Jam Session
Política, literatura, sociedad, música
Datos personales
- Nombre: Javi
- Lugar: León, Spain
En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...
27 octubre 2010
Una llamada al fijo en toda la tarde. La tarta está demasiado fría. El café excelente, como siempre. No me apetece leer las noticias. Mi sobrino no cree en los Reyes Magos. Una de mis hermanas se ha comprado otra chaqueta. Otro sobrino ha mandado quince mensajes de móvil en menos de quince minutos. A mi padre le gusta la frambuesa. No son todos los que están. Ausencias inesperadas. Olvidos predecibles. Tengo un hermano ahíto de haches. No voy a ver el partido. Me llaman para una fiesta de disfraces. Ceno poco y rápido. Toco el piano con la cabeza en otro sitio. Ojeo el correo. Me ducho mecánicamente. Me pasan a buscar. En la calle hace frío. Antes de la mascarada habrá partida de mus. Iríamos vestidos de angelitos. Nos acompañarían unas “diablesas”. En el bar sólo hay cuatro muchachas: la camarera, una chica con un novio que no la merece, otras dos con un par de chicos grises, planos, bastantes corrientes. Una ronda de rones. Las cartas están demasiado nuevas. El mus se da mal: consuela que no siempre gana el que más sabe. Y lo digo, ante miradas de reproche y probable incredulidad. Pedimos otra ronda, ésta más cargada. La camarera tiene un culo precioso, y comentamos amigablemente el asunto. Me comunican que las diablesas no vienen. También que nos hemos quedado sin alas. Nos pondremos unas pelucas. Sigue la timba, y en su mismo sentido. Tres veces tres reyes y un par de unas por mi parte en toda la noche. Mi pareja a la par. Se acaba la partida. Nos levantamos, pagamos, y nos vamos. La noche está aún más fresca. Nos acercaremos en coche. Las pelucas nos quedan de pegada. A mí me ha tocado una plateada, lisa, no demasiado larga: no me miro al espejo, pero probablemente me asemeje a una perrita de esas que pasean tuneadas las muchachas finolis. En el pub hay muchas mujeres. También mucho sexo de la competencia. Avizoro vampiras, trogloditas, sugerentes enfermeras, superhéroes muy femeninas. Sigo mirando, con inquietud y no poco asombro, el resto del local: se está metiendo mano todo el mundo. Y yo presumiendo de peluca. En otro pub sólo había hombres. Las hormonas nos empujaban a casa. Acaba la noche a las cuatro de la madrugada, más o menos, y no ha empezado la semana. Hoy por la mañana había quedado. El bar publicitaba la necesidad de una camarera. Un sitio pequeño, bien decorado, bastante cómodo, podríamos calificarlo de coqueto. Me quedo mirando para el mural de Ikea: enorme, blanco y negro, sin ley del contraste. Paseo corto al cercano centro comercial. Una muchacha joven y guapa, con unas tetillas adorables y enormes, se acerca feliz a saludar a mi amigo. Cuando ya se ha alejado y no hay peligro de las manidas réplicas de género, comento en confianza mi gran asombro por la enormidad de los atributos contemplados. Él asiente, con cierto entusiasmo. La moda de este año: rayas, grises, muchos cuadros, tejido plastificado, el hombre también presume de complementos. Nos despedimos hasta la próxima. Me voy a casa. La gente camina sumida en sus cuitas. No veo muchos rostros felices: deberíamos ser más agradecidos con los que encontramos sonrientes. Me sumo en la rutina. Y me confundo con el día. Como siempre. Pero tratando de recordar todos los matices.
25 octubre 2010
Los pies del gato son contados
El silencio deja siempre un poso de amarga incertidumbre; la palabra expresada aniquila la sospecha, guardada como oro en paño, que alberga toda conjetura. El vacío sensorial e intelectivo provocado por la ausencia de una pronta respuesta, produce un quebrantamiento en la fe ciega que profesábamos a esa persona que nunca defraudaba ofreciéndonos evasivas, desplantes sarcásticos, o incoherencias propias de seres socialmente elementales. Y ya no se trataría sólo de otorgar a esa desaparición en el trato verbal un valor meramente calificativo, sino de asignar un sentido inconcuso, aun no favorable, a la inexistencia de un pronunciamiento que preferiríamos cierto, palpable y plenamente expuesto al análisis descarnado de nuestro imperfecto intelecto. Estaríamos hablando, en rigor, y en la práctica, del etiquetamiento de una entelequia. Pues, dado que ese mutismo carece de forma, de contenido, y, por tanto, de reconocimiento externo, tan solo estaríamos esbozando una teoría, siempre a nuestra medida, que complaciese nuestra inquietud, y mitigase aparentemente nuestra intransigencia: olvidando de un modo palmario que, cualitativamente, partimos de una base irreal, imaginaria, o simplemente onírica.
24 octubre 2010
Asueta vilescunt
Aquella noche nos sentamos en el viejo bar naif de muchachas fumadoras, adolescentes alimentados con gomina de tralla verbenera, y ancianos que buscaban un lugar en el mundo donde encontrar y disfrutar aquellos muslos que antaño les encalabrinaban y hogaño ya sólo añoran. La música del local hacía presagiar que el gusto por lo elegante y ocasionalmente adecuado no iba a servirnos de compañía durante la velada. Pero esto es y siempre ha sido un mal menor, claro. Sobre todo, desde que los poetas afirmaran que en la categoría del sitio y los recuerdos con él relacionados sólo vale la buena compañía. Por eso, tuvimos que hacer caso omiso de la adocenada concurrencia, y dejarnos llevar por ese exquisito placer del momento que aportan los buenos amigos, sentándonos a una mesa redonda de estilo extemporáneo y acabado inconcluso, y tan solo rodeados por el aroma de algo que no era precisamente incienso.
Al acomodarnos sobre aquellas sillas de diseño para culos raquíticos, se acercó una inveterada camarera con los párpados caídos y el busto mustio que nos recomendó una bebida de la casa de fabricación probablemente impropia. Casi todos la rechazaron cortés y educadamente, menos yo, que inquirí sobre el origen del invento más por tocar el apéndice nasal a la joven que por sacar buenas, o al menos razonables, conclusiones.
