Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

31 agosto 2008

No quepo en mí de gozo, la socialdemocracia, e incluso la limpieza, han llegado a León. Cómo no estar de acuerdo en tener una ciudad más limpia, vistosa, ordenada, que huela mejor. Aunque desconozco cómo va a hacer el equipo de gobierno local, en general bastante limitadito para cualquier tipo de gestión, para atender con el cariño debido todos y cada uno de los puntos de la Ordenanza que con tanto entusiasmo publican hoy sus queridos partidarios del Diario de León, ese periódico provinciano, tan mal redactado, que ha hecho llegar a los leoneses a través de sus páginas, en un alarde sin precedentes de parcialidad política y prosa vacua, un inexistente, como así se llama por estos pagos, “efecto Zapatero”. Del que por supuesto no va a comer, ni sacar provecho alguno, ni un solo leonés. En cualquier caso, y volviendo a la Ordenanza, producto del enorme talento e inteligencia que integran hoy día el gobierno local de mi queridísima ciudad, no me resisto a reproducir alguna de las conductas escatológicas, inherentes al leonés, que de producirse provocarán una merma de hasta 750 euros en el peculio del infractor, además de la insoportable carga moral de haber cometido una falta leve, grave o muy grave, que, de todos es sabido, es cosa muy fea, y peor vista:

. Tirar una colilla o un chicle, ¡masticado, ojo!, al suelo. Ya me contarán cómo van a controlar estos actos, y, ya producidos, determinar su responsabilidad.

. Escupir en la calle. Pero cómo se atreven, ¡insolentes!, a sancionar una de las conductas más arraigadas en nuestra adorable y entrañable tercera edad.

. Efectuar pintadas en la vía pública. Me pregunto a través de qué medio van a anunciarse ahora las juventudes comunistas.

. Las personas que paseen perros u otros animales por la vía pública están obligados a impedir que aquellos hagan sus deposiciones sobre las aceras, calzadas, zonas verdes y demás espacios públicos, con la obligación de conducir al animal a alguno de los recintos habilitados en la ciudad para tal fin o, sustitutoriamente, el que acompañe al animal deberá recoger sus excrementos en una bolsa que, una vez cerrada, se depositará en las papeleras o, dentro del horario pertinente, en los contenedores. Además, tendrá que proceder a la limpieza de la zona de la vía pública que haya podido ensuciarse. Supongo que, en particular, el alcalde habrá pensado en sus propios paseos y los animalillos que lo acompañan.

. Alimentar a palomas y otros animales sin dueño. ¿Pero es que no tienen alma?

. Sacudir alfombras, ropas, escobas o similares por la ventana. Es sabido, aunque el medio no lo ensucia en gran medida, que estas cosas joden mucho.

. Mi preferida: ¡se prohíbe regar plantas o macetas colocadas en los balcones o ventanas si con ello se producen derramamientos o goteos sobre las calles! Sólo en mi barrio, no van a dar abasto.

Y se hizo la ley.

29 agosto 2008

Correspondencia/ Anay

Me encanta la palabra "pispos".

En Navarra, en el pueblo de mi madre, cuando quieren decir que algo es un desastre, o una cutrez, dicen que es un "chirgo".

Tanto la una como la otra no necesitan casi, casi, ni de posterior definición. Se bastan por sí mismas, ¿verdad?

Besos desde Barcelona.

Cita, cuento y moraleja.

Aquella mañana de Septiembre se había levantado ilusionado. Hacía meses que se había quedado prendado de esos ojos, de ese pelo, de ese talle esbelto y proporcionado. Sin duda le había parecido que sus inexpertos ojos se habían posado en uno de los seres más hermosos que jamás tendría ocasión de conocer. Y su imagen volvía una y otra vez a sus pensamientos, de un modo persistente, incesante y agobiante, casi enfermizo. Pronto comenzó a verla, aunque desde la distancia, más a menudo. Pues coincidía con ella en el exiguo, aunque marchoso, ambiente nocturno que aquella pequeña ciudad podía ofrecer. Había escuchado en sus años de adolescencia que el mundo era un pañuelo, y ahora, con gratitud, veía cómo la metáfora se hacía realidad. La moda, ese dictador latente de conductas ajenas, marcaba el itinerario a una juventud desorientada e inexperta que principiaba la nocturnidad incólume e impoluta aunque con esa incipiente, y natural, salivilla. Los pubs, silentes observadores, asistían impertérritos a la ingente cantidad de encuentros que, noche tras noche, tenían lugar entre sus paredes. Él comenzó a observar por donde se movía la niña de sus ojos, mucho antes de que Almodovar le diese forma en la gran pantalla, y hacía lo posible porque una fingida casualidad pudiese acercar sus pasos a su anhelo onírico.

