Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

30 septiembre 2009

León desde dentro (continuará...)


Este es el aspecto que presentaba hoy la capital leonesa, pasados unos minutos de las 9:30 de la mañana. Esta imagen corresponde a la plaza de Santo Domingo. En el centro. No esperen nunca una saturación mucho mayor. Ni en hora punta. Por cierto, no todo estaba abierto. Y debería. Así no creo que levantemos al país. Pero al menos que nos pille el asunto bien desayunados.



El Hostal de San Marcos. Plateresco dorado. Elegancia, glamour, categoría. Casi frente a su puerta hay una cruz en la que reposa sedente y agotada la estatua de un peregrino. Los peregrinos de carne hueso la soban con auténtica delectación. Y son muchos los que creen que es el propio San Marcos. Esa plataforma que se ve en la imagen es posible que corresponda a un próximo desfile de modelos. En León es que somos muy coquetos. Pero nunca se sabe.



El puente de San Marcos y el casi ridículo cauce del Bernesga, el río de la capital leonesa. Ese cúmulo de arbolillos y alegres matojos, asaz desatendidos, que observan en el interior del río, recibe el nombre de hábitat. Sí. Al menos así lo llamaron los ediles socialistas cuando sólo era un pedacito de tierra minúsculo, insignificante e inofensivo. Aunque tengo la certeza de que ninguno de los concejales tenía la más remota idea de si estaban o no utilizando el término correcto. Porque ninguno de ellos cursó Biología, Ciencias Ambientales o alguna otra titulación semejante. Pero qué más da. Era verde. En el terruño originario se refugiaban los patos que se escapaban por los desagües del Parque Quevedo. Y donde todo el mundo vio que se requería una reparación en el parque para evitar más fugas de animalillos, los socialistas vieron un hábitat. Y la verdad es que nadie pudo convencerles de lo contrario. Hoy el aspecto es horrible, amenazador y casi selvático. Y cuando uno pasea tranquilamente por allí, tiene que tener los ojos muy abiertos, no siendo que salte sobre el puente una serpiente u otro bicho sin identificar de esos que muerden y tengamos un disgusto. Por no hablar de los efectos que se producirían en caso de crecidas. Pero aquí no passssa nada. Tenemos un hábitat. Y a tomar por culo (discúlpenme el lenguaje soez, ignominioso, chabacano, casi adocenado: uno tiene un vocabulario limitado).

29 septiembre 2009

Cuestiones (in)controvertidas

Donantes. Acabo de llegar del pueblo. Es tarde y estoy algo cansado. Y no se hacen una idea de la cantidad de cosas que tengo que hacer antes de ver mi cuerpo reconfortado entre la suavidad, casi maternal, de las sábanas dichosas. Por eso hoy sólo les voy a rescatar unas líneas leídas el viernes en la columna de Raúl del Pozo, políticamente incorrectas, y que él, a su vez, rescató de ese gran cadáver exquisito de las letras hispanas, que fue don Camilo José Cela. Eso sí, les voy a recordar, nada que no sepan, que esto de la donación de órganos es un signo de identidad, que es cosa de la cual mucho hay que presumir, bastante progre. Sobre todo a decir de los mismos progres, claro. Toma la palabra Cela, genéricamente: «Si ya no puedo respirar / que otro respire por mí». «Donaré mi corazón / para algún pecho cansado / que quiera ser restaurado / y entrar de nuevo en acción». «La pinga la donaré / y que se la den a un caído / y levante poseído / del vigor que disfrute».

No está mal, ¿verdad? Ahora bien, si algo hay que agradecer al señor de la coqueta melena plateada, es el rescate de estas otras palabras de Cela, referentes a las posaderas, a las suyas en particular, a las que el Nobel debía tener en gran estima y no menos consideración: «El culo no lo donaré / Muchos años lo cuidé / lavándomelo a menudo. / Para que un cirujano chulo / en dicha transplantación / se lo ponga a un maricón / y muerto me den por el culo».