Al final, todos pedimos nuestra dosis habitual de cafeína, más un vaso ancho donde el hielo flotase en un fondo de ron añejo. El humo, que en otras ocasiones nos envolvía como una cortina de época de literatura impresa, se había hecho menos denso debido al descuido de unos y a la dejadez entusiasta de otros. Es la ineluctable inercia de los tiempos, tan políticamente correctos como socialmente insalubres. En cualquier caso, no estábamos ahí como decorado de cartón piedra, sino para ser partícipes directamente de la escena.
Comenzamos la charla, o simposio improvisado, recordando aquellos tiempos de tertulia pagana en las cafeterías del campus universitario, tan frecuentadas por asiduos pretendientes del castizo naipe y la ideología de barraca. Aquellos años en que la juventud nos hacía confundir no pocos términos y ensalzar la supuesta bonhomía de personajes ahora tan manifiestamente deleznables. Esa bisoñez rotunda, vehemente y apasionada, que se manifestaba completamente desnuda al exteriorizar nuestro endeble y todavía desestructurado lenguaje.
En esa deliciosa ocasión, y seguro que en muchas otras que vendrán, hablamos de ese placer mayúsculo, monumental, impagable que supone apreciar la música en directo. Una práctica que, en contra de lo que la buena lógica sugiere, es menos común de lo deseable y, si me apuran un poco, incluso de lo razonablemente aconsejado.
Llegamos casi todos a la evidente conclusión de que, así como quien no quiere la cosa, hemos retrocedido los suficientes pasos, en lo que al disfrute civilizado de la música se refiere, como para situarnos propiamente en la época de nuestros admirados padres. Pues vuelven los guateques, el tocadiscos de la abuela, la música de latón. Aquellas décadas en blanco y negro en que se descubrían las primeras piernas femeninas, con la llegada en masa de las provocativas minifaldas, y en las que se perdían, a veces obscenamente, las primeras vergüenzas de una muchachada asustadiza, colegial y tan poco experimentada.
Llevábamos unos largos años, y hablo en calidad de músico, en que la música en directo se había generalizado totalmente. Era lo normal. Las fiestas estaban amenizadas por músicos profesionales. Y así se podía disfrutar, si bien en algunos casos, de ese milagro, como lo llama don Fernando Trueba, que supone asistir al nacimiento de la melodía, disfrutar de ese engranaje armónico en que la conjunción de notas, acordes y dispares pasajes rítmicos que realizan distintos individuos se convierte en un lenguaje característico para nuestros acostumbrados oídos. Todo un manjar, en fin, y como se ha demostrado, para demasiados desagradecidos.
Hoy día, en la época que vivimos, y algunos sufrimos, lo que se lleva, lo que está verdaderamente de moda, es la música sin músicos. Bien sea en formato emepetrés u otros desafortunados sucedáneos. Todo un avance, como comprenderán, pero de cangrejos.
Tengo dicho a mis queridísimos compañeros, y a muchos de mis amigos, que cuando yo sea todo un abuelito, de esos pesados que están todo el día contando cuentos a sus nietos, probablemente los únicos seres que les escuchan, porque seguramente sean los únicos que les entienden, mi pequeña familia no se va a creer que cuando yo era un joven y gallardo mozo, además de buen muchacho, también era músico. ¿Y eso qué es? Me preguntarán con esa ingenuidad e inocencia que inexorablemente perderán con el pasar de la vida. Y yo, qué quieren que les diga, no sé si sabré responderles de un modo adecuado.
Probablemente defenderé que se trataba, ya en mi época, de un oficio en vías de extinción, en algunos sitios mal visto, y en otros peor remunerado, solamente culpable de divertir y entretener a la gente y, al menos momentáneamente, hacerla olvidar los problemas que la acucian e impiden, durante gran parte de su vida, ser ella misma.
Pero esta definición desinteresada, y ustedes dirán que infundadamente catastrofista, seguramente sea insuficiente para detener el fin a medio plazo de un gremio barrido por simples discotecas inanimadas, aunque ciertamente sean más rentables. Y vamos a terminar asistiendo al declive de una profesión que está siendo bruscamente apartada por los gustos exóticos y acomodaticios de una juventud que, creyendo descubrir un nuevo mundo, no hacen otra cosa que caer en los mismos errores que, durante mucho tiempo, han lastrado a sus padres.
En el momento en que tocábamos dicha tecla, tengo que decirlo, la conversación devino en nostalgia, tristeza, algo de melancolía. Y todos coincidimos, algo filosóficamente, en que parece que el mundo tiene asimilado un imperativo apodíctico cuya idea fundamental es que hay que evolucionar, caminar, avanzar hacia un destino incierto, y que se presume mucho mejor por el mero hecho de ser distinto, o simplemente calificado de moderno.
Para paladear: “Cuando considero la vida, todo es engaño;/ engatusados por la esperanza, los hombres favorecen el apaño./ Confiemos, adelante, y pensemos que el mañana saldrá a cuenta;/ es el mañana más falso que la previa jornada incruenta;/ empeora la cosa, y aunque diga que hemos de ser bendecidos/ con nuevas alegrías, nos arrebata lo que hayamos poseído./ ¡Extraño linaje! Nadie volvería a vivir los años pasados,/ aunque todos esperan placer en los todavía no restados, y de las heces de la vida piensan recibir/ lo que el primer brío no les pudo infundir”. John Dryden, Vida de Samuel Johnson, de James Boswell.
Al acomodarnos sobre aquellas sillas de diseño para culos raquíticos, se acercó una inveterada camarera con los párpados caídos y el busto mustio que nos recomendó una bebida de la casa de fabricación probablemente impropia. Casi todos la rechazaron cortés y educadamente, menos yo, que inquirí sobre el origen del invento más por tocar el apéndice nasal a la joven que por sacar buenas, o al menos razonables, conclusiones.
Al final, todos pedimos nuestra dosis habitual de cafeína, más un vaso ancho donde el hielo flotase en un fondo de ron añejo. El humo, que en otras ocasiones nos envolvía como una cortina de época de literatura impresa, se había hecho menos denso debido al descuido de unos y a la dejadez entusiasta de otros. Es la ineluctable inercia de los tiempos, tan políticamente correctos como socialmente insalubres. En cualquier caso, no estábamos ahí como decorado de cartón piedra, sino para ser partícipes directamente de la escena.
