Días felices
Ahora bien, no todo van a ser caras largas y tristes bolsillos. Ustedes, ¡qué se pensaban! Porque, a fin de cuentas, el fin de la época estival también trae consigo al ciudadano, al habitante de nuestras ciudades. Más morenos, más delgados, con cara de aún más mala receptividad. Pero en fin, nos los devuelve. Sanos y salvos. Que eso es lo importante. No me digan. Qué sería de los Otoños sin esa gente que nos cuenta alegre y desinteresadamente sus veranos. Sin haberla preguntado antes por ellos, que ya es desinterés. Y nos los narran con todo lujo de detalles. Engordando, como quien no quiere, pero, en fin, qué se le va a hacer, un poquito de aquí, y también otro poquito de allá.
¿Que comen un día en un bar de tapas unas croquetas frías y un bocata de calamares sin calamares?
Joe, Pepe, ¡no sabes qué mariscada nos metimos en la costa!
¿Que duermen en un hostal cuyo catre no cambiaría un cerdito por el suyo en la porqueriza?
Menudo Hotel, Pepe. Un seis estrellas.
¿Tantas?
O más.
En cualquier caso, y volviendo a lo serio, lo peor de la vuelta de vacaciones son los morenos. Sí, y me explico. En el super, en el banco, en el recorte inglés, allá donde quiera que usted vaya se encontrará un moreno, o incluso una morena. Pero muy morenos, muy negritos, como muy tostados.
Pero qué morena vienes, Cuquina
Ay, Pilina, no sabes qué días de calor pillamos
¿En verano?
En verano, en verano
Pero les decía, por no estar callado, que es precisamente la vuelta de todo este ganado, que conforma nuestros censos electorales, nuestras colas de lo que quieran e incluso la lista de nuestros conocidos, esos grandes desconocidos, lo que a mí me hace verdaderamente feliz. Y me hace feliz porque para mi la persona es un personaje literario. Cada una, uno. Así que, ¡fíjense si hay personajes!
Hoy, por ejemplo, que salí a dar una vuelta como quien sale a ver muchachas, vi a unos cuantos que aún no se habían enterado de que ya no estaban en la playa: los despistaos. Había mucha gente con los pantalones muy cortos, y las piernas, pero vaya por Dios, como muy largas. Muchas de estas personas, que llegan con la misma poca vergüenza con la que se marcharon, llevaban chancletas, que son como las chanclas, pero mucho más cutres. Y las llevaban con calcetines, claro. Calcetines, además, negros, sedosos, como muy estirados. Y es entonces cuando uno levanta la vista. Y se da cuenta de que el conjunto aún lo completa una camiseta con o sin tirantes, marcando en la zona abdominal las buenas tapitas del bar, e insinuando, sugiriendo pero nunca mostrando, un incipiente pecho peludo cual oso de las estepas (aunque, ¿a ver si ahora no va a haber osos en las estepas?).
En fin, todo esto, a mi distorsionado entender, conforma un cuadro digno del instrumento de Dalí. Y por esa razón rezo día sí y día también para que bajen de una vez las temperaturas, y la gente de bien, personas todas muy juiciosas, tire a la basura esos fútiles complementos estacionales y, por supuesto, esos horribles bañadores cual biquini de vicepresidenta. Ejem, ejem.
La vida, instrucciones de uso: “cuando veo a mi hija correr por la playa y cubrir de arena a los que toman el sol me hace mucha gracia. Pero si otro niño corre cerca de mi y me echa arena, no me hace gracia alguna, con lo que se demuestra que mi hija es mucho más graciosa que los demás niños”. Jaume Perich.