Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

22 mayo 2012

Erasmo




Muere JLG, eximio periodista y paisano. SG recuerda algún punto sobre necrológicas made in AE que casi nadie cumple: qué grandes sentimos nuestros exiguos encuentros en/con otros. Por lo demás, España típica y tópica: hemos de faltar para ser bien percibidos. Su estilo como columnista: exquisito, elegante, preciso, inteligente, agudo, mordaz sin complejos y, con frecuencia, soberbio. El placer de leer y masticar: se está perdiendo en favor de una claridad y sencillez obscenamente ramplona. Su síntesis de lo abstruso: un gozo umbraliano. Decir tanto en tan poco y comenzar a salivar. El columnismo queda un poco más huérfano. Y los lectores de nueva cosecha, probablemente, un poco más aliviados. 

10 mayo 2012

Colchoneros


A Alfonso González


En la calurosa noche de ayer recibí el mensaje de un viejo amigo del que hacía tiempo que no tenía noticias. No es frecuente conocer a un aficionado atlético en tierras leonesas. Pero ya saben que hay gente “pa tó”, y mi dilecto amigo es uno de ellos. En los últimos años, en cada derbi madrileño, tengo la imperiosa necesidad de recordarle que ha sido muy fácil. A su vez, él tiene la costumbre de decirme algo relacionado con el arbitraje y mi pronunciada miopía. Ambos... no sé si llamarlos pronunciamientos, suponen una tradición muy agradable entre nosotros. Y como lo bonito del fútbol es hacer la puñeta a las aficiones rivales, entenderán enseguida el delicioso tonillo, cual picante aliño, con el que condimenta el texto:


“Aunque pienses que me había olvidado de ti, que sepas que el Atleti ha ganado tres títulos europeos en dos años. ¿Y el Madrid qué ha ganado? Una Liga y una Copa del Rey… ¡qué triste! Y con la diferencia de presupuestos… por cierto, jogo bonito el del Bayern, espectacular… GRANDE EL ATLETIIIII!!!!.. Sin palabras de Falcao y compañía… AUPA ATLETI!!!!!”


Sólo le faltó decirme que sin acritud. Qué tío. Y lo más curioso de todo, huelga decirlo, es que ni haciendo acopio de todo mi ingenio podría haberle contestado nada digno.

08 mayo 2012

La coyuntura


¿Qué tienen en común la victoria de Mariano Rajoy y la de François Hollande? En España, en su día, se vendió que Zapatero perdió las elecciones por su pésima gestión al frente del ejecutivo. El líder socialista, se venía a decir, y a pesar de sus simpáticas confidencias de alcoba, no estaba preparado para dirigir un país como España. Por razones obvias, hay que decir que esto era absolutamente cierto. Pero con una salvedad: no era, y no lo es nunca, la única razón. En Francia, en cambio, se ha subrayado como principal factor en la victoria socialista, el miedo de los franceses a las políticas de rigor, ajuste y austeridad que la señorita Rottenmeier sugiere (es un decir) desde Berlín a toda Europa. O, a sensu contrario: los franceses han escuchado los cantos de sirena que prometen un mantenimiento de su estado del bienestar pese a quien pese. ¿Qué se desprende de todo lo anterior? En primer lugar, que el electorado francés no difiere en cuanto a madurez democrática respecto del electorado español; en segundo lugar, dado el cariz de las promesas, y a pesar de los lúcidos artículos de nuestros actuales afrancesados, que tampoco existe una diferencia cualitativa notable respecto a los candidatos o aspirantes a las respectivas presidencias; en tercer lugar, que las grandes naciones no siempre producen grandes hombres; y en cuarto y último lugar, por no hacer demasiado pesada la retahíla de obviedades, que al mejor gobernante posible de la mejor de las naciones se lo merendarán las circunstancias si, evidentemente, éstas son adversas. Quizá no tardemos en hablar de Obama en un sentido parecido. Y, seguramente, no se tratará tanto del incumplimiento de unas expectativas sobredimensionadas, como de una insoslayable imposibilidad de pasar de su teoría a la práctica. Espero, pues, que los creadores de opinión nacionales e internacionales se dejen de defensas de valores grandilocuentes, de solucionar supuestas faltas de liderazgo intelectual u otras pamplinas semejantes. A la gente lo que le preocupa en Madrid, París, Roma o Nueva York, es la buchaca y el puchero. Y hoy todos somos mejores y más buenos, y todos tenemos la lección bien aprendida, y ninguno nos dejamos embaucar por fuegos de artificio: pero los totalitarismos, en sus orígenes, fueron los primeros que supieron entenderlo. Países en ruina o al borde de la misma, un estado general de depresión ciudadana, la necesidad de ver luz al final de un túnel que todo el mundo contempla absolutamente a oscuras… Excelente abono para lo indeseable y los indeseables, para los que dicen lo que la gente quiere escuchar, para quienes hacen de su deshonesta capa un sayo quintaesenciado. Los políticos cabales no pueden dejar tomar la iniciativa a quienes presentan lo despreciable disfrazado de ventajoso. La gente quiere soluciones. Y está en manos de nuestros representantes públicos que éstas no lleguen a cualquier precio. ¿Es tan difícil entenderlo?