Comenzamos la charla, o simposio improvisado, recordando aquellos tiempos de tertulia pagana en las cafeterías del campus universitario, tan frecuentadas por asiduos pretendientes del castizo naipe y la ideología de barraca. Aquellos años en que la juventud nos hacía confundir no pocos términos y ensalzar la supuesta bonhomía de personajes ahora tan manifiestamente deleznables. Esa bisoñez rotunda, vehemente y apasionada, que se manifestaba completamente desnuda al exteriorizar nuestro endeble y todavía desestructurado lenguaje.
En esa deliciosa ocasión, y seguro que en muchas otras que vendrán, hablamos de ese placer mayúsculo, monumental, impagable que supone apreciar la música en directo. Una práctica que, en contra de lo que la buena lógica sugiere, es menos común de lo deseable y, si me apuran un poco, incluso de lo razonablemente aconsejado.
Llegamos casi todos a la evidente conclusión de que, así como quien no quiere la cosa, hemos retrocedido los suficientes pasos, en lo que al disfrute civilizado de la música se refiere, como para situarnos propiamente en la época de nuestros admirados padres. Pues vuelven los guateques, el tocadiscos de la abuela, la música de latón. Aquellas décadas en blanco y negro en que se descubrían las primeras piernas femeninas, con la llegada en masa de las provocativas minifaldas, y en las que se perdían, a veces obscenamente, las primeras vergüenzas de una muchachada asustadiza, colegial y tan poco experimentada.
Llevábamos unos largos años, y hablo en calidad de músico, en que la música en directo se había generalizado totalmente. Era lo normal. Las fiestas estaban amenizadas por músicos profesionales. Y así se podía disfrutar, si bien en algunos casos, de ese milagro, como lo llama don Fernando Trueba, que supone asistir al nacimiento de la melodía, disfrutar de ese engranaje armónico en que la conjunción de notas, acordes y dispares pasajes rítmicos que realizan distintos individuos se convierte en un lenguaje característico para nuestros acostumbrados oídos. Todo un manjar, en fin, y como se ha demostrado, para demasiados desagradecidos.
Hoy día, en la época que vivimos, y algunos sufrimos, lo que se lleva, lo que está verdaderamente de moda, es la música sin músicos. Bien sea en formato emepetrés u otros desafortunados sucedáneos. Todo un avance, como comprenderán, pero de cangrejos.
Tengo dicho a mis queridísimos compañeros, y a muchos de mis amigos, que cuando yo sea todo un abuelito, de esos pesados que están todo el día contando cuentos a sus nietos, probablemente los únicos seres que les escuchan, porque seguramente sean los únicos que les entienden, mi pequeña familia no se va a creer que cuando yo era un joven y gallardo mozo, además de buen muchacho, también era músico. ¿Y eso qué es? Me preguntarán con esa ingenuidad e inocencia que inexorablemente perderán con el pasar de la vida. Y yo, qué quieren que les diga, no sé si sabré responderles de un modo adecuado.
Probablemente defenderé que se trataba, ya en mi época, de un oficio en vías de extinción, en algunos sitios mal visto, y en otros peor remunerado, solamente culpable de divertir y entretener a la gente y, al menos momentáneamente, hacerla olvidar los problemas que la acucian e impiden, durante gran parte de su vida, ser ella misma.
Pero esta definición desinteresada, y ustedes dirán que infundadamente catastrofista, seguramente sea insuficiente para detener el fin a medio plazo de un gremio barrido por simples discotecas inanimadas, aunque ciertamente sean más rentables. Y vamos a terminar asistiendo al declive de una profesión que está siendo bruscamente apartada por los gustos exóticos y acomodaticios de una juventud que, creyendo descubrir un nuevo mundo, no hacen otra cosa que caer en los mismos errores que, durante mucho tiempo, han lastrado a sus padres.
En el momento en que tocábamos dicha tecla, tengo que decirlo, la conversación devino en nostalgia, tristeza, algo de melancolía. Y todos coincidimos, algo filosóficamente, en que parece que el mundo tiene asimilado un imperativo apodíctico cuya idea fundamental es que hay que evolucionar, caminar, avanzar hacia un destino incierto, y que se presume mucho mejor por el mero hecho de ser distinto, o simplemente calificado de moderno.
Para paladear: “Cuando considero la vida, todo es engaño;/ engatusados por la esperanza, los hombres favorecen el apaño./ Confiemos, adelante, y pensemos que el mañana saldrá a cuenta;/ es el mañana más falso que la previa jornada incruenta;/ empeora la cosa, y aunque diga que hemos de ser bendecidos/ con nuevas alegrías, nos arrebata lo que hayamos poseído./ ¡Extraño linaje! Nadie volvería a vivir los años pasados,/ aunque todos esperan placer en los todavía no restados, y de las heces de la vida piensan recibir/ lo que el primer brío no les pudo infundir”. John Dryden, Vida de Samuel Johnson, de James Boswell.
20 octubre 2010
Maestro, tú.
Parece evidente que la vida y el tiempo no siempre dan a cada uno lo que se merece. Un ejemplo notable lo tenemos con el propio presidente del Gobierno, que es un hombre mediocre entre mediocres. Y otro, ahora, con Leire Pajín, que ostentará la cartera correspondiente en un ministerio complejo, muy delicado, de muchísima responsabilidad, y con una incuestionable importancia para el país y todos y cada uno de sus ciudadanos (y ciudadanas, aunque ahora ya no esté el baluarte de las muchachas progres).
Por lo demás, observando con relativa tranquilidad el resto de rectificaciones que el de mi tierra se ha hecho a sí mismo, la verdad, no se entiende por qué se ha armado tanto alboroto. Si se mira bien el asunto, no ha sido más que un cambio de cromos. Bien es verdad que han entrado en el ejecutivo nombres de auténtico peso. Ramón Jáuregui, es el mejor exponente. Se trata de un político sobrio, riguroso, bien dotado intelectualmente, y que alberga cierta elegancia clásica en sus formas orales. Pero lo suyo sería pensar por qué a este hombre no le han llamado antes; y a estas alturas de viaje, qué trascendencia puede tener lo que aporte. Y bueno, quizá, también, por qué ha escuchado estos cantos de sirena ahora: tal vez, no sea oro todo lo que reluce.
