Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

25 agosto 2012

En el pueblo (XVIII)

Una foto. El recuerdo de una historia. Una pareja feliz. No hay dos sin tres. En aquella época era una de las chicas más guapas del instituto. Morena, alta, delgada, enormes ojos verdes, largas pestañas, pelo liso y brillante, y una carita blanca y redondeada que la asemejaba ciertamente a un angelito tierno, risueño y un punto ingenuo. La verdad es que además era lista. Y bastante simpática. Por lo que no creo que hubiese un solo muchacho que no quisiese estar cerca de ella. Al menos, relativamente. Desde luego, yo no era una excepción. Pero siempre he sido bastante realista. O, como dicen ahora, bastante escéptico. Además, entre ella y la mayoría de criaturas que la pretendían, mediaba un abismo insalvable: su círculo social. Este siempre ha tenido muchas caras. Uno puede no pertenecer al mundo al que pertenece la fuente de todos sus anhelos por muchos y diversos motivos. En la infancia, por la cercanía o distancia entre familias; en la juventud, por la cercanía o distancia con la moda imperante; en la madurez, por la cercanía o distancia entre caracteres; y, en la senectud, por la cercanía o distancia con el mando de la tele. Qué les voy a decir: la vida siempre es complicada. En cualquier caso, es verdad, no todas la relaciones entran en esas categorías. A esta chica, por ejemplo, sólo le interesaba la popularidad. Aunque, huelga decir, no lo necesitaba. Todos codiciaban, con distinta fortuna, su sonrisa, su comprensión, o sus amistades. En una ocasión, en una novela histórica, leí una frase que subrayé y memoricé con auténtica delectación: el carácter forja el destino de las personas. Yo era joven, claro. Y me entusiasmaba creer que llevaba el mando, que tomaba todas mis decisiones; en definitiva, ¡que era libre! ¿Se lo pueden creer? Menos mal que uno madura. La frase correcta es justamente al revés: es el destino el que forja el carácter de las personas. Esta muchacha adorable empezó a rodearse de lo más granado del instituto. Cada edad tiene sus propias perversiones. Y convendrán conmigo que frecuentar a Shakespeare en la adolescencia no es precisamente guay. Con lo que esa selecta compañía la formaban pavos, chulitos, lenguaraces, sinvergüenzas de distinto pelaje. Al parecer, uno en particular llamó poderosamente su atención. Uno de esos líderes que la juventud tanto idolatra: un tonto, sin más, ni siquiera merecedor de otros calificativos más profundos. Por supuesto, no tardaron en pasearse de la mano. Pues el amor hay que (de)mostrarlo. Mimos, carantoñas, arrumacos, ¡menudo espectáculo! Pero la experiencia no tarda en impartir enseñanzas. Una de ellas, es que la felicidad ajena casi siempre es codiciada. Decía Quevedo que la envidia está siempre amarilla, porque muerde, pero no come. Aunque hoy ya sabemos que dicho color de tez se debe a la carencia de proteínas. Y tanto amor, por otra parte, no podía durar demasiado. En el grupo de gallardos muchachos, sin duda cosa curiosa, había más gallos. Igual de "biempagados". Y miren por donde, se fijaron en la misma gallina: cosa absolutamente insólita. Una de las razones que, junto al amor, hacen que la vida pueda ser maravillosa, es la amistad. Ni que decir tiene que ambos gallos eran uña y carne. Soberbios, ignorantes, igualmente galanteados. Juntos jugaban, peleaban, apostaban. La vida es una partida, puro azar, un doble o nada. En un bonito atardecer, la gallina decidió calentar otros huevos. Y, por Dios, entiéndanmelo estrictamente como una metáfora. Aunque, literatura aparte, pueden imaginarse la que se armó. Hubo peleas, juramentos, odios eternamente declarados. El amor, tan paseado, pasó a mejor vida. La amistad, en el cine siempre incorruptible, se quebró abruptamente. La convivencia, sencillamente, se tornó hosca, violenta, poco civilizada. Y los dos felices enamorados, cambiaron de manos. Hace un par de días me enseñaron la foto del enlace. Parece que quince años de noviazgo dan lugar, hoy sí, a una pareja bien compuesta, relativamente responsable, y a una más que probable descendencia hermosa, lozana y abundante. Las cosas no son como empiezan, sino como terminan. Les llaman los dados de Dios.