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Mujeres. Y ya de paso lean este decálogo del ingenioso hidalgo de las letras, don José María Albert de Paco. Y después háganme otro favor, y lean los comentarios al post. Allí podrán observar alegatos tan agradables de leer por un hombre de mano de una mujer, como: “¡Cuánta maldad!”; y otros, como: “ja ja ja”. Que traduciendo, pues sépase que no he conocido, y ni tan siquiera oído hablar de hembra alguna que no necesite de algún tipo de intérprete, quiere decir: ¡necesitamos hombres como De Paco! Malos, malvados, retorcidos, aviesos. O sólo listos.

Lástima que luego no los distingan.

28 septiembre 2009

La foto

Lo ha conseguido. Parece que lo venía buscando. A estas alturas todo el mundo sabe que nuestro querido y admirado presidente del Gobierno ha estado en Estados Unidos. Y además que allí se ha sacado una foto. O varias. También es de conocimiento general que el señor Zapatero busca con frecuencia hacerse una foto. Algunos llaman a esta manía oportunismo. Pero otros, en cambio, creen que es sólo el producto de algún tipo de conjunción o alineamiento planetario. En cualquier caso una foto no deja de ser más que una estampa, una imagen, un mero recuerdo. El problema surge cuando esa foto, como las palabras, los hechos y las actuaciones, es susceptible de múltiples interpretaciones. En ese preciso instante, a veces, se abre la caja de Pandora. No es un secreto que hasta el momento el señor Zapatero había querido mantener en el anonimato a sus hijas. Por eso casi nadie sabía nada sobre su aspecto físico. Ni mucho menos sobre su indumentaria. El que si lo sabía, claro, era el señor presidente.

Creo que antes de tomar el avión debió de aconsejar, pedir o incluso rogar a sus hijas que se vistiesen de un tono más clarito. O al menos que se pusiesen zapatos. Pues debió de pensar que alguno diría que él no tenía autoridad ni en su propia casa. Como tantos y tantas otras, por otra parte. Pero viendo el resultado, no me digan, se entiende que su familia es inmune a los cantos de sirena, a su verborrea vacua, al persuasivo talante con el que tantos y tan grandes corazones ha conquistado el de León nacido en Valladolid en España.

A mí, cuando tocaban visitas, mis padres me decían aquello de que había que ir como Dios manda. Y no recuerdo, al respecto, ningún tipo de negociación con ellos. Era una cuestión de educación, de respeto, de obediencia si quieren, de buen comportamiento. Pero nuestro Gobierno cree, y así va España, que todas esas conductas son propias de gente carca, retrógrada, facha: cosas de la vieja derechona.

Un curioso gobierno que para mantener intacto, pulquérrimo y no conculcado el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen de los hijos, no le duelen prendas al afirmar que se requiere permiso paterno para mostrarnos una fotografía, aunque ésta sea de claro interés público. Y, en cambio, defiende que ese mismo consentimiento no es necesario cuando una menor decide abortar. Este último caso corresponde a un derecho de la mujer, a decir del ministerio en busca de utilidades prácticas. Y bien está. Pero por eso mismo, y utilizando su misma lógica, cabe afirmar que quizá al señor presidente se le olvidó preguntar a sus hijas si se sentían molestas por haber salido en portada. Pixeladas.

Y es que al final, todo va a ser una cuestión de consentimientos.

24 septiembre 2009

De puños y letras


El valor de lo tangible. Llama poderosamente la atención que en una época dominada por las nuevas tecnologías siga otorgándose más valor cuantitativo, su precio, y más valor sentimental, su significado, a lo impreso frente aquello que no podemos sostener, apretar o incluso acariciar con las manos.