Vengo de escuchar la noche de Ángel Expósito, que ha girado, principalmente, sobre la figura de Rubalcaba (¿el esperado sucesor?). Y me temo que todos los analistas están dando por liquidado al principal exponente del zapaterismo, que no es otro que quien ha dado nombre a dicho movimiento. Zapatero no está ni agotado, ni acabado: lo digan las encuestas que lo digan (para desgracia mía y de todos ustedes, por supuesto). Y si el “fenómeno” coge oxígeno a finales de la legislatura, ya veremos quién es el chulapo que le arrebata su querida y ya tan mullida poltrona. Por lo pronto, opino lo mismo que Raúl del Pozo: parece que todos “los sacerdotisos” se han encerrado en el templo. Y, claro, o se hunden todos, o todos saldrán a flote. Salvo que le hagan la de Julio César, claro, aunque ya nadie tema a los idus de marzo, y tengamos la certeza de que, en realidad, todos estos Brutos son unos blandos.
Tengo a Esteban González Pons por una de las mejores cabezas de las que, en la actualidad, gozan en el PP. Hoy estaba invitado. Y, como diríamos de los futbolistas, dejó buenas muestras de su categoría. Nunca pierde la sonrisa, ni la compostura, ni desde luego los nervios. Sabe transmitir, y transmite bastante confianza. Además, tiene las cosas muy claras. Dice que en el Gobierno, realmente, no ha cambiado nada. Y tiene razón. Zapatero ha introducido mejores políticos, pero no ha metido mejores ministros. Y, de todos modos, ya saben en última instancia quién ostenta de facto todas las carteras. En cualquier caso, creo que nos espera un resto de legislatura muy, muy larga.
Y anoto, por último, lo mejor del programa. Un detalle de auténtica clase. Sinalagmático. En un momento dado llamaron por teléfono a don Raúl del Pozo. Y se dio la curiosa y feliz circunstancia de que estábamos escuchando a los dos más grandes columnistas de España en directo. Antes amigos que colegas, por lo que se oyó. Ignacio Camacho quiso preguntar algo al señor de la coqueta melena plateada, como le dice otro grande (don Arcadi Espada). Y el de Marchena se refirió a él como maestro. Entonces del Pozo, antes de contestar a la pregunta, no lo dudó, y le dijo: maestro, tú. Este sincero intercambio de halagos entre los dos gigantes de la pluma arrancó risas entre los presentes. Y me dio la impresión de que ruborizó, si bien ligeramente, al que se dedica a dejarnos el agua llena de rayas a diario. Esto no se ve todos los días, claro. Y, además, alguien tenía que apuntarlo.
PD, por si a algún lector de la ciudad de las muchachas serias, tristes y extraordinariamente difíciles le interesa: mañana (bueno, hoy) estará Carlos Alsina en León. Se hace La brújula desde aquí. Yo estaré de viaje, pero a quien tenga interés por escuchar la mejor y más inteligente ironía en vivo y en directo le aseguro que no va a tener muchas mejores oportunidades.
Buenas noches.
Por lo demás, observando con relativa tranquilidad el resto de rectificaciones que el de mi tierra se ha hecho a sí mismo, la verdad, no se entiende por qué se ha armado tanto alboroto. Si se mira bien el asunto, no ha sido más que un cambio de cromos. Bien es verdad que han entrado en el ejecutivo nombres de auténtico peso. Ramón Jáuregui, es el mejor exponente. Se trata de un político sobrio, riguroso, bien dotado intelectualmente, y que alberga cierta elegancia clásica en sus formas orales. Pero lo suyo sería pensar por qué a este hombre no le han llamado antes; y a estas alturas de viaje, qué trascendencia puede tener lo que aporte. Y bueno, quizá, también, por qué ha escuchado estos cantos de sirena ahora: tal vez, no sea oro todo lo que reluce.
Vengo de escuchar la noche de Ángel Expósito, que ha girado, principalmente, sobre la figura de Rubalcaba (¿el esperado sucesor?). Y me temo que todos los analistas están dando por liquidado al principal exponente del zapaterismo, que no es otro que quien ha dado nombre a dicho movimiento. Zapatero no está ni agotado, ni acabado: lo digan las encuestas que lo digan (para desgracia mía y de todos ustedes, por supuesto). Y si el “fenómeno” coge oxígeno a finales de la legislatura, ya veremos quién es el chulapo que le arrebata su querida y ya tan mullida poltrona. Por lo pronto, opino lo mismo que Raúl del Pozo: parece que todos “los sacerdotisos” se han encerrado en el templo. Y, claro, o se hunden todos, o todos saldrán a flote. Salvo que le hagan la de Julio César, claro, aunque ya nadie tema a los idus de marzo, y tengamos la certeza de que, en realidad, todos estos Brutos son unos blandos.
Tengo a Esteban González Pons por una de las mejores cabezas de las que, en la actualidad, gozan en el PP. Hoy estaba invitado. Y, como diríamos de los futbolistas, dejó buenas muestras de su categoría. Nunca pierde la sonrisa, ni la compostura, ni desde luego los nervios. Sabe transmitir, y transmite bastante confianza. Además, tiene las cosas muy claras. Dice que en el Gobierno, realmente, no ha cambiado nada. Y tiene razón. Zapatero ha introducido mejores políticos, pero no ha metido mejores ministros. Y, de todos modos, ya saben en última instancia quién ostenta de facto todas las carteras. En cualquier caso, creo que nos espera un resto de legislatura muy, muy larga.