22 agosto 2012

En el pueblo (XVII)

Días tristes. Todos los seres humanos sabemos que la muerte es inevitable. Al menos, desde que llegamos a este valle de lágrimas. Pero siempre hay muertes y muertes. La de ayer contaba sólo 24 primaveras. Un accidente de coche. Un muchacho, como suele decirse, con toda la vida por delante. ¿A causa de la imprudencia, de la locura, tal vez de un simple y trágico incidente? Nadie lo sabe con exactitud. Pero en las poblaciones pequeñas el jurado emite el veredicto con una antelación verdaderamente extraordinaria: ya había tardado. Pronunciamiento cruel. Sin duda. A la juventud van adheridos una serie de excesos. Cuando éstos se materializan, no son más que la constatación de lo inevitable. Podríamos decir, pues, que todo el mundo ve venir lo que aún no ha llegado. Y sería cosa extraordinaria que los hechos no se acomodasen al juicio de la generalidad. Aunque, huelga decir, una opinión mayoritaria no tiene que ir necesariamente cargada de razón. En cualquier caso, la despedida fue tremenda, y tremendamente emotiva. 45 minutos ininterrumpidos de coches dirigiéndose al lugar donde se celebraría el sepelio. El pueblo se quedó pequeño. Y puede, como dice Montaigne, que el rigor y la pompa con que despedimos a los nuestros sea más consuelo para los vivos que auxilio para los muertos. Pero creo que es honrado y honesto, obviando la distinción de Madariaga, rendir digno y justo tributo a quienes nos han abandonado. Máxime, si es antes de tiempo. Pues, como dice el poeta, la muerte de un anciano, aunque sea dolorosa, es una llegada a puerto; pero la muerte de un joven... constituye todo un naufragio. Parco consuelo, de todos modos, el que otorga el calor de una despedida.

18 agosto 2012

En el pueblo (XVI)

Fiestas. Tanto para tan poco. Brillo aparente. La verdad es que es mona. Sermón exiguo y, para mi sorpresa, poco cristiano. Elegancia por doquier. Encontramos sitio. Sonrisa delata desdén impostado. La educación siempre marca la diferencia. El local de moda acapara, gusta, incluso abusa, pero ya veremos si a la larga convence. Amistad sí, pero la familia primero. Los feriantes llevan tiempo notando la crisis. El afilador versión digital. Las niñas de ayer, las muchachas de hoy, las mujeres de mañana. Cómo se parecen los hijos a los padres (y no me refiero al físico). La guasa andaluza, gallega y castellana en liza (esto promete). Menos tapas que consumición: pèro hombre, hombre, hombre. La comida superlativa. Las carrozas manifiestamente mejorables. Los premios rara vez son objetivos: quizá el merecimiento sea cuestión de amistad, influencia, u otros favoritismos. La cruel cultura de grupo: adaptarse o morir en el intento. Los niños, en su pequeño mundo, pueden ser muy crueles entre ellos. Veo lo puro y lo contaminado demasiado cerca: tiembla, si eres de los que piensa que todo se pega menos lo bueno, y que la sarna, con gusto o sin él, siempre pica. Consejos prácticos (y sí, manidos): pese al pensamiento general, el conocimiento y la inteligencia no traen certeza y seguridad infinitas, autosuficiencia, un punto (o dos) de arrogancia, sino dudas, incertidumbre, inquietudes tal vez irresolubles; el ignorante de nada duda, porque nada sabe; el que mucho habla, poco sabe; la palabra es plata: el silencio, oro; tenemos dos oídos y una boca: escuchemos dos veces, hablemos una; no hay mejor palabra que la que está por decir; somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos; nunca discutas en serio con un tonto, siempre hay quien no se apercibe de la diferencia. (copyright: IC); más vale parecer tonto y callar, que hablar y confirmarlo; y, por último, BG tenía razón: son tontos todos los que lo parecen... y la mitad de los que no lo parecen.

Mañana más.

14 agosto 2012

En el pueblo (XV)

La camarera de la mirada triste. Tez pálida, como la de esas bellezas tan cotizadas en el medievo. Pelo largo, liso, del color del trigo. De figura esbelta, cual sílfide de los bosques. Unos ojos bonitos, grandes, pero algo inexpresivos: no sé bien si por indiferencia, o por cansancio de cuanto la rodea. Tiene un estilo moderno, informal, alternativo. Aunque parece educada, correcta, y poco dada a las confianzas. Pero el semblante es excesivamente serio para afrontar el incesante escrutinio del público: puede que entre la timidez y la altivez no haya grandes diferencias.


