Los de siempre, lo de siempre, hasta siempre, como siempre
Relatividad: dícese de cuando se tiene en cuenta el resultado de los sondeos, despreciándolo a capricho, con mohines y pucheros de disgusto, cuando no gusta y desde luego no conviene.
Preocupado por hacer frente a la crisis y porque su zarpazo no merme sus rebosantes bolsillos cuida de su negocio igual o mejor a como un día habría querido cuidar de sus hijos. De aspecto huraño, taimado y poco simpático recibe a sus numerosos clientes con los ojos abiertos y la despensa cerrada. Hubo una época en la que estaba penado no cenar en su tasca, y resultaba caro, extravagante y penoso sentarse a comer en casa. A una caña pelada la acompañaban tres platos vistosos, y el desayuno rico y barato, la verdad, al paladar resultaba grato. Pero ahora la economía no está bien, los españoles no estamos bien, los irreductibles bares no están bien, y al buen hombre no se le ocurre mejor cosa que subir los precios y bajar las tapas. Es de suponer que, en una suerte de economía invertida, pretende que gastemos más habiendo consumido menos.
En mi modesta opinión, el desafortunado comienzo en la columna de hoy, del grandísimo periodista de ABC, don José María Carrascal:
“Si quisiéramos una estampa de la España de nuestros días, ninguna mejor que la que nos ofreció el último festival de Eurovisión: una melodía equivocada -hoy se llevan las baladas románticas, no el kitsch-, un intérprete mediocre -David Diges sólo sirve para andar por casa-, un nacionalista estropeando el espectáculo -Jaume Marquet con su barretina- y uno de los último puestos de la clasificación, el 15”.
De melodía equivocada, nada. Era un tema bonito, pegadizo, con un toque sentimental, y de esos que entran a la primera. En este tipo de festivales, hay que tumbar de un golpe, y es sabido que no tienen cabida esas grandes canciones que gustan más cuanto más se escuchan. Además, seguía la “pauta eurovisión”, con el manido “in crescendo”, y un despliegue vocal más que relativamente aceptable. David Diges, y conste que escuché al hombre y a su criatura por vez primera la noche del festival, de mediocre, nada. Hay que ser muy profesional para que ante una interrupción semejante, ni se inmute, ni desafine: como sí hicieron, en cambio, otros más valorados. A mí, sinceramente, me dio mucha pena que un anormal mayúsculo le estropeara la actuación, sueño al que había dedicado parte de su vida. Sencillamente, no tenía derecho. Y en cuanto al puesto, huelga decir que fue injusto, incorrecto. Es la mejor canción y el mejor representante que hemos tenido en los últimos años. Para mediocre el tema y la ganadora del festival, mona, jovencita y ciertamente salerosa: he aquí una prueba diáfana de la tendencia en el hombre a valorar más el talante que el talento.
Y yo pensando que estas cosas sólo ocurrían en España…