Y anoto, por último, lo mejor del programa. Un detalle de auténtica clase. Sinalagmático. En un momento dado llamaron por teléfono a don Raúl del Pozo. Y se dio la curiosa y feliz circunstancia de que estábamos escuchando a los dos más grandes columnistas de España en directo. Antes amigos que colegas, por lo que se oyó. Ignacio Camacho quiso preguntar algo al señor de la coqueta melena plateada, como le dice otro grande (don Arcadi Espada). Y el de Marchena se refirió a él como maestro. Entonces del Pozo, antes de contestar a la pregunta, no lo dudó, y le dijo: maestro, tú. Este sincero intercambio de halagos entre los dos gigantes de la pluma arrancó risas entre los presentes. Y me dio la impresión de que ruborizó, si bien ligeramente, al que se dedica a dejarnos el agua llena de rayas a diario. Esto no se ve todos los días, claro. Y, además, alguien tenía que apuntarlo.
PD, por si a algún lector de la ciudad de las muchachas serias, tristes y extraordinariamente difíciles le interesa: mañana (bueno, hoy) estará Carlos Alsina en León. Se hace La brújula desde aquí. Yo estaré de viaje, pero a quien tenga interés por escuchar la mejor y más inteligente ironía en vivo y en directo le aseguro que no va a tener muchas mejores oportunidades.
Buenas noches.
19 octubre 2010
Me lo tengo que mirar
Se había dado cuenta de que era precisamente ese, y no otro, el libro que me interesaba. Al entregarle el billete deduje que debía de estar muy justa de cambio, aunque también cabía la posibilidad de que sus braguitas hacía tiempo que le fuesen demasiado pequeñas, porque me miró con ese gesto chulo de nena mixta que me impidió, en tan corta distancia, fijar prolongadamente la vista en la exigua respiración que dejaban sus pantalones. Máxime, por cierto, cuando a quien suponía cierta cultura sólo exudaba vicio de catre esporádico. Una apariencia, obviamente, que rompía con esa gris armonía de vendedor a mostrador pegado, y que me devolvía, tan bruscamente, y sin previo permiso concedido, a ese limbo etéreo donde conviven mis prejuicios y se explican todos mis prefacios.
18 octubre 2010
Ya hiede, yo la vi primero, hilarante ponderación desmesurada
Presupuestos: incesante chalaneo de zíngaros necesitados en zoco siempre desnortado. Los mejores postores, sólo truhanes circunstancialmente interesados. El que paga siempre ha exigido pero, este cliente, aún sin razones se ha aparecido. El oferente recibe en un trueque tan vital como indigno que, además de obsceno, debiera ser inaccesible. Y es que la pedigüeña periferia entona firmemente su llanto: para mamar, antes tienen que hacerla caso. En el lupanar de los españoles, no hay más que sinrazones: pues además de putas, tenemos que poner las camas.
En el mediodía límpido y fresco del domingo destaca su esbelta figura elegante, delicada, muy deseada. La veo sentarse con ademán despreocupado sobre un banco momentos antes solitario, triste, algo desconsolado. Cruza las piernas con ese aire inocente e ingenuo que usan las muchachas cuando de la noche y los hombres saben tan poco como de la vida que ya gastan. Al molestarle un poco su exuberante cabellera, una melena rubia, larga, lisa y recién acondicionada, primero la aparta como una dama, luego la sacude algo pizpireta, y finalmente se ata con denuedo un moño jovial, pragmático, muy poco estético. Sus tenues manos, dos piezas blancas y esmeriladas, sostienen un libro con la misma gracia y donosura con la que las señoronas de antaño sujetaban sus joyas heredadas, fino oropel cruelmente deslucido. Y pasa las páginas con ese temor reverencial de niño endeble y asustadizo asomándose sobre él cauta, reservada, tal vez esperando encontrar en sus hojas impresas la inspiración necesaria, un anhelo olvidado, o ese fruto prohibido de inmensa, agradecida dulzura, y tan deliciosamente privado.
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En el mediodía límpido y fresco del domingo destaca su esbelta figura elegante, delicada, muy deseada. La veo sentarse con ademán despreocupado sobre un banco momentos antes solitario, triste, algo desconsolado. Cruza las piernas con ese aire inocente e ingenuo que usan las muchachas cuando de la noche y los hombres saben tan poco como de la vida que ya gastan. Al molestarle un poco su exuberante cabellera, una melena rubia, larga, lisa y recién acondicionada, primero la aparta como una dama, luego la sacude algo pizpireta, y finalmente se ata con denuedo un moño jovial, pragmático, muy poco estético. Sus tenues manos, dos piezas blancas y esmeriladas, sostienen un libro con la misma gracia y donosura con la que las señoronas de antaño sujetaban sus joyas heredadas, fino oropel cruelmente deslucido. Y pasa las páginas con ese temor reverencial de niño endeble y asustadizo asomándose sobre él cauta, reservada, tal vez esperando encontrar en sus hojas impresas la inspiración necesaria, un anhelo olvidado, o ese fruto prohibido de inmensa, agradecida dulzura, y tan deliciosamente privado.
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17 octubre 2010
Detrás, no mucho más
No hay nada dentro de la pareja, ni nada puede existir en sus aproximaciones, si no hay un mínimo de atracción física. Se ha venido hablando hasta la saciedad, entre otras imprecisiones más o menos poéticas, que todo lo importante, relevante, o de auténtico peso en las relaciones de pareja lo conforma eso a lo que llamamos entendimiento. Y así, cuando encontramos esa persona que no sólo escucha y parece interesada en la irreflexiva perorata que le soltamos sino que, además, parece que disfruta verdaderamente con ella, creemos haber encontrado nuestro alma gemela, nuestra media naranja, esa persona especialísima y despojada irracionalmente de todo defecto que esperamos, a veces ansiosamente, llene nuestros días y horas de una felicidad plena, desinteresada, inamovible y presumiblemente eterna. No es menester en ese momento, por tanto, ni políticamente correcto, preguntarse por el motivo primigenio que lleva a nuestra razón y a la totalidad de nuestros sentidos a desplegarse en una dirección unívoca, probablemente errónea, y, sin duda, efímera. Y este motivo, claro, no es otro que la química corporal, la sugestión física, el irreprimible deseo. Es decir, no la química noble, pulcra y puramente intelectual, sino aquella que llevamos grabada en lo más profundo de nuestros genes desde la mismísima noche de los tiempos. Una atracción, en fin, cuya culminación supone la obtención de un placer físico meramente individual o compartido, e inmediato o dilatado en un espacio temporal que, desde luego, preferimos definido, claramente determinado.
