Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

28 julio 2009

Disfruten, examinen y, si gustan, paladeen esta excelsa Tribuna de Mario Vargas Llosa, apodado el grande. Qué placer extraordinario, qué delicia literaria, con qué delectación leo quincenalmente sus artículos en el Diario Global en Español.



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Dieta y vida mediterránea. Creo que fue don Constantino Romero, ese hombre a una voz pegada, quien en una ocasión se atrevió a decir que su cena preferida, y yo lo comparto, son unos huevos fritos con patatas fritas. Él si que sabe. Aunque también, claro, hay quien a esta cena ligera la adereza con bacón, salchichas o unos chichos, como algunos llaman al picadillo por esta tierra. Gente, evidentemente, alérgica a la frugalidad en la mesa. Y todo el mundo sabe, hoy día la gente se informa, que eso es una cosa muy fea en ese sitio en particular.

Desde ese momento casi histórico, pues desde entonces la gente famosa no ha hecho más que revelar obscenidades, no había vuelto a ver, escuchar o leer nada semejante. Y todos los comentarios relativos a estas cosas del comer, que no se diferencian en gran cosa de las del querer: el sexo reacciona en nuestro organismo de un modo no muy distinto a como lo hace después de un atracón de chocolate, el corazón de un hombre se conquista por el estómago, donde no hay harina todo es mohína…seguían una pauta muy al estilo del corpore sano latino, tan en desuso cuando más que hambre en esta vida lo que hay es vicio. Y ha tenido que llegar doña Carmen Rigalt, mujer de costumbres ciertamente elegantes, para decirnos que a ella, lo que de verdad le gusta, es zamparse un par de huevos por las noches. Poniendo al buen comensal español en el sitio que de verdad ocupa. Aunque luego, en las encuestas, la gente diga que lo que sí que la pone son un par de hojitas de lechuga. Hombre, hombre.



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“Allí donde hay sensibilidad es más fuerte el martirio”. Leonardo di Ser Piero da Vinci



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Pasear a medianoche por las solitarias calles del pueblo. Respirar lo más cercano a aire puro que se puede respirar en los tiempos que corren. Hablar con los vecinos de cosas tan triviales como el tiempo, las fiestas que ya acechan o el mercadillo de los lunes en el pueblo de al lado. Observar con el agradecimiento e ingenuidad de un muchacho aún no pervertido por las hijas de Eva las nuevas luces que luce el campanario. Y no digamos el porte casi aristocrático de la torre de la iglesia, faro de almas en penumbra. Percibir las voces apagadas de una algarabía que, en las fechas en que nos encontramos, ya empieza a levantar un agradable dolor de cabeza. Dejar disfrutar la pituitaria con el aroma a pan recién horneado con que envuelven al pueblo la actividad de sus dos panaderías. Irse a la cama con la certeza de que estas altas temperaturas veraniegas no impedirán un descanso negado a gran parte de la población española, que no gozará de los placeres mayestáticos que ofrece al cuerpo el clima de la ribera leonesa.



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Estaré en el pueblo hasta el viernes por la noche. Gracias por leerme. Tengan una buena semana.

24 julio 2009


Santiago. Este fin de semana Galicia, esa maravillosa tierra llena de mujeres hermosas, doy fe, por si vale de algo, se viste de largo, de gala, de fiesta. Tal vez como debiera vestirse el resto de España. En honor a lo que un día fue su patrón, aunque hoy pocos sepan con precisión el lugar que ocupa el santo. Si algo llama la atención de Galicia, además de esas mujeres a las que antes aludía, cuyo semblante melancólico, dulzón y pizpireto a mí, sencillamente, me subyuga, es el extraordinario género que muestran alguno de sus escaparates. Y así, cuando se pasea, pongamos por caso, por las calles de Santiago de Compostela, en vez de admirar peleterías de postín, ricas joyerías o, no sé, un escaparate con esos suntuosos deportivos que conduce Daniel Craig en las películas, uno no puede dejar de pensar que da gusto ver que así como otros países exhiben al público sus putas, en esa parte de España, lo que se muestra es su mejor marisco. Esos bichitos cuya hermosura contemplada compite ferozmente con su inigualable sabor, cura de tantos males que aquejan a esta pobre sociedad. Deambular por las calles de Santiago, y no digamos en estas fechas, supone participar en un festival de gentes de las más diversas partes del mundo, que vienen a rendir tributo al santo, a una tierra, a una tradición que se remonta a la época en que aquel pueblo gobernado más que aconsejado por druidas, los bélicos celtas, hacían su particular y devoto periplo al cabo que ponía nombre al fin de la tierra. Era, claro, una época en que se oía y hacía caso a las estrellas. Noches despejadas cuya sola lectura desde esta tierra plebeya ya sobrecogía a los corazones más gallardos e impetuosos. ¡Ultreya!, nos recuerda Fernando Sánchez Dragó en su Historia mágica del camino de Santiago, que exclamaban los peregrinos cuando se acercaban a esta prometedora tierra a ganarse el jubileo, aunque poco después sus divagaciones se pierdan en favor de Prisciliano. Ah, Santiago, tierra de meigas, de santa compaña, de milenaria sabiduría. Es la creencia de las personas, los designios santos o profanos que mueven sus actos, lo que en el futuro narra la historia de un pueblo. Y da un gusto tremendo, sana envidia admirativa, que, aunque sólo sea por este fin de semana, la Costa da Morte vuelva como nunca, o como siempre, a la vida.

