadanos. Un servidor siempre lo ha visto ahí, mis hermanas siempre lo han visto ahí, mis amigos, no dudan en localizarlo en el mismo sitio en el que efectivamente lo podemos encontrar, lo que en otro orden de asuntos, da muestra de su impecable sentido de la orientación.

Me estoy refiriendo, cómo no, al reloj de Santo Domingo. En apariencia tiene las mismas cualidades que los miembros de su familia. Una manecilla gruesa y recortada que marca las horas con el sentimiento del bolero, otra manecilla más espigada y vigorosa, que nos fustiga recordándonos los minutos pasados y por pasar y es causante de desgracias de seriedad adolescente y, una última manecilla, peor alimentada que sus hermanas y, por ello, más ligera, que es motivo de admiración ociosa por el intelectual de paso que cada uno de nosotros lleva dentro. Debajo de su esfera, como fuste de embarcación, se alza un sólido poste azabache que lo sujeta.

Sin ánimo de aventurarme en conjeturas sin fundamento, puedo defender que el reloj de Santo Domingo ha sido lugar de encuentro y desencuentro, de referencia al turista despistado y al niño perdido que huye por despecho goloso. El reloj es nuestro faro de Alejandría, principia matrimonios, atracos, desmelenadas orgías, calurosas acogidas, frías despedidas, opíparos tapeos. El reloj siempre ha estado ahí, es como el alcalde, pero aquél, no cambia de nombre. A su escueta sombra se han cobijado personalidades de todo pelaje, a su puntual cita han acudido amoríos de novela prohibida, ha resistido hercúleo los embistes del tiempo, el clima y el regurgitar de inicuas personas ocasionalmente indispuestas.

Pasan generaciones y generaciones y, una tras otra, no dudan en utilizar el mismo lugar para quedar, charlar, pasear, meterse mano…actividad ésta última que alcanza altas cotas morales con la permisividad meliflua de viandantes meapilas que, ruborizándose en extremo, miran la hora en el íntimo momento.

Un servidor, para no ser menos o, no ser distinto, pues también queda a recaudo del innominado monumento de admiración silente, con dos reglas de inalterable consecuencia. Si quedo con un hombre, sea el ejemplar guapo, feo, alto, bajo, cojo, bizco, locuaz o retraído, mendaz o con bonhomía por bandera, lo normal es llegar un cuarto de hora tarde, independientemente del empeño que ponga en la empresa, Freud diría que me traiciona el subconsciente y, que como sé que Evelyn Waugh decía que “la puntualidad es la virtud de los que se aburren”, como no es mi caso, llego tarde. Pero ocurre que cuando quedo con una mujer se da el efecto contrario, de modo que siempre me toca esperar, da igual lo tarde que salga de casa, ellas siempre llegan más tarde, no sé si es su naturaleza, su inalterada imagen en el espejo con la que se encuentran al salir de casa o…no sé, disfrutan, simplemente. Así son. Me voy a despedir por hoy con palabras de Javier Cercas propias y propicias para toda historia de relojes que se precie, “vivir consiste en esperar, aunque la espera sea inútil o aunque no sepamos lo que esperamos”.

Buen fin de semana. Pensaba escribir sobre Francisco Umbral o sobre Puerta, pero mi pluma no está a la altura, desde luego. Se han ido un genio y una promesa, uno con el camino hecho y, otro sin comenzar a pisarlo, mi humilde y sentida despedida para ambos en estas líneas. Au revoir.

22 agosto 2007

Verano atípico.

Estamos llegando al ocaso de este verano que aún no hemos empezado. León, tierra de frescos climáticos y sentimentales, se está despidiendo de la estación más refulgente y calurosa del año sin haberla saboreado. Parece mentira que apenas sobrepasemos ligeramente el ecuador del mes y haya que vestirse de Septiembre, de café sin terraza, de hoja amarilla de, vuelta al cole. Todo ello, además, con resignación tácita de los ciudadanos y los meteorólogos que, en su profesionalidad deliberada, nos despojan de los placeres veraniegos.