14 octubre 2010
La vieja guardia, buen cine
Anoche estuve escuchando con delectación de muchacha que ha conocido muchacho a Julio Anguita. Daba verdadero gusto oírlo, oigan. No se acaloraba. Pensaba lo que decía. No se le amontonaban las ideas, ni las palabras, ni tampoco esos gestos tan vagos y a veces un tanto estúpidos con los que los políticos se dan tanta importancia. Cuando le preguntaban, y a pesar de que la respuesta estaba bajo los imperativos del cronómetro, se tomaba su buen tiempo para contestar. Y el resultado era que mientras unos llenaban su minuto de palabras inanes y plenamente prescindibles, él lo llenaba de cordura, y de buen juicio; sin decir ni una sola frase que, cuando menos, no fuera absolutamente razonable. Nadie le contradijo, ni le corrigió, ni le dedicó una mínima mirada de reproche. La impresión general era que la mesa íntegra le estaba rindiendo homenaje. Y no tanto por su persona, que también, ni por sus ideas ya conocidas, cuanto por ese semblante serio, distante y aquilatado que desprendía magnetismo, entusiasmo y admiración por una política en la que, pobrecito, aún creía.
He disfrutado viendo El libro negro como hacía ya mucho tiempo que no lo hacía con ninguna otra película. A estas alturas de la vida uno ha leído ya tantas cosas sobre los nazis, que es prácticamente inevitable sentirse interesado por un libro, una revista o una carátula que, mostrándonos una esvástica de fondo (ese símbolo indio de la fortuna que el dictador atrajo a su causa), nos prometa satisfacer, al menos en parte, alguna de nuestras dudas. El film, además, era extraordinariamente sugerente: guerra, espías, traiciones, amor no buscado, dolor inexorablemente encontrado, odio…y, por si todo ello fuera poco, en su reparto se encontraba la deliciosa Carice Van Houten. Una criatura bellísima y delicada de cuyos ojos se desbordaban pasión, orgullo y fragilidad a raudales. Por lo demás, en el principio estaba su fin. Y ese molesto y recurrente quién es quién que nos corroe durante sus dos horas de duración, no defrauda, ni decepciona, ni deja indiferente.
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He disfrutado viendo El libro negro como hacía ya mucho tiempo que no lo hacía con ninguna otra película. A estas alturas de la vida uno ha leído ya tantas cosas sobre los nazis, que es prácticamente inevitable sentirse interesado por un libro, una revista o una carátula que, mostrándonos una esvástica de fondo (ese símbolo indio de la fortuna que el dictador atrajo a su causa), nos prometa satisfacer, al menos en parte, alguna de nuestras dudas. El film, además, era extraordinariamente sugerente: guerra, espías, traiciones, amor no buscado, dolor inexorablemente encontrado, odio…y, por si todo ello fuera poco, en su reparto se encontraba la deliciosa Carice Van Houten. Una criatura bellísima y delicada de cuyos ojos se desbordaban pasión, orgullo y fragilidad a raudales. Por lo demás, en el principio estaba su fin. Y ese molesto y recurrente quién es quién que nos corroe durante sus dos horas de duración, no defrauda, ni decepciona, ni deja indiferente.
13 octubre 2010
El hombre que amaba a las mujeres, fin del homo homini lupus, quién le ha visto...
“¿Por qué enseñarles a las mujeres esas tareas engorrosas de las que se ocupan tan bien los hombres –los abogados, los médicos, los periodistas- cuando están tan dotadas para un oficio que nosotros no podemos siquiera soñar en desempeñar: hacer que la vida sea soportable? Lo que ganan en instrucción lo perderán en otras cosas. Me temo que las nuevas generaciones harán el amor muy mal”.
Pierre-Auguste Renoir, rescatado en un artículo muy feliz, en el XL Semanal de este domingo.
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“La vida del adulto ha estado sometida a tantos engaños, ha sido víctima de tantas jugarretas, se le ha hecho competir en condiciones tan duras e inaceptables, se han despreciado tanto sus impulsos altruistas y compensado su egoísmo cuando lo ha mostrado que su cerebro y estado anímico no sólo han perdido la virginidad y el ensueño del alma joven, sino que son incapaces de reconocerlos”
Eduard Punset, en un artículo en el que obvia obscena y, a mi juicio, erróneamente, a Thomas Hobbes, y su querido Leviatán (no tan bíblico como lo pintan).
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Político simpático, por todos ustedes conocido, celebra efemérides en palco lleno de personalidades y familia, reporteros indiscretos (pleonasmo) y seguro que algún castizo polizón de asfalto. Al sol de la Castellana se escuchaban abucheos varios y protestas múltiples, pero el aludido no perdía sonrisa, tampoco compostura, ni donaire característico. Piensa que las protestas nunca han ido con él, por eso, a los dispares y poco disparatados puntos de vista que se le han cruzado en su ideal camino no ha dudado en aplacarlos con mano firme y sin que se le haya mudado nunca el complacido rostro. Baltasar Gracián decía que las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen, pero este particular caballero de la triste figura, a día de hoy, es demasiado evidente que se está quedando sin público entusiasta, sin auditorio comprensivo y, si me apuran un poco, incluso sin unos maltrechos hombros que le sirvan de necesario sustento, de bastón para alicaídos, o tal vez tan solo de paño de inevitables lágrimas.
