Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

29 septiembre 2011

To be

Sueños, imágenes, quizá sólo espejismos un tanto borrosos. Hasta cierto punto me veo deambulando por una senda larga y desconocida en la más absoluta de las oscuridades. Y, de repente, llego a un determinado extremo en el que se me ofrece la siguiente dicotomía: ¿si doy un paso más estoy seguro de estar pisando terreno firme?; o, por el contrario, ¿caeré por un profundo y terrible precipicio? Difícil situación, sin duda. Aunque, mi inquietud, pueda tener su puntito fascinante desde una perspectiva meramente profesional. Un psicoanalista, por ejemplo, probablemente me diría lo siguiente. En un principio estoy solo, luego, es posible que no me guste afrontar los problemas en común, ni hacer pública una parte de mí que quiero mantener en el más estricto de los anonimatos. Pienso: pero pensar no siempre es una ventaja, además de no estar bien visto ni bien pagado, paraliza, congela, ralentiza el tiempo ordinario en la toma de decisiones, en la realización de un cometido, en ese vivir constante la eternidad que guarda todo instante. Estoy a oscuras: es decir, no veo realmente si estoy solo o tengo algún tipo de compañía, además de presentarse ese eterno interrogante de índole filosófica que nos azuza a responder sobre nuestro origen, pero también, y sobre todo, de nuestro pretendido destino. Una senda desconocida. No conocer es la afirmación exacta del miedo. Tememos lo desconocido, y tememos a los desconocidos. Por eso nos altera la falta de luz, un ruido que no identificamos, o las personas que nos son completamente ajenas, levantándose con premura un muro prácticamente imperceptible que nos impide acercarnos a los motivos de nuestro desasosiego, pero que también impide que sean éstos los que se acerquen y nos saquen tal vez definitivamente de dudas. Un muro, en fin, que cercena nuestra libertad, que reduce la altura de nuestro pensamiento, y que nos devalúa como seres humanos, dejándonos sin esas alas que nos proporcionan necesario descanso en la lejanía alcanzada cuando se hace verdaderamente insoportable la fatiga de lo cotidiano.

28 septiembre 2011

A mí que me registren

Se ha acabado un verano tan escaso en sol y en muchachas como en trabajo. Con la llegada del sol muchos eran quienes, otros años, hacían su particular Agosto. Pero, como saben, estamos en crisis, y una crisis que, además, nadie sabe muy bien cómo ha llegado, cuánto tiempo va a quedarse, y si es que piensa marcharse en alguna ocasión no demasiado remota, con lo que la gente, qué quieren que les diga, como que no gasta. Unos porque no pueden, y otros porque no quieren, el caso es que en este país no hay un puñetero duro. Y no deja de resultar curioso, ya que hablamos de la antigua moneda, que si aún tuviésemos a nuestras queridas rubias, nuestros problemas serían mucho menores. Digo lo de curioso, claro, porque esto del euro nos lo vendieron como la panacea a todos los males. ¡Íbamos a tener el nivel de vida de los suecos! Pero sin suecas, claro. El personal salía de compras y como los productos no llegaban a cuatro cifras, pues nada, mete para el carro Manoli, que ahora está todo más barato. Y Manoli, qué iba a hacer la pobrecita, venga a llenar el carro. Ay, madre.

Hoy día, todos esos expertos economistas que ocupan grandes portadas, diversos y sesudos artículos, y tienen acaparados no pocos programas de famoseo, pues ya han merendado su cuotilla de pantalla incluso a esa señorita que con tan buenos modos mandaba comer el pollo a su hijita, aún no nos han explicado absolutamente nada. Y aquí, nadie se queja. Venga todo el mundo a hacerles la venia. Y que cuánto sabéis. Y que qué bien habláis. Y que qué guapos salís. ¡Si es que están más solicitados que el culo de la Johansson! Pero lo que son soluciones, en sentido puro y duro, contantes y sonantes, de esas que repiten luego hasta los pimpollos a la hora del chato en las casas de lenocinio viril, nasti de plasti. Ay, madre.

