Antigua novedad, consuelos, vistoso plumero
Todos los años, llegada esta preciosa época de calores tórridos y tetillas pronunciadas por causa del inevitable sitio que ocupa la cinta del bolso femenino, espero el anuncio de la cerveza Estrella Damm como, en el mes de la Virgen, otros esperan el agua. Este 2011, tan nefasto en tantos aspectos, se ha hecho cargo del mismo la afamada y reconocidísima Isabel Coixet. Huelga decir que la cerveza quita la sed; pero es obvio que no da felicidad, ni crea empleo, ni te hace más profesional ni, por supuesto, te vuelve más guapo. En alguna parte he leído que cuando encargaron a la flamante directora el anuncio, quiso huir del prototipo de anuncio aspiracional vacaciones idílicas. Bien. Resumo: un muchacho no especialmente agraciado, ni especialmente avispado, aunque sí especialmente alegre, festivo y dicharachero (ya saben lo original que es la juventud), gracias a la cerveza, compadrea con Ferrán Adrià y se liga a una francesa con un culo y una cara igualmente deliciosos. Yo no sé si alguien habrá visto el toque Coixet, de existir éste, por alguna parte; pero creo que este anuncio podría haberlo ideado cualquier estudiante de segundo de Publicidad sin esfuerzo aparente. Banda sonora veraniega, playa, biquini, muchachos jóvenes y despreocupados, y el refrescante acogimiento de una bebida cuando el sol más aprieta. Quiso huir del tópico, para terminar siendo dolorosa y obscenamente típica.
En un suplemento dominical de economía de hace unas semanas, del periódico El mundo, en un artículo titulado “Trabajo más y mejor si soy feliz”, firmado por Emilio Duró, me encuentro con un par de reseñas dignas de mención, que recojo y comporto gustosamente con todos ustedes:
“Trabajamos 56.000 horas, y vivimos unas 700.000. Aunque nuestros genes no han cambiado, ahora vivimos casi 100 años, y la lucha y la competencia constante resulta algo estúpido para mantenerlas durante tanto tiempo. Hemos puesto años a la vida, pero no vida a los años “.
“Aunque por las investigaciones conocemos que el éxito no lleva a la felicidad, también sabemos que la felicidad conduce al éxito”.
Llega silente y orgulloso con ese toque de chulapo desfasado y fingida indiferencia. Su verbo lacónico, exiguo y apocado no muestra más que abultadas carencias tan evidentes si su lengua estuviese más suelta y se enfrentase desnuda a la intemperie. Su mirada apagada, su excesivo temple, y el sosiego que desprenden figura, moral y conducta, lo envuelven en un halo de pretendido misterio que no provoca excesivos halagos, ni suscita demasiados intereses, ni evoca ávidos casanovas. Su facha tiene fecha y conocida ficha: no embauca su pretensión de eterno adolescente. Más hay quien no quiere ver y se niega a oír: “A los ídolos es mejor no tocarlos, siempre hay algo de su dorado polvo que se queda inexorablemente entre los dedos”, Gustave Flaubert.
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En un suplemento dominical de economía de hace unas semanas, del periódico El mundo, en un artículo titulado “Trabajo más y mejor si soy feliz”, firmado por Emilio Duró, me encuentro con un par de reseñas dignas de mención, que recojo y comporto gustosamente con todos ustedes:
“Trabajamos 56.000 horas, y vivimos unas 700.000. Aunque nuestros genes no han cambiado, ahora vivimos casi 100 años, y la lucha y la competencia constante resulta algo estúpido para mantenerlas durante tanto tiempo. Hemos puesto años a la vida, pero no vida a los años “.
“Aunque por las investigaciones conocemos que el éxito no lleva a la felicidad, también sabemos que la felicidad conduce al éxito”.
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Llega silente y orgulloso con ese toque de chulapo desfasado y fingida indiferencia. Su verbo lacónico, exiguo y apocado no muestra más que abultadas carencias tan evidentes si su lengua estuviese más suelta y se enfrentase desnuda a la intemperie. Su mirada apagada, su excesivo temple, y el sosiego que desprenden figura, moral y conducta, lo envuelven en un halo de pretendido misterio que no provoca excesivos halagos, ni suscita demasiados intereses, ni evoca ávidos casanovas. Su facha tiene fecha y conocida ficha: no embauca su pretensión de eterno adolescente. Más hay quien no quiere ver y se niega a oír: “A los ídolos es mejor no tocarlos, siempre hay algo de su dorado polvo que se queda inexorablemente entre los dedos”, Gustave Flaubert.