23 julio 2009

Cuando a media tarde no se esperan visitas y llaman al timbre, siempre invade a uno cierto aire de desconcierto. Máxime sabiendo que la intimidad del hogar se acentúa varios puntos en verano. Y que el cuerpo vive en el sopor de ese hábitat al que se ajusta si no como un guante, al menos como una de esas braguitas ceñidas que producen un leve, casi imperceptible cimbreo en el muslamen de cualquier señorita con unas señoritas piernas. No obstante, la sospecha, la incertidumbre, el desconocimiento de lo que hay al otro lado, nunca es impedimento para realizar ese extraordinario esfuerzo que supone la necesidad de levantarse a comprobarlo. La desilusión, el desencanto, es entonces inevitable. A uno nunca, o casi nunca, y desde luego no en el modo que desea, le llega lo que está esperando. Y sólo en las películas, al abrir la puerta, el protagonista se encuentra a las nuevas vecinas. Que extraordinariamente siempre están muy buenas, claro. Yo, por ejemplo, hace años que no tengo vecinas nuevas. Y las que tengo, a fe mía que no son como las que salen en las películas. Siempre sin bata, y arregladas, y simpatiquísimas; y con esa pinta de macizas que las imposibilita, en el vecindario y hasta en la vida, para pasar desapercibidas. Por el contrario, aunque no me puedo quejar de casi nada, sí, en cambio, de mis vecinas; o, mejor dicho, de la falta de ellas.

-Buenas tardes, joven (noto cómo me miran las cachorras, cosa muy normal, por otra parte)
-Buenas tardes
-Verá, veníamos porque este domingo va a tener lugar un bautizo colectivo en el estadio de fútbol…
-No, déjenlo, la verdad es que estoy a gusto con mi compañía
-Pero...
-En serio, muy a gusto

Correspondencia/ Iván Bahillo

22 julio 2009


"Cuando las mujeres dicen sí, quieren decir no; y, cuando dicen no...también quieren decir no". Paco León. Me pisó la frase, el tío.

21 julio 2009

Llevo unos días leyendo una obra verdaderamente maravillosa. Una creación artística de una belleza inefable, asombrosa, incomparable. Llevaba años esperándome cada tarde, lo notaba, lo sentía cuando me sentaba en el salón a contemplar los mimados hijos de mi pequeña biblioteca. Y hace ya una semana, soy un ser asaz dubitativo, me decidí, silente atrevimiento de quien no vive ni puede vivir otras aventuras que las ofrecidas a sus ojos por naturalezas tan nobles, transparentes, inimitables, tan fuera del alcance de lo que, a diario, la vida ofrece. Como el tiempo me es escaso, y por ello extraordinariamente caro, no puedo hacer otra cosa que escoger con delicadeza, con sumo cuidado, el modo en que mejor emplear mi cada vez más exiguo descanso. Por esa razón, sabrán comprenderme, la divina elección fue El conde de Montecristo. La gran historia de Edmundo Dantés, plasmada para gozo y disfrute de la posteridad por la eximia pluma de Alexandre Dumas. Algo más que literatura. Algo más que un libro. Toda una enseñanza moral que, según me cuenta quien ya ha degustado tan exquisito manjar, no deja a nadie indiferente, no pasa desapercibido como esas obrillas leídas que, al cabo de algunos años, apenas recordamos siquiera la trama por la que discurría el cada vez menos caudaloso torrente de tinta.

A mí estas cosas me emocionan, me pirran, me ponen, por eso las cuento con la vehemencia y apasionamiento de un muchacho enamorado deseoso de compartir su inconmensurable dicha con un alma afín, reposada, que le comprenda. Al terminar de leer las líneas de uno de sus capítulos, encontré en mi madre a esa persona siempre dispuesta a escuchar, a comprender, que es compartir. Expresé en voz alta mi pensamiento. Ya no hacen, ya no escriben, porque en mi opinión ya no pueden, libros como los de antes. Con ese sosiego que se destila página a página, con esas descripciones minuciosas y exactas como las actas levantadas por un soso fedatario, con ese alma del autor indefectiblemente encerrada entre sus hojas, esperando que llegue un lector que la libere, que mire al libro con los mismos ojos de quien en su día se tomó semejante esfuerzo. Mi madre trajo entonces a colación, muy pertinentemente, la arquitectura. Hoy el hombre, dotado de poderosas maquinas y un cualificado nivel intelectual, se ve incapaz, imposibilitado de llevar a cabo una obra semejante a, pongamos por caso, nuestras queridas y adoradas catedrales. Cuestión si no de talento, tal vez, sólo de tiempo. Las prisas de esta sociedad ciega, competitiva, tan inmoral, se trasladan inexorablemente a la literatura, la arquitectura, la música, digamos el todo: al arte. El legado del hombre, desde que tal nombre recibe, en un futuro no muy lejano, será un bosquejo de enfermos sociales, de ciudadanos con esa imprescindible prisa por vivir, por crear, por amar; sin pararse a contemplar, a ver, a pensar, a descifrar ese arcano natural que nos rodea, que nos acompaña, y que, desgraciadamente, nunca nos abandona.