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Muere el padre de un buen amigo mio. Durante gran parte de su vida había sido sacristán de la Catedral de León. Hoy por la mañana, la misa fue oficiada por cinco curas. A pesar de las dolorosas circunstancias, tengo que decir que ha sido una de las ceremonias más bonitas a las que he tenido el privilegio de asistir. Ver y oír cantar a los cinco curas, acompañados maravillosamente por el órgano, era un espectáculo sublime. Además, al contrario que otros colegas del gremio, que se las dan de grandes oradores e improvisadores, leyeron parte del sermón. Un texto de una delicadeza exquisita, y dotado de esa inteligente coherencia tan escasa en otras ocasiones. En él se apelaba a la fe como incombustible faro de las más oscuras tinieblas, como inefable fuerza que acude en nuestro auxilio en los momentos de mayor flaqueza, y como motor eterno del mundo interior y exterior al que coloquialmente llamamos vida. Llorar, a veces, es inevitable y necesario. Pero dotar de sentido a nuestra existencia, es, sencillamente, imprescindible.


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Leyendo el estudio introductorio de los Ensayos de Montaigne, que sirve de preámbulo, prólogo, introito, prefacio, proemio u exordio (he aquí un tonto estropeado por el conocimiento) a la gran obra, poso mis ojos en las siguientes líneas:

"Parafraseando la República de Platón, subraya que la ciencia no puede dar luz al alma que no la tiene, ni hacer ver al ciego. Su función no es dotarle de vista, sino orientársela. A través de Platón, Montaigne entronca con la vieja idea griega según la cual aprender es aprender lo que ya se sabe, llegar a ser lo que uno es, y la enseñanza no puede nunca suplantar a la naturaleza".

No he empezado y ya salivo. Tienen razón Punset y Pavlov: la felicidad está en la antesala de la felicidad.

10 agosto 2012

En el pueblo (XIV)

Con el primer sol de la mañana ya se ha levantado y se ha puesto presto a sus labores. Apenas han pasado unas horas desde que se ha metido, más por hábito que por necesidad, en su vetusta cama, y ya hay algo que lo corroe por dentro y lo constriñe a ponerse en pie. Parece, pues, que el día nunca es demasiado largo. Ni demasiado monótono. Y siempre hay cosas que hacer, aunque por la edad ya no pueda llamarlas obligaciones. Desayuna con su hija, obsecuente mujer que vela a todas horas por su anciano padre. Y, después del refrigerio, ya está listo para dar rienda suelta a la mayor ocupación y preocupación de su vida: el lenocinio. No es infrecuente verlo por todos los bancos del pueblo. De ese modo, no sólo se entera de los pormenores de todos y cada uno de sus vecinos, sino que lleva y trae, y quién sabe si incluso comercia, los chismes y menudencias de todo su pequeño mundo. Para todos tiene. Pues para todos hay. Inaudita proeza. De vez en cuando, su carácter terco y obstinado provoca riñas con viejos amigos a los que, en un notable ejercicio de orgullo, se promete no volver a dirigir la palabra. Pero el manto de la noche trae el olvido. Y al día siguiente las mayores enormidades pronunciadas se quedan tan solo en las mayores nimiedades. En verdad la vida es poco solemne. Al caer la noche, y haciendo gala de lo mucho que le gusta su oficio, sigue cortejando charlas y galanteando con oscuros secretos. Es el rey del lugar. Mi padre envidia su extraordinaria constancia. Constancia que, aplicada a cualquier otro asunto, habría hecho de nuestro humilde vecino un serio candidato a los galardones de la Academia sueca. Lástima de tiempo no aprovechado para metas más nobles y lustrosas...

Les dejo. Llega el melonero.

09 agosto 2012

En el pueblo (XIII)

Dado que vienen sin manual de instrucciones, se agradece que, de vez en cuando, den alguna pista sobre qué es lo que buscan, aunque no siempre coincida con lo que luego encuentran:

«Si alguien es divertido, debe decir algo divertido. Si se es dulce, se debe hablar de esa manera. Hay que ser uno mismo. No me gusta cuando los chicos intentan parecer "guays".


«Si no puedes entender a las mujeres, dales un abrazo. Eso siempre funciona».


Bar Rafaeli, soltando el típico topicazo, y mostrando su enorme simpatía por las mascotas.

