Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

19 abril 2012

Confianza, la justita

Soy un gran aficionado a los relojes. Sobre todo, sobre todo, me gustan aquellos que sólo puedo ver en ciertos escaparates, en las revistas especializadas, en las mejorables páginas web del ramo, o en la muñeca de algún incauto. Sin embargo, nunca me ha dado por coleccionarlos: porque me salen más baratos los sellos, y porque aún no soy entrenador del Real Madrid, ni secretario general de ningún sindicato. En cualquier caso, ya saben de la tendencia humana a encapricharse de aquello que se puede ver, pero que, desgraciadamente, no se puede tocar. Y a mí me ocurre algo parecido con determinadas mujeres. No hará ni un mes, estuve en Madrid, y dejé Serrano lleno de babas por culpa de Panerai, Breitling, Hublot, Ulysse Nardin, o los televisivos, por su incidencia en presentadores de telediario y derivados, Rolex u Omega. Cosas curiosas que tiene esta vida, hoy, para mi sorpresa, leo que Arcadi Espada habla del Patek Philippe de Sarkozy. A mí me parece muy razonable la reacción de un señor con semejante complejo de bajito. Así, se empieza por parecer más alto a costa de unos pobres zapatos, y se continúa denostando al país vecino a costa de un miserable pero necesario puñado de votos. Ahora bien, lo del reloj, es otra cosa. No hay nuevo rico que no corra a la joyería más próxima en busca de un Rolex. Pero habría que casarse con una mujer con conocimiento profundo del mundo, por ejemplo una cantante, para, además, gastarse el dinero con infinito buen gusto. No estaba en juego, pues, un modesto complemento. Sino algo muchísimo más importante para un francés: ¡Estaba en juego su estilo!

16 abril 2012

Actualidad

Nos dicen con gran solemnidad que el mantenimiento del Estado tal y como lo conocíamos sale caro: los asesores económicos del actual gabinete, y no digamos de los anteriores, no tienen precio. Disyuntivas euro o peseta, Europa o España, bancos o ciudadanos: que se jodan los de siempre. Amnistía fiscal o la claudicación de la hipocresía. Cazar elefantes cuando el disparo sale por la cuneta (aviso para el lector ignaro: no es errata). La sangre azul, por lo demás, e históricamente, goza de extraordinaria mala puntería. Actividad más propicia, pues, para ministros baladrones y jueces que sucumben de importancia.



Los asesinos también lloran: matar, no obstante, es de humanos. En Francia eligen entre un hombre que no ha cumplido su programa (a decir de Sorman) y la gran esperanza de la izquierda europea. Ambos pondrán, si no a Dios, a las circunstancias por testigo. Cristina de Argentina, esa Evita de lágrima impostada y verborrea ambulante, mantiene firme su obstinación: España, Europa y EEUU tratarán de meter en vereda dicha sinrazón. ¿Mejor esperar sentados?



Recesión. Moneda propia. Devaluación. El tirón de la exportación. Moneda común. Imposibilidad práctica de viejas recetas. Se apela a la competitividad. Trabajar más y cobrar menos. Ya fuimos chinos, dice la socialdemocracia. Mayor precariedad. Mayor inseguridad. Más incertidumbre. Viviremos peor. Crítica de la derecha antaño: ¿cómo es posible que se suba el IVA, se rebaje el sueldo de los funcionarios, y se retrase la edad de jubilación?. Crítica del votante de derechas hogaño: ¿cómo es posible que no modifiquen aquello que reprochaban? Explicaciones: ¿hipocresía, interés partidista, amnesia? Ahora bien, el problema sólo radica en la falta de plazos. Asusta que nada sea temporal. Que cundan las políticas de no retorno. Que siempre se aprovechen de las circunstancias los mismos. Y que cuando todo mejore no haya motivo evidente para cambiar lo que aparentemente funciona.



Más alumnos, menos profesores, mejor educación. Eficiencia, lo llaman los corifeos gubernamentales. De nada sirven más recursos sin una buena gestión, nos descubren (además sin sonrojo). Un hombre estudia, pasa con relativa brillantez por todos los estadios académicos, aprende a leer (y en sentido estricto se aprende mucho más tarde de lo que la gente cree), se adhiere a unas ideas políticas a las que llama pomposamente sus principios, y un buen día lo eligen ministro. A la primera oportunidad de abrir la boca, micro mediante, ese gran salto del anonimato a la fama del politiquillo de turno, aturdirá al oído inadvertido con rotundas obviedades. Lo miro y tiemblo.