Un día la fortuna, que viste diversos trajes, le llevó a conocer un amigo de la criatura que reinaba en su imaginación. Con gran disimulo, y un mayor fingido desinterés, desviaba las conversaciones hasta el punto que le traía inquieto. Y trataba de averiguar algún dato que le revelase un mínimo esbozo de la obra maestra que avizoraba aún en lontananza. Al fin, consiguió su número de teléfono. Ahí es nada. Habrá pocas cosas en la vida, tan baratas y que requieran tan poco esfuerzo, que proporcionen tanta felicidad, sea lo que esto sea, como la sentida por el joven en aquel instante, por lo demás fugaz.

A partir de ese momento comenzó su particular, e idealista, relación, a través del intercambio de mensajes de texto. Particular por cuanto de inútil, e infructuoso, tenía el asunto. La chica, como era normal, recelaba. Un desconocido, de los que pueden llenar películas, novelas y titulares del periódico, se había hecho con su teléfono. El inapelable rigor de la sociedad emitía su dictamen en el entorno de la muchacha: “mándale, ¡sin contemplaciones!, a la mierda”. Era lo lógico. Podía tratarse de alguien peligroso, violento, enfermo. Uno de los muchos acosadores que la mujer tiene o se inventa. Aunque, por el contrario, también podía ser un chico de una timidez e introversión casi enfermiza, sin el valor suficiente para enfrentarse a sus propios temores. Más todavía, cuando estos eran de carne y hueso. Hay veces en que se teme lo que se ama, lo que se admira, aquello que en realidad buscamos. Y no hay otra explicación que el temor, nunca reconocido, a que verdaderamente se cumplan nuestras expectativas.

A pesar de la lógica desconfianza la chica dio el paso. Hoy día, para ejemplo, y quizá vergüenza, del hombre, cada vez es más frecuente. Y como si de una citación judicial se tratase expresó lugar, fecha y hora. En las novelas a estas citas siempre se acude con distintivos en la vestimenta, pero la juventud nunca ha entendido de formalismos, ni ha sabido apreciar el auténtico sabor de una novela.

Por supuesto la cita debía producirse a luz del día. En un lugar concurrido. Pues nunca se sabe a quien pone la providencia en nuestro camino. El chico acudió con su habitual nerviosismo. Pero incrementado 100 veces 100. Para aminorar la espera, y hasta la vida, compró el diario As, que por aquel entonces conformaba toda su cultura, toda su prensa. La chica, que acudió puntual, se tranquilizó, un suponer, al ver el periódico. O tal vez fue al ver la cara del chiquillo. Tenía su edad. No era fuerte y atlético. Ni simpático. Tampoco hablaba mucho. Y desde luego no era guapo. Su cara, fiel espejo del alma, era nítida.