07 agosto 2012

En el pueblo (XII)

Mi madre leyendo a Dickens. Mi padre echando una leve siesta, arrullado por el leve rumor de los pajarillos. Mi sobrino... justo detrás de mí, descubriendo que su su tío, al que no sé si hipocorísticamente llama "celebrito", tiene una página en internet donde cuenta con mayor o menor fortuna las cosas que le ocurren. Y, en estos mismos momentos, sobre todo para no olvidarme de la obviedad más socorrida, voy a decirles que se está levantando una suave brisa que está haciendo las delicias de los seres más sensibles: verbigracia, uno que que les habla.


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Tres días sin wifi. ¿Sobrecarga de usuarios?¿inevitable ineficiencia del servicio debido al mes en que nos encontramos?¿el alcalde quiere hacernos la puñeta a los veraneantes? Desconsolado me he hallado.


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Ya ha llegado el programa de las fiestas. Y las páginas que he consultado con mayor interés, no sé además si también con mayor curiosidad, no han sido las de las actividades lúdicas y las actuaciones musicales de las que vamos a disfrutar los vecinos en días venideros, sino aquellas en que la ínclita comisión de fiestas ha tenido la inexorable necesidad de escribir más. Es decir, la presentación y los agradecimientos. Expresiones forzadas, construcciones sintácticas incorrectas, y una palmaria y obscena falta de delicadeza con los demás signos de puntuación es el balance más favorable que puedo  hacer. Me podría callar, claro. Pero veo en sus caras tal expresión de suficiencia que, al saber que entre ellos hay gente que debería saber detrás de lo que anda, no puedo menos que subrayarlo (no sin cierta delectación, y la vana esperanza de que alguien de la zona me lea y tenga la decencia intelectual de replicarme con cierta dignidad semántica).

03 agosto 2012

En el pueblo (XI)

Brumas. Sol tibio. Una pradera ávida del elemento de la vida. Pájaros que mueven alas y pico con gran premura. Los tomates tienen una pinta estupenda. Habrá poca fruta. Desayuno con queso fresco y membrillo casero. El apagado rumor del agua ameniza las cálidas mañanas de Agosto. Comienzo con Montaigne. Afuera las muchachas preparan una coreografía para las cercanas fiestas. Una llamada confirmándome hora de comienzo de la actuación del sábado. Los vecinos más apagados que de costumbre. Críticas hacia autoatribuciones de ciertos vecinos del pueblo: ¡qué se habrán creído que no me haya creído! Mentiras piadosas en tiempos de tribulación. Un hombre pocas veces habrá hecho tanto mal como le achacan, pero, cuántos hay, en cambio, libres de pecado. Comida pesada: como el calor, que ya agota. Una belleza oriunda de la localidad nada asidua al paisaje. Confundir un nombre es despreciar a quien lo ostenta. Falsa pero trabajadora: no lo iba a tener todo. Acercamientos posibles cada vez más improbables: la repetitiva historia de lo que pudo haber sido. Cuando la conspiración conspira contra sí misma. El que alcahuetea a chismosos tiene cien años de moscosos: vergüenza que encima tuviesen derecho a queja. La suma de pequeñas criaturas traviesas y ruidosas en grado sumo lleva a la locura. Asistir a misa con frecuencia lava conciencias... no impolutas. Mi sobrino quiere bailar en las fiestas, mi padre dice que nones, los vecinos dicen que cómo es posible: recordando a Billy Elliot, supongo. Tico-tico, Michael Buble, Miles, Czardas de Monti...El felizmente llamado paseo del colesterol, por Eva la panadera, vuelve a congestionarse en el mes rey del verano.

02 agosto 2012

En el pueblo (X)

Incomprensión. Un principio de amistad truncada: ¿desconfianza, malentendidos, maledicencias, envidias de terceros? Algo ocurre cuando el acercamiento desinteresado entre dos personas, de repente, sin previo aviso, se interrumpe, y se produce un cierto enfriamiento, al menos aparente. Al igual que hay lazos que unen, y que, aun siendo imperceptibles para los demás, los interesados son capaces de percibirlos, existen ciertos vasos comunicantes que, de un modo abrupto, se obstruyen, e impiden la materialización de las relaciones más idílicas. Supongo que todo puede solucionarse a través del diálogo. Pero siempre existe la posibilidad de que éste nunca llegue a producirse.



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Por el contrario, desde el punto de vista más inesperado, se me ofrece la posibilidad de una compañía un tanto extravagante.