10 abril 2012

Rumbo(so), el brillo del ausente, el cuarto poder

La socialdemocracia explica la desconfianza de los mercados desde el punto de vista de Séneca: “No hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige”. Es curioso, no obstante, que exijan claridad de ideas, de itinerarios y de objetivos quienes se diplomaron, cum laude, en el arte del bandazo. Las ocurrencias, las improvisaciones, gobernar según la caprichosa dirección del viento, fue lo normal, lo asiduo, durante toda la anterior legislatura. Y ahora, claro, hay quienes perciben en el gobierno rajoyano un remedo en cuanto a actitud y aptitud respecto de lo mostrado por el zapaterista. Sin embargo, la incongruencia no tiene su base en el desdecimiento. Un gobierno no pierde credibilidad, interior y exterior, sólo por hacer lo contrario de lo que dijo o prometió. La cuestión de fondo no es el dije diego, sino la pérdida o el fortalecimiento palmario de lo que constituyen sus esencias. Nos encontraremos, pues, ante un gobierno que ha perdido el norte, y que pretende que lo pierda su fiel electorado, cuando no reconozcamos en él lo que le ha dado su tradicional forma y consistencia. Cuando no sepamos en qué manos hemos depositado nuestra confianza. Y cuando, en fin, triunfe en todos nosotros la experiencia sobre la esperanza.



Luce como escritor lo que no lució como ministro. Un placer, en cualquier caso.



En la columna de hoy, don Ignacio Camacho, aun de soslayo, apedrea su propio gremio:


“A un dirigente público se le puede perdonar que no sepa qué decir… mientras permanezca en silencio. El problema consiste en que a menudo algunos no sólo no tienen ninguna idea sino que se empeñan en manifestarlo. Entonces recuerdan a aquella definición que dio Jardiel —¿o era Mihura?— del periodista: un señor que se sienta a escribir, no se le ocurre nada… y sigue escribiendo.


Veamos cómo veía al género, en el XIX, el gran Honoré de Balzac:


“En varias ocasiones habló de dedicarse al periodismo, y siempre sus amigos le replicaron: ¡Guárdate mucho de hacerlo!

-sería la tumba del apuesto y delicado Lucien que queremos y conocemos –dijo D´Arthez.

-No resistirás la constante oposición de placer y de trabajo que se da en la vida de los periodistas; y resistir es el fondo de la virtud. Estarías tan encantado de ejercer el poder, de tener derecho a la vida y a la muerte sobre las obras del pensamiento, que te convertirías en periodista en dos meses. Ser periodista es llegar a procónsul en la República de las Letras. ¡Quien puede decirlo todo llega a poder hacerlo todo! Esta máxima es de Napoleón, y se comprende.

-¿No estaréis a mi lado?-preguntó Lucien.

-Ya no-exclamó Fulgence-. Siendo periodista, no pensarás en nosotros más de lo que la muchacha brillante y adorada de la Ópera, en su coche forrado de seda, piensa en su pueblo, sus vacas y sus zuecos. A ti te sobran cualidades para ser periodista: la brillantez y la rapidez mental. No renunciarás nunca a una frase ingeniosa, aunque haga llorar a un amigo. Yo, cuando veo a periodistas en los foyers de los teatros, siento horror. El periodismo es un infierno, un abismo de iniquidades, de mentiras, de traiciones, que es imposible atravesar y del que es imposible salir indemne si no es protegido, como Dante, por el divino laurel de Virgilio.

Cuanto más trataba el Cenáculo de apartar a Lucien de este camino, más su deseo de conocer el peligro lo incitaba a aventurarse en él, y comenzó a preguntarse si no era ridículo dejarse sorprender una vez más por la miseria sin haber hecho nada por evitarla.”