Atrás quedaron los veranos de piscina, playa y bikini. Las piscinas al aire, que son las comunes, escasean en la agenda de un ciudadano que ha perdido el apetito veraniego por culpa de las inclemencias temporales, y le hacen asistir al rito de la chancleta, la toalla y el bañador en épocas de chocolate caliente. Tenemos pues, lo que queremos, un batiburrillo estacional, sensacional y costumbrista, que hace que no sepamos del todo en que época del año nos encontramos. Echando un vistazo a las piscinas airosas antes mencionadas, uno ve vacío, silencio, orden, nada de aquella algarabía jaranera de antaño que alegraba los sentidos aun sin ser partícipe de la misma. Tenemos que irnos hasta los meses de invierno y avizorar la piscina desairada, esto es, climatizada, para encontrar el ambiente, el entusiasmo y el rigor bañista que debiera corresponderse con estos días.

Este año, al menos por esta tierra mía, no hemos tenido verano. Un servidor, que presume de tener buenas cachorras por línea paterna, o sea, por parte de padre y, del padre de mi padre y, así sucesivamente por los tiempos de los tiempos, no ha tenido tiempo climático óptimo para alcanzar en sus vellas –no es falta de ortografía- piernas, ese dorado bronceado típico de veranos antañones. Las piernas en mi familia son objeto de culto ancestral, todos y cada uno de los miembros varones de la misma, hemos presumido con asaz tesón de ellas. Le pasaba a mi abuelo, que en tiempos de boina, hoz y zueco, decía sin fingida seriedad a mi abuela, que no había en toda la contorna moza que gastase las cachorras que Dios le había puesto sobre los pies. Mi padre, supongo que por cuestiones genéticas –la culpa de los guisantes, como siempre- heredó el mismo entusiasmo al presumir de sus dos miembros. Ni que decir, que tanto por parte de mi madre como de mi abuela, jamás escuché ditirambo alguno dirigido a tan nobles y apolíneos rasgos, lo que me lleva a pensar, que el ensalzamiento continuo e inmisericorde de dichos miembros, no han producido admiración precisamente por lo que a la parte femenina de mi familia corresponde.

Pero hablábamos del verano, del calor, del sol, de los anuncios de helados cada vez más escasos en los espacios publicitarios, por cierto. Ya no me acuerdo cuando fue la última vez que vi un anuncio de helados tan pródigos en otras épocas no tan remotas. Con la excepción del que protagoniza la Pataki, que no sé si anuncian al helado o a ella. ¿Qué fue del pirulo tropical que endulzaba tan pícaramente el bochorno estival vespertino? ¿y del crujido de ese helado de chocolate atado a un palo, llamado vulgarmente Magnum? ¿y del juguete con el que Cola Cao nos alegraba los veranos a niños de todos los tamaños?...pero lo que en verdad hace atípico este verano, que lo despoja de sus cualidades innatas atribuidas por los dioses helenos, que lo desnuda dejando al aire y a la vista del vulgo sus vergüenzas más impúdicas, que lo hace renunciar a la corona mayestática de las estaciones, es la aparición de una nueva prenda de vestir femenina llamada trikini y que, si nadie lo remedia, promete convertirse en la revolución visual, sensitiva y estética de los próximos veranos.

Me despido por hoy con palabras de G.Moustaki, que encontré el otro día en el blog del profesor J.G.Calvo y que os cuelgo aquí para vuestro disfrute:

“Yo soy tú, yo soy yo, soy quien se me parece
y me parezco a aquellos que hacen juntos el camino
para buscar alguna cosa y para cambiar la vida
en lugar de morir por un sueño insatisfecho”

Un saludo a tod@s.

06 agosto 2007

Particular educación para la ciudadanía.

Parece ser que la prensa socialdemócrata, liberal y monárquica y, sus eximios profesionales, en algo se han puesto de acuerdo, tenemos una educación que da pena, es lastimosa y conmiserativa, además, es mala.