Y es que uno, empieza ya a estar hartito. Ahora nos dice Obama (está él para hablar) que los europeos no hacemos lo suficiente. Él, que pensaba ser el no va más, y no sé si habrá quien haya sido menos. Que será cosa de la coyuntura, no digo que no. Porque ya saben que la coyuntura, y el cha-cha-cha, son los que se comen casi todas las culpas. Pero a mí me da que este tío tan elegante y persuasivo, tan delicado y exquisito en sus formas, aunque bien es verdad que le escribe los discursos un muchacho y está rodeado de una camarilla de inútiles como los politiquillos de aquí, no tiene ni repajolera idea. Otro idealista socialdemócrata que vino a redefinir, redescubrir y reinventar el mundo, con sus utopías y sus grandilocuentes pensamientos de chichi nabo. Porque a ver si ahora va a tener la culpa de casi todo la ineficacia de las políticas de estímulo estadounidenses, con ese mayúsculo, desorbitado gasto público, y no los pobres europeos, que dependemos de lo que le pase económica y políticamente al tío Sam y la madre que lo trajo…Ay, madre.

Con lo que nada. Aquí, en España, la cosa ya va de elecciones. Rajoy, como apuntaba hoy el maestro Ferrand, está como con más tipillo (del hambre y el ejercicio, supone malicioso), el Pons, ha puesto el apodo de manostijeras al señorito de los contubernios, y Zapatero ya está mirando tumbonas de ocasión para darle el estreno que se merece a la coqueta chocita que se está levantando en mi tierra cuando se (lo) retire(n). Y, mientras, los sindicatos afilan navajas, aclaran gargantas y calientan a sus huestes (como si hiciera falta). Ay, Mariano, la que te espera. Aunque, al menos (parafraseando al venablo de Marchena), espero que no nos la metas doblada.

19 septiembre 2011

Recular es de sabios

En el suplemento cultural del ABC, Patricio Pron, escribe sobre Heimito von Doderer, autor, entre otras obras, de Los demonios y Un asesinato que todos cometemos. A lo largo de todo el artículo, un artículo, además, para disfrutarlo de cabo a rabo, me llamaron especialmente la atención un par de anotaciones del crítico sobre lo que él considera la temática social, cultural y personal incardinada en dichas obras. Según el autor de la reseña, el eje en que se fundamenta el escritor austriaco para elaborar dichas novelas, sería esa determinación impuesta por otros de vivir la vida de acuerdo a sus deseos y principios, y no a los que emergen de la propia experiencia individual. Es decir, ese mero consejo, a veces tan extemporáneo, de familiares, amigos y vecinos, de vivir de acuerdo a un patrón lógico y sensato, y tratar de alcanzar una meta vital relativamente razonable, para el escritor habría supuesto una cierta pérdida de capacidad decisoria en la forma que cada uno de nosotros vamos dando a esta vida.

Dado que a cada uno de nosotros lo definen sus propias circunstancias, habría que desarrollar el grado de empatía suficiente para ponerse en el pellejo de este artista, y no tacharlo, cuando menos, ¡y automáticamente!, de redomado exagerado. Que esos aforismos que defienden que somos dueños de nuestro destino, y que el carácter forja el destino de las personas (y no al revés) son una milonga publicitaria, creo que ya lo tiene todo el mundo más o menos asumido. Salvo, claro, algún pobre e ingenuo incauto que alimente su espíritu con literatura de autoayuda semibíblica. Pero de ahí a afirmar que somos tan influenciables como para vivir la vida que les hubiese gustado vivir a otros, y además guiarnos por sus instrucciones concretas, me parece a mí que se está obviando un trecho demasiado largo y abrupto que, además de recorrerlo, convendría explicarlo. La inducción tiene siempre sus límites en la actitud y aptitud de cada persona. El destino no está escrito para nadie. Esfuerzo baldío seguir las directrices nada divinas de una mente imperfecta, insatisfecha y un punto enajenada: los peajes, ya saben, hacen demasiado costoso el viaje.

