Por la tarde he echado un vistazo a la nueva edición digital de
ABC. No me gusta. Y tampoco, como comprobaré el domingo, su nueva edición impresa. E aquí una modesta prueba de cómo la innovación, el cambio, ¿el progreso?, no siempre es para mejor. Pues no aporta. Y, a veces, incluso deduce. Escatimando brillo a un producto que ya era bueno. Que suplicaba que no lo sobasen.
Ya caída la noche he estado viendo
Regreso a Howards End, con el legendario
Anthony Hopkins y la simpática
Emma Thompson. Una película deliciosa, una historia entretenida, un paraje verdaderamente espléndido. Y, de fondo, esa sociedad inglesa de época en la que no podía faltar el té, las pastas, la hospitalidad anglosajona y ese acentuado e irritante clasismo que hacía de los británicos personajes tan estirados.
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Sábado, 12 de Junio. Exigua reunión de compañeros nocturna. Plan no muy elaborado: cena, café y copa, algo de baile. Restaurante decente. El propietario es un tipo estirado, huraño, con gesto enfadado. Sólo guarda asiento y demás complementos de una comida en horas en punto o y media. Y yo he acudido para reservar mesa, con mi natural gesto feliz, a las once menos cuarto de la noche. Preguntado el responsable, con mi también natural curiosidad, por la razón de su obstinación y su rigurosidad casi castrense, me dijo, escuetamente, que no era asunto mío. Casi recurro a la ironía, pero pensé que no me iba a servir de nada, que no la iba a entender, y que sería, en fin, como tirarle perlas a los puercos.
Cosas curiosas que tiene esta vida. Al llegar a casa me llaman del grupo. Hoy por la noche toco en un pueblecito de Palencia, Traspeña de la peña. Por no darme otro paseo, y sobre todo por no verle el careto otra vez al afectuoso camarero, llamo anulando la reserva, y aviso a mis compañeros que otra vez será. Si Dios quiere, claro, como se decía antes, y ahora sólo dice para finalizar sus post, con cierto aire anfibológico, don
Albert Boadella.
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Domingo, 13 de Junio. Llego a casa a las 7:30 de la mañana. La fiesta ha ido bien o muy bien. Nos volverán a llamar el próximo año. Sin representante mediante, espero. Tuve que llevar el acordeón, que también y tan bien toco (modestia a mí). Hacía unos ocho años, de los doce que llevo moviéndome por los escenarios, que no lo llevaba a una actuación. Pues la gente ha perdido el gusto por escuchar uno de los instrumentos más armónicos, completos y gratos al oído que existen. Sintomático, supongo, de la decadencia que asola a nuestra sociedad en todas y cada una de sus facetas. Y, además, teniendo en cuenta que la juventud prefiere las guitarras, los teclados, las baterías electrónicas, y suelen confundir calidad y ruido de un modo inequívoco aunque espero que no totalmente irreversible. En esta ocasión se empeñó el alcalde al oír al representante, no sé si casualmente, que
el teclas también le daba al instrumento del tango. Y para allá que me tuve que llevar el instrumento, vaya. Tres temas, y el hombre, y los de su quinta, punto menos que emocionados. Aunque como es lógico, la actuación tenía que seguir su curso, máxime habiendo la juventud que había, y terminamos haciendo temas de Ska-p, Celtas Cortos, Mago de Oz, Tequila, Seguridad social, Medina Azahara… en fin, lo que el público, la vida y los tiempos demandan.
Al finalizar la actuación, la peña, en sentido estricto, que resistió hasta el final, nos invitó a unas copas en su local. Me van a perdonar lo irrespetuoso, lo poco elegante y el poco tacto que seguramente se va a desprender de mis palabras, pero hacía muchísimo tiempo que no veía a tanta tía buena junta. Pero qué pueblo, madre. Con gusto me habría quedado a vivir allí para toda la vida. Y, además, era una juventud fresquísima, oigan. Tenían una costumbre muy curiosa, que consistía en hacer en la parte inferior de los vasos de cachi un pequeño orificio, de tal modo que el líquido contenido en su interior se derramaba en un chorrillo cual meadilla de querubín; y el divertimento llegaba a su cénit cuando se pasaban los vasos de unos a otros. Mi querido y pegajoso despiste, en esta ocasión, tampoco se percató de que una de las señoritas se acercaba a mí con aire resuelto y con intenciones de pasarme el “vasito”, con lo que terminé con la camisa empapada, y las atronadoras carcajadas de la concurrencia y de mis colegas como acompañante onírico para el resto del camino. Aunque yo creo que más que darme de beber, lo que quería la dama, la mujer, ese extraordinario ejemplar de hembra era meterme mano. Pero esas cosas se avisan, carajo: así ella se tuvo que quedar con las ganas y yo con las ganas de quedarme con ella. Qué vida.