En realidad, el valor dado a algo no es más que un parámetro de índole subjetiva. Nadie es objetivo a la hora de calificar, valorar o apreciar. Salvo que nos tomemos como índice de objetividad a nosotros mismos, claro. Algo, por lo demás, demasiado frecuente. Bien está que consideremos ciertamente guapo a aquel que según nuestros gustos lo es más que nosotros. Y más alto a quien, sin caberle otro remedio, nos contempla desde las alturas. Pero este vicio tan humano, considerar nuestro ombligo la medida de todas las cosas, nos lleva a relativizar absolutamente todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. Y a expresar nuestros pensamientos como dogmas irrefutables que todo el mundo ha de comprender y observar desde nuestro mismo punto de vista, que será, sin duda alguna, el auténticamente correcto.

Por eso me sorprende encontrarme con opiniones, además de un peso extraordinario, como la de Antonio Muñoz Molina. Quien suele gozar de un gusto innato y exquisito para transmitir con una elegancia sin parangón todo aquello de lo que tratan sus artículos. O con la de otros maestros autóctonos, como la de Mauricio Peña y Fulgencio Fernández, en la última de La Crónica de León, a quienes se les ve el plumero nostálgico y romanticón a leguas y leguas de distancia.

Otorgar hoy día más valor a una carta escrita de puño y letra del remitente que a un correo electrónico me parece una reflexión anticuada, obsoleta e indigna de personas que trabajan, disfrutan y se benefician con ese hurto a Chronos que, al final, supone la meta de todo avance tecnológico.

Aunque siempre hay, claro, quien considera que escribir una carta a mano supone un mayor esfuerzo y dedicación. Y que, además, siempre estaremos seguros de que seremos sus únicos destinatarios. Pues las viejas cartas tenían una indefectible y característica pátina personal: la escritura. Y así esperábamos gozosos la inconfundible letra del novio querido, deseado y del que estábamos tan profundamente enamorados; el firme trazo de ese amigo cuya vida se consumía a kilómetros de distancia y por el que, como ingenuos chiquillos, para mitigar la angustia provocada por la ausencia, nos dedicábamos a contar ansiosos los días que faltaban para nuestro reencuentro; o qué decir de la delicada rúbrica de ese familiar cuyo cariño añorábamos pues nos era absolutamente necesario e imprescindible para sobrevivir a nuestra desdichada existencia.

Pero cogitaciones sentimentales a parte, hoy la vida, la sociedad, nuestras agendas imponen su ritmo, quizá cruel y despiadado para nuestra cada vez más depauperada calidad de vida, pero sin duda necesario para ajustarlo al rigor de nuestras cada vez más elevadas expectativas.

Puede que el correo electrónico no esté impregnado de esa embriagadora fragancia con la que algunas mujeres enviaban sus misivas. Ni contenga pequeños obsequios, melosos embaucamientos de rufianes pasionales. Y ni tan siquiera venga con esos dibujitos tan monos que hacían del límite de la mentalidad entre un hombre y un niño un terreno poco propicio para las diferenciaciones. Pero sin duda supone la materialización de un transmisor ágil y eficaz de información sentimental: es escandalosamente desabrido, sí; pero también escandalosamente diáfano de las verdaderas intenciones que, el insigne personal, guarda para con uno mismo.

Ya saben aquello que se atribuye a Jean Jacques Rousseau: “Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho”. No me digan que no hemos salido ganando.

Pasen, en lo poco queda, un buen día de Otoño. Y quede constancia de mi gratitud por tenerles ahí pendientes. Es un placer.

Buenas noches.