Otro tema que destaca el artículo, subraya el necesario abandono (como si se pudiera) de las condiciones con las que hemos sido criados para evitar que éstas nos impidan vivir y nos asesinen prematuramente. Pero hombre, hombre, hombre: ¡vaya con el escritor!, que el crítico sitúa, nada menos, al nivel de Tolstoi. Qué curioso. Parece omitir que somos el producto de una evolución; quizá mejorable, sí: pero no somos más que una suma de información genética, social, cultural y ambiental cuyos factores son insustituibles, inalterables, prácticamente ajenos a la voluntad de cualquier sujeto. Sin nuestro pasado, en sentido muy amplio, no somos nada, ni nadie. Y no sólo es que no debamos olvidar esas condiciones que hacen de nosotros esa personita tan admirable, es que, sin ellas, no podríamos avanzar, evolucionar, desarrollarnos lo suficiente (ni siquiera lo cristianamente aconsejado). Arrancar parte de nosotros para vivir una vida supuestamente más plena y más propia, además de acto sobrenatural, roza con la actitud de quien ha perdido sin remedio toda cordura y capacidad de raciocinio equilibrado, cayendo, tal vez sin remedio, en el oscuro y profundo pozo de la locura.

Sin embargo, todo indica que crítico y escritor dejan abierta una puerta en forma de enmienda: el interés se desplaza a la forma en que puede hallarse en la vida de todos nosotros ese punto concreto a partir del cual uno podría atrapar, como quien dice, la vida, y como ese punto suele ser en la mayoría de los casos el punto en que la vida lo atrapa a uno. Ajajá: esto, ya es otra cosa. Simplemente, porque supone defender todo lo contrario a lo anteriormente manifestado. Y es que la curiosidad más llamativa, obviamente, es que si estuviésemos hablando de una operación aritmética, ya sabríamos todos el resultado.

15 septiembre 2011

Sin tiempo

Correspondencia/Yésica Vieira Matilla






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Hoy no esperen nada más. Me largo a cenar, y después a Benavides de Órbigo, a ver una de las mejores orquestas de España. Mañana les cuento.

14 septiembre 2011

Cogitaciones en el café (I)

Viendo fotos, una actividad, por otra parte, nada particular. Aparece un hombre ciertamente alegre. Cuestiones de belleza a parte, parece que ya en una primera toma de contacto gusta su sonrisa. El público femenino acuerda que, además, está macizo. Pero quiero acentuar el tema de la sonrisa. Divagan las féminas, y llegan a la conclusión de que les cae bien (¡y no lo conocen!). Que tiene una risa… de machote (que es una expresión ambigua, indeterminada, y bastante molesta para que la escuche un hombre cuando no se refiere a él). Y no sólo eso: dictaminan, afirman e incluso sentencian que se irían de cañas con él. Y, por si todo ello fuera poco, rematan diciendo que es el típico tío que le caería bien a todo el mundo. Ahora, lo que quiero subrayar es ese típico.

Vamos a ver. Seré, o me habré convertido, en alguien rarito. No voy a decir, y ni siquiera a insinuar, que no. Pero yo veo las cosas o, mejor dicho, a las personas del siguiente modo.

A mí no me gusta la gente que sonríe a todo el mundo. La gente que simpatiza enseguida con todo el mundo. La gente que cae bien a todo el mundo….

Seguro que lo tendré escrito muchas veces a lo largo de la vida del blog. No se puede caer bien a todo el mundo, por la misma razón por la que se afirma que nunca llueve a gusto de todos. Si realmente existe alguien que cae bien a todo el mundo, esa persona, sencillamente, apesta. Estamos ante una persona que no es franca. Un hipócrita de tomo y lomo.

Ahora bien, soy consciente de que estos casos de persona típica que tan bien cae en todas las partes, realmente abunda. Son el alma del grupo, la alegría de la huerta, la salsa de todas las fiestas.

Cuando uno lee la Karenina de Tolstoi, y ve lo diplomática, elegante y extraordinariamente exquisita que era la dama con todo el mundo, habrá quien se quede prendado enseguida de la joyita de hembra, pero también habrá quien en esa conducta, en apariencia tan deliciosa, no vea más que mera inercia, una simple convención social. La heroína del gran escritor ruso, hacía sentirse únicos a todos aquellos que la trataban o frecuentaban. Pero, en realidad, despreciaba a todo el mundo salvo a ella misma. Que se veía radiante y espléndida allá donde iba.

Y, como en la literatura, la vida y quienes la habitan.