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La distancia es pérdida de apego, de confianza, de temperatura. Amistades y amores fuertes y cálidamente enlazados, por el alejamiento de una de las partes, han devenido en el ineluctable enfriamiento de un vínculo que, en el pensamiento de cada uno, jamás se habría dibujado de ese modo lóbrego y en tantas ocasiones definitivo. Ante la incomprensión de alguna de las partes por el cariz tomado, conviene detenerse, y con frialdad, asegurarse de que la proximidad no hacía el conocimiento, y sólo desde la lejanía se contempla el verdadero ser, y la sustancia, medida, peso, magnitud de una sintonía innatural, onírica, que creíamos ejemplar, y se torna, despiadadamente, apócrifa.

20 julio 2009


La jovencita Emma Watson, esa brujilla. Todos la hemos visto crecer. Se ha hecho casi una mujer en la gran pantalla, a base de pócimas, encantamientos y alguna que otra escoba voladora. Pienso que será, hoy todavía es un proyecto, una mujer guapa, elegante y con clase: y espero sinceramente que, como tantas, no se quede sólo en la pretensión. A su tierna edad, diecinueve añitos, muestra cierto gusto por la lencería deportiva, siempre tan elástica. Y han querido pillarla en sus correrías, pero qué malos, en algún renuncio de veteranos. Pues al parecer de Rosa Belmonte, mi ídola, hay una rara tendencia a que cuanto más brillan en el firmamento las estrellas, y no por su luz propia, más se acentúa su propensión a olvidarse en casa las bragas. Descuidos, que tienen unas…



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Ateísmo y esoterismo. En el siglo pasado, y parece que fue ayer, me daba por las lecturas raras, pintorescas, exóticas. Y así, un hermoso día, cayó en mis manos un ejemplar de El oro de los dioses, del suizo Erich von Däniken. El autor, que en mi modesta opinión estaba como una chota, aseguraba que la especie humana es el producto, el resultado, no sé si deliberado, de un experimento extraterrestre. Según su teoría, vendríamos (todos nosotros y no sólo él) de un caldo de cultivo primigenio muy, muy peculiar. Luego, claro, uno crece, madura, lee El País y escucha La Ser todos los días, llega a ser presidente del gobierno, y casca, noche sí noche también, a su santa, que hay que ver la cantidad de españoles que podrían veranear en Doñana. Pero volviendo al esoterismo doméstico, del de andar con calzones por la casa, que me lío, me ha hecho como mucha gracia leer a dos de los grandes de las letras españolas, sobre cosas ciertamente tan trascendentes (luego, lo sabré yo, habrá quien considere un grande a Ruiz Zafón, pero en fin, no pretendan que me ponga a discutir en serio con esa persona): Raúl del Pozo y Fernando Sánchez Dragó. Ambos, por sabios y por viejos, con la pluma ya muy gastada por esto tan común a todos que llamamos la vida. Dice el hombre de la coqueta melena plateada, en descripción a lo Arcadi Espada, y dirigiendo su ingenio a eso que todo hombre en alguna infausta ocasión ha prometido bajar a una mujer: “Corría el año 1969 y tal día como hoy estaba yo en Cabo Cañaveral junto a un grupo de lectores del diario Pueblo. Presencié a menos de dos metros cómo los tres astronautas se iban a la epopeya por un pasillo de plástico. La hazaña costó 25.000 millones de dólares y hay aún contribuyentes que dicen que el prodigio nunca ocurrió, pero sí creen que era la Virgen María la mujer de un agrimensor inglés que para secarse las ropas de la lluvia se descalzó y se subió a un pequeño roble en Portugal”. Llama la atención la relatividad del escéptico, que como las risas, y no digamos los lloros, va por barrios. Y también la llama, pero mucho más, que el artículo del señor Dragó de hoy, quitando el episodio egocéntrico-sexual-italiano que como él mismo dice de tantas otras cosas si non e vero, e ben trovato, lo podría haber rubricado el jinete que monta el Caballo de Troya.



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Ignacio Camacho nos explica de un modo pormenorizado, y serio, que es como hay que explicar las cosas para que el personal se las crea, qué es un pagafantas. Aunque ya les aviso que el iter de la columna va de un modo agradecido del qué al quién, sin advertencia previa. Y es posible que haya quien no pille el nexo. Pues vivimos en un país verdaderamente extraordinario.

16 julio 2009

Ayer estuve comiendo con unos antiguos compañeros de carrera. Siempre es un placer recordar viejos tiempos, viejas penurias y, también, cómo no, viejas alegrías. Estuvimos en uno de esos centros comerciales que tanto se llevan ahora, que han ido ocupando un lugar preferente en todas las ciudades y que, además, por lo que parece, han sido aceptados con mucho gusto por los ciudadanos de las distintas latitudes de nuestro país. Elegimos para dar satisfacción a nuestros paladares un restaurante de comida Americana, del que no pienso hacer propaganda, y en el que a decir verdad se comía estupendamente. Pedimos de entrantes, para picar, como se dice en estos tiempos alborotados, unos nachos. No sé si tienen el gusto o disgusto de haberlos probado, pero están realmente buenos. Para entendernos, podrían describirse como una especie de Doritos en ensalada, muchas veces provistos de una salsa de queso. Como primer plato pedimos unas patatas fritas, con bacon y queso probablemente mojadas en una especie de salsa ali oli. Y de segundo, tóquense, pero no mucho, un sándwich de pollo con philadelphia. Sólo eran unos trocitos de pechuga, untados con una casi inapreciable crema de queso y abrigados por unas hojitas de lechuga insípida. Lo pedí porque me pareció exótico, y algo tenía que cascarles hoy en el blog, pero no me gustó mucho. Y a los postres uno de mis compañeros se decantó por unos profiteroles, y el otro, pues éramos tres, éste, además, ejemplar femenino, tuvo antojo (las mujeres, para muchas cosas, no tienen gusto: sólo antojos) de tortitas, pues aseguraba, ¡y quién discute a una mujer!, que siempre hay que dejar un huequito a los postres. Yo pedí helado de Vainilla, que como decían antes los abuelos, me supo a roscas.