Cuando pisé por primera vez las aulas de mi querida y añorada facultad de derecho, las primeras palabras que salieron de la boca de nuestro, más querido todavía, profesor de derecho romano fueron: “llegan ustedes con un nivel muy bajo, no sé lo que les enseñan en los institutos, pero cada vez son ustedes peores”. Todo ello, por supuesto, mucho antes de que comprobase fácticamente el verdadero nivel que teníamos y que, con tanta seguridad, menospreciaba. Uno, que llegaba de un instituto en que el nivel docente, salvo grandes excepciones, era indecente, proporcional al del discente, asentía con entusiasmo bobalicón las chanzas del tipo arrogante, soberbio y prepotente que, en su morigerada actitud, decaía en una pedantería obscena.

Lo curioso de este sujeto es que tenía razón y, además, el asunto va a peor. Vivimos en la sociedad del derecho a todo y el no deber, esta situación, degenera en una permisividad de familias, instituciones educativas y ministeriales, en la proporción correspondiente, de la que resulta un sujeto mal y poco educado, menos y peor conversador, indiferente a la cultura en sus diferentes manifestaciones y desvinculado de los problemas que rodean a su entorno familiar y social, salvo que el mismo salpique al interesado, por supuesto.

En un artículo de M.Martín Ferrand, aludía a “importantes lagunas en conocimientos básicos de ortografía y geografía”. Yo aún iría más lejos, no se trata de lagunas sino de vacíos. La LOGSE ha sido un fracaso, entre sus logros más destacados cabe reseñar el alto porcentaje de abandonos escolares, en muchos casos antes de terminar la ESO, intervalo educativo que ha apartado de malos modos asignaturas de la importancia de historia, ciencias naturales, cultura clásica…dando a sus alumnos el título de merluzos notorios con derecho de réplica en cualquier asunto que les plazca por grande que sea el desconocimiento del mismo. Los que terminan dicho nivel, pasan a un pseudobachillerato en que en el mejor de los casos –me voy a referir al de letras que es del que empíricamente puedo hablar pues estoicamente lo aguanté- se estudian dos años de latín y griego, que aunque sepan a poco, algo de mella hacen si se muestra interés por los mismos. El caso es que el alumno llega a la universidad, generalmente, sin hábito de estudio, sin lecturas en su haber, sin tener el esfuerzo como máxima indeleble, con vacíos –no lagunas- de gran importancia en la historia de España, Europa (Revolución francesa, somera visión de los totalitarismos, nada sobre la UE, CEE..o como en un futuro quieran llamar al ente) claro, luego llegan las hostias –si me permiten vuecencias la vulgaridad-.

Pero nos encontramos ante un problema con más fondo, la gente no sólo es más inculta, sino también menos educada. Cada vez menos personas saludan por la calle –sean o no éstas conocidas-. Un buenos días, tardes o noches al llegar a cualquier sitio, no lo dan ya ni los catedráticos en comportamiento ejemplar. Las gracias, se dé lo que se dé, tampoco son de uso común. Las cosas no se piden por favor, se piden. A la gente mayor o la que es importante –por ejemplo que lleven pajarita, que es un signo inequívoco de importancia y buen gusto en el vestir y obrar- no se la trata de usted, el osado que franquee la barrera del tuteo será destinatario de las miradas más aviesas que quepa imaginar…

Es en estos días que estoy terminando “Los papeles póstumos del club Picwick”, antes de meterme con Mann y Umbral, cuando uno se da cuenta de que la gente no lee a Dickens y, eso se nota. Su estilo claro, elegante e irónico, hace falta en nuestras sociedades, porque –me voy a ir al ámbito de la conducción vial- vale que un conductor no pare en los pasos de cebra para que pase un frágil chiquillo, una mujer embarazada, un anciano patizambo o incluso un invidente, pero que no paren ante una mujer de pelo largo, liso y brillante, largas y rectas piernas, vestido ceñido sugiriendo unas braguitas de encaje, vistosas caderas, cintura estrecha y culo prieto con suave contoneo incorporado y, un par de tetillas frescas y lozanas pidiendo paso en la vida…no tiene perdón, hay que ser maleducados.

01 agosto 2007

Detalles.

