Ayer por la tarde, paseando, y dando cuenta de lo mucho que le cuesta este año marcharse al verano, estuve charlando un rato con un viejo amigo, actualmente profesor de filosofía en un selecto colegio de León. Después de los obligados y horrorosos comentarios de rigor, verdaderamente sofocantes en algunos casos, comenzamos a hablar de esto que tan mal viene poniendo la prensa últimamente: la educación. Sabiendo, como todo el mundo sabe, que está el asunto muy mal, como muy fastidiado. Y que hay que ver lo tontos que nos salen hoy día los chicos del cole, del instituto e incluso de la universidad y tal. Por eso no me negué al envite. Pues en peores plazas se torea en la vida, no me digan. A pesar de que me lo estaba ofreciendo un profesor, con su alícuota parte de culpa por lo visto por él desconocida. Le pillé en un renuncio en que vi la pata política de la que cojeaba. Y quise entender, aunque también por el modo sosegado con que me exponía sus inquietudes, que había muchas posibilidades de que no acabásemos a gorrazos, que es la manera civilizada de acabar hoy día una conversación seria.
El hombre estaba verdaderamente preocupado porque, cosa muy curiosa, lo que ponía la prensa era cierto. Y no se trataba de uno de esos análisis partidistas, sesgados y un tanto interesados que tanto se mastican a diario. Llegó, incluso, a sugerirme que en su caso particular el hacía lo que podía, con lo que entendí que en otros casos igualmente particulares o no se hace lo que se puede o, de hacerlo, sencillamente, no es suficiente. Yo le creí. Desconfiaba un poco de su locuacidad vacua y un tanto afectada. Pero no es plan de ir por el mundo llamando ignorante a un filósofo, gremio, pero no saben hasta qué punto, extraordinariamente susceptible.
Y siguiendo el propio hilo de Ariadna de su discurso, me estuvo comentando las vacaciones de alguno de sus muchachos:
Estos chicos, Javi, ¡tienen unas oportunidades increíbles! Algunos de ellos han viajado este verano a Australia, nada menos. Es decir, son chicos con mundo. Que han visto cosas. Que han conocido otras culturas.
Cierto. Le respondí lacónicamente en un pequeño intersticio que me dejó en el transcurso de su deposición (supongo que mientras respiraba, pues ya me estaba preocupando a mí como lo conseguía).
Y luego…
¿Y luego?, le apreté, en un alarde de inteligencia y oratoria senatorial sin precedentes.
Pues luego no me estudian, Javi.
¿Es posible?
No se esfuerzan.
Exageras.
Y no sólo eso. Aquí viene mi querido Poncio Pilatos (me decía a mi mismo, sin engañarme). El año pasado el jefe de estudios me insinuó que bajase el nivel. Ya sabes que tengo fama de duro.
Sí, sí (le respondí, aunque ya hacía rato que me preguntaba cómo se puede hablar tanto, decir tan poco y quererse uno mismo de esa manera tan obscena).
Aunque por supuesto me negué
Claro, claro (llegado este momento hubo necesidad de decirle que había prisa, y, lógicamente, nos separamos)
En cualquier caso, este profesor, bueno o malo son sus discentes quienes ostentan el derecho de calificarlo, tenía su parte de razón. Aunque no se incluía en su perorata como autor, cómplice o cooperador necesario del actual y decadente panorama educativo, es de recibo señalar que el hombre tenía sus propios culpables. Y estos no eran, contra todo mi pronóstico, los propios chicos. Y ni siquiera sus padres. Que en parte, qué duda cabe, desde luego que lo son. Para este profesor, el problema viene de arriba. Del propio gobierno. Y el menos común de los sentidos, me indica, que proporcionalmente también es así. Y no sólo de éste, claro. Sino de todos los anteriores, que han formado a personas tan sensatas y cabales como la que les escribe.
Aunque en mi opinión, y quién no tiene una, el principal culpable de esta situación es el propio alumno. Pues es de éste de quien dependen sus resultados. Y una persona sin inquietudes, sin un mínimo de interés por lo que se imparte en las aulas, con absoluta independencia de su inteligencia, no puede, y es muy triste decirlo, esperarse nada de él. Y tengo la firme convicción, como dicen los políticos leídos, de que esa necesidad casi vital por aprender que yo, por ejemplo, experimento en todos y cada uno de los libros y revistas que leo, no se puede inculcar. Es algo que o sale de uno mismo o, como dicen en mi barrio, muy chungo. No se puede inducir, influenciar a una persona a que abra los ojos y a que descubra la ingente cantidad de personas que deambulan por esta vida en la más absoluta e impenetrable de las penumbras.
Lo fácil, también, sería echar la culpa a los padres. Porque claro, hoy día se consiente mucho a los niños. Generalmente todo se les pasa. Y también generalmente, y si es menester, todo se les paga. Pero dado que a pesar de este factor, sin duda importante en la consecución de un individuo recto o torcido, o en la formación de un ciudadano con principios o más bien inverecundo, también sale ahí afuera, a la luz del mundo cruel, gente verdaderamente estupenda: excelentes estudiantes, personas educadas, buenos profesionales, seres con unas extraordinarias ganas de vivir y de disfrutar de la vida…pienso, como decía, que el culpable, el reo de vagancia y gandulería, y a quien se está imponiendo la categoría de víctima, no es otro que el propio alumno, el propio hijo, esa persona en potencia que, aparentemente, está tan desamparada.
Por último, lógicamente, sería cosa juiciosa y como muy sensata incluir también a los profesores. Yo, hasta la universidad, sólo tuve dos o tres realmente buenos. Y claro. A mi no me gustaba estudiar, pero hoy no hago otra cosa. Ni leer libros, pero hoy no creo que bajen de tres decenas al año. No abrí un periódico hasta segundo de carrera, pero hoy leo ocho todos los días. En fin. El refranero castellano afirma apodícticamente que nunca es tarde si la dicha es buena. Y quizá ese crío sin interés por su propia experiencia vital, ni por su familia, ni por nada de lo poco que al final en esta vida merece de veras la pena, algún día, cuando menos se crea, cambie. Pero lo hará el solo. Créanme. Hasta entonces no jodamos a ese chaval o a esa chavala entre todos.
Busquen, comparen y si encuentran algo mejor…”encontrar lo que uno iba buscando sin duda es una satisfacción, pero yo agradezco más el regalo de la casualidad que me abre a la perspectiva de aquello con lo que no contaba” Antonio Muñoz Molina.
Pasen buena semana. Gracias por leerme. Sirva el post de despedida, aunque quizá me pique el gusanillo antes, hasta después del 20 de Septiembre. Rindo cuentas en Madrid como opositor. 4 horas de examen de desarrollo. Se dice bien. Pero se hace, francamente se lo digo, bastante mal. Sigan con salud. El resto ya vendrá.