Ambos se reconocieron. Ella, tranquila. El, desquiciado. A Rodrigo Rato, conocido político, precisando aquello sobre la experiencia y el grado, se le atribuye la siguiente máxima: “más vale un gramo de práctica, que una tonelada de teoría”. El adagio, sinceramente, es irrefutable. La práctica del chiquillo era tan poca, y tan escuálida, que ineluctablemente desembocaría en estrepitoso fracaso. Fueron, por llamarlo de alguna manera, a un bar, hoy inexistente. Las despiadadas pistas de la vida, ya saben. Y la camarera sirvió dos cafés. Y dos rosquillas. La chica hablaba con naturalidad y donaire. Incluso le sonaba la cara del misterioso chico. El chico estaba perplejo. Asustado. Contemplaba sin palabras la belleza que tenía delante. "¡Pero cómo es posible que esté tomando café con esta preciosidad!" Se decía mentalmente. Y la chica hablaba, y reía, y hablaba. El chico la miraba a la cara, y no perdía detalle. La estudiaba. Quería recordarla. Quería exprimir el instante. Ella, quizá se lo figuraba. Y no le disgustaba. Cada vez que miraba al chico con sus grandes ojos, éste se hacía más y más diminuto. El chico derretido por aquella mirada, tan inocente como inmensa. Sin embargo tanta, y tan inabarcable, era la diferencia entre aquellas dos almas, que aquel mismo día supo que sólo podría llevarla en su recuerdo. No hubo más encuentros en mucho tiempo. Y el tiempo, ese gran embustero, distorsionó tanto el recuerdo que llegó a hacerlo irreconocible.

Hay ocasiones en que asociamos ideas a las imágenes. Idealizamos el mundo que nos rodea. Quizá porque la realidad que contemplamos no es de nuestro agrado o, simplemente, no es lo que buscamos. La vida la conforman pequeños detalles. No la pidan más. Como dijo un sabio: “todo está en el camino; lo importante es seguir andando”

Delirium tremens: “así son las perspectivas de la esperanza; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición, más distante parece el objeto deseado, porque no está en lo porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que queda atrás, en el lejano día del sueño…”. Leopoldo Alas Clarín. La Regenta. Buen fin de semana. Gracias por leerme.

27 agosto 2008

Bien se puede suponer que una de las razones por las que el ser humano está dotado de ojos, que no es poco, es la de contemplar aquellas obras arquitectónicas que, si bien no han sido forjadas directamente por la madre naturaleza, el talento, y conocimiento, del hombre han puesto al servicio de la posteridad. Aunque me declaro absolutamente lego en materia arquitectónica. Y en otras muchas que no les digo, claro. Yo, sólo contemplo. Lo que sea. Y lo hago con mucho gusto. Y muy bien. Claro que en esta vida si no se lee no se puede ir prácticamente a ninguna parte. Y mucho menos abrir la boca y que por ella salga algún tipo de frase medianamente coherente. De mis lecturas al respecto, inevitablemente, me había hecho a la idea de que nuestro más excelso, y cotizado, representante en cuanto a arquitectura se refiere, Santiago Calatrava, era un fenómeno verdaderamente extraordinario. Y no sólo mediático. Pues la impronta del arquitecto valenciano se extiende hoy día prácticamente por todo el mundo. Y desde luego por toda España. Aunque ya saben ustedes que no siempre es oro todo lo que reluce.

Esta mañana, tomando unos cortos con una amiga muy guapa, muy lista y que, como no podía ser de otra manera por sus estudios, de esto sabe un huevo grande, me entero, con cierta sorpresa, que en los círculos académicos, el señor Calatrava, no está todo lo bien considerado que dan a suponer, por ejemplo, los medios de comunicación. “Sus obras no son útiles o pueden ser más útiles”. Este aserto me resultó muy curioso, pues tenía la certeza de que todo lo que sale del hombre, ¡absolutamente!, tiene una finalidad. Y ésta, en arquitectura, no podía ser otra que su utilidad. Pero, ¡ahora lo comprendo!, los hechos siempre matizan la teoría. ¿Qué utilidad, que no sea la puramente estética, podía tener construir un nuevo puente sobre el canal de Venecia, habiendo ya otros tres?

Por lo demás, desde mi personal ignorancia, que el puente de Calatrava no pega ni con cola con el entorno veneciano, es algo fácilmente constatable. Y que se haya incrementado el proyecto en ¡más de 15 millones de euros! porque al señor Calatrava se le olvidó dotar al puente de un mecanismo para que las sillas de ruedas pudieran acceder, es, simplemente, para correrlo a gorrazos a lo largo y ancho del canal. Pero en fin, en nueva frase acuñada por Arcadi Espada, así va el mundo. Les dejo con este hilarante vídeo que me ha descubierto quien me ha inspirado el post de hoy. Buenas tardes.