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De todas las noticias que llovieron ayer sobre las ediciones digitales de los periódicos, hay una que me llamó, como dicen los periodistas ricos en adjetivos, poderosamente la atención. Si usted es lector desapasionado del blog o, por el contrario, siente un gustirrinín inefable cada vez que actualizo, sabrá que me estoy refiriendo a la noticia del desmadre sexual en la campiña inglesa. Nada que opinar sobre la noticia. A mi me parece muy bien que cada cual se desahogue como le parezca. Y si yo hubiese tenido la pasta suficiente para participar en semejante coyunda, con todo el dolor de mi alma, a estas horas, a mí, desde luego, no me estarían leyendo. Y no creo ser el único en pensar de ese modo. Por eso me sorprenden las declaraciones de algunos de los testigos: “De pronto aquello se transformó en un espectáculo digno de Eyes Wide Shut”, decía el dueño del improvisado lupanar. “¡Por todas partes había personas copulando. Incluso en las barandillas vi a cuatro parejas!", exclamaba uno de los empleados, supongo que con restos de salivilla Pavlov en la comisura de los labios. Pero lo más hilarante, hay que ver cómo somos, es el apartado de las participaciones: agudas: “seguro que a mi no me dejaban entrar por ir en zapatillas”; para emprendedores: “¡quién no se pondría una capucha y un taparrabos y para la campiña!"; hay gente escrupulosa, no me digan: “espero que limpiasen la barandilla luego”; maricón el último: “en el mundo gay esto se hace desde hace años sin tabúes ni complejos”; personas ciertamente filantrópicas: “busco mujer que me quiera acompañar, una vez dentro ya me busco la vida”…en fin, y resumiendo, comentarios todos del tipo: “yo también quise estar allí… pero no pude”. Qué me van a contar a mí.

15 julio 2009

Pragmatismo

“Considero que el cerebro de cada cual es como una pequeña pieza vacía que vamos amueblando con elementos de nuestra elección. Un necio echa mano de cuanto encuentra a su paso, de modo que el conocimiento que pudiera serle útil, o no encuentra cabida o, en el mejor de los casos, se halla tan revuelto con las demás cosas que resulta difícil dar con él. El operario hábil selecciona con sumo cuidado el contenido de ese vano disponible que es su cabeza. Sólo de herramientas útiles se compondrá su arsenal, pero estas serán abundantes y estarán en perfecto estado. Constituye un grave error el suponer que las paredes de la pequeña habitación son elásticas o capaces de dilatarse indefinidamente. A partir de cierto punto, cada nuevo dato añadido desplaza necesariamente a otro que ya poseíamos. Resulta por tanto de inestimable importancia vigilar que los hechos inútiles no arrebaten espacio a los útiles”. Arthur Conan Doyle.

14 julio 2009

En el bachillerato, a los efectos época quizá demasiado tardía, descubrí lo que eran las tías buenas. Hasta la fecha a mí, simplemente, me gustaban las mujeres: rubias, por su blanquita piel; morenas, por su natural pelo frondoso; pelirrojas, por la escasez de dicha materia prima…pero desconocía de facto un concepto tan etéreo, y tan comúnmente manoseado por el buen español de a pie, como el de tía buena, maciza, tus partes me hipnotizan. Todo el mundo sabe que todo en la vida llega. Y a mí me llegó tal experiencia con el cambio de instituto, que trae a muchos hombres la misma frescura que, a las mujeres, trae un cambio de braguitas. Dos eran las partes en cuestión. Hermanas, para más señas. Y además rubias. Su fama, y currículum vitae masculino, eran largamente conocidos en el instituto, en el colegio, incluso en el barrio. Los vecinos las miraban con relativa sospecha. Y las muchas señoras meapilas que pueblan esta zona de León desde la que les escribo, las observaban con recelo casi parroquial. Se veía en ellas esa añorada soltura que antaño se atribuía a las muchachas francesas, de natural tan promiscuas. Y tenían ese garbo y donosura que, salvando las distancias, mostraban las suecas en las películas españolas protagonizadas por don Manolo Escobar, me dicen que aún en busca de su carro. Puedo contarles, además con toda tranquilidad, que me sentaba en clase delante de ellas. Pero qué suerte, oigan. Por aquel entonces, curiosamente, yo era un muchacho tímido, pudibundo, como espeso. Y con las hormonas, como es natural, en pleno festival de verano. Fue en vano mi búsqueda de conversación con ellas. Y más inútil aún supuse que sería buscar otro tipo de trato, ustedes me entienden. Pero he de decir, no sin orgullo, que recogía el bolígrafo a ambas cuando se las caía al suelo. Y que cada vez que me daba la vuelta para preguntarlas alguna estupidez, una sonrisa igual de estúpida a mi pregunta se dibujaba irremediablemente en mi cara. Debían de pensar, y no tengo ningún motivo para creer que hayan cambiado de opinión, que no era un chico de mucha conversación. Que me podían quedar mejor los vaqueros. Y que, con esfuerzo, podría dejar de resultar tan aburrido, tan plasta, en ocasiones tan poco delicado en mi trato con las féminas. Pero pasa la vida, que decía aquel programa de la tele presentado por la madre de Terelu. Y ayer volví a verlas. Con el mismo desparpajo, ¡y misma talla de pantalones!, que gastaban cuando apenas eran unas adolescentes. Con ese aspecto de conocer mucho mundo que adoptan las mujeres cuando lo único que han conocido han sido muchos hombres. Y ninguno bueno.