Por esta razón, cuando me presentan a alguien que seguro, y en todo caso, me va a caer bien, ya puede ir el majo o la maja preparándose, porque, seguramente, me va a caer rematadamente mal. No sé. Pero yo prefiero a quien vende caras sus sonrisas, sus besos o sus abrazos. Quien, por el contrario, los ofrece gratuitamente, por mi parte, ya puede irse con viento a fresco a donde le plazca.

13 septiembre 2011

Inextricable





(*) En el primer dibujo, la cuestión, obviamente, es el tiempo, y no el género. Por favor, no se queden mirando el dedo.

12 septiembre 2011

Cogiendo el ritmo

La otra mañana, mientras deshacía triste y meditabundo mi maltrecha maleta, recordaba con cierto sarcasmo lo bueno que me había deparado el verano. El tiempo, la verdad, no había acompañado. ¡Cuántas cábalas inanes para tratar de meter todas aquellas camisetas coloridas en un espacio tan reducido! El hombre del tiempo, más que pronosticado, había prometido un verano caluroso, asfixiante, casi agotador. Pero el otro tiempo, el que vale su peso en oro y a algunos da Dios de balde, otorga a unos la razón que, inevitablemente, a otros quita: resultando apenas dos semanas de palmito forzado, helado en ristre y muchachada fresca. Dos semanas que, en cuanto al blog se refiere, e incluso a quien lo mantiene, han sabido a dos meses. Sin duda, por razón de esa indefectible convergencia del no ser y el no estar en una indolencia estival absolutamente abrumadora, aunque también un punto fascinante. Ha sido un verano, a fin de cuentas, y desde mi particular y peculiar punto de vista, verdaderamente funesto. Pues todo lo que podía haber salido bien, ha salido mal; y, mejor, no les cuento como ha ido lo que ya era previsible que saliese mal. En cualquier caso, supongo que de alguna manera hay que ir poniéndose al día. Llega mi querida y añorada rutina, así que, es razonable afirmar que con relativa regularidad, y muchísima subjetividad, volverán a tenerme por aquí. Sean todos bienvenidos.


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La personalidad de los artistas en general, y de los músicos en particular, siempre me ha resultado bastante previsible. Tengo por una obviedad, que una persona que vive por y para el arte, en sus múltiples manifestaciones, si no fuese un poco narcisista, una pizca egocéntrica, y no sé quisiese bastante más de lo necesario a sí misma, estrictamente como profesional, terminaría engullido por sus propias fobias; y su identidad, probablemente, se diluiría en los ojos de los demás como un pobre y minúsculo azucarillo…

Ahora bien, si ese ego tan especial no recibe freno alguno, pasado el tiempo, puede que un auténtico genio termine convirtiéndose en un auténtico imbécil.

Habla don Dizzy Gillespie, fallecido ya hace tiempo, en To be or not to be, de su admirada mujer:

“Ahora mismo, no surge ningún problema que ella no pueda afrontar. Todo se puede hacer bien o mal, no hay medias tintas. Lorraine es una persona de lo más incorruptible. Mi esposa me proporciona la perspectiva adecuada. Es el sostén que necesito. Tiene la inteligencia de las madres y, además, sabe todo lo que hay que saber del mundo del espectáculo..

Otra ventaja de ella es que me mantiene el ego al mínimo. Si se me dispara un poco, ella lo devuelve a la normalidad. En Harlem soy bastante conocido, y cuando camino por la calle tengo que parame mil veces. Un día regresé a casa y le dije a Lorraine:


-Fíjate, acabo de cruzar Harlem y toda esa gente está encantada conmigo. Lorraine, tu marido tiene algo, y es que sabe tratar a la gente corriente.

-Es cierto, me dijo Lorraine. Eres uno de los gilipollas más corrientes que he visto en mi vida.

Bastó esa frase para ponerme realmente en mi sitio. Con una frase, ella puede arreglarlo todo”.

Es el típico, detrás de todo gran hombre hay una… que se pronunciaba sin miedo alguno hace unos años; mucho antes de que apareciesen las feministas, y sus prédicas pretendidamente beneficiosas para todo su género: aunque, de momento, sólo hayan conocido logros las de su calaña.

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Agarradito.