23 septiembre 2009

Volver a empezar


Se fue el verano, nos lo susurra el calendario, y el melancólico otoño se dice que aún no ha llegado. Una estación, una franja, una época del año no es más que un compendio de buenas costumbres adquiridas al calor de los años y, consumadas, al decir del ciudadano, al frío de los más duros, terribles y por ello recordados inviernos. Es un decir, que de no decirlo, ni se da apenas por enterado. Como el fulgor de una mujer hermosa, esa criatura que crece y florece y se destapa al compás, ritmo y cadencia de un cambio de prenda, biombo de su propia belleza. Acaba el verano, afirmamos, dejándonos un sabor de algo que ni siquiera aún hemos probado. Pero los sabores se extienden, se rumorean, o se propalan como la existencia de ese ser que prueba y gusta de un placer, por no permitido, por el que termina haciendo de su vida un frágil cuenco donde se verterán todos sus anhelos, fuente si no de alegrías, manantial de donde sin duda brotarán todas sus desesperaciones. Porque es el ser humano una especie que se alimenta de lo que no ase, aquello que no aprehende: bien será porque no quiere, pero sufrirá ciertamente si es que no puede. El hombre, la mujer, sus vástagos edifican sus futuros sobre aquellas que dicen sus propiedades. Se asegura que el sentimiento de pertenencia es algo natural, normal, y nunca ideal como aquello otro con lo que antaño el hombre, siendo tan solo un niño, venía bajo sus brazos desnudos. Hoy las personas sabemos que quien algo quiere algo le cuesta. Y así está el personal, en continuo comercio con el manto de su providencia. Es fácil echar culpas, que es ganarse enteros, a aquello o aquellos que no seamos nosotros mismos. Por eso no crecemos, no aprendemos, sencillamente porque jamás nos enteramos. En algún lugar he leído que Gabriel García Márquez, prodigioso escritor de libros que combinan simultáneamente la realidad vivida con la pretendida, en algún libro dejó escrito que a los 5 años tuvo que abandonar su educación para empezar a ir a la escuela. Realmente la máxima no encierra ironía: es solo edad, y angustia, y por supuesto sabiduría. Vivan y dejen vivir, mantengan los ojos abiertos si es que en dicho estado se encontraban y, por último, disfruten como siempre o como nunca de su aprendizaje.


Comenzamos.


09 septiembre 2009

Es la educación, me dicen

Ayer por la tarde, paseando, y dando cuenta de lo mucho que le cuesta este año marcharse al verano, estuve charlando un rato con un viejo amigo, actualmente profesor de filosofía en un selecto colegio de León. Después de los obligados y horrorosos comentarios de rigor, verdaderamente sofocantes en algunos casos, comenzamos a hablar de esto que tan mal viene poniendo la prensa últimamente: la educación. Sabiendo, como todo el mundo sabe, que está el asunto muy mal, como muy fastidiado. Y que hay que ver lo tontos que nos salen hoy día los chicos del cole, del instituto e incluso de la universidad y tal. Por eso no me negué al envite. Pues en peores plazas se torea en la vida, no me digan. A pesar de que me lo estaba ofreciendo un profesor, con su alícuota parte de culpa por lo visto por él desconocida. Le pillé en un renuncio en que vi la pata política de la que cojeaba. Y quise entender, aunque también por el modo sosegado con que me exponía sus inquietudes, que había muchas posibilidades de que no acabásemos a gorrazos, que es la manera civilizada de acabar hoy día una conversación seria.

El hombre estaba verdaderamente preocupado porque, cosa muy curiosa, lo que ponía la prensa era cierto. Y no se trataba de uno de esos análisis partidistas, sesgados y un tanto interesados que tanto se mastican a diario. Llegó, incluso, a sugerirme que en su caso particular el hacía lo que podía, con lo que entendí que en otros casos igualmente particulares o no se hace lo que se puede o, de hacerlo, sencillamente, no es suficiente. Yo le creí. Desconfiaba un poco de su locuacidad vacua y un tanto afectada. Pero no es plan de ir por el mundo llamando ignorante a un filósofo, gremio, pero no saben hasta qué punto, extraordinariamente susceptible.

Y siguiendo el propio hilo de Ariadna de su discurso, me estuvo comentando las vacaciones de alguno de sus muchachos:

Estos chicos, Javi, ¡tienen unas oportunidades increíbles! Algunos de ellos han viajado este verano a Australia, nada menos. Es decir, son chicos con mundo. Que han visto cosas. Que han conocido otras culturas.