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Debe ser verdaderamente duro para un hombre que uno de los lugares por él más querido, y donde encuentra más paz, dicha y reposo su cuerpo y espíritu, sea, de repente, mancillado, perturbado, allanado. Yo he tenido experiencias similares, no quiero engañarles, y he de decir, a mi entender, que las he superado con mayor nota, pericia y menor riesgo que el mostrado por los agentes de Policía en su casi cinematográfica actuación.

13 julio 2009

En una ocasión leí a Arcadi Espada que los había visto. Que estuvo allí. Que cortaban el aire, aseguraba. Viendo a los tres grandes, y dando la dolorosa impresión de que el nuestro no es precisamente el que más destaca, uno no puede dejar de pensar que hay que ver lo grande que es el mundo, y lo pequeño que en ocasiones se queda cuando nuestro ombligo es el objeto de referencia.



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11:30 de la mañana. Martilleo constante del vecino desde las 9:00. En este país no puedes estudiar ni en tu propia casa. Enciendo el ordenador para que el sonido de los ventiladores amortigüe, muy levemente, ese ruido infernal que se me está metiendo en las profundidades de la cabeza. Luego, en las tertulias de la radio y la tele, aseguran que la gente pierde la paciencia, y la educación, e incluso el sentido del civismo. Como si alguna vez los hubiesen tenido.


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Los renglones torcidos de Dios:

Ocaso del paseo y no ha pasado nada reseñable, ¿será posible? Un momento. Aún no está todo perdido. Una mujer bajita de unos 70 años pasea en mi dirección, despacio, meditabunda, como tantas otras. La adelanto, como corresponde, por la izquierda. Ya unos pasos antes me doy cuenta de que murmura, reza, algo está rumiando. Demasiado mayor para llevar un manos libres, pienso; aunque nunca se sabe. La paso. Y escucho, claro: “porque si me lío a hostias me quedo sola”, “porque esto es la hostia”, “me cagüen to”…un dechado de correcto vocabulario, de educación exquisita, un ejemplo de la diversidad del rebaño.

A punto de llegar a mi portal. Otra mujer, la de antes quedo con sus profundas cogitaciones, camina en mi dirección. Coetánea de la anterior. Trae muchos panfletos en la mano. Hay cosas en la vida cuyo olor las delata:

-Perdone, joven
-Dígame, señora
-Le quería hablar de un acontecimiento que va a tener lugar ¡próximamente! (las exclamaciones son mías)...
-Echo un vistazo al papel que me tiende: “¿Cómo estar preparado para la llegada del fin del mundo?"
-No, señora, gracias. Y mire que respeto todas las creencias. Pero esto…(pienso que esta señora debería estar en su casa haciendo ganchillo, y que así va España)
-Bueno joven, muchas gracias por atenderme de todos modos…
-Búsquese otros vicios, señora, hágame caso…

10 julio 2009

Miércoles, 17 de Junio. Ya instalado en la natural frescura del pueblo. El BOE del día anterior, y la inexorable acumulación sin precedentes de tres pruebas en apenas dos meses, hacen que tome la determinación casi vital de olvidarme prácticamente del mundo. Y marcharme allí donde la soledad, la paz y el silencio, son la mejor y más comprensiva compañía que podría tener en ese momento.

Después de comer salgo a contemplar mi queridísima hamaca como quien contempla bellas e inolvidables puestas de sol. La hamaca destila hedonismo, que es conformismo de naturalezas concupiscentes, vidas, dicen, no del todo bien aprovechadas.

La noche trae Los hombres de Paco. Últimamente, la serie tiene un fácil resumen: Coronita, Lizarrán, la marca de una tienda de complementos de cuyo nombre ni puedo ni quiero acordarme, cupones para el sorteo de la cruz roja…


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Jueves, 18 de Junio. Los pueblos son lugares taumatúrgicos, tocados por la barita mágica de la naturaleza. No sorprende que bosques, campesinos y la madre tierra fueran cuna y hospicio de herejías, religión de quien a su alrededor tan sólo veía la vida.

Es duro despertar con el sonido suave, melifluo y cantarín de los pájaros, apenas amanece, y saber que el destino del día solo ofrece la artificial claridad de un flexo, y la esperada, farragosa y en ocasiones decadente prosa legal.