07 mayo 2012

Indigencia


Oh, la seducción y la prepotencia. Extravagante curiosidad el devenir del vicio en sublime virtud. La derecha se ha acostumbrado, quizá durante demasiado tiempo, a confundir la brillantez intelectual de una testa con la que proporciona la gomina de supermercado. Y considera que una respuesta pronta e ingeniosa, aunque contemplada desde la distancia sea meramente absurda, es aquella que sólo puede venir de una cabeza ejemplarmente amueblada. Mediocres son los otros (y aunque parezca extraordinario: ¡siempre!). ¿A ver si ahora va a resultar que el panorama político, y no digamos el social, está saturado de gente gris e intelectualmente justita? Gran descubrimiento, se supone. Desde los medios afines se engrandecen las cultas cualidades de sus protegidos. Y dotan al ejemplar de marras de elocuentes calificativos con sonoridad de cafetería provinciana. Magnificar es de sabios (¿o de pelotas?) Baltasar Gracián dejó escrito que saber, y saberlo demostrar, es saberlo dos veces. Pero a mí, de momento, no me salen las cuentas. Dicen que la mayor pobreza de un hombre es su ignorancia. Convendrán conmigo en que nosotros no podemos presumir de otra cosa. Pero nuestros dirigentes… tampoco. 

02 mayo 2012

Toma la palabra Dickens


“He hablado ya de mi perseverancia en ese período de mi vida, y de la paciente y continua energía que empezó entonces a madurar en mí, y que constituye sin duda la parte más fuerte de mi carácter (si es que hay alguna fuerza en él). Añadiré solamente que, cuando vuelvo la vista atrás, descubro en esas cualidades la fuente de mis éxitos. He sido muy afortunado en los asuntos materiales; muchos hombres han trabajado más duramente que yo sin conseguir ni la mitad de mis logros; pero yo habría sido incapaz de realizar lo que he realizado sin los hábitos de puntualidad, orden y diligencia, sin la determinación de concentrar en cada momento mis esfuerzos en un solo objeto, aunque hubiera otro a continuación pisándole los talones. Dios sabe que no lo escribo para vanagloriarme. El hombre que pasa revista a su propia vida, como lo hago yo aquí, página tras página, necesita haber sido un santo para no lamentar vivamente las muchas aptitudes ignoradas, oportunidades desperdiciadas, sentimientos imprevisibles y malvados, constantemente en pugna dentro de su pecho y siempre victoriosos. Me atrevo a afirmar que no tengo un solo don natural del que no haya abusado. Lo que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado hacer algo en mi vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que cuando me he consagrado a algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca he creído posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la compañía de otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia. En este mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las cosas. Es posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros de la escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser sólidos y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y sincera. Ahora me doy cuenta de que mis reglas han sido no hacer nada a medias y no menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”.




“A lo largo de mi vida, he observado esa costumbre en muchos hombres. Tengo la impresión de que es una regla general. Al prestar juramento ante la ley, por ejemplo, los declarantes parecen disfrutar enormemente cuando llegan a una ristra de palabras altisonantes que expresan la misma idea, como cuando afirman detestar, abominar, abjurar…Y los viejos anatemas se basan en el mismo principio . Hablamos de la tiranía de las palabras, pero también nos agrada tiranizarlas a ellas; nos gusta tener un ejército de términos superfluos a nuestras órdenes para las grandes ocasiones; pensamos que causan una excelente impresión y suenan bien. Al igual que en los momentos ceremoniosos somos poco exigentes con el significado de las libreas, si son lo bastante elegantes y numerosas, el sentido o la necesidad de nuestras palabras nos parece secundario si podemos organizar un bonito desfile con ellas”




“Cuando la sociedad es el nombre que reciben unos caballeros y unas damas tan superficiales, y cuando su educación no es más que una declarada indiferencia a todo lo que significa progreso o retroceso del ser humano, creo que nos hemos perdido en el desierto, y lo mejor que podemos hacer es salir de él”




David Copperfield, recién terminado. No llevo anotados en una cuenta los libros que he tenido la fortuna de leer y asimilar a lo largo de mi vida. Pues los verdaderos placeres carecen de la siempre vanidosa naturaleza contable. Pero sí recuerdo, no con poco regocijo, aquellos que me han hecho llorar profusamente. Hasta la fecha, sólo lo habían conseguido tres (tipo duro); y, sin subrayar una coincidencia demasiado llamativa, todos ellos lo habían logrado en su final. Pero este libro, en cambio, dosifica placenteramente sus efectos a lo largo del mismo. Me ha parecido una obra maravillosa y magnífica. He llorado como un bendito hasta en cuatro ocasiones. Y su historia de amor la podríamos haber firmado cualquiera. (Si bien con la notable dificultad de identificarnos con el edulcorado final que la ficción acostumbra a arrebatar, despiadadamente, a la tozuda realidad). Lo recomiendo de todo corazón. Órgano al que, implícita o explícitamente, apela el escritor en muchas de sus páginas. Y tengo el convencimiento de que conmovería hasta a las piedras. Aunque Dios quiera que no caiga este libro en manos de ninguna.