12 octubre 2010
Los últimos días (en sensaciones)
1. Las expectativas siempre defraudan.
2. Es desolador que dos anhelos no tengan una coincidencia temporal.
3. Ponerse en el lugar del otro, no es conocer mejor al otro.
4. No siempre se está para celebraciones.
5. No se es más serio por tomárselo todo en serio.
6. La flexibilidad, une; la intransigencia, obviamente, escinde.
7. La buena comida suple muchas conversaciones que se dan por buenas.
8. Lo fácil es siempre señalar a otros.
9. El pesado ignora el valor de su silencio. También el gracioso.
10. El objeto de la vanidad es sumamente efímero.
11. No atar el comportamiento con alguien a la omnipresente reciprocidad.
12. Permisividad, con lo que el tiempo desvele irrelevante.
13. La insistencia describe el alma propia; desborda paciencias ajenas.
14. Preocúpate sólo de aquello que de ti dependa.
15. Un gesto conciliador a tiempo es una victoria en una guerra perdida.
16. Tener más, es querer más.
17. Si con un problema crees solucionar otro, tendrás dos problemas.
18. Alterarse es conceder.
19. No hay que darse por entendido: ni hacia uno mismo, ni hacia los demás.
20. No hay que gastar tiempo y esfuerzo en imposibles racionales.
21. Piensa y haz; no pienses lo que harás.
22. Mirar el tiempo es perder el tiempo.
23. Creértelo no te convierte.
24. Ante la duda siempre hacer reír, y procurar no hacer pensar: es mucho más agradecido.
25. La falibilidad es humana; la infalibilidad sólo es un producto televisivo.
26. El mundo no gira a nuestro alrededor: ¡y hay que ver lo que cuesta asumirlo!
2. Es desolador que dos anhelos no tengan una coincidencia temporal.
3. Ponerse en el lugar del otro, no es conocer mejor al otro.
4. No siempre se está para celebraciones.
5. No se es más serio por tomárselo todo en serio.
6. La flexibilidad, une; la intransigencia, obviamente, escinde.
7. La buena comida suple muchas conversaciones que se dan por buenas.
8. Lo fácil es siempre señalar a otros.
9. El pesado ignora el valor de su silencio. También el gracioso.
10. El objeto de la vanidad es sumamente efímero.
11. No atar el comportamiento con alguien a la omnipresente reciprocidad.
12. Permisividad, con lo que el tiempo desvele irrelevante.
13. La insistencia describe el alma propia; desborda paciencias ajenas.
14. Preocúpate sólo de aquello que de ti dependa.
15. Un gesto conciliador a tiempo es una victoria en una guerra perdida.
16. Tener más, es querer más.
17. Si con un problema crees solucionar otro, tendrás dos problemas.
18. Alterarse es conceder.
19. No hay que darse por entendido: ni hacia uno mismo, ni hacia los demás.
20. No hay que gastar tiempo y esfuerzo en imposibles racionales.
21. Piensa y haz; no pienses lo que harás.
22. Mirar el tiempo es perder el tiempo.
23. Creértelo no te convierte.
24. Ante la duda siempre hacer reír, y procurar no hacer pensar: es mucho más agradecido.
25. La falibilidad es humana; la infalibilidad sólo es un producto televisivo.
26. El mundo no gira a nuestro alrededor: ¡y hay que ver lo que cuesta asumirlo!
06 octubre 2010
Veo, veo
El enorme éxito sin parangón conocido en que se ha venido basando la belleza clásica reside, sin duda alguna, en la intensidad y nobleza que transmite una mujer con su mirada. De esta se desprende fuerza y pasión, o la advertencia obscena y palmaria de estar ante una naturaleza quebradiza, lábil, bastante apocada. El fulgor y atrevimiento de algunas, aun pudiendo tildarse de insensatas, han inspirado páginas de una riqueza lírica notable. No obstante, y dejando la literatura aparte, contemplar en vivo y en directo esa apertura íntima, privada, o ciertamente recogida de los abismos del alma femenina, supone colmarse de un regocijo excitante, dichoso, tal vez ilusionante. Basado, seguramente, en saberse elegido por la arbitrariedad manifiesta del capricho de Venus. Si las palabras son manifestación verbal de un pensamiento doloso, rigurosamente limitado a lo que se quiere exteriorizar o compartir, el sentido, significado o fondo que evoca la expresión de los ojos, seguramente, no está plenamente sujeto a la conciencia con la que uno quiere imprimir su particular tono o matiz, cual pincelada maestra, genuina e inimitable de un carácter que creemos, erróneamente, único e irrepetible. Por eso la mirada, los detalles, esas pequeñas cosas que se escapan del control inmediato de nuestros sentidos, nos delatan, y describen, y terminan definiéndonos. Benditos, pues, todos sean.
05 octubre 2010
Cositas buenas
José Mourinho, a un canterano, en el Santiago Bernabéu, con el equipo blanco desplegando buen fútbol, metiendo goles, coreando en las gradas la afición más sosa, fría y también más exigente de España un canto de alegría y satisfacción desacostumbradas:
-¿Estás cagado?
El chaval, embutido en su chándal, disfrutando un poco desde la distancia del ambientazo que se vivía en el estadio de la capital la noche del domingo, admirando y envidiando lo que sus ojos le regalaban, contesta:
-No
Mou, el entrenador al que las féminas españolas, tan exigentes, por otra parte, le están empezando a ver su puntito, sin abandonar ese aire hosco de hombretón incomprendido, como de sólito en la vida, precisa:
-Pues calienta. Que sales.
Conclusión meridiana: me gusta este tío.
Frente al buenismo impostado de algunos, y el aire de chico bien de otros, la chulería de este motivador nato, sin pelos en la lengua ni innecesarias cortesías con los cazarrenuncios periodísticos de turno, se ha de recibir, por lo menos, como un regalo impagable, y desde luego inmerecido.
Rescato este buen artículo que leí a mediados de verano, probablemente en la patria chica más querida de España por todos sus paisanos. Aunque, evidentemente, pueden tomarse la libertad de obviar la referencia cinematográfica.
Que privilegio enorme pasear en el ocaso de las tardes de Otoño a la vera del río. Cuando el sol descansa y la frescura de esa incipiente noche asoma. Observar que los árboles sufrirán sin demora de esa triste, alopecia desoladora. Y comprobar que las muchachas ya han vestido a sus canes de cobayas, muy a la moda. Siendo lo mejor, y también lo más valioso, escuchar como remiendan los cofrades de Semana Santa sus bellas, elevadas, notables, mayestáticas sonoridades. Tan nobles que el vello dejan enhiesto, y vuelven puras ciertas almas con poco acierto.