Pasado el ecuador de Junio, ya debería escucharse en el pueblo el alegre jolgorio de la socarrona chavalería de la Ribera leonesa. Nada más lejos de la realidad, en cambio. Por las tardes, solo trae inquietud al pueblo un camión que vende, según su conductor, ricos y frescos pescados. El claxon de dicho vehículo es extraordinariamente ruidoso. Y el conductor-vendedor, trae consigo un curioso y atractivo método de venta ambulante consistente en tener por jeta más tramo que el utilizado en la espalda.



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Viernes, 19 de Junio. Ha venido mi padre a regar su querido jardín y a traerme más provisiones alimenticias. Al parecer hay cierto miedo en la familia a que de hambre muera, y me ceban, como si sin comida del día de allí me fuera. Todo fresco, como corresponde en estilo y piedad a la deglución veraniega.

Se quejan en el pueblo de que hay calor. De un modo tan curioso y paradójico a como lo hacen en invierno de que hace frío. Estas conversaciones, me dicen y me lo creo, han acompañado durante siglos rurales tardes de asueto. Y hubo hasta quien llegó a ser experto, nada más o nada menos que sólo mirando al cielo.



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Sábado, 20 de Junio. Por la tarde tengo ensayo con el grupo. Apenado, ya había comunicado al mismo que habría que anular la fecha del siguiente fin de semana. Desacostumbrado lujo, por lo caras que en estos tiempos de crisis salen las mismas. En un principio, sólo tenía examen el Domingo 28; y me planteé seriamente la posibilidad de empalmar, como dicen mis siempre festivos amigos, la actuación con el examen. Paliza de carretera a Madrid, mediante. Pero el nacimiento de otra prueba el día anterior, hacía la valentía, que rima con tontería, totalmente inviable.

El ensayo bien. En ocasiones, pensaba que para la causa habíamos fichado a Carlos Baute.



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Domingo, 21 de Junio. Debería estar estudiando como en su día dije. Pero tenía cierta curiosidad por ver la nueva versión del famoso monito. Aún recuerdo, pero de un modo muy vago, ciertas imágenes, que acuden a mí cual muchachas salidas como pitorros de botijos, de la anterior versión en blanco y negro. Parece que estoy viendo a la señorita Jessica Lange poner esos pucheritos tan monos que le salían, y su carita de fingida angustia entre las grandes manazas de King Kong. En la nueva versión, como saben, y alguno de ustedes seguro que disfruta, la muñequita elegida es Naomi Watts. Pero qué encanto, oigan. Daba gusto ver como el gorilita jugaba con semejante hembra, verdadera obra arte. Unas curvas adoradamente pronunciadas, carita de mujer estoy que te cagas de buena y aún (sí, parece mentira) no me he dado del todo cuenta, boquita sedienta de vida libertina, gozos prohibidos y asidua usuaria de esos productos que en su día anunciaba don Lorenzo Lamas que, como saben, es el galán de las camas.



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Lunes, 22 de Junio. He vuelto a León. Y sigo estudiando como los cosacos luchaban. El cambio de aires se agradece, se deja querer, como esa mujer que con aire indiferente disimula el ardor que siente cuando se acerca el hombre que verdaderamente ama.

La dieta seguida en el pueblo, de continuar un par de meses, podría haberme producido un efecto hinchamiento desmesurado, inconmensurable, casi grande. Menos mal que uno echa de menos la mano materna en la cocina; y al igual que el buen gallego tiene morriña cuando se aleja de su tierra, a mi me embarga cierta melancolía cuando no degusto los guisos y asados de mi docta madre durante un tiempo determinado.



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Martes, 23 de Junio. Hoy es la noche de San Juan. Noche bruja, golfa, de cierto despiporre. Hasta la fecha no me la había perdido en mi vida. Durante toda la tarde, mientras trataba, quizá inútilmente, de memorizar plazos y plazos, pensaba en mis amigos y en como con toda seguridad estarían esperando en ese momento en la cola de algún supermercado para pagar el botellón del que sin duda darían cuenta en sólo unas horas.

A las 23:30 oí los fuegos artificiales. Por pura morriña a la que antes me refería ni siquiera salí a verlos. Al día siguiente, me arrepentí incluso de no haber salido a dar una vuelta. Pero qué quieren, con independencia del resultado, mi conciencia no me lo habría permitido.



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Miércoles, 24 de Junio. Día de San Juan, me han dicho. Paso la tarde tirándome de los moños que no tengo. El agobio por el inevitable acercamiento del fin de semana es tremendo, asfixiante, insufrible. Me cuesta estudiar, subrayar, incluso leer.

Conozco retazos filosóficos de gente profundamente sabia que resumirían mi situación mucho mejor que yo: “necesito respirar/ descubrir el aire fresco/ y decir cada mañana/ que soy libre como el viento”. Ea.

Tóquense. Si quieren.



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Jueves, 25 de Junio. Preparativos para el viaje. Lo haré con mi hermano. Como el niño no quiere que le rallen el coche en la capi, después del primer examen, nos bajaremos hasta Collado Villalba.

Telefoneo mutuo entre los compañeros de opo para desearnos mucha mierda, como se dice ahora.