Vivimos en la sociedad de los detalles, de las bagatelas, de las minucias inapreciables e inconsistentes, lo cual resulta descorazonador, al menos en ocasiones. Pero la duda surge al preguntarnos qué entendemos por detalle. Para algunas personas el detalle es lo más importante, pues sistematiza a la persona, su entorno, sus gustos y, a la vez, les sirve de diferenciación respecto a la generalidad global que nos imbuye cotidianamente. Para otras personas, en cambio, el detalle pasa desapercibido, como si no fuese importante, como si no quisiese decir nada de alguien o algo, como si formase parte de un paisaje de significación inerte.

Respecto a lo que se refiere a mí, me encuentro en una postura ecléctica. Me explico, me fijo en el detalle en cuanto a las personas, en cambio, no le doy importancia respecto a la decoración de una determinada habitación, pues esos aspectos los considero de jurisdicción femenina y a su buen ver, hacer y decorar me subyugo con afabilidad. De todos modos, el detalle decorativo se puede sistematizar dentro de lo que podemos llamar gustos personales, sobre los que, como sabéis, no hay nada escrito y, no voy a ser yo quien empiece.

El detalle en las personas es otro asunto. Aquí ya hay que hilar más fino, con más criterio, utilizar ese ojo clínico del que la sabia naturaleza doto a unos más que a otros. Una cosa veo clara y, es que el detalle delata, bien nos encontremos ante una persona habilidosa, inteligente, hipócrita, con buen trato social o bien con alguien más torpe en los avatares de la escena diaria.

En los hombres el detalle es mero deuteragonista, pues tenemos menos pericia en dominar nuestro carácter, no guiarnos por nuestros impulsos o controlar nuestras emociones en un momento dado. No es que seamos menos hipócritas que las mujeres, sino que llevamos escrito en nuestro semblante todas nuestras circunstancias, si somos afortunados en el amor o indigentes de amor correspondido, si tenemos venerado a Baco o, en cambio, a Minerva, si escuchamos las falacias de Francino en la Ser o las diatribas de Losantos en la COPE, en cualquier caso, “se nos ve el plumero” y, cuando tratamos de disimularlo, en la mayor parte de los casos empeoramos la situación de que se trate.

Las mujeres, en cambio, están echas de otro material mucho más complejo, sinuoso o elaborado. Para la mayoría de los hombres, entre los que me incluyo, el mayor problema radica en que las féminas vienen sin manual de instrucciones, lo cual, dificulta enormemente la necesaria comunicación entre ambos sexos. Precisamente, acabo de leer un reportaje referido a que las grandes empresas han descubierto un nuevo filón en el mercado que se abre paso como la mantequilla ante el refulgente filo del cuchillo y, éste no es otro que las mujeres, su comportamiento irracional ante las embriagadoras rebajas, sus pautas consumistas, su deseo de diferenciar, separar, ser ellas mismas…Dichas empresas, han puesto manos a la obra a hordas de psicólogos a investigar sobre la psyque de la mujer en el ámbito del consumo, el resultado, móviles para ellas con carcasas intercambiables, para tener un modelo conveniente a cada ocasión. El artículo se refería a que el hombre probablemente se conformaría con la carcasa negra y ya no la cambiaría, pues claro, por quien nos toman. La mujer en cambio, necesita distinguirse de sus semejantes, por ello, aunque tengan el mismo móvil que sus amigos, lo quieren más personalizado –yo supongo que como los novios, escogen a un desgraciado parecido al de sus amigas (vamos, que pegue en el grupo y no dé mucha guerra) y luego lo personalizan a su gusto poniéndole la carcasa que les salga de la doble púrpura de sus pezones –Neruda dixit-. Algunas multinacionales, avezadas en la captación de eventuales clientes, incluso ofertan modelos con espejo incorporado, para que si les sorprende el Brad Pitt de turno en el metro, gracias al espejito mágico, puedan “metamorfosearse” a tiempo de que los ojos de la víctima se fijen en su verdugo.

El tema da juego y no descarto volver al mismo en un futuro no muy remoto, buena tarde. Me torro, que barbaridad.