Las ilusiones perdidas

04 abril 2012

Política y políticos (vistos por un escéptico)

Ante la desagradable sensación de inmundicia y sonrojo que nos provoca hoy día escuchar a los políticos de toda índole, no nos queda siquiera como mínimo consuelo esa mera identificación, aun feble e inconsistente, que antaño hacía de la vacua retórica partidista algo propio, inmanente e innegociable. Se podría decir, pues, que los políticos, y la ciencia que con desigual fortuna desempeñan, ya no nos representan. Y no se debería tanto a la profunda y grave inestabilidad de las circunstancias que de un modo incesante e inmisericorde nos azota desde hace tiempo, como a un ejercicio de poder intolerantemente irresponsable por parte de todos y cada uno de estos personajes que con sedicente honorabilidad dicen defender a capa y espada nuestros ya depauperados intereses. Por alguna razón verdaderamente nada extraordinaria, los ciudadanos vemos a la clase política como un problema. Deberían, pues, estar muy orgullosos, dado que nunca antes, y hablan siglos de Historia, habían conseguido ponernos a todos de acuerdo.

Estas palabras que, a priori, y dada la falta de matices, podrían parecer injustas, no son más que la constatación de una realidad palpable, obscenamente manifestada. Y una realidad que, además, cada día repite más gente.

Los políticos son un problema porque no son diferentes a nosotros. Quiero decir con esto, sin ánimo de descubrir América, que son humanos. Y, como tales, se equivocan. Con demasiada frecuencia, cabría añadir, para nuestra desgracia. Y, claro, aquí sí que hay un problema de comunicación, y no sólo en el PP, como ahora se señala desde todos los medios.

No se puede vender una opción política, y a unos políticos determinados, como la panacea a todos los males, porque siempre habrá gente que se lo crea. Y si se dice que la culpa de todo la tenía Zapatero, y es evidente que su parte alícuota tenía, se puede llegar a la conclusión de que muerto el perro se acabó la rabia. Y, hombre, si el señor Zapatero es apartado del poder (sí, por el voto legítimo y democrático de los españoles, o alguna otra frase estúpidamente grandilocuente con la que la llamada clase intelectual pregona, y la pagan por ello, obviedades), y siguen los problemas, a la conclusión inexorable a la que llegarán los ciudadanos será que o bien ZP no era tan malo como decían (que lo era) o que todos los políticos son iguales (igual de inútiles; que lo son).

Conclusión: los políticos nos engañan, y nosotros tan agradecidos. Ni la solución a todos los males vendrá de la derecha. Ni, por supuesto, llegará desde la izquierda. Cada alternativa tiene sus propios intereses, su propio público, y sus propias circunstancias históricas y sociales, con lo que, evidentemente, cada una defenderá sus propios programas de política económica. E incluso tiene cabida afirmar que cada una tiene su propio momento. Y unas políticas son buenas para unas cosas; y otras, a mí Perogrullo, para otras distintas. Sin ser especialmente las de una parte mejores que las de la contraria, sino ambas absolutamente necesarias. Sí, con un sistema se creará más riqueza. Pero ésta redundará en unas pocas manos, haciendo más ricos a unos y más pobres a otros. Y no es demagogia asusta viejas de socialista. Las cosas son como son. Y no de otra manera. Con la otra opción, por el contrario, y dado que el mundo es tremendamente injusto, se redistribuirá la riqueza del modo más equitativo posible. Pero esto, claro está, es una milonga. Es sólo lo deseable. El reparto ni será ecuánime, ni objetivo, ni mucho menos justo. Se podrá repartir el dinero, vaya, pero será desde el subjetivismo del gobierno socialdemócrata de turno. Pudiéndose así destinar dinero a asociaciones de gays y lesbianas para que se fornique a cuenta del erario público patrio por los lugares más recónditos del orbe. Y alguno estará encantado con ello. Pero a mí me toca los bemoles.