Células, moléculas, proteínas, enzimas. En el apasionante universo de nuestro organismo se suceden múltiples operaciones sin colapso interno ni apercibimiento externo. Viendo los últimos avances de los científicos, además, da la agradable sensación de estar viviendo de primera mano aquellas páginas tan bellas que nos legaba la literatura del Moderno Prometeo. Pero las dudas asolan, las incertidumbres agobian, los vacíos ocupan. El conocimiento de las células nos saciará el intelecto, pero el espíritu humano, tal vez, nos deje hambriento. De lograr retener ese incesante envejecimiento, hoy imposible, y mañana quizás sólo improbable, de los túmulos saldrán alquimistas por cientos, pues el elixir de la eterna vida habremos descubierto.
-¿Estás cagado?
El chaval, embutido en su chándal, disfrutando un poco desde la distancia del ambientazo que se vivía en el estadio de la capital la noche del domingo, admirando y envidiando lo que sus ojos le regalaban, contesta:
-No
Mou, el entrenador al que las féminas españolas, tan exigentes, por otra parte, le están empezando a ver su puntito, sin abandonar ese aire hosco de hombretón incomprendido, como de sólito en la vida, precisa:
-Pues calienta. Que sales.
Conclusión meridiana: me gusta este tío.
Frente al buenismo impostado de algunos, y el aire de chico bien de otros, la chulería de este motivador nato, sin pelos en la lengua ni innecesarias cortesías con los cazarrenuncios periodísticos de turno, se ha de recibir, por lo menos, como un regalo impagable, y desde luego inmerecido.
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Rescato este buen artículo que leí a mediados de verano, probablemente en la patria chica más querida de España por todos sus paisanos. Aunque, evidentemente, pueden tomarse la libertad de obviar la referencia cinematográfica.
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Que privilegio enorme pasear en el ocaso de las tardes de Otoño a la vera del río. Cuando el sol descansa y la frescura de esa incipiente noche asoma. Observar que los árboles sufrirán sin demora de esa triste, alopecia desoladora. Y comprobar que las muchachas ya han vestido a sus canes de cobayas, muy a la moda. Siendo lo mejor, y también lo más valioso, escuchar como remiendan los cofrades de Semana Santa sus bellas, elevadas, notables, mayestáticas sonoridades. Tan nobles que el vello dejan enhiesto, y vuelven puras ciertas almas con poco acierto.
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Células, moléculas, proteínas, enzimas. En el apasionante universo de nuestro organismo se suceden múltiples operaciones sin colapso interno ni apercibimiento externo. Viendo los últimos avances de los científicos, además, da la agradable sensación de estar viviendo de primera mano aquellas páginas tan bellas que nos legaba la literatura del Moderno Prometeo. Pero las dudas asolan, las incertidumbres agobian, los vacíos ocupan. El conocimiento de las células nos saciará el intelecto, pero el espíritu humano, tal vez, nos deje hambriento. De lograr retener ese incesante envejecimiento, hoy imposible, y mañana quizás sólo improbable, de los túmulos saldrán alquimistas por cientos, pues el elixir de la eterna vida habremos descubierto.
Redes (03/10/2010): Cómo recicla el organismo
04 octubre 2010
Primarias
El post de hoy lo iba a escribir hace un par de horas. Pero puse la tele en ese nuevo canal de Vocento, en el que uno puede ver en vivo y en directo a la gente que lee y admira a diario, y al notar la presencia de José Antonio Navas e Ignacio Camacho, dos nombres de enjundia y muchísimo respeto en el panorama periodístico actual, ya me quedé irremediablemente sentado, a tomar buenas notas y sacar mejores conclusiones. El debate lo ocupó, casi en su mayoría, todo este tinglado de las "justas" madrileñas. Que, como saben, ha ganado Tomás Gómez. Los invitados socialistas, siempre tan optimistas, sacaban no poco pecho de estas curiosas primarias. Vamos, como si hubiesen sido expreso deseo del propio Zapatero, y no la constatación fehaciente de un sonoro desacato. También comentaron en el programa estos deudos socialdemócratas, que estábamos ante todo un ejercicio de democracia interna que ya lo quisieran para sí muchos otros partidos políticos. Pero soslayaron, entiendo que deliberadamente, que, en realidad, sobre todo para sus máximos dirigentes, no fue más que un trágico accidente (de consecuencias aún impredecibles), cuando no una de sus peores pesadillas. Ignacio hablaba de la existencia de un polo crítico, fraguando (la expresión no es literal y no sé si el verbo utilizado procede rigurosamente) los cimientos de lo que será el postzapaterismo. Pero, yéndome a lo que por la tarde se comentaba en la brújula de Carlos Alsina, yo aún creo que este muerto está demasiado vivo. Se comenzará a hablar del postzapaterismo, sí y sólo sí, cuando del presidente no quede ni rastro. Y, aún entonces, ya veremos. Pues en este PSOE tan justo, honesto y envidiable, exprimen como nadie determinados conceptos que ya creíamos práctica y felizmente olvidados: disciplina de voto, dedazo y ese manido gobernemos tan contentos a golpe de decretazo. Respecto a la democracia, gran palabra, por otra parte, se la manoseo de continuo, y entiendo tristemente que sin fundamento. Sería aconsejable, y francamente deseable, que se exportase este modelo de primarias a todos los partidos. Desde luego. Pero también, que se hiciese a todos los ámbitos (y vaya esto por los valencianos, como se apuntó), y no sólo a los terruños interesados. Y por último, tengo que decir que faltó a los contertulios un punto de vista, a mi parecer, bastante llamativo. Tanto Trinidad Jiménez, la prima fina de Gallardón, como T. Gómez, el sibarita de Parla, estaban avocados a un rotundo e incontestable fracaso frente a Esperanza Aguirre. Eran personajes conocidos, vaya, pero, sinceramente, creo que no hablaban de ellos ni siquiera en su vecindario. Cosas curiosas que tiene esta vida, después de observar todo este montaje, del que aún está por ver que ZP, Pepe Blanco y Rubalcaba salgan tocados, tras contemplar esta tramoya chusca pero entretenida desde la distancia, cabe preguntarse si esta especie de cortina de humo, a las que nuestro actual gobierno nos tiene tan acostumbrados, no ha servido realmente de llamativo, rocambolesco y notorio acto publicitario.
Porque otra cosa no, desde luego, pero en el arte de la propaganda los socialistas son auténticos maestros.
Porque otra cosa no, desde luego, pero en el arte de la propaganda los socialistas son auténticos maestros.