Es curioso. Los nervios atacan incluso a gente de ordinario tranquila. Se lo digo yo. Hombre que lleva por nombre sosiego y paciencia (es compuesto). Y que llegados tales momentos no sé de qué echar mano para calmarme. Mi madre, cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, tenía un remedio verdaderamente infalible para estos casos, pero la fastidiaron desde el momento en que modificaron el artículo 154 de nuestro querido Código Civil. Les transcribo parte del antiguo tenor literal del mencionado artículo: “los padres podrán en el ejercicio de su potestad recabar el auxilio de la autoridad. Podrán también corregir razonable y moderadamente a los hijos”. Como todo el mundo sabe, esa corrección leve y moderada, la coloquialmente llamada torta balsámica, se ha ido a tomar por el ano. Adiós, a mi necesario remedio.

Pasen, como siempre, un buen fin de semana. Gracias por leerme. Me sigo estudiando.

09 julio 2009

Por fin, y miren que busco de un modo entusiasta e incesante, después de leer múltiples reflexiones sandias y fútiles de diversas féminas sobre la visión que una mujer que se precie y aprecie ha de tener de un hombre, topo con la sincera Carmen Rigalt, y su eximio ideal de machote ibérico.

Luego, claro, dirán que lo que las pone son los hombres sensibles y delicados…

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Rescato de la fantástica novela histórica de Lion Feuchtwanger (1884-1958), La judía de Toledo, una interesante reflexión sobre la naturaleza de las cosas, la naturaleza de las personas, la profunda relatividad que nos rodea en casi todos los aspectos de la vida, y que deja tan poco margen, si es que lo deja, para una posible defensa de las llamadas verdades absolutas: “mucha gente sencilla considera la guerra condenable porque en ella necesariamente se cometen muchos desmanes y Dios ha prohibido cometer desmanes. Os digo que esto no tiene sentido. La guerra no es ningún desmán, es buena y justa, puesto que la guerra tan solo pretende convertir la injusticia en justicia y la discordia en paz tal y como las escrituras nos lo ordenan. Y si en la guerra suceden muchas desgracias, éstas no se deben a la naturaleza de la guerra, sino al incorrecto comportamiento de cada uno, como, por ejemplo, cuando un guerrero toma a una mujer y la fuerza, o hace arder una iglesia. Esas cosas no forman parte necesariamente de la naturaleza de la guerra, sino del incorrecto comportamiento de cada uno. De modo semejante sucede, por ejemplo, con la justicia de acuerdo con la naturaleza de la cual debe juzgar el juez, haciendo uso de su sentido común y de acuerdo con su capacidad. Pero cuando un juez juzga injustamente, ¿podemos decir que la justicia en sí misma es mala? Evidentemente, no podemos decirlo. Lo malo no se encuentra en la naturaleza de la justicia, sino en su aplicación incorrecta, en su mala interpretación y en los malos jueces”.

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El paseo y sus enseñanzas. El frescor de las primeras horas de la mañana trae al mundo deliciosos espejismos, que tanto agradan a la siempre difícil digestión de una mirada. Una nueva urbanización de pisos, con una línea chic, moderna, antinatural. En ella destaca una pequeña terraza, exiguo jardín de ciudades, sin privacidad aparente, y ni tan siquiera deseada. Él desayuna café y tostadas, hojeando desapasionado el periódico del día. Poco después llega ella. Su bata, de negra seda y elegante caída, deja al descubierto sus largas piernas: mudos testigos de contorsiones libidinosas. Se trata de una mujer de extraordinaria belleza, muy atractiva. Se sienta frente a su marido, su novio, su amante. Sonríen en silencio. Se quieren. Acaban de hacer el amor; sus cuerpos, impresión ineluctable, continúan llamándose. Él sigue masticando sus tostadas, despacio, tranquilo: aportándose una fugaz y aparente seguridad. Ella sigue observándolo. Aparto la mirada. Ya no estarán a la vuelta. Nunca a la felicidad se la apellidó eterna.

08 julio 2009

Hubo un tiempo no muy lejano en que oí hablar de gente que escribía en Internet. Gente muy curiosa, sin duda. Y he de decir que ya en sus orígenes el asunto me pareció verdaderamente fascinante, atrayente, digno de admiración. Por alguna extraordinaria razón, y aun antes de que me atacase mi actual fiebre lectora, fiebre que no siempre me ha acompañado, pensaba que a mí también me gustaría un día escribir aquí. Y, fíjense ustedes, las vueltas que da la vida: aquí estoy. Leyéndome, y teniendo la riquísima posibilidad de que lo haga muchísima gente, conocida y desconocida, amigos y enemigos, personas de una altura intelectual sin parangón y también, claro, algún que otro ganso, porque de todo debe haber, y además es cosa muy buena, en la ubérrima viña del señor.

Hoy hace tres años este modesto espacio de la red en que un servidor cuelga sus ocurrencias más o menos acertadas, sus anécdotas vitales, reales o ficticias, e incluso, o sobre todo eso, sus variadas perversiones. El blog nació un poco a modo de buffet libre. Aquí, enseguida lo vi venir, tendría cabida de todo. Y no sería uno de esos espacios especializados en una temática determinada que tanto frecuento, pero que no van para nada conmigo, con mi ser, siempre tan necesitado de múltiples y diversas fuentes para saciar su sed. Supongo, en parte, que por saber, como decía Francisco Umbral, que ahora todo es temático, y que eso es una pedantería de los analfabetos, que, como saben, es la peor de las pedanterías. Y también, y también supongo, por quedarme entusiasmado con aquella bella distinción entre zorros y erizos, identificándome más con los primeros, a que aludía Isaiah Berlín.