Y ahora vamos con los políticos. Qué fenómenos. Qué arte torero. Qué desinterés el suyo. Con Zapatero, incluyéndolo a él mismo, se podía afirma que una persona de a pie era tan lista como el señor ministro. Ahí tenemos, por ejemplo, a la señorita Pajín o a don José Blanco. No hablaban bien, ni tenían una amplia cultura, ni hacían gala de unos modales correctos y admirados… pero, ¡coño!, hay que ver cómo embaucaban al personal, cómo se creían sus propias mentiras, y con qué desenvoltura vendían sus nefastas gestiones. ¿Y los del PP? Ah, estos son unos señores, que me decía mi padre. Vaya. No sé si lo serán por fumar puros, por ir a los toros, por parlotear con Florentino y Pitina en el palco del Bernabéu, o por trincar con más elegancia, pero les voy a contar mi impresión hasta el momento. Sí, el currículum de todos ellos, por abrumador, es absolutamente incontestable. ¿Pero son estas personas las que necesitamos para sacar nuestro barco a flote? ¿Se gobierna aquí o en Bruselas? ¿Hacen lo mejor para nosotros, para los mercados, o para Europa? ¿Es compatible afrontar una recesión con políticas de brutal ajuste e inexistente estímulo económico? ¿Si los anteriores eran títeres de los Sindicatos, éstos lo son de la Patronal? Respecto a sus políticas de reforma, ¿no estarán confundiendo lo cualitativo con lo cuantitativo? En alguna parte he leído que no siempre los más brillantes son los mejores. Y, vaya, espero, por el bien de todos, que la sentencia no sea de aplicación al actual Ejecutivo. Como comprenderán, me asaltan ciertas dudas. Esa sonrisa con la que llegan a rueda de prensa doña Soraya o don Cristóbal los viernes a la salida del consejo de ministros me ha terminado sacando de quicio. ¿A qué viene ese semblante? La situación no está para contestaciones socarronas o alardes autoritarios. La confianza del pueblo no es perpetua. La gente quiere resultados. Y se les dará tiempo, claro. Pero si las cosas no cambian, en las próximas elecciones, más les vale ir cogiendo el petate.


Y válgame este pequeño desahogo hasta el lunes, día a partir del cual un servidor tratará de adoptar cierta regularidad en las actualizaciones del blog.

02 abril 2012

Santo paseo

Una tarde soleada pasada por agua. Muchachos de vacaciones. Madres sin el descanso de sus vástagos. Un mecánico taciturno desde la falta de su hermano. Otro colega del anterior cuyo taller se encuentra en todos los bares. El barrio tiene un vecino menos. La gente no cree en los pronósticos del tiempo. Una joven pareja de enamorados. Dos ancianos que superaron felizmente ese estado de imbecilidad transitoria. Perritos sueltos desperdigando sus deyecciones. A ver si las nubes no van a estar sólo de paso. Las terrazas como castiza y saludable costumbre. El hábito del débito. Una madre orgullosa de su hija. Las primeras gotas en una larga temporada descargan un poco el viciado ambiente. El indigente parece temer peores cosas que la lluvia. El río baja turbio. De San Marcos sale gente muy elegante. El reloj de la plaza aún no lo han puesto en hora. La risa de unas muchachas ruboriza a un jovencito sin experiencia en lagartas. El farmacéutico abronca enojado a la manceba. Las señoras vetustas de la pequeña capi disfrutan de su chocolate, ajenas al mundanal ruido de los problemas. Muchos viandantes resguardados al cobijo de los escaparates. No obstante, las tiendas están más bien vacías. La Inmaculada observa a sus ciudadanos desde la altura con frialdad hierática, con distante solemnidad, y tal vez con un punto de arrogancia. Varios papones observan ceñudos y cariacontecidos la prematura oscuridad del día. Les deseo suerte aunque todos lo vemos muy negro. Poco después tropiezo con otros papones. Pero éstos parecían menos simpáticos. Pues era gente importante o, ¡vaya!, de los que se toman la molestia en aparentarlo. Sus respuestas eran lacónicas, adustas, denotando en un ojo experto personas de no demasiada inteligencia. En mi opinión, son el cáncer de estas tradiciones: gente sin fe, y con una excesiva vanidad por bandera, que adopta un aire pomposo y rimbombante cada vez que viste el elegante traje de los cofrades. Qué aires, siempre soberbios. Qué andares, menos rumbosos que chulescos. Qué portes, nada esbeltos. Y qué miradas, desdeñosas, displicentes, harto impertinentes. Serían, sin duda, la vergüenza de los inveterados y auténticos penitentes. Santas hermandades de arrepentimiento y fe, convertidas en recreo de ricachones incultos y señoronas grises. La justicia es ciega (a veces); la iglesia, si la cosa interesa, por lo menos tuerta (siempre). En el Corte Inglés sí que ha llegado la primavera. Han mejorado la sección de librería, de la que no me muevo en gran parte de la tarde. (H)ojeo lo nuevo de Auster, y acaricio la María Antonieta de Zweig, pero me llevo, finalmente, el Copperfield de Dickens. La dependienta es, extraordinariamente, una mujer muy atractiva. Rubia, alta, delgada: y con unas piernas…y un pelo….y unos ojos…. En fin, que da un gusto infinito que pongan siempre en cada sección al ejemplar más capacitado. Y disculpen el tono: habrán adivinado que salí de casa sin paraguas.