Cierto. Le respondí lacónicamente en un pequeño intersticio que me dejó en el transcurso de su deposición (supongo que mientras respiraba, pues ya me estaba preocupando a mí como lo conseguía).

Y luego…

¿Y luego?, le apreté, en un alarde de inteligencia y oratoria senatorial sin precedentes.

Pues luego no me estudian, Javi.

¿Es posible?

No se esfuerzan.

Exageras.

Y no sólo eso. Aquí viene mi querido Poncio Pilatos (me decía a mi mismo, sin engañarme). El año pasado el jefe de estudios me insinuó que bajase el nivel. Ya sabes que tengo fama de duro.

Sí, sí (le respondí, aunque ya hacía rato que me preguntaba cómo se puede hablar tanto, decir tan poco y quererse uno mismo de esa manera tan obscena).

Aunque por supuesto me negué

Claro, claro (llegado este momento hubo necesidad de decirle que había prisa, y, lógicamente, nos separamos)

En cualquier caso, este profesor, bueno o malo son sus discentes quienes ostentan el derecho de calificarlo, tenía su parte de razón. Aunque no se incluía en su perorata como autor, cómplice o cooperador necesario del actual y decadente panorama educativo, es de recibo señalar que el hombre tenía sus propios culpables. Y estos no eran, contra todo mi pronóstico, los propios chicos. Y ni siquiera sus padres. Que en parte, qué duda cabe, desde luego que lo son. Para este profesor, el problema viene de arriba. Del propio gobierno. Y el menos común de los sentidos, me indica, que proporcionalmente también es así. Y no sólo de éste, claro. Sino de todos los anteriores, que han formado a personas tan sensatas y cabales como la que les escribe.

Aunque en mi opinión, y quién no tiene una, el principal culpable de esta situación es el propio alumno. Pues es de éste de quien dependen sus resultados. Y una persona sin inquietudes, sin un mínimo de interés por lo que se imparte en las aulas, con absoluta independencia de su inteligencia, no puede, y es muy triste decirlo, esperarse nada de él. Y tengo la firme convicción, como dicen los políticos leídos, de que esa necesidad casi vital por aprender que yo, por ejemplo, experimento en todos y cada uno de los libros y revistas que leo, no se puede inculcar. Es algo que o sale de uno mismo o, como dicen en mi barrio, muy chungo. No se puede inducir, influenciar a una persona a que abra los ojos y a que descubra la ingente cantidad de personas que deambulan por esta vida en la más absoluta e impenetrable de las penumbras.

Lo fácil, también, sería echar la culpa a los padres. Porque claro, hoy día se consiente mucho a los niños. Generalmente todo se les pasa. Y también generalmente, y si es menester, todo se les paga. Pero dado que a pesar de este factor, sin duda importante en la consecución de un individuo recto o torcido, o en la formación de un ciudadano con principios o más bien inverecundo, también sale ahí afuera, a la luz del mundo cruel, gente verdaderamente estupenda: excelentes estudiantes, personas educadas, buenos profesionales, seres con unas extraordinarias ganas de vivir y de disfrutar de la vida…pienso, como decía, que el culpable, el reo de vagancia y gandulería, y a quien se está imponiendo la categoría de víctima, no es otro que el propio alumno, el propio hijo, esa persona en potencia que, aparentemente, está tan desamparada.

Por último, lógicamente, sería cosa juiciosa y como muy sensata incluir también a los profesores. Yo, hasta la universidad, sólo tuve dos o tres realmente buenos. Y claro. A mi no me gustaba estudiar, pero hoy no hago otra cosa. Ni leer libros, pero hoy no creo que bajen de tres decenas al año. No abrí un periódico hasta segundo de carrera, pero hoy leo ocho todos los días. En fin. El refranero castellano afirma apodícticamente que nunca es tarde si la dicha es buena. Y quizá ese crío sin interés por su propia experiencia vital, ni por su familia, ni por nada de lo poco que al final en esta vida merece de veras la pena, algún día, cuando menos se crea, cambie. Pero lo hará el solo. Créanme. Hasta entonces no jodamos a ese chaval o a esa chavala entre todos.

