Misión imposible 4.
Buenas a todos, vengo de realizar una operación delicada en demasía, una actividad para la que se requiere alta cualificación personal y profesional, una tarea no apta para pusilánimes, irresolutos o sibaritas. Cualquiera puede pensar que exagero, que no es para tanto, que lo hace cualquiera, ¡je! me parto. Vengo de dar de merendar a mi sobrino pequeño, ahí es nada, grandes hombres han desistido de conspicuo empeño, corazones fuertes, valientes y decididos no han logrado doblegar la voluntad férrea e inconcusa de esas pequeñas bestias llamadas bebes, si acaso tenéis dudas, probar, quedaros vosotros solos y el pequeñín y, luego me contáis, no es retórica vacua como la de ZP, no trato de intimidaros sin motivo ni fundamento, os habla la voz de la experiencia –aunque sólo haya sido por una tarde-.
Cuando me encomendaron la tarea acepté encantado, ¡cómo no!¡faltaría mas! No es que uno sea un manitas y esté preparado para todo tipo de problemas, pero no pensé, vamos, ni se me pasó por la cabeza, que tuviese dificultad alguna, que equivocado me hallaba. Deberían implantar una titulación –ahora que el rectorado se haya inmerso en la búsqueda de titulaciones útiles para la zona geográfica en la que nos encontramos- especializada en dar de merendar a nuestros pequeños.
Así pues, cogí un babero con un dibujo de ese ratón de Disney que en vez de orejas tiene parabólicas –como yo-, una cucharilla de plástico, el potito y, como no, al crío –que ya se me olvidaba-. Le senté en una silla enfrente de mi y le dije –ahora vas a merendar con el tío Javi y cuando termines ya te marchas tranquilamente por la casa a hacer alguna de las tuyas a tu abuela –mi madre- ¿estamos?- como el crío asintió pensé que lo había pillado, vamos, que lo había comprendido. Entonces yo, con toda mi bonhomía, abrí el potito de frutas –no sin antes utilizar mi gran fuerza bruta, como no era suficiente, tuve que ayudarme de un paño para agarrar la tapa y no estropear mis delicadas manos de músico;), como tampoco era suficiente, le di suaves golpecitos con una cuchara a la tapa –viejo truco ancestral-, pero como tampoco era suficiente, me lo terminó abriendo mi madre, profiriendo un cariñoso “inútil”, sin inquina, por supuesto-.
Ya estaba hecho lo mas difícil –pensé- el crío quieto, me miraba con sus grandes ojos negros y una sonrisa picarona, pues a la criatura le debía divertir que le diese la merienda. Era mi primera vez. Que nervioso estaba -lo sé, si me pongo así en la primera vez que le doy los potitos a mi sobrino, cómo me pondré cuando…ejem, ya sabéis ¿no?- con lo que llegó la hora, introduje la cucharilla en el potito de frutas –sentí un pequeño escalofrío- le miré fijamente mientras la cucharilla con su contenido se acercaba a su boca, pero algo cambió en el semblante del chaval, no se la razón, pero al llegar la cucharilla a la comisura de sus labios éstos se cerraron, tal cual, pero como una trapa hermética. La linda boquita de la criatura que segundos antes estaba abierta mientras emitía sonidos sin identificar, de pronto se cerró…y no volvió a abrirse. Con lo que opté por cambiar de estrategia, le intenté dar la cucharada a la fuerza, no funcionó, me escupió el potito a la cara, perplejo me hallaba, me había desafiado un retaco de unos centímetros y ni se inmutaba, le amenacé con llamar al coco, nada, hasta me señaló y luego soltó una carcajada –tiempos oscuros nos esperan si los retoños ya no tiemblan al oír esas palabras, todavía me da a mi cierto yuyu…-con lo que comenzó el forcejeo, era o yo o él y, claro está, gano él, mientras sujetaba el potito y la cucharilla, el crío me abofeteo y se dio el piro. Ahí estaba yo, con el tarrito, la cucharilla y el potito expelido por la criatura hacia mi sudadera, corriendo en busca del crío por toda la casa. Yo ya no tengo edad para esto –pensaba- le llamaba y nada, se metió debajo de una cama la criatura y se arrinconó en un ángulo digamos de difícil alcance para mis riñones y mi 1.88 de altura. Opté por pedir refuerzos a mi madre –que es tamaño estándar- y que sacase al retaco de debajo de la cama. La infeliz criatura cuando vio a mi madre salió tranquilamente abrazándose a ella, como si el coco fuese yo –no te jode- con lo que volví a poner al lindo bebe enfrente de mi y le hice saber quién mandaba y, ¿sabéis quien mandaba? Pues si, él, él se salió con la suya. No merendó el tío.
Cuando llegó mi hermana me gané una bronca por no haber conseguido algo tan fácil -según ella-. Supongo que os estaréis preguntando que hizo mi hermana para dar de comer a la criatura ¿no? bueno, y sino da igual, porque el post de hoy trata de esto y es lo que hay. Pues utilizó un nuevo método, importado de investigaciones tecnológico-científicas en las universidades mas importantes de USA, que consiste en meter en cada cucharada de potito un “Lacasito” ¿os acordáis de ellos, no? y el crío abrirá ipso facto y sonrientemente las compuertas de su boca.
Con lo que cariacontecido, me vine a la habitación a narraros mi pequeña aventura, hasta mañana pues, si en mis tiempos hubiesen tenido estos métodos de la chicha no se que hubiese sido de mi, si es que ni me imagino a mi madre cuando yo era un retoño con esa paciencia, esa dulzura…esa maña para con una sola mano –mientras con la otra sujetas el potito- abrir el bote de Lacasitos, coger uno y ponerlo en la parte posterior de la cuchara, para que el crío vea que el potito trae sorpresa, en fin…
Cuando me encomendaron la tarea acepté encantado, ¡cómo no!¡faltaría mas! No es que uno sea un manitas y esté preparado para todo tipo de problemas, pero no pensé, vamos, ni se me pasó por la cabeza, que tuviese dificultad alguna, que equivocado me hallaba. Deberían implantar una titulación –ahora que el rectorado se haya inmerso en la búsqueda de titulaciones útiles para la zona geográfica en la que nos encontramos- especializada en dar de merendar a nuestros pequeños.
Así pues, cogí un babero con un dibujo de ese ratón de Disney que en vez de orejas tiene parabólicas –como yo-, una cucharilla de plástico, el potito y, como no, al crío –que ya se me olvidaba-. Le senté en una silla enfrente de mi y le dije –ahora vas a merendar con el tío Javi y cuando termines ya te marchas tranquilamente por la casa a hacer alguna de las tuyas a tu abuela –mi madre- ¿estamos?- como el crío asintió pensé que lo había pillado, vamos, que lo había comprendido. Entonces yo, con toda mi bonhomía, abrí el potito de frutas –no sin antes utilizar mi gran fuerza bruta, como no era suficiente, tuve que ayudarme de un paño para agarrar la tapa y no estropear mis delicadas manos de músico;), como tampoco era suficiente, le di suaves golpecitos con una cuchara a la tapa –viejo truco ancestral-, pero como tampoco era suficiente, me lo terminó abriendo mi madre, profiriendo un cariñoso “inútil”, sin inquina, por supuesto-.
Ya estaba hecho lo mas difícil –pensé- el crío quieto, me miraba con sus grandes ojos negros y una sonrisa picarona, pues a la criatura le debía divertir que le diese la merienda. Era mi primera vez. Que nervioso estaba -lo sé, si me pongo así en la primera vez que le doy los potitos a mi sobrino, cómo me pondré cuando…ejem, ya sabéis ¿no?- con lo que llegó la hora, introduje la cucharilla en el potito de frutas –sentí un pequeño escalofrío- le miré fijamente mientras la cucharilla con su contenido se acercaba a su boca, pero algo cambió en el semblante del chaval, no se la razón, pero al llegar la cucharilla a la comisura de sus labios éstos se cerraron, tal cual, pero como una trapa hermética. La linda boquita de la criatura que segundos antes estaba abierta mientras emitía sonidos sin identificar, de pronto se cerró…y no volvió a abrirse. Con lo que opté por cambiar de estrategia, le intenté dar la cucharada a la fuerza, no funcionó, me escupió el potito a la cara, perplejo me hallaba, me había desafiado un retaco de unos centímetros y ni se inmutaba, le amenacé con llamar al coco, nada, hasta me señaló y luego soltó una carcajada –tiempos oscuros nos esperan si los retoños ya no tiemblan al oír esas palabras, todavía me da a mi cierto yuyu…-con lo que comenzó el forcejeo, era o yo o él y, claro está, gano él, mientras sujetaba el potito y la cucharilla, el crío me abofeteo y se dio el piro. Ahí estaba yo, con el tarrito, la cucharilla y el potito expelido por la criatura hacia mi sudadera, corriendo en busca del crío por toda la casa. Yo ya no tengo edad para esto –pensaba- le llamaba y nada, se metió debajo de una cama la criatura y se arrinconó en un ángulo digamos de difícil alcance para mis riñones y mi 1.88 de altura. Opté por pedir refuerzos a mi madre –que es tamaño estándar- y que sacase al retaco de debajo de la cama. La infeliz criatura cuando vio a mi madre salió tranquilamente abrazándose a ella, como si el coco fuese yo –no te jode- con lo que volví a poner al lindo bebe enfrente de mi y le hice saber quién mandaba y, ¿sabéis quien mandaba? Pues si, él, él se salió con la suya. No merendó el tío.
Cuando llegó mi hermana me gané una bronca por no haber conseguido algo tan fácil -según ella-. Supongo que os estaréis preguntando que hizo mi hermana para dar de comer a la criatura ¿no? bueno, y sino da igual, porque el post de hoy trata de esto y es lo que hay. Pues utilizó un nuevo método, importado de investigaciones tecnológico-científicas en las universidades mas importantes de USA, que consiste en meter en cada cucharada de potito un “Lacasito” ¿os acordáis de ellos, no? y el crío abrirá ipso facto y sonrientemente las compuertas de su boca.
Con lo que cariacontecido, me vine a la habitación a narraros mi pequeña aventura, hasta mañana pues, si en mis tiempos hubiesen tenido estos métodos de la chicha no se que hubiese sido de mi, si es que ni me imagino a mi madre cuando yo era un retoño con esa paciencia, esa dulzura…esa maña para con una sola mano –mientras con la otra sujetas el potito- abrir el bote de Lacasitos, coger uno y ponerlo en la parte posterior de la cuchara, para que el crío vea que el potito trae sorpresa, en fin…