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Lunes, 14 de Junio. León es fascinante. Mayo y Junio han venido cambiados, o sea, bien revueltos. Qué lástima, y qué gran pena, me da dejar de nuevo los pantalones cortos dentro del armario. Máxime con un principio de moreno que ya se reflejaba en mis adorables, por hereditarias, cachorras.
Por la tarde me llaman para echar unas cartas, aunque sólo echamos unas palabras. Se acerca San Juan y San Pedro, las fiestas de León, y ya anda la gente alborotada, nerviosa, como inquieta. Seguramente terminemos haciendo, sobre todo por tradición, botellón a la orilla del río. Como cuando éramos lozanos muchachos e íbamos a ligotear con las muchachas, improvisando, sin esas sofisticadas técnicas de ligue que, entiendo, imparten en esos ridículos cursillos municipales. En los que la moraleja será algo así como toca lo que te dejen y sé feliz. O tócate y no molestes. Y sobre todo no seas pesado, ni cansino, ni vayas de baboso por la vida. Aunque, bueno, como esto a lo mejor daña la integridad moral, o la autoestima, o alguna pendejada de esas por el estilo en los dedicados alumnos, a lo mejor les dicen que sí, que ellos pueden, y que lo que se propongan, si se mentalizan y confían en sus posibilidades, lo van a conseguir. Luego ya vendrán las mujeres o los hombres, según, con las rebajas. Aunque ya es muy viejo repetir aquello de que en la naturaleza humana, no sé si desgraciadamente, siempre ha triunfado la esperanza sobre la experiencia. Y así nos luce el pelo, claro.
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Martes, 15 de Junio. Mi hermano ha cumplido 20 años. Parece que fue ayer cuando daba sus primeros pasitos, y ya es uno de esos muchachotes con pendiente, piercing, vehículo tuneado, mechas, y todas esas necesidades vitales que la juventud de hoy día considera imprescindibles para ser socialmente aceptados. Yo, en su día, también quise pendiente, por supuesto, pero mi padre me dijo que nones. Y piercing, claro, pero me dijo que tururú. E incluso pensé, vaya un rebelde, en amotinarme, dejarme el pelo largo y hasta en huir lejos de casa. Pero al final, no sé si por pereza o comodidad, me quedé donde estoy. Y, desde luego, van a tener que esforzarse mucho para moverme de aquí. Me mofo yo, todo lo que sea menester mofarse, de la independencia. Se la envuelvo, si gustan. Aunque bueno, no seamos tan radicales: si no tuviera otro remedio, pues hombre, me independizaría; ahora bien, me independizaría con mi madre. No vayamos a hacer de la madurez algo traumático.
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Miércoles, 16 de Junio. El día de la roja que, en contra de los deseos de
Barbeito, se trocó coja. Vaya un debut. A mí, don
Vicente, nunca me ha gustado un pelo. Pero, en fin, hay que reconocer que, hasta la fecha, con él, la selección estaba jugando de auténtico lujo. Hace unos años, la selección hacía unas fases de clasificación espectaculares, pero llegada la competición, la hora de la verdad, la pifiaba. Entonces, llegó
Aragonés, que hizo todo lo contrario: una fase de clasificación lamentable, y una competición brillante, para el recuerdo. Y ahora, volvemos a nuestros orígenes. Qué rabia. Aunque bueno, al menos hemos comprobado cómo le asentó en realidad, al
sabio de hortaleza, que le dieran una patada en salva sea la parte. Se había mantenido silente, respetuoso, y ciertamente elegante hasta ahora, desde luego muy en contra de su acostumbrada disposición de ánimo, aunque es evidente que por los resultados tampoco le había quedado otro remedio. Ahora, que las cosas van mal, el hombre elevado nos ha dejado ver su rostro taimado. No ha sido un buen momento. Y no ha sido una intervención nada feliz. Le pasará factura, seguramente. Aunque sabiendo que
mal que no es de ahora ya no mejora, podemos estar seguros de que a éste ya no hay quién ni qué lo cambie.
El resultado, al menos, ha servido de cura de humildad. Y no a los jugadores, precisamente, sino a los periodistas, los aficionados, y demás entes relacionados cuya bandera ha consistido históricamente en pecar de baladrones. En cualquier caso, podemos estar seguros de que en esta ocasión, el ministro de deportes, no ha tenido nada que ver. O sea, que podía haber sido peor.