En cualquier caso, queridísimos lectores, tanto si se asoman por vez primera a esta Jam Session, como si ya es inveterado este espacio en sus favoritos, sean ustedes bienvenidos. Y tengan paciencia, y un pellizquito de bondad, para no juzgar como pendejadas o notables melonadas lo que a primera vista les haya parecido leer. En las palabras, en las frases, así como en las personas, no hay que detenerse nunca en su superficie, en su apariencia, en esas primeras, y tan a menudo equivocadas, primeras impresiones. Rasquen, hurguen, realicen un beneficioso y saludable ejercicio de arqueología. Después, si gustan, pueden mandarme con toda tranquilidad al carajo.


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Gabriel Albiac, en su excelente artículo de hoy, trayéndonos voces de un pasado quizá no del todo olvidado: “Al ario y el judío, los opongo mutuamente. Y, si doy nombre a uno de hombre, estoy obligado a buscar un nombre diferente para el otro. Porque están tan separados entre sí, cuanto lo están las especies animales de la especie humana. Y no es que yo esté llamando animal al judío. Está el judío más lejos del animal que nosotros, los arios. Es un ser ajeno al orden natural; es un ser contra natura” (Adolfo dixit). Pasan los años, y sigue sorprendiendo que después de haber corrido auténticos ríos de tinta tratando de dar una explicación lógica, coherente y verosímil al inhumano fenómeno nazi, aún no se sepa decir cómo pudo calar en una sociedad con una cultura y refinamiento intelectual verdaderamente exquisito, el pensamiento que dio lugar a semejante barbarie.


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Ayer, en el ocaso del paseo, los vi. Dos, eran. A la orilla del río, que es lugar donde se guarda la frescura en conserva. Había un par de jovencitas sinvergonzonas, descaradas, y a pesar de todo alegres como las muchachas de los cuentos que nunca me contaron, con sus perritos, y sus correspondientes tanguitas. Muy coloridos ambos. Me miraron. Y tuvo lugar el natural cuchicheo y naturales risillas con que debajo del brazo vienen, o venían antaño, todas las mujeres. Ambas, al unísono, y creo que sin previo ensayo, se dieron la vuelta. Pusiéronse ambos culos en pompa. Un tanga azul verano, como los polos de los chicos de Chanquete, y otro rojo agranatado, como la apasionada lencería de venta en los zocos de postín. Un encanto de chicas, que mucho se tienen que torcer para que algún día las llamen señoritas. Las devolví la sonrisa. Y miré, sin mucho entusiasmo, porque además de humano soy hombre, pero sépase que a mí siempre me han tirado más unas buenas braguitas.

07 julio 2009

-Bueno, Javier, ¿qué tal le ha ido el estudio?
-Veo que el paso del tiempo no ha disminuido un ápice su curiosidad. Pero bien, gracias.
-Hombre, es que después de tanto tiempo…
-Cualquiera lo diría, oiga; el periódico de hoy bien pudo ser el de hace una semana.
-Pero Kaká, no es Cristiano Ronaldo.
-No, claro.
-Y en el PP…
-En el PP se han vuelto todos un poco gallegos, creo. Incluso los manchegos: conclusión a la que llegué ayer escuchando lo de Carlos Herrera.
-En mi opinión, aunque ya sabe usted lo que pienso de todos los políticos, sus manos huelen a chamusquina
-Hombre, si finalmente el fuego quema, es de entender que las retiren. Hacerlo antes…no sé, considero que sería cargar de razón a quien dudas sembró.
-Por cierto, se murió Michael Jackson.
-Mire, de eso si que me enteré. Lo vi y escuché poco, y me gustaba aún menos. Dando una vuelta esos días por las redes sociales y leyendo los Nicks tan solidarios que se ponía la gente en el chat, tipo, "adiós Michael, hasta siempre", y todo así de familiar y vecinal, pienso que el calor afecta a múltiples chavetas en este mundo ancho y cruel.
-Y lo de Garoña…
-Le diré que ahí no quiero meterme. Dejémoslo en manos de expertos: haga como el señor Zapatero, que de esto sabe tanto como de lo demás.
-¿Desilusionado con la clase política?
-Desilusionado no sé si es la palabra, para ello se necesitaría un entusiasmo previo que como comprenderá…
-¿Tan mal lo(s) ve?
-Con decirle que si no fuera cosa soez y como muy fea me apuntaría a uno de esos cursillos de verano que imparten los socialistas para llamarles de pandilla de gansos en adelante…
-Hombre, Javier, no pierda las formas. Va a terminar usted pareciéndose a un político.
-Calle, calle…

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Buenas tardes. Espero que sigan ahí. Mañana, (re)comenzamos. Coincidiendo con el cumpleaños del blog.

Los ecos de mis voces:

¿Se han fijado ustedes lo guapas e incluso lo buenas que están las mujeres en verano?

Dios mío, ¿por qué me has hecho tan débil, y tan golfo y con esta gracia tan machista y rebuscada que casi nunca pillan las hembras?

Voy a tener que empezar a leer al Gran Wyoming, ese solvente intelectual de izquierdas. Tan admirado por la nueva socialdemocracia, que es la que sabe. Porque ya saben ustedes lo mucho que lee la gente de izquierdas. Y ya está. A ver si me arrimo a alguno/a y se me pega algo. No me vaya al final a quedar tonto.