Busquen, comparen y si encuentran algo mejor…”encontrar lo que uno iba buscando sin duda es una satisfacción, pero yo agradezco más el regalo de la casualidad que me abre a la perspectiva de aquello con lo que no contaba” Antonio Muñoz Molina.

Pasen buena semana. Gracias por leerme. Sirva el post de despedida, aunque quizá me pique el gusanillo antes, hasta después del 20 de Septiembre. Rindo cuentas en Madrid como opositor. 4 horas de examen de desarrollo. Se dice bien. Pero se hace, francamente se lo digo, bastante mal. Sigan con salud. El resto ya vendrá.

08 septiembre 2009

La fuente de inspiración del magnífico artículo de hoy de Ignacio Camacho, bien pudo ser este otro de Javier Cercas.


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Esta Tercera me iluminó la mañana de hoy. Siempre teniendo en cuenta que el estudio es capaz de nublar los días más soleados, más felices, incluso aquellos que principian prometedoramente.


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Y por último, rescatado de la garras del lobo feroz, pues así se autodenomina el gran Dragó, estos versos de Luis Alberto de Cuenca: «Dime atrocidades / que cuestionen verdades absolutas / como: «No creo en la igualdad». O dime / cosas terribles como que me quieres / a pesar de que no soy de tu sexo, / que me quieres del todo, con locura, / para siempre, como querían antes / las hembras de la tierra». ¡Como querían antes las hembras de la tierra! Me consta que a esta hora siguen ambos en libertad. Aunque con un terrible y doloroso zumbido en sus oídos izquierdos, claro.

03 septiembre 2009


Son muchos, cada vez más, los que se preguntan si la economía española está para el gran cohete de los juegos olímpicos. Pues el desembolso necesario para que tengamos dicho evento al alcance de nuestros zapatos, no es ni barato, ni mucho menos gratuito. Otras personas, en cambio, avizoran en ellos una oportunidad extraordinaria para nuestro país: publicidad, afluencia de público y una dorada faceta contante y sonante que, por qué no decirlo, también va a tener su repercusión positiva en nuestras depauperadas arcas de la moneda. Pero alejándonos con pasos cortos, delicados y silentes del análisis más superficial, hay quien ha visto en esta candidatura una especie de reválida para don Alberto Ruiz-Gallardón. El corregidor de la capital ha puesto tanto empeño, tanto tesón, más que gallardía gallardón, que parece haber hecho del asunto una cuestión de reconocimiento personal, y, para sus enemigos, de responsabilidad exclusivamente individual. Tras leer el informe de expertos en calificar qué candidatura les ha tratado mejor, y con cual se han sentido más cómodos, Gallardón, lejos de indignarse, ha dicho que tampoco es para tanto: como en la propia vida, todo podía haber sido mucho peor. Y ha prometido, porque podía y debía, trabajar para conseguir un cambio de apreciación lo suficientemente significativo para que Madrid pase de candidata peor parada, a sede olímpica que no haya ni quien la pare. Mucho trabajo y poco tiempo le esperan por delante. Ayer, en La brújula de Alsina, aseguraban que la villa de Madrid tiene a su favor el apoyo unánime e incondicional de la sociedad española. Apoyo que, al parecer, al resto de candidatas se lo venden más caro. Sea por estos tiempos de crisis, pan duro y pocas muchachas bonitas en que nos encontramos, o sea porque el ser humano, qué gran palabra, ahí afuera es mucho más desafecto con el fenómeno deportivo, parece que la candidatura española debe hoy su estar, su ser e incluso su parecer a una pasión ilimitada de nuestro pueblo por sus deportistas. Esperemos de todo corazón que el esfuerzo, aun anímico, merezca de veras la pena.

01 septiembre 2009

Más vale tarde: las muy buenas razones de don Arturo.