26 agosto 2008




“Lo único que les pido es que no se enamoren o que no se enamoren más. El amor, como toda pasión espontánea (digamos), es conformista y refractario a la acción, se alimenta de ensimismamientos y confunde la amplitud del mundo con la silueta de un objeto obsesivo e imaginario a través del cual el sujeto empobrecido cree contemplar el universo. Un enamorado quizá no sea un buen trabajador, pero queda reducido a un individuo reverencial, apocado y dependiente, que para el caso es lo mismo”.
Alejandro Gándara.


25 agosto 2008

Publicidad

Una de las ventajas de tener familia repartida a lo ancho del globo, en estos momentos sólo en Argentina, y sin ánimo de criticar, radica en averiguar la disparidad existente en la prestación de determinados servicios. A modo de ejemplo, cabe destacar que en Argentina ir al dentista es gratuito. Esto tiene como resultado fundamental, que las personas que tienen problemas en su boca no entran en la consulta de estos especialistas con las manos en alto, como, en cambio, sí ocurre en nuestro país. Como consecuencia de lo anterior, y dado que el Estado en aquellas tierras no paga todo lo bien que desearían sus trabajadores, se produce un fenómeno, sin duda muy curioso, en forma de diáspora de estos profesionales y su asentamiento en otros territorios, a ser posible de su misma lengua, y en donde sus valiosísimos servicios sí estén bien remunerados, como en nuestra querida España. En suma nuestro país, nuestra patria, nuestra nación (aun con lo peligroso que resulta hoy día decir o escribir estos vocablos) tiene la suerte, qué digo suerte, ¡la inmensa fortuna!, de contar entre sus ciudadanos con un gran número de dentistas argentinos. Tan preparados como los nuestros, pero con un punto más de vivacidad en su actitud y actividad y su buena disposición a cobrar por lo que se les debe; ¿cómo lo diría sin ofender? quizá, como dicen en mi tierra, ¿dan la impresión de ser más pispos?

En cualquier caso, este sector no es el único que se ha visto favorecido por la llegada de profesionales de aquellos pagos, pues nuestros publicistas, de capacidad imaginativa un tanto limitada, ya cuentan con competencia de la pampa. El descubridor y principal responsable de la exportación a otros países de estos artistas, que más que publicistas parecen filósofos, y cuyo habla, aun carente de sentido lógico, en nada envidia el canto que los viejos marinos atribuían a las sirenas, bien pudo ser Coca Cola, multinacional simbolizada con pezuñas, cuernos y hedor a azufre por los comunistas. De los refrescos pasaron al mundo de la locomoción. Y sólo el tiempo dirá donde paren sus cada vez más cotizados pasos.

Su impronta inconfundible radica, como digo, en la palabra. Nuestros publicistas se arman de imágenes, sonido, efectos. En este sentido, puede dar la impresión de que la publicidad ideada por los argentinos es más precaria, más inconsistente, más endeble; pues no. Todo lo contrario. Es fabulosa. Aun sin música, las frases son tan bellas que dotan al conjunto de cierta musicalidad, de cierta armonía. Por poner un ejemplo castizo, quizá hayan visto un anuncio de champú cuya frase principal, y cuyo recuerdo me provoca fuertes jaquecas durante la noche, es “hay quien dice que la cabeza sólo sirve para pensar..”. ¡Cáspita! Para qué si no. Y ésta se dice, para quien no hace suya la máxima, con cierto aire peyorativo. Como si todo el mundo viviese de su pelo, de su cara bonita, del reflejo que le devuelve el espejo cada mañana.

Los publicistas españoles se han modernizado; es probable que sean más duchos en la utilización de las aplicaciones informáticas. Pero, en cambio, han perdido sabor, gancho, esa capacidad, siempre necesaria, de llamar la atención del consumidor. Por el contrario, los publicistas de la tierra del pelusa, se sirven de imágenes más simples, pero cargadas de mucho, y más hondo, significado: sus anuncios no se ven: se sienten, se escuchan, se agradecen como el niño que tiene la fortuna de cerrar sus ojos por las noches con la voz suave, profunda y sosegada de su abuelo mientras este le narra una historia.

Simplemente, quizá en las facultades españolas de publicidad, deberían prescindir de algo de teoría, y profundizar más en la capacidad imaginativa de sus discentes. Es probable que de ese modo, no se hiciese tan tedioso encender el aparato de televisión. Incluso tal vez, mera hipótesis, se podría llegar a ver una película por completo. Sería de todo punto aconsejable dada la cada vez más numerosa, a semejanza de la propia televisión argentina, cantidad de anuncios. Aunque hay que ser consciente de la dificultad de frenar la progresiva devaluación cualitativa de la televisión, pública y privada, a la que estamos asistiendo. Y del gran interés que debe haber en domeñar, y aborregar, al ciudadano. Así nos va.

24 agosto 2008

Leo en El País de hoy, a manos de Gustavo Martín Garzo, una pequeña y legendaria reseña sobre el eterno deambular del pueblo gitano: “en ella (en la leyenda) se contaba que había sido uno de sus herreros quien, sordo al consejo de un ángel, había fabricado los clavos que crucificaron a Cristo. Pero que, al intentar enfriar el cuarto, este continuó encendido en la pila de agua. Los soldados romanos, impacientes por la espera, se llevaron los otros tres, y esa noche, al herrero, le despertó una luz que venía del patio y vio que el clavo seguía brillando al rojo vivo en el agua. Y aunque huyó al amanecer, a partir de entonces, adondequiera que iba, se encontraba con él…”. El herrero perseguido por sus propios clavos. Por su propio oficio. El hombre, sin distintivos de raza o dedicación, acosado por la consecuencia de sus propios actos. En cualquier caso, y aun en verano, no deja de llamar la atención esa tendencia de las leyendas a eximir de responsabilidad a sus protagonistas. Supongo que de ahí saco Flaubert, en su Bobary, el aserto que nos recordaba que “a los ídolos es mejor no tocarlos: algo de su dorada capa se queda inexorablemente entre los dedos”. Aserto al que, aun desconociéndolo, nos ceñimos cual liga a generoso muslamen. Vivimos tiempos de un no precisamente exacerbado espíritu crítico. Y, ¡por los clavos de cristo!, una flagrante despreocupación por las barbas del vecino.


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Las circunstancias de la vida siempre nos marcan. Cualquiera de nosotros podíamos haber sido uno de los pasajeros que fenecieron en el fatídico accidente de avión. La elevada, y simultánea, mortandad, han provocado un profundo desgarro en la sociedad sólo equiparable al producido tras un atentado terrorista (pleonasmo) en que el número de víctimas mortales haya sido igualmente elevado. Dolor, llamémosle cuantitativo. Sin embargo, he aquí una curiosa, y variopinta, sociedad en que por una parte se solidariza con el pesar de los familiares de esas víctimas, y, extraordinariamente, por otra, muestra su rechazo a que se rinda el debido tributo religioso como, con cierta sorpresa, me entero a través de la columna de Martin Ferrand. Y no sólo eso, sino también volviendo la cara (por supuesto, no por los directamente afectados) a una cuestión fundamental, que no es otra que la depuración, absolutamente necesaria, de todas las responsabilidades. Sean éstas de la índole que sean. Por esta razón, y por tratar de disipar cualquier temor futuro, es indispensable la total y exacta averiguación, sin manipulación interesada, de lo acaecido. Aunque ésta resulte aún más dolorosa.

14 agosto 2008

En el pueblín: mi padre, mi madre y la única persona de la familia que se esfuerza en poner cara de foto.


Parece ser que, tras el curso, he tenido menos tiempo del que pensaba. Pues casi sin darme cuenta se ha echado encima la temporada en que un músico hace honor a su nombre, y hasta a su propio oficio, o, más bien, sólo a esto último. En cualquier caso, incluso un músico tiene derecho a ese periodo de felicidad y pigricia comúnmente denominado vacaciones. Periodo, con la salvedad de unas cuantas noches en que tendré que amenizar las vacaciones a otros, que hoy mismo inicio. Voy a serles sincero, no voy a aprovecharlo para leer, ni para estudiar, ni absolutamente para nada en que tenga que utilizar mis fatigados ojos salvo para la contemplación de alguna de las beldades de mi pueblo, Llamas de la Ribera, que estará estos días en fiestas, y las que encuentre en algún esporádico viaje que surja. Dice mi padre, sin fingida seriedad, que su tierra siempre fue pueblo de guapos. Y guapas, claro. Aunque, en verdad, aún no he encontrado a nadie que hable mal de los frutos de su propia casa, siempre frescos, maduros y deliciosos. Pasen un buen verano. Volveré sobre el día 25 de este mes. Hasta entonces, y como seguramente se imaginarán, este blog permanecerá estéril.

08 agosto 2008

Ha recomendado Arcadi Espada (perdonen que no ponga enlace, debe de encontrarse muy solicitado), en esta preciosa época del año en que nos encontramos, leer al peso. ¡Como si de jamones se tratase! Discriminando, deliberadamente, todo aquel libro que no se haya criado rollizo. Y cuanto más rollizo, mejor provecho. Supongo que el excelso columnista se refiere a libros que, además de orondos, contengan enjundia temática e indigerible a altas temperaturas. Ussía, en cambio, de naturaleza más comedida, y mucho más consciente del verano que nos rodea, nos habla de otro tipo de lecturas, ¡y otro tipo de lectores! Sintiéndolo por ambos, y dado que no soy ni tan intelectual ni tan descarado, considero que lo mejor para acompañar este calorcito es algo ligero, delicioso, histórico. Verbigracia, Te daré la tierra, de Chufo Lloréns. Los dos libros que he leído de este autor, Catalina la fugitiva de San Benito y La saga de los malditos, me han encantado. Con lo que hoy mismo su volumen ha pasado a engrosar mi pequeña biblioteca. No puedo hablarles del libro dado que aún no he tenido el placer de meterle mano. Pero si puedo decirles que su autor trata los temas históricos con rigor, que se aprende mucho de las épocas tratadas a través de su lectura y que tiene una prosa sencilla, rápida e intensa que, generalmente, atrapa al lector desde las primeras líneas. No creo que haya nada mejor que pegue con sus hamacas. Buen provecho.

Correspondencia/ Aída Berliavsky

Después de año y medio de arduo trabajo he logrado publicar mi libro Doron Benatar y el libro de los nombres muertos, editorial El Tercer Nombre y que por fortuna fue presentado el pasado 9 de junio en el propio Círculo de Bellas Artes siendo apadrinado por los periodistas y escritores Juan Cruz y Clara Sánchez y presentado por el alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Galladón. No ha cumplido dos meses y ya está a la venta la segunda edición porque sorpresivamente se está vendiendo de boca a oído y está siendo enfáticamente recomendado por quienes lo leen. No es casual que la presentación del libro tuviera lugar en el Círculo de Bellas Artes ya que allí precisamente, en una mesa del café, es donde Dorón Benatar, detective privado -existencial- tiene instalado su "oficina" con la complicidad de un camarero con igual vocación detectivesca.

Dorón Benatar es un tipo curioso, se convirtió en detective privado titulado siendo doctor en filosofía pero cansado de hacer suplencias en colegios ricos con alumnos solo preocupados por su pelo, su ropa y su móvil. Sus casos son intrascendentes hasta que se ve metido en la recuperación de un ejemplar único de la versión toledana del Necronomicón del siglo XVII robado a la familia Toledano. Inmerso en la investigación del robo, se verá envuelto en una espiral de intereses de sectas, sociedades secretas y bandas callejeras dispuestas a todo por obtener la posesión del libro. Pero no solamente la trama de la historia es atrayente, el personaje es si mismo y el entorno en el que se recrea la acción también forman parte del atractivo del libro porque en el describe Madrid y ¡De qué forma!

Además, como judío madrileño que es, de madre askenazí y padre sefardí, salpica la acción con el discurrir cotidiano de una familia judía madrileña de nuestro tiempo y deja pequeños posos de la tradición cultural hebrea en forma de deliciosos relatos. Si está en tu mano ayudarme publicando una breve reseña en tu blog te lo agradeceré eternamente


* Supongo que se trate de spam, pero en fin; ningún inconveniente en ayudar, sólo faltaría.