Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

15 noviembre 2011

To live

Youtube tiene estas sorpresas. Año 1986. Un caballero sostiene un muchachito en sus brazos. De fondo, se ve a un hombre y, a su lado, varias boinas que pueden hacer pensar a una mente espabilada que debajo de ellas haya más hombres. Además, hay posibilidades de que la escena transcurra en un pueblo. Y no en verano, precisamente. Al atento señor que sostiene la criatura se le ve contento. Tal vez, incluso feliz. No en vano, está sujetando a su hijo. Aunque prefiero centrarme en el jovencito. El niño parece que tiene una mirada despierta. Y su semblante es sereno, sosegado, tranquilo. Probablemente, se esté preguntando que hace un chico como él, en un lugar como ése. En cualquier caso, es de buen conforme. O al menos lo parece, claro. No tiene cara de ser malo, porque ningún niño lo es. Pero la verdad es que tampoco parece demasiado travieso. E incluso podríamos afirmar que se trata de un chavalito bastante guapo. Aunque ya sé que eso no tiene importancia teórica en esta sociedad cargada de grandes valores y enormes intenciones. Hace unos días, comentaba en una cafetería algo que había leído en un libro hace mucho tiempo, y que me había llamado profundamente la atención. Según el mamotreto, los antiguos creían que toda criatura ya guardaba gran parte de la persona, del ser humano que sería el día de mañana. Y yo, qué quieren que les diga, también lo creo. No sé, y no sé si lo sabré algún día, si recibimos mayor influencia de la herencia genética, del ambiente en el que vivimos, o de la experiencia que, andando la vida, todos y cada uno de nosotros vamos acumulando. Pero de lo que sí estoy seguro, es que la persona, para hacerse en un sentido, tiene que nacer un poco. Y lo siento por Sartre, y demás existencialistas. Además, creo que esa esencia nos acompañará el resto de nuestra vida. Querámoslo, o no. Y pienso que conformará, cuando ya seamos personas algo más juiciosas, lo que desde el retrovisor de la senectud llamemos nuestra naturaleza. Aquella a la que el sabio Esopo dio forma de escorpión y rana. Y contra esta naturaleza, asimismo, es posible que no podamos luchar nunca. Pues de ella se nutre nuestro carácter, nuestra personalidad, nuestro genuino estilo de vida. Unas veces nos ayudará a tomar decisiones correctas, en esos diabólicos dilemas que con tanta frecuencia se nos presentan. Pero, es evidente, que otras muchas nos obligará a caer, una y otra vez, en los mismos errores. Dicen que la Historia es cíclica. Que todo pasa, pero que también vuelve. Hoy día nos nutrimos, biológica, social y emocionalmente, de nuestro entorno y de nuestros semejantes. Y, para convivir con ello, aceptamos convenciones sociales. De ese modo, durante cierto tiempo, dejamos de ser un poco nosotros mismos. Y adquirimos una faceta determinada. Una faceta que nos permita desenvolvernos con fluidez en esta sociedad tan inmadura. Y que, además, sea aceptada por todos. Hasta el punto de que nos la terminemos creyendo nosotros mismos. Así, el inquieto se calma, el furibundo se relaja, el envidioso hace como que no entiende, y el que codicia hace como que no ve. Y así vivimos, encantados de haber encontrado la máscara que mejor se adapta a nuestras necesidades. Pero, justo entonces, cuando ya nos habíamos acomodado al personaje… nos hacemos personas provectas. Se suele afirmar que el anciano se comporta como un niño. Y es bastante probable que así sea. Pero esto hay que matizarlo. Pues, realmente, sólo volvemos al punto de partida. Y, por tanto, volveremos a ser nosotros mismos. Aquello que, en el fondo, nunca dejamos de ser. Y también aquello que nunca dejamos de sentir. Abandonaremos toda impostura. Porque todo dará ya igual. Habremos caminado por esta vida. Habremos sacado nuestras propias conclusiones. Y, como comúnmente se dice, veremos que al final el camino se ha hecho demasiado corto. Y que seguramente nos hemos equivocado muchas veces de dirección. Y que esa careta, esa fachada, ya no es necesaria. Y que la vida se conjuga, fundamentalmente, en una serie limitada de verbos: nacer, crecer, aprender, querer, sufrir, amar, transmitir y, finalmente, morir. Morir cuando el buen vivir.

14 noviembre 2011

Por partes

Esa voz que en las ondas suena rotunda y algo imperativa, por escrito, alberga una profundidad filosófica realmente maravillosa. Les copio, con alevosía pero sin ánimo de lucro, unas líneas que saben a Oca:


“No es más triste la verdad. Lo que no tiene es remedio. La verdad, esa que San Juan dice que nos hace libres, es tan poderosa que no hay forma de destruirla. Se parece bastante a nuestra conciencia, ese Pepito Grillo que Homero inventó en la Iliada y tantas religiones recogieron después. Eso que llamamos conciencia, eso que nos habla desde lo más profundo, eso que nos dice sí cuando es no, es lo que verdaderamente nos hace humanos. Tan diferentes y maravillosos. Pienso en esa voz del interior y no puedo negar la existencia de Dios. Distinto a cualquier criatura. Feliz por existir.


Luego vinieron el lenguaje, las palabras, los libros, la música. Pero la risa y la pena nos hacen únicos en la gran creación. En un librito nada pretencioso pero verdaderamente profundo y admirable, el filósofo Carlos Goñi (Cuéntame un mito. Ariel) afirma con razón que en la superficie del hombre, lo más humano es la risa. En contra de lo que nos contaron desde niños, la risa nos hace hombres. Hombres sensatos, conscientes de nuestra condición. Y después de la risa, la mirada. Si, eso somos, risas y miradas”.


Don Félix Madero, en su columna de hoy.


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La noche del Sábado asistí con una amiga a una performance en el Musac. En mi opinión, cada vez es más notorio que las subvenciones han acabado con el ingenio artístico. Esperaba, de acuerdo con la definición del género, improvisación, una puesta en escena verdaderamente sensitiva y, desde luego, algo rigurosamente novedoso y contemporáneo (más allá del lugar en el que se representaba). Lo que saqué en claro: una obra de teatro al uso, en inglés, con efectos lumínicos muy limitados (tres colores escasos que, además, cuando se utilizaban no se correspondían con el relato, ni aportaban experiencia añadida alguna a lo que se estaba viendo -y eso que colaboraba al respecto un escultor muy vanguardista-), y como efecto sonoro, en algún momento determinado, apenas se oía el rumor de unos pajarillos trinando o la trompa de un elefante algo enfadado. Eso sí. Las actrices eran unas criaturillas fantásticas. Su vestuario se reducía apenas a un sencillo camisón, cortito y transparente. Y una de ellas, además, albergaba satisfecha un busto grecolatino redondeado y elegante, que confería al conjunto de la hembra un aspecto asombrosamente encantador (para lo provocativo del atuendo, vaya). Sin embargo, pienso, siempre profundamente, que tenía los pezones un punto arrogantes para la ocasión. Y que sus caderas, quizá demasiado pronunciadas, eran todo un canto a la necesaria e inevitable promiscuidad del ser humano (Jorge de los Santos dixit), o a la petición de la Libertad de apareamiento como derecho fundamental e inalienable ante las más altas instancias.


Dios mío: ya han pasado un par de días y no me quito esas tetas de la cabeza.

10 noviembre 2011

Artista

Me lo imagino con una media melenita, unos pendientes de aro, y algún que otro piercing desperdigado. Sin olvidar, claro, una chupita de cuero, con unos vaqueros ajustados y algo rotos…

09 noviembre 2011

Digo

El individuo busca por instinto su propia supervivencia. Y, por esta misma razón, su propia felicidad o comodidad. Somos hedonistas por naturaleza. Sí, hay quien vive feliz, una felicidad sin duda muy particular, esforzándose, sacrificándose, poniendo al límite su maltrecha fuerza de voluntad, pero esto sólo ocurre por la obtención de un rédito económico, social, cultural, o meramente personal. Quitemos este beneficio, y el sujeto no tendrá motivo alguno por el que renunciar a su placentera vida. Del mismo modo, podemos finiquitar los argumentos de quienes defienden las bondades y virtudes de la persona particular. Se podría afirmar que los seres humanos evolucionamos. Pero es absolutamente mentira. Evolucionan, o progresan (pues en este sentido se trata de lo mismo), las sociedades. Ese conjunto donde el individuo tiende a perder toda identidad. Y en donde lo particular no se desarrolla en la misma medida, ni en la misma dirección, que el grupo al que pertenece. Cuando se lee a Cervantes o a Mariano José de Larra, por poner dos ejemplos separados en el tiempo, hay algo que destaca con obscena nitidez: los mismos vicios, defectos o taras de las personas se repiten a lo largo de todas las épocas. Y, claro, uno puede asegurar que a él no lo mueve el egoísmo, sino el más puro y elevado altruismo. Y que su libro de estilo, su conducta pulquérrima, intachable, tan vanagloriada, jamás lo moverá a hacer daño a sus semejantes. Un fenómeno, por quien no lo haya notado, total y literalmente cristiano. Pero claro. Al igual que los derechos de cada uno de nosotros terminan donde tienen comienzo los de los demás, y siguiendo una misma línea lógico-argumentativa, convendrán conmigo en que nuestro nobles e inmaculados deseos también pueden chocar con los de otro sujeto que se cree así mismo igual de impoluto, igual de digno, y con las mismas posibilidades de suscitar admiración e imitación en su semejante. En su caso, ¿qué o quién determina objetivamente la jerarquía que ha de imperar? ¿Pero es que realmente existe la objetividad? Y si existe, ¿por qué principios se rige? ¿Y de dónde vienen estos principios? ¿Ha de haber, necesariamente, una jerarquía?...

08 noviembre 2011

Longines Evidenza vs Hamilton Frogman

Hablar de un no debate: hablar por hablar. Un teatro sin público. Una actuación sin abucheos, pero también sin aplausos. Dado el medio de transporte comúnmente más utilizado por el Pueblo, antaño se medía el triunfo de una representación por el número de deyecciones equinas que se juntaban en la entrada del teatro: de ahí desear “mucha mierda”, hogaño expresión más literal que nunca. Dos actores y un encargado de bajar el telón. Una obra con todos los detalles preparados, aburridamente obvios. En su inicio unas ingenuas imágenes de muchachos con opiniones de adulto: Mariano Rajoy pronuncia mal y Rodríguez Rubalcaba (©MR) mueve mucho las manos. Hay papas y mamas tela listos en este país rebosante de maestros. Más nervioso, curiosamente, el que menos tenía que perder. Pero terminarán declarando “la pachorra” patrimonio histórico gallego. Tratando de averiguar dónde se escondía el pequeño saltamontes, en directo, a penas me di cuenta de que Alfredo llamadme, en vez de propuestas, profería chistes (con prórroga incluida). Decir que MR no se había leído su propio programa, como escuché a algún sabio posteriormente, es una melonada mayúscula. País de privilegiados, sin duda, aunque a mí nunca me hayan pagado por decir tonterías. MR debe de comprar sus muebles en la República Independiente de su Pueblo, a tenor de la nacionalidad de sus respuestas. Ambos candidatos hablaron de un solo programa: o lo comparten, o no había más, o el otro carecía totalmente de interés. Dialécticamente, y con independencia de lo que han dicho los medios, ganó APR. Más hábil y correoso, más astuto e inteligente, y con la lección mejor aprendida que el brillante opositor (sería sorprendente, si no fuera por los conocidos antecedentes). Pero todo daba igual. Los datos, la realidad, y la razón (el sentido común, o sea) estaban de parte del gallego. Al que espera una dura y difícil tarea, y como es hombre de fe, además, espero que sepa hacer milagros. En cualquier caso, deberíamos desterrar la mala educación pública imperante. Porque si el moderador hubiese sido mi padre, a diestro y siniestro habría repartido sendos cachetes. Y a mí me queda una última duda: me pregunto quién ganaría el debate en la radio.

07 noviembre 2011

Lapidario

Dice hoy Félix Madero: “Un debate es fluidez, frescura, provocación, ironía, memoria, digresiones, dosis suficientes de cinismo y capacidad para convencer y seducir. Pero no lo veremos porque ambos son rehenes de la sociología y la demoscopia”.



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En un imprescindible suplemento de salud de ABC (que viene con el ejemplar del segundo sábado de cada mes), en un artículo de Teresa de la Cierva sobre defensa personal femenina, me encuentro con una curiosa serie de frases:


Eclesiastés: “la maldad de las mujeres es todas las maldades”


Barón Pierre de Coubertain: “la mujer debe ser la espectadora, para mirar y aplaudir, en lugar de intervenir”


Kipling: “la más tonta de las mujeres puede manejar a un hombre inteligente, pero es necesario que una mujer sea muy hábil para manejar a un hombre imbécil”



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Salvador Rus Rufino: “las oportunidades se presentan cuando no se esperan y las posibilidades de aprovecharlas tienen que aprehenderse inmediatamente, porque de lo